domingo, 23 de mayo de 2021

EL TRATO: CAPÍTULO 29

 


Paula estaba completamente vestida y casi lista para marcharse cuando Pedro abrió los ojos a la mañana siguiente. La observó mientras se maquillaba, dándose cuenta de cómo le temblaban las manos. Estaba nerviosa, tensa… y preocupada. Se estrujó el cerebro entonces para encontrar algo qué decir que la aliviara un poco.


—Buenos días —dijo sentándose en la cama.


—Hola —le contestó Paula sonriendo rápidamente—. Siento haberte despertado. Traté de hacer el menor ruido posible. Tengo que estar allí antes de que Mateo empiece sus clases.


—No, no me has despertado, pero deberías haberlo hecho —le contestó él saliendo de la cama—. Dame diez minutos y te llevaré.


Paula se volvió a mirarlo.


—No tienes que…


—Quiero hacerlo. Me quedaré fuera; lo único que quiero es estar allí por si me necesitas. ¿De acuerdo?


—De acuerdo.


Pedro se metió entonces en el cuarto de baño. Paula se quedó mirando la cama vacía y deshecha. Le podría haber resultado tan fácil el olvidarse de todo y volverse a meter en la cama con él. Se podía perder en él, pretender que no eran más que otra pareja feliz pasando la noche en una posada campestre. El pensamiento era tentador, tanto que agitó la cabeza para apartarlo de la mente.


Satisfecha por fin con el maquillaje, se dirigió al cuarto de baño. A través de la puerta cerrada, pudo oír el ruido de la ducha. Abrió un poco la puerta y le dijo:

—¿Pedro? Te espero abajo.


Él tardó un poco en contestarle. Escuchó atentamente y oyó el ruido de la puerta de la habitación al cerrarse. Los pensamientos le pasaban por la cabeza a la misma velocidad que los chorros del agua de la ducha.


Tan pronto como había abierto los ojos, le resultó evidente que el largo beso con el que había soñado y la mañana pasada en la cama estaba fuera de lugar. Esta Paula era todo negocios. Le maravillaba la capacidad camaleónica que tenía para transformarse tanto en suave y vulnerable como en una persona fría y decidida en un abrir y cerrar de ojos.


Cerró los grifos y salió de la ducha. A la vez que aceptaba la necesidad que tenía ella de hacer eso sola, también aceptaba su propia necesidad de que lo incluyera a él. Estaba demasiado atento a sus propias emociones como para no darse cuenta de que esa sensación, esa necesidad era algo distinto. El deseo le resultaba familiar, pero eso era algo totalmente nuevo.


Quitó el vapor del espejo con la toalla y se preparó para afeitarse. No estaba muy seguro de cómo iba a marchar esa relación, pero no se sentía incómodo por la forma en que le estaba afectando. Le daba la bienvenida de muchas formas al reto, ya que nada le gustaba más que eso. Sentía cómo la excitación le burbujeaba en el interior, como si algo importante estuviera a punto de suceder. La sensación era similar a la que experimentaba cuando estaba a punto de culminar un negocio importante. No podía decir lo que era, pero definitivamente, no quería detenerla.


Sonrió. Tal vez se estaba enamorando.




sábado, 22 de mayo de 2021

EL TRATO: CAPÍTULO 28

 


Durante el resto del camino hasta el restaurante guardaron silencio. Paula se sintió cada vez más calmada. Estaba bien el pasar así el tiempo con Pedro.


El restaurante no estaba demasiado lleno y les sirvieron rápidamente. Ella se dio cuenta de que él estaba muy cansado y se ofreció a conducir el resto del camino, a lo que Pedro asintió. Pronto estuvieron de nuevo en la carretera. A pesar de haberse tomado unos cafés, parecía que a él no le habían hecho mucho efecto, ya que, al cabo del poco rato se quedó dormido, dejando a Paula temerosa de conducir aquel potente vehículo. Era divertido y se sentía como si no tuviera que preocuparse por lo que pasara en el resto del mundo. Tal vez las cosas podían ir bien después de todo.


Lo despertó cuando llegaron a la posada en la que había reservado la habitación. Sacaron las maletas y se registraron. Cuando les enseñaron la habitación a Paula le entro el pánico al ver la cama doble. Esperó hasta que el dueño se marcho para contarle a Pedro lo que le preocupaba.


Pedro, yo… creo que deberíamos ver otra habitación.


