jueves, 20 de mayo de 2021

EL TRATO: CAPÍTULO 20

 


Él la besó y dejó caer todo su peso sobre ella, perdiéndose en su suavidad. Ninguna otra mujer le había hecho sentirse así, como flotando en el aire. Le levantó las piernas y se acercó con mucho cuidado hasta que notó su rigidez. Tardó un momento en comprender por qué y, cuándo lo hizo se quedó helado. Levantó la cabeza y se quedó mirándola.


—¿Paula?


La expresión de incredulidad de su rostro lo decía todo.


—No, Pedro, por favor, no te pares. Quiero que me… Te deseo.


Él empezó a agitar la cabeza, pero ella se la tomo entre las manos y lo besó. Puso el corazón en ese beso, todo su deseo, toda su soledad, todo el amor de su vida en una plegaria desesperada para que él continuara. Estaba tan cerca de tenerlo todo. Arqueó las caderas, urgiéndole a que siguiera, apretándose contra él para disipar cualquier duda que pudiera tener.


Con un sonido gutural en la garganta, Pedro se metió en ella, abriendo su camino de una vez por todas. Hacer el amor con Paula era algo temerario para él. Lo único que quería era darle placer, de todas las formas, como ella se lo estaba dando a él. Era perfecta y no quería hacerle daño.


Paula estaba en una meseta que sabía que existía, pero en la que sólo había podido soñar. Sentía el poder del cuerpo de Pedro llenarla con un plenitud indescriptible. Había en su interior una fuerza creciente que no la iba a dejar reposar hasta que no llegara a la paz con él. Se fue expandiendo; despacio al principio; luego, de repente, se transformó en una sensación tan increíble, tan atenazante, tan intensa que hasta llegó a tener miedo. Pedro sintió su reacción y la animó a que siguiera.


—Sigue, Paula. No pares, deja que te atrape…


Esas tranquilizadoras palabras la ayudaron a relajarse y esa sensación se transformó en una especie de erupción que le recorrió el cuerpo espasmo tras espasmo. Acercó la boca a su hombro y dijo algo contra la empapada piel, mientras él continuaba empujando en su interior.


Pedro estaba perdiendo el control. Quería seguir así para siempre, pero su cuerpo no iba a cooperar. La fuerza de su clímax estaba aproximándole a él al suyo y se sintió caer. Su mente perdió levemente la consciencia cuando él también alcanzó el punto más alto.


Luego se acabó.


Pedro se apoyó en los codos para quitarle algo de peso de encima. Ella tenía los ojos cerrados y, si no fuera por el latir de una pequeña vena en su frente, se podría haber pensado que estaba durmiendo. Él la miró maravillado. ¿Quién era esa mujer? Su mujer, ¿Pero quién más? Era virgen a pesar de haber estado casada con J.C. durante años. Había estado de acuerdo con ese matrimonio de conveniencia por dinero y seguridad y, a la vez, le había respondido esa noche allí de esa forma apasionada y libre.


Paula abrió los ojos y se encontró con su mirada. Sonrió, estaba demasiado bien como para dejar que la incertidumbre que se leía en ella la preocupara. Sabía que estaba confundido y, en cierta forma, le agradaba. Era tan feliz en ese momento que nadie se lo iba a arruinar. Ni siquiera el poderoso señor Pedro Alfonso.


—Supongo que te estarás haciendo un montón de preguntas.


—Supones bien.


De repente, Paula bostezó. El dispendio de energía que había supuesto hacer el amor la había terminado de agotar. Estaba casi completamente dormida.


—¿Podemos hablar de eso por la mañana?


Pedro, al contrario, estaba completamente despierto y quería saberlo lodo de esa mujer con la que ahora estaba unido por más de una cosa.


—Yo no estaré aquí por la mañana ¿recuerdas? Tengo que irme a California.


—Ummm, sí. Recuerdo algo así —le contestó ella con los ojos cerrados.


Pedro se apartó de ella y le apoyó la cabeza sobre su hombro.


—Paula, tenemos que hablar.


—¿Mmmm?


—He dicho que tenemos que hablar.


Ella se volvió de lado y se acurrucó más contra el calor de su cuerpo.


—Ha sido algo increíble ¿no? —murmuró.


Él sonrió ante una pregunta tan infantil y le levantó la barbilla para que lo mirara. Tenía los párpados semicerrados.


Ella le sonrió completamente dormida o casi. Suspiró un momento cuando Pedro tiró de las mantas y los tapó a los dos.


Pedro tenía que admitir que hacer el amor con ella había sido algo especialmente hermoso, así que abandonó la idea de hablar.


La besó en la frente y sonrió en la oscuridad.


—Ha sido definitivamente increíble.


Bostezó. También él estaba cansado, pero su mente funcionaba como una máquina. De alguna manera, ese viaje que tenía que hacer a la mañana siguiente ya no era tan bienvenido como antes. Se preguntó cómo iba a poder soportar el día. No sólo estaría cansado físicamente por la falta de sueño, sino también mentalmente, por el esfuerzo de ordenar todo lo que había pasado esa tarde y noche, a la vez que intentar concentrarse en los negocios.


Cerró los ojos y esperó que el sueño lo invadiera. ¿No sería maravilloso que Brian hubiera terminado ya él solo con el trato? Sonrió y se pegó al cuerpo que tenía al lado.


¿No sería maravilloso si no tuviera que irse?




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