Podía haberla llamado.
Era casi medianoche cuando Paula se metió en la cama. Las sábanas estaban recién limpias y frescas al tacto. Como su corazón. Podía haber hecho algún esfuerzo durante el día para ver si ella estaba viva o muerta con una simple llamada telefónica. Para saber cómo le había ido en su primer día en su casa. Era una cortesía que se debía a cualquier huésped, mucho más a una esposa.
Mil lágrimas le corrieron por el rostro por enésima vez en ese día. ¿Sería que no le importaba? ¿Es que lo que habían hecho la noche anterior no había significado nada para él? ¿Sería un tipo sin corazón?
Enterró la cabeza en la almohada, mojándola con las lágrimas. Durante horas se dijo que llamaría, incluso cuando sonó el teléfono a eso de las once, el corazón le dio un salto. Seguramente era él. Había tenido un día largo y duro y no debía haberla podido llamar hasta entonces.
Pero nadie fue a buscarla. Tenía que afrontar el hecho de que no le importaba como persona. Era un trato de negocios, el quince por ciento de la compañía y nada más. Por otra parte ¿quién podría culparlo por lo de la otra noche? No es que ella le hubiera echado a palos de su lado, precisamente. ¿Qué hombre de sangre caliente hubiera dejado pasar a una mujer que se le hubiera puesto tan a tiro? No era raro que no llamara, debía de estar alucinado con la virgen hambrienta que se había encontrado y que prácticamente le había obligado a hacer el amor con ella. ¡Qué horrible! Dios, esperaba que no volviera nunca de ese viaje.
Bueno, tenía que crecer alguna vez, se dijo a sí misma. Eso era la vida real, no la casa de muñecas que era la de J.C.
Trató de pensar en alguna otra cosa.
Recordó lo que había sido su primera cena en la casa de los Alfonso. La siempre elegante Eleonora estaba sentada al final de la mesa con el siempre serio Eduardo delante suyo. La comida, por supuesto, estaba exquisita. Los niños, Gabriel y Laura eran encantadores y se portaban magníficamente. La educación que recibían en un colegio privado se veía en su comportamiento en la mesa y la forma de hablar. Paula no se hubiera sentido más incómoda aunque lo hubiera intentado.
Entonces pensó en la única persona que podía quitarle de la cabeza a Pedro en esos momentos. Había recibido por lo menos una docena de telegramas felicitándola por la boda, pero ninguno de ellos era de esa persona. Eso le dolía. Mateo no sabía que ese matrimonio era un montaje. Podía haberse alegrado por ella, como lo había hecho ella por él durante años.
Había llamado a Carlton esa tarde, pero una vez más, Mateo se había negado a hablar con ella. Tenía que encontrar la forma de arreglar las cosas con él. Patricio la había prevenido de que podía reaccionar de esa manera, pero ella todavía seguía sintiendo que era algo justificado el no decirle a Mateo la verdad acerca de cómo andaban de dinero. Tenía que arreglar ese problema con Mateo antes de que se transformara en algo serio de verdad.
Había quedado con el señor Sagen en que iría a visitarlos dentro de dos días. Tenía que decirle la verdad a Mateo, aunque le costara. Ya no importaba, el daño ya estaba hecho… la boda ya se había celebrado y el trato estaba en marcha. Mateo podría ver que ya no había razón para seguir así. Ella se daba cuenta de que tenía derecho a sentirse dolido y enfadado, pero tenía que encontrar la forma de convencerlo, de que lo había hecho pensando sólo en él y en su bien.
Tenía la cabeza llena de sentimientos confusos y trató de dormir sin conseguirlo.
¿Qué había hecho?