Pedro estaba todavía semidormido, pero lo suficientemente alerta como para darse cuenta de lo que la incomodaba.


Dejó la maleta en medio de la habitación y se le acercó, poniéndole las manos sobre los hombros a continuación.


—Te he hecho una promesa antes. No voy a presionarte o a obligarte a hacer nada que no quieras. Ya sabes lo que yo siento y lo que quiero. Pero va a ser decisión tuya si alguna vez volvemos a hacer el amor. De todas formas, estoy tan cansado esta noche que no creo que pudiera hacer nada aunque te empeñaras. Deja que duerma contigo esta noche, sólo dormir. ¿De acuerdo?


Paula sonrió.


—De acuerdo.


Él asintió y se apartó de ella. Se desnudó tan deprisa que a Paula no le dio ni tiempo de protestar. De todas formas, tuvo tiempo más que suficiente para apreciar la masculinidad de su cuerpo.


Vestido solamente con un brevísimo calzoncillo, Pedro se metió en la cama y, al cabo de pocos minutos, ya estaba dormido.


Paula tomó su maleta y entró en el cuarto de baño. Por lo menos uno de ellos iba a dormir esa noche.



EL TRATO: CAPÍTULO 27

 


Salieron de la casa y esperaron en silencio hasta que un criado trajo un Porsche plateado hasta la puerta y metió las maletas en el portaequipajes, Pedro le abrió la puerta a Paula y la ayudó a entrar.


—¿Es tu coche? —le preguntó ella.


—Es mi pasión —le contestó él sonriendo.


Al cabo de un rato, y ya en la carretera, ella lo miró y se dio cuenta de que tenía la barbilla apretada.


—Espero que ese gesto no sea por mí —le dijo.


—¿Qué? Ah, no. Es por Eduardo.


—¿Por qué haría una cosa así, Pedro? No lo entiendo.


—¿No? Pues para mí está muy claro. Está protegiendo su inversión. Bueno, nuestro matrimonio… o mejor, la anulación.


—Ah, ya veo.


—Sí, bueno, ya va siendo hora de que Eduardo aprenda a no meterse en los asuntos de los demás.


—Pero, Pedro… —le dijo Paula dudando y agradecida a la oscuridad porque no se le notara el rubor en las mejillas.


—Honestamente ya no puede darse una anulación ¿no es así?


Pedro se detuvo en un semáforo en rojo y la miró.


—No, Paula. Honestamente no creo que pueda darse.


Pedro notó que se sentía incómoda con la pequeña broma que le acababa de hacer y se recriminó a sí mismo. No se había acordado de lo poco experimentada que era ella en algunas cosas y lo rápidamente que se avergonzaba cuando él bromeaba. Ahora parecía estar perdida en sus pensamientos y a él le gustaría poder entrar en su mente y averiguar cuáles eran sus sentimientos verdaderos acerca de la situación que estaban viviendo.



EL TRATO: CAPÍTULO 26

 


Paula no había pensado en absoluto en esa posibilidad. De alguna manera, nunca se le había ocurrido el verlos alguna vez juntos. Eran dos entidades separadas y distintas en su vida, conectadas sólo a través suyo… y las acciones.


—Supongo —dijo—. Pero realmente no es necesario que vengas. Mateo y yo tenemos que discutir de algunas cosas que no tienen nada que ver con nuestro matrimonio. Sé lo cansado que debes de estar…


—Quiero ir.


—Bueno, si es así, supongo que puedo esperar un poco, si insistes.


—Insisto. Espérame en el estudio dentro de unos minutos.


Ella asintió y Pedro desapareció de su vista. Paula cerró los ojos y apretó los dientes. Eso lo iba a complicar todo. Desde el primer momento en que lo vio, Pedro había requerido la mayor parte de su atención y había pensado aprovechar el tiempo que durara el viaje para pensar en Mateo, en lo que le iba a decir y cómo podía hacerlo. Ahora no sería capaz de hacerlo.


Debía de haberse mostrado más firme; aunque, en parte, le agradaba la idea de llevar con ella a Pedro. Parecía realmente interesado en ir. ¿Por qué? ¿Quería de verdad entrar a formar parte de su vida? La idea a la vez la seducía y preocupaba.


Paula continuó bajando las escaleras. Dejó la maleta en el suelo y se dirigió al estudio. Mientras esperaba a Pedro, estuvo paseando por la habitación y, al cabo de menos de media hora, se abrió la puerta y apareció él. Vestía unos téjanos y un jersey verde que le sentaba muy bien. Se dio cuenta de que no le había visto hasta ese momento más que vestido con traje… excepto cuando no vestía nada en absoluto…


—¿Lista? —le preguntó.


