viernes, 14 de mayo de 2021

FANTASÍAS HECHAS REALIDAD: EPÍLOGO

 


Un año después


Paula no podría haber pedido una boda más romántica. Y no fue en absoluto una boda con lujos y pompa. De hecho, Pedro y ella habían optado por una boda en la playa en Charleston con toda la familia. Se había montado una plataforma con tablas de madera en la arena, sobre la cual se había colocado un pequeño altar, y dos bloques con sillas y un pasillo central adornado con lirios y palmas.


Cuando el sacerdote los proclamó marido y mujer, Pedro y ella se fundieron en su primer beso como marido y mujer. El sol del atardecer le hizo pensar en el viaje de luna de miel que iban a hacer a Grecia, y en los hermosos atardeceres que compartirían allí.


Los invitados aplaudieron, y ella tomó a Olivia en brazos mientras que Pedro hacía lo propio con Baltazar. Y entonces, los dos del brazo se volvieron y avanzaron por el pasillo central. Los rayos del sol arrancaban del mar brillantes destellos, como si estuviese formada por millones de diamantes.


Los gemelos, que ya tenían casi dos años y no paraban de hablar con su lengua de trapo, aplaudieron con los invitados, que los felicitaban a su paso.


Un poco antes de la boda Pedro había ido a ver a un médico para hacerse discretamente unas pruebas de paternidad, y como Paula había pensado desde el principio, sí eran sus hijos. El alivio que había sentido era enorme, y le había dado las gracias a Paula por haberle dado la fuerza necesaria, con su amor, para decidirse a dar ese paso.


El mismo amor que estaban celebrando ese día. El perfume del ramo de Paula, compuesto de lirios, rosas y orquídeas, inundaba el aire. Su vestido era blanco y de organdí, con el cuerpo entallado y finos tirantes. Y sobre sus cabezas sobrevolaba el avión de la Segunda Guerra Mundial con el que Pedro se le había declarado, y que ese día llevaba una pancarta que anunciaba a todo el mundo que decía: «Felicidades, señor y señora Alfonso».


También se habían levantado sobre la arena una gran carpa donde tendría lugar el banquete y tocaría una orquesta de jazz. Paula había dejado que Carla, que se dedicaba al catering, escogiera el menú, y les había diseñado para la ocasión un pastel de bodas precioso que tenía la forma de un castillo de arena.


Y hablando de príncipes y princesas, toda la familia real de los Medina estaba allí, y también el senador Landis y su familia.


También había un área de juegos con niñeras para que los niños estuvieran entretenidos. Para ellos había un menú especial, con magdalenas de chocolate de postre adornadas con conchas de azúcar.


Así era como debía ser, se dijo Paula más tarde, viendo que todo el mundo estaba disfrutando con aquella sencilla y original celebración. También habían invitados a sus padres, y aunque había cosas que no se podían cambiar, en cierto modo aquello la ayudó a estar en paz consigo misma y a que cicatrizaran viejas heridas.


Pedro y ella se habían pasado ese año viendo crecer su relación, fortaleciendo el vínculo que habían sentido entre ellos desde un principio. Y en lo profesional ella también se había esforzado en esos últimos doce meses por reforzar su pequeño negocio. ¿Lo que más le gustaba? Que A-1 se encargaba de la limpieza de los aviones de búsqueda y rescate de la compañía de Pedro. Formaban sólo una parte pequeña de su flota, pero eran los más queridos para Pedro.


Los dos estaban viviendo su sueño.


Alzó la vista hacia su flamante marido mientras abrían el baile con un vals, y se encontró con que él también estaba mirándola, con ojos llenos de amor.


–¿Está saliendo todo como tú querías? –le preguntó Pedro.


Paula jugueteó con la flor que Pedro llevaba en el ojal. La floristería se había equivocado con el color al mandar las flores para los caballeros, pero a Paula aquel error le gustó. No todo tenía por qué ser perfecto.


–Está siendo el día más maravilloso de toda mi vida –le respondió.


Y estaba segura de que cada uno de los días siguientes sería aún mejor.





FANTASÍAS HECHAS REALIDAD: CAPITULO 45

 


El avión dio una vuelta más para que todo el aeropuerto pudiese ver la pancarta. Luego descendió, y aterrizó suavemente a sólo unos seis o siete metros de ella.


El motor se apagó, la hélice del morro comenzó a girar más despacio hasta pararse, y cuando se abrió la cabina del piloto salió Pedro… su Pedro.


