jueves, 20 de mayo de 2021

EL TRATO: CAPÍTULO 18

 


Paula abrió los ojos de repente y trató de oír de nuevo el ruido que la había despertado. Se sentó en la bañera; el agua se había enfriado. Se levantó y salió del agua tomando una gran toalla de baño y poniéndosela delante.


Lo primero que vio Pedro fue ese redondo trasero cuando entró. Paula sintió el aire frío casi en el mismo momento en que oyó abrirse la puerta.


—¡Oh! —dijo y se volvió, dándole la cara a una encantado Pedro.


Por lo menos, parecía encantado. O divertido. O idiotizado. No estaba segura de qué. Se había quedado allí muy quieto, mirándola de una forma muy extraña, casi sonriendo, como tonto. Parecía como si le hubiera dado algo.


Se quedaron mirándose a los ojos y Paula notó cómo empezaba a ponerse colorada. La mirada de Pedro se hundió en ella y empezó también a darse cuenta de un ruido bajo y profundo. Tardó un momento en darse cuenta de que era ella quien lo producía, ya que había dejado de mirarla a la cara y le estaba recorriendo ese magnífico cuerpo con la mirada. Se había quedado helada. Sus calzoncillos no dejaban absolutamente nada a la imaginación y, a pesar de que lo intentó, no pudo apartar los ojos de esa parte de su anatomía.


Un escalofrío la devolvió al presente y se dio cuenta de que ni siquiera se había envuelto con la toalla, sino que la tenía apretada contra los pechos. Bajó la mirada de mala gana y se envolvió en ella.


—¿Qué estás haciendo aquí? —le preguntó.


Pedro tardó un momento en contestar, la seguía mirando de esa forma extraña.


—Uh, estaba a punto de preguntarte lo mismo a ti.


—Me trajeron a estas habitaciones —dijo ella—. Suponía que era aquí donde me iba a quedar.


—Son las mías.


—Eso es evidente. También que se suponía que tú no te ibas a quedar aquí esta noche.


Él vio cómo empezaba a enfadarse y no quería provocarla, por lo menos no de esa manera.


—Lo siento. No vi tu equipaje, si no hubiera supuesto que estabas aquí. Supongo que di por hecho que te quedarías en la zona de invitados. Por favor, discúlpame por interrumpirte.


Paula lo miró a la cara. Su tono de voz parecía sincero y al fin y al cabo, comprensible.


—Está bien —le dijo aproximándose a la puerta.


Él se apartó para dejarla pasar.


Pero cuando ella entró en contacto con él, Pedro puso el brazo atravesado en la puerta, bloqueándola. Ella se volvió para ver lo que quería y su mirada la volvió a dejar helada. Los músculos del abdomen se le hicieron un nudo cuando la respiración de Pedro la removió los mechones del flequillo. Sabía que tenía que apartarlo, pero no podía. Era incapaz de cualquier pensamiento racional. Todo lo que podía hacer era quedarse allí, esperando lo que fuera que él hubiera pensado hacer y más que lista para ello.


Pedro levantó una mano y le quitó una horquilla del cabello. Ella la oyó caer al suelo como si estuviera muy lejos y él le pasó los dedos por el cabello, luego bajo la cabeza con un movimiento lento e inevitable hacia la suya. Ella la levantó para encontrarlo a mitad de camino.


—Tengo que saber —dijo Pedro—, si era real.


Se estaba refiriendo al apasionado beso que se dieron en el altar, sin duda. Ella se dejó llevar y él dejó caer los brazos y la tomó de la cintura, apoyándose en el quicio de la puerta, acercándosela más a su cuerpo, con los brazos completamente llenos de ella.


Paula abrió la boca más aún para profundizar en el beso y la lengua de Pedro le entró en la boca, buscando y encontrando la suya. Sabía a coñac y sus sentidos se rindieron ante ese asalto. Él la estaba devorando, hurgando profundamente en el interior de su boca con la lengua. A ella no la habían besado nunca de esa manera, ni se lo había imaginado. Era intoxicante. Se sentía tan bien, tan fuerte, tan vital. Le pasó las manos por la espalda y le tocó los sólidos músculos y él bajó las suyas hasta abarcarle el trasero, casi levantándola del suelo.


Que él estaba completamente excitado estaba claro como el agua, y era especialmente evidente teniendo en cuenta la poca ropa que había entre ellos. Paula acercó aún más su cuerpo contra el de él, disfrutando de las sensaciones. Quería estar tan cerca de él como le fuera posible. Quería hacer desaparecer toda la tela y sentirlo, todo él, sin ninguna barrera. Quería más, mucho más que sus besos. Quería que la tocara, que la acariciara de la forma más primitiva y elemental que podían hacerlo un hombre y una mujer.




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