—Sí —le dijo siguiéndolo.


Pedro la detuvo poniéndole una mano en el brazo. Ella lo miró. Tenía los ojos negros como la noche y más penetrantes que nunca. ¿Qué querría de ella?


—¿Una tregua? —dijo él suavemente.


—No. Quiero saber a qué te referías antes, en la escalera.


—Vamos a no hablar de eso ahora.


—¿Y cuándo lo vamos a hacer, Pedro? ¿Esta noche? ¿Mañana? ¡O tal vez después de tu próximo viaje urgentísimo!


—No me eches la culpa a mí, Paula; yo no he sido el que estaba ocupado.


—Creía que me habías dicho que estuviste muy ocupado durante el viaje.


—¿Es que no te diste cuenta de que estaba en plan sarcástico? ¡Tú fuiste la que estabas demasiado ocupada como para ponerte al teléfono cuando llamé!


—¿Que llamaste? ¿Me llamaste? —le preguntó ella con el corazón saltándole en el pecho.


—¡Por supuesto que te llamé! ¿Es que crees que podría dejar de hacerlo? Te llamé anoche. Y estabas demasiado ocupada como para hablar conmigo…


—No…


—Eduardo me dijo…


—No…


—¿No te avisó? ¿No te dijo que te pusieras al teléfono? ¿No te dijo que te había llamado?


Paula lo negó con la cabeza. Pedro murmuró una obscenidad y la abrazó.


—Lo mataré. ¡Lo juro! ¡Lo voy a estrangular!


El rostro de Paula estaba hundido en su pecho. Murmuró sin moverse:

—Entonces ¿llamaste?


Pedro se percató de que, hasta ese momento no se había dado cuenta de lo realmente vulnerable que era ella.


—Sí. Tardé, pero tenía que hablar contigo. Estaba tan afectado…


Entonces le levantó el rostro, abarcándolo con las manos mientras la miraba fijamente a los ojos.


—¿Cómo pudiste pensar que no lo haría? En especial después de la noche que pasamos juntos. No he podido dejar de pensar en ti durante todo el tiempo.


Paula sintió cómo la recorría la alegría como un soplo. Se agarró a la cintura de él, tanto para apoyarse como para tocarlo, sentir su fuerza. ¡Estaba en casa y la quería!


Al cabo de un rato, se separaron y Paula se arregló el vestido. Él le tomó luego la mano y se la besó.


—Se está haciendo tarde, es mejor que nos vayamos —dijo ella entonces.


Pedro sonrió. Estaba claro que ella necesitaba recobrar el control, las cosas iban muy rápido entre ellos. La atracción inicial que habían sentido se había transformado luego en enfado y resentimiento. Pero luego, hicieron el amor y todo cambió. Demasiado y demasiado pronto.


Tenía que empezar a conocerla y ella a él, antes de que todo fuera a más. La parte racional de él aceptaba esa verdad; el problema era convencer a su parte física, la cual últimamente había desarrollado una personalidad muy obstinada.



EL TRATO: CAPÍTULO 25

 


De repente, él estaba allí. Cuando ella fue a girar en el segundo descansillo de la escalera, con la maleta en la mano, casi se tropezó con él. Paula se había imaginado casi cualquier forma de encontrarse de nuevo con él, pero la realidad la sorprendió. El corazón se le aceleró cuando lo vio cara a cara y se quedó con la boca abierta y la mente en blanco.


—Ho… hola —logró decir.


Si Paula hubiera tenido la suficiente presencia de ánimo como para fijarse, habría visto claramente que la sorpresa de Pedro era tan grande o mayor que la suya. Se había deslizado en la casa sin que nadie lo supiera, esperando poder llegar al apartamento de Brian antes de que nadie bajara a cenar. Quería darse una ducha, afeitarse y refrescarse después del agotador viaje. Esperaba estar así listo para la batalla con Paula, si era necesario durante la cena, aunque hubiera gente a su alrededor.


Pero encontrársela así le había destruido todos sus planes. Una vez más se vio reducido a actuar como un escolar, sin saber lo que decir ni cómo actuar. Bueno, sí sabía lo que quería hacer. Le gustaría abrazarla, respirar su olor, sentir su calor. No estaba preparado para la ferocidad con que le asaltó esa necesidad y se agarró a la barandilla para detenerse.


—Hola —le contestó casi sin respiración.


Ella tomó buena nota de su agitación, pero no quiso analizarla en ese momento. Estaba demasiado ocupada mirándolo. Parecía cansado, como si llevara más de un día con la misma ropa puesta. Eso debía de haberla hecho reflexionar; pero fue su mirada la que la afectó más que cualquier otra cosa. No reflejaba ninguna emoción. No podía ver nada en ella, excepto quizás un toque de cautela. ¿Contra qué estaría prevenido? ¡Ciertamente no contra ella!


—No esperaba que volvieras hasta el fin de semana —le dijo.


Se había prometido a sí misma que no le mencionaría el hecho de que no la hubiera llamado.


—Todo ha ido más deprisa de lo que había pensado. Las reuniones fueron muy rápidas y así pudimos terminar con todos los negocios antes —le dijo y se preguntó por qué le estaría contando todo eso. No le debía ninguna explicación. Había apresurado todas las reuniones para poder estar cuanto antes de vuelta con ella. Pero ella podría haber sabido sus intenciones si se hubiera puesto al teléfono.


—Debes de haber estado muy ocupado —le dijo Paula.


—Tanto como tú, supongo.


—¿Qué quieres decir?


Pedro estaba mucho más que anonadado. Ciertamente no necesitaba ese interrogatorio en la escalera después de los dos días que había pasado. Tenía que reconocer que ella había tenido la suficiente presencia de ánimo como para hablar de eso nada más llegar. ¡Pero no iba a ponerse a la defensiva ahora!


—Imagínatelo —le dijo él subiendo un par de peldaños; fue entonces cuando se dio cuenta de la maleta.


—¿Te vas a alguna parte?


—Sí, a ver a Mateo.


Pedro frunció el ceño.


—¿No puedes esperar hasta mañana?


—No, ya lo he arreglado para verle a primera hora de la mañana. Me voy a quedar allí esta noche.


—Ya veo. ¿Es necesario que te vayas ahora mismo?


Pedro, son tres horas de carretera y me gustaría irme ya. Además, no veo la diferencia que pueda haber para ti si me marcho.


—Me gustaría ir contigo —le dijo.


Ella hizo una pausa; no se esperaba eso.


—¿Por qué?


—¿Y por qué no? Mateo y yo vamos a tener que conocernos. ¿No le resultaría raro que te dejaras en casa a tu nuevo marido?





EL TRATO: CAPÍTULO 24

 


Terminó de vestirse y lo llamó. Le pusieron inmediatamente con él, lo que era habitual siempre que se llamaban. Había como una regla no escrita para no dejar que el otro esperara demasiado, incluso si uno de ellos tenía que dejar una reunión para contestar a la llamada. Casi era como si disfrutaran del conflicto.


—¡Pedro! ¿Cómo te ha ido en la noche de bodas? Nos sorprendiste a todos. Ella está por ahí, todavía ¿no?


Se refería evidentemente a la forma en que su primera esposa se marchó. Pedro decidió pasar por alto la observación. Él también había aprendido a controlarse con los años.


—¿Qué quieres, Carmichael? Eduardo me dijo que tenías que hablar conmigo. ¿Acerca de qué?


Dario suspiró.


—Siempre igual ¿NPedro? Supongo que eso te viene de la cantidad de tiempo que llevas tomando lecciones de Eduardo.


Pedro apretó los dientes y se esforzó por no colgar.


—Al grano, Carmichael. Ve al grano.


—De acuerdo, al grano. No es ningún secreto que quiero un sitio en vuestro consejo de administración.


—Dime algo que no sepa ya.


—Lo que no sabes, Pedro es que tengo un trato para ti… un trato que os puede proporcionar un montón de dinero que necesitáis para vuestras empre…


—No lo necesitamos…


—Sí, lo necesitáis. Estuve hablando ayer con Patricio Bradly en tu boda. Ese hombre es toda una fuente de información —le dijo Dario haciendo una pausa para darle más dramatismo—. Sé toda la historia.


Pedro maldijo con el pensamiento y tomó nota de que tenía que llamar a Patricio para preguntarle qué demonios pensaba que estaba haciendo.


—Eso no cambia nada, y lo sabes. Las acciones están en la familia ahora que Paula y yo estamos casados. Así que olvídate de lo que hayas oído.