Paula arrojó a un lado el trapo que tenía en la mano y corrió hacia él. Pedro esbozó una sonrisa enorme y le abrió los brazos. Paula se lanzó a ellos al llegar junto a él y lo besó, allí, delante del personal de mantenimiento de los aviones, que empezaron a silbar y aplaudir cuando Pedro la levantó y giró con ella en sus brazos.


Paula, sin embargo, que era ajena a todo lo que ocurría a su alrededor, se dejó llevar por el momento y se abrazó con fuerza a Pedro. Cuando sus pies volvieron a tocar el suelo todavía le daba vueltas la cabeza. Había lágrimas en los ojos, pero eran lágrimas de felicidad. ¡Qué maravilloso descubrir que el amor podía ser perfecto al aceptar las imperfecciones!


–¿Qué te parece si vamos a algún sitio donde tengamos un poco de intimidad? –le susurró Pedro al oído.


–Pues resulta que estoy limpiando ese avión de ahí, y no vendrá nadie hasta al menos media hora.


Pedro la alzó en volandas, en medio de otra ronda de aplausos de la gente, y echó a andar hacia el avión. Cuando entraron la dejó en el suelo, pero de inmediato volvió a estrecharla entre sus brazos. Ella se rió y le preguntó:

–¿Cómo has sabido dónde estaba?


–El senador Landis y yo somos parientes. Bueno, lejanos: su esposa es hermanastra de la esposa de mi prima –dijo él conduciéndola al sofá de cuero–. Hay unas cuantas cosas que necesitaba decirte.


¿Buenas o malas?, se preguntó ella. Pedro se había puesto tan serio que no podía imaginar si serían lo uno o lo otro.


–De acuerdo, te escucho –respondió cuando se hubieron sentado.


–Me he pasado la última semana negociando con Pamela un nuevo acuerdo sobre la custodia de los gemelos –le explicó tomándola de las manos–. Ahora pasarán más tiempo conmigo, y hemos contratado a una niñera que la ayude cuando estén con ella –bajó la vista a sus manos entrelazadas–. Aún no me siento preparado para hacerme esa prueba de paternidad, y no sé si lo estaré nunca. Lo único que sé es que ese otro tipo que podría ser su padre biológico no quiere saber nada de ellos, así que por el momento quiero que las cosas sigan como están y disfrutar viéndolos crecer.


–Lo entiendo –respondió Paula. Estaba segura que ella haría lo mismo en su lugar–. Perdona que te presionara.


Él le acarició la mejilla con los nudillos.


–Y tú perdona que no me abriera más contigo.


Paula tomó su rostro entre ambas manos.


–Todavía no puedo creerme lo que has hecho; esa aparición estelar en avión… Estás loco, ¿lo sabías? –le dijo sonriendo.


–Estoy loco por ti –respondió él antes de besarle la palma de la mano. Le señaló el avión a través de la ventanilla–. ¿Viste mi mensaje?


–¿Cómo no iba a verlo?


–Pues es lo que siento –los ojos verde esmeralda de Pedro brillaban–. Debí decirte esas palabras aquella noche, en el coche. No, antes de eso. Pero estaba tan preocupado por los niños y lo que había pasado con Pamela… Pero tengo otro mensaje más importante para ti.


Paula le rodeó el cuello con los brazos y jugueteó con su cabello rubio.


–¿Y qué mensaje es ése?


–Cásate conmigo –le pidió Pedro. Al ver que ella iba a interrumpirlo, puso las yemas de los dedos sobre sus labios y le dijo–: sé que esto quizá sea ir demasiado deprisa, sobre todo teniendo en cuenta que en otras cosas he sido bastante lento, pero si necesitas que esperemos un poco seré paciente. Tú lo mereces.


–Gracias, Pedro –respondió ella. Era la primera vez en toda su vida que se sentía plenamente segura de que era una persona tan válida como cualquier otra, y que merecía ser amada. Los dos se merecían ser felices–. Yo también te quiero. Me gusta lo apasionado que eres cuando hacemos el amor, y cómo me empujas a desafiar mis miedos. Me gusta lo tierno que eres con tus hijos, y eres todo lo que podría soñar.


–Te quiero, Paula –murmuró él acariciándole la mejilla–. Te quiero por lo cariñosa que eres con Baltazar y con Olivia, y quiero poder estar a tu lado cuando te exijas demasiado a ti misma, para recordarte que no es necesario que seas perfecta –añadió antes de besarla en los labios–. Me gustas tal y como eres –antes de que Paula pudiese ponerse sensiblera, y a juzgar por las lágrimas que asomaban a sus ojos le faltaba poco, Pedro se irguió y le preguntó–: ¿Nos vamos? ¿Has terminado tu trabajo aquí?


Paula se levantó como un resorte y recogió el cubo del suelo.


–Nos vamos en cuanto tú me digas. ¿Qué tenías pensado?


–Una cita como Dios manda –respondió él–. Voy a llevarte a cenar a un sitio muy romántico –le explicó entre beso y beso–, y luego haremos el amor, y mañana tendremos otra cita… y volveremos a hacer el amor… y al día siguiente igual y…


Ella suspiró contra sus labios.


–Y nos casaremos.


–Y nos casaremos –le prometió él–. Y seremos felices y comeremos perdices.




FANTASÍAS HECHAS REALIDAD: CAPITULO 44

 


Pero luego se quedó pensando, y recordó algo que le había dicho Pedro sobre que, aunque aquel no fuera el momento adecuado, nada en la vida era perfecto. Él no esperaba que ella fuera perfecta y…


De pronto un alboroto fuera interrumpió sus pensamientos. Extrañada, se dirigió hacia la puerta del avión mientras escuchaba fragmentos de conversaciones de la gente.


–¿Qué es eso?


–¿Habéis visto ese avión?


–Creo que es un Thunderbolt P-47…


–¿Eres capaz de leer lo pone?


–Me preguntó quién será esa Paula…


¿Paula? ¿Un avión? Una esperanza que no se atrevía a albergar acudió a su mente, y sintió que un cosquilleo nervioso recorría su piel. Cuando salió a la puerta se detuvo en lo alto de la escalerilla metálica y se hizo visera con la mano para mirar al cielo, como todo el personal de mantenimiento del aeropuerto que andaba por allí y señalaba hacia arriba, hablando entre ellos.


Un avión de la Segunda Guerra Mundial volaba bajo por encima de ellos, un avión que le recordaba a uno que había visto en el hangar de Pedro, y detrás de él ondeaba una pancarta que decía en letras mayúsculas: «¡Te quiero, Paula Chaves!».


A Paula se le cortó el aliento y bajó lentamente los escalones mientras releía el mensaje. Para cuando pisó el asfalto, su mente por fin lo había procesado. Pedro estaba intentando volver a ganársela. A pesar de que no estaba en el momento adecuado para iniciar una relación, a pesar de los temores irracionales que ella tenía.


Pedro estaba tratando de decirle que no le importaba que ella no fuera perfecta, ni que las circunstancias no fueran perfectas. A ella tampoco le importaba que él no fuera perfecto, y estaba deseando que aterrizase para poder decírselo.




jueves, 13 de mayo de 2021

FANTASÍAS HECHAS REALIDAD: CAPITULO 43

 


Desde que creara su propia empresa de limpieza de aviones privados, Paula Chaves había encontrado un sinfín de objetos que la gente se dejaba olvidados, y había de todo. La mayoría de las veces eran cosas como por ejemplo un smartphone, una tablet, una carpeta, un reloj… Siempre se aseguraba de hacérselos llegar a su dueño. Pero también había encontrado cosas más comprometidas, como unas braguitas, unos boxers, y hasta algún juguete erótico. Todas esas cosas las recogía con unos guantes de látex y las tiraba a la basura.


Sin embargo, el chupete que se encontró ese día junto a un asiento le recordó a los dos gemelos que se había encontrado en el avión de Pedro hacía ya casi dos semanas. Sintió una punzada en el pecho al pensar en ellos y en su padre y los ojos se le llenaron de lágrimas.


Bien sabía Dios que había llorado más que suficiente desde aquella noche en la que había salido corriendo del coche de Pedro tras la horrible discusión que habían tenido. Aquello era más doloroso que cuando se había divorciado de Alejandro. De hecho, el fin de su matrimonio había sido un alivio. El perder a Pedro, en cambio, la había dejado destrozada. No podía negar que lo amaba, muchísimo, y él la había dejado marchar.


Casi había esperado que la siguiera o que hiciera algo típico, como mandarle montones de ramos de flores, cada uno con una nota de disculpa. Pero no había hecho nada de eso; había permanecido en silencio. ¿Lo habría hecho para darle tiempo, como ella le había pedido? ¿O simplemente se había alejado de ella?


Claro que en los últimos días no había hecho más que pensar que se había comportado de un modo ridículo. Le había dicho a Pedro que ahora era más fuerte, pero la verdadera fuerza interior de una persona no estaba en discutir y marcharse enfadada. No, una persona fuerte lucharía, se comprometería, y encontraría una solución justa para ambas partes.