—Por una vez en tu vida, escúchame. Sé razonable. Necesitáis el dinero y yo lo tengo. También querría incluir en el trato Bradford Ltd.


—¿La compañía que le robaste a mi padre?


—Yo no le podría haber robado nunca nada a Roberto Alfonso, y tú lo sabes. Ese hombre fue como un padre para mí… me ayudó a empezar. Yo lo respetaba y le consultaba…


—Y lo mataste. Ahórrame los cumplidos. No estoy interesado en hacer negocios contigo. Ni ahora ni nunca.


—Estás equivocado acerca de tu padre y yo. Si me permites estar contigo una hora, con la mente abierta, te puedo explicar todo.


—Eduardo no estaría nunca de acuerdo en hablar siquiera contigo.


—No se lo estoy pidiendo a Eduardo, sino a ti.


Pedro respiró profundamente.


—Vamos a dejar esto claro. No me interesa. A Edu tampoco y, a Brian tampoco. ¿Entendido?


—¿Y tu mujer? —le preguntó Dario.


Pedro se quedó callado un momento y luego le contestó lentamente.


—Ella en particular tampoco está interesada.


—Ya lo veremos.


—Mantente apartado de ella, Dario.


—No me dejas otra opción. Ya que tú no quieres hablar conmigo, tal vez la señora sea más receptiva a tratar de dinero.


—No va a hablar contigo. Ya le he hablado de ti y de que sólo tienes interés en sus acciones.


—¿Quién ha dicho que esté sólo interesado en sus acciones?


Pedro casi pudo ver su sonrisa a través del teléfono. Se dijo a sí mismo que no tenía que ceder a la provocación pero, en lo que se refería a Paula, sus acciones ya no le pertenecían. Su silencio fue una respuesta suficiente para Dario.


—¿Preocupado, Pedro? ¿A que, después de todos estos años he descubierto tu talón de Aquiles? Hmmm… interesante… Tengo que pensar en esto —le dijo Dario haciendo una pausa—. Haz tú lo mismo.


El «clic» del teléfono le sonó en el oído como una explosión a Pedro. ¿Podría Dario convencer a Paula para que vendiera? Tenía que admitir que la posibilidad estaba allí, en especial si su reciente actitud hacia él era una indicación de sus verdaderos sentimientos.


Colgó lentamente. Tenía que acortar ese viaje y volver a casa.


Tenía que cortejar a su esposa.




viernes, 21 de mayo de 2021

EL TRATO: CAPÍTULO 23

 


Un gemido lo despertó. Pedro tardó un momento en darse cuenta de que había sido él mismo, el que lo había lanzado.


El sueño había sido tan real. Paula estaba debajo suyo, susurrando dulces palabras, excitándolo más allá de lo razonable. Se sentó y se frotó los ojos. Miró el reloj y se dio cuenta de lo tarde que era; no había oído el despertador o, tal vez ni siquiera lo había puesto; no podía recordarlo.


Se puso de pie y se dio cuenta de cómo estaba. Eso tenía que parar. Lo que necesitaba era una ducha bien fría; pero más que eso, tenía que quitarse de la cabeza a esa mujer. Se acordó de algo mientras dejaba correr por su cuerpo el chorro de agua helada, tratando de disminuir su ardor. Tenía que llamar a Carmichael y, si eso no le podía quitar de encima el recuerdo de Paula, es que nada podía hacerlo.


Dario Carmichael. Habían sido unos amigables enemigos durante años, tantos que no lo recordaba. ¿Cuándo habían empezado? ¿En la universidad? ¿O fue ese día en el Club de Campo? Pedro lo recordaba muy claramente. Era uno de esos días que le quemaban en el recuerdo y no podía evitarlo por mucho que lo intentara. Desde ese mismo día, le ardía el rostro cuando lo recordaba por la vergüenza que le daba.


Era sólo un crío entonces, orgulloso, egoísta y que trataba de impresionar a una chica. Ni siquiera recordaba el nombre de la chica, pero eso no era importante. Lo que sí lo era es que había utilizado su apellido, su dinero, su educación y su tontería de adolescente para rebajar a alguien, para ponerlo en su sitio. Ese día lo tenía tan presente como si hubiera sido el día anterior y repasó mentalmente el incidente.


Era verano y él estaba en el Club de Campo. Dario Carmichael trabajaba allí. Venía de una familia de obreros pobres y se había hecho el propósito de mejorar, de hecho eso era algo evidente para todo el mundo que lo conocía. El padre de Pedro le había proporcionado a Dario un trabajo como «caddy» y, cuando terminaba la temporada de golf, hacía sustituciones en la cafetería.


Era uno de esos días en que Pedro venía de la piscina con algunos amigos. Había visto a Darío en la universidad e incluso había hablado con él un par de veces, pero decir que eran amigos hubiera sido una exageración. Darío siempre había sido grande, medía más de un metro ochenta por entonces y sobrepasaba en mucho a Pedro, que todavía no se había desarrollado del todo. El padre de Pedro siempre había hablado muy bien de Darío, ensalzando sus habilidades y su ética de trabajo, lo que siempre le había fastidiado a Pedro, ya que además siempre estaba tratando de agradar al viejo.


A su padre no le hubiera gustado mucho la forma que tuvo de comportarse ese día.


El grupo de chicos se sentó en una mesa al extremo de la cafetería. Dario los miró de vez en cuando, pero siguió limpiando los cristales, aparentemente sin prestarles atención. A Pedro le irritó que no fuera más solícito. Después de todo, estaba allí por su padre.


—¡Eh, tú, chico! —le gritó a Darío.


Recordaba cómo Darío se quedó como helado por un momento y, luego, siguió limpiando, pero más despacio, como controlándose.


—¡Eh, contéstame! ¿Me oyes?


Dario no levantó la mirada de la barra.


—Te oigo, Alfonso, lo mismo que la mitad del club.


Pedro se dirigió entonces a la barra.


—Para ti «señor Alfonso», Carmichael. ¿O es que tus padres no te han enseñado a hablar con tus superiores?


Luego Pedro se dio la vuelta y sonrió a la concurrencia.


Darío se puso aún más colorado de lo que era habitualmente, pero logró mantener la frialdad, lo que enfureció aún más a Pedro.


—¿Qué queréis?


—Unas Coca-Colas. Con mucho hielo. Llévalas a la mesa. Y deprisa.


Pedro le dio un par de golpes a la barra para darle énfasis a la orden y volvió al grupo.


Al cabo de poco tiempo, Darío les acercó una bandeja con cuatro refrescos y se los puso delante a cada uno. Cuando se volvió para marcharse, Pedro derramó deliberadamente su bebida con el codo y su contenido se desparramó por toda la mesa y el suelo. Darío tenía fuego en la mirada y Pedro recordaba que, por un momento, sintió miedo, hasta que la posibilidad de una pelea le inyectó adrenalina en sus venas de adolescente y se dejó de cautelas.


—Límpialo —le dijo—. No te olvides de quién te consiguió este trabajo, Carmichael.


Eso le proporcionó el suficiente sentido común a Darío como para darse la vuelta y traerle otro refresco y una bayeta, pero la forma en que lo miraba se le quedó grabada en la memoria a Pedro, incluso después de tantos años. Se preguntaba si Darío recordaba ese día tan claramente como él.


Cerró el agua y se secó, frotándose más fuertemente de lo que era necesario. Lo que había hecho no tenía nombre, y lo sabía. Ese día había descubierto una sensación de poder, pero ese poder le había dejado un regusto amargo. Con esa victoria vacía había aprendido una lección importante y que nunca olvidaría.


¿Pero a qué precio? Lo que podía haber sido una amistad entre dos chicos brillantes se había transformado en una larga batalla. Nunca dijo que sentía lo que había hecho. Realmente lo sentía, pero la oportunidad no se le había presentado nunca. Y así la herida se había agrandado, como su enemigo; se había hecho mayor, más importante, más poderoso de lo que cualquiera se podría haber imaginado ese día de verano, hacía ya tanto tiempo.


Dario se dedicaba desde hacía tiempo a perseguir cualquier cosa que quisieran los Alfonso; Pedro recordaba también cuando se les adelantó en un trato que se suponía que era totalmente secreto. Roberto Alfonso murió poco después de eso y Pedro estaba convencido de que se había debido al disgusto que se llevó porque Darío se les adelantara.


Él podía perdonar y olvidar muchas cosas, pero no ésa, en particular por la ayuda que su padre siempre le había prestado a Darío a lo largo de los años. Le parecía especialmente cruel que Darío se lo devolviera de esa manera. Más de una vez se había preguntado si no sería ésa la forma que había tenido Dario de devolvérsela a él. Era una culpa que arrastraba y que nadie más sabía, salvo posiblemente Dario.