Además, ¿qué derecho tenía a condenarlo porque no le hubiese contado de inmediato todos sus secretos? No había sido justa. Sí, Pedro no se había abierto del todo, pero había sido honrado con ella y todo lo que le había prometido lo había cumplido. ¿Por qué no se habría dado cuenta de aquello hacía unos días? Podría haberse ahorrado tanto dolor…


Probablemente porque había escondido la cabeza en la arena, como las avestruces, se había hinchado a llorar, y se había volcado en el papeleo de la oficina para no pensar.


Paseó la mirada por el interior del lujoso avión privado del senador Landis, en el aeropuerto de Charleston, y luego bajó la vista de nuevo al chupete en su mano. Se preguntó cómo estarían Baltazar y Olivia. Los echaba mucho de menos.


Había sido a sí misma a quien había hecho más daño con su actitud, se dijo, sintiendo que los ojos se le llenaban de lágrimas de nuevo. Suspiró y arrojó el chupete en la bolsa de la basura. Luego, con un paño húmedo frotó el cristal de una de las ventanillas hasta dejarlo perfecto. Ojalá los problemas en la vida pudiesen solucionarse con tanta facilidad, se dijo.



FANTASÍAS HECHAS REALIDAD: CAPITULO 42

 


Hicieron el resto del trayecto en silencio, cada uno en sus pensamientos. ¿Cómo podía ser que de pronto todo se hubiera ido al traste?, se preguntó Pedro. De acuerdo, no le había dicho que Pamela lo había engañado, pero antes o después lo habría hecho.


Cuando detuvo el coche frente al bloque de Paula, ella no le dio opción a decir nada.


–Adiós, Pedro –murmuró.


Se bajó y echó a correr hacia el portal. Pedro hizo ademán de seguirla, pero para cuando salió del coche y rodeó ella ya había entrado en el edificio.


Se sentía tremendamente frustrado cuando volvió a sentarse al volante. No comprendía por qué de repente Paula se estaba comportando de esa manera. Había estado apretando su bolso durante todo el trayecto como si estuviese ansiosa por bajarse del coche y perderlo de vista. Debía haber estrujado por completo la carpeta que le había dado.


Un feo y oscuro pensamiento cruzó por su mente.


¿Y si Paula sólo había querido aquellos contactos, y ahora que ya los tenía estaba buscando la manera de zafarse de él? Lo había utilizado, se dijo, igual que Pamela.


Sin embargo, desechó aquel pensamiento de inmediato. Paula no era como Pamela. Procedían de entornos similares, sí, pero Paula se había liberado de las cadenas que la sofocaban, que hacían de ella una persona dependiente. Estaba abriéndose camino en el mundo a base de honradez y trabajo, y había sido sincera con él desde el principio.


De hecho, tenía razón en que era él quien no se había abierto del todo. Echó la cabeza hacia atrás, golpeándose contra el respaldo del asiento. Arrastraba tanto malestar por lo que le había hecho Pamela, que sentía aquello como un fracaso personal. Pensándolo bien, sentía celos en cierto modo de otras parejas que sí eran felices, como sus primos, y quizá fuera ése el motivo por el que de un tiempo a esa parte no tenía mucho trato con ellos. Sí, se había mudado a Charleston para estar más cerca de ellos, pero no se había abierto a ellos, sino que había construido un muro que lo separaba del mundo. No estaba siendo justo con sus primos, ni tampoco con Paula.


¿Qué podía hacer? Si intentaba hablar con Paula sólo conseguiría enfadarla aún más, o peor: hacerla llorar. No, tenía que esperar a que se calmase, y luego tendría que intentar acercase a ella con algo más que palabras. Tenía que demostrarle con hechos lo especial que era para él, lo importante que era para él, cuánto la amaba.


Amor… Aquella palabra flotó en su mente hasta posarse con firmeza. Sí, claro que la amaba, y ella merecía saberlo.


Pero… ¿y si a pesar de todo seguía sin querer saber nada de él? Entonces tendría que esforzarse más. Creía en lo que habían compartido en esos días, y si nunca se había rendido en lo profesional, por mucho que la gente había intentado hacerle renunciar a sus sueños, ¿por qué iba a hacerlo en lo personal? Estaba decidido a ganarse el corazón de Paula.



FANTASÍAS HECHAS REALIDAD: CAPITULO 41

 


Pedro quería a Paula en su cama pero también en su vida. Cuando la llevaba en coche a su casa, un apartamento en el centro de Charleston, después de ir a ver a su nuevo sobrino, no podía dejar de pensar en lo bien que se sentía con ella sentada a su lado en el coche en ese momento.


Esperaba poder persuadirla para que, cuando llegaran, metiera algo de ropa en una bolsa de viaje y se fuera con él a su casa.


La miró de reojo. Paula iba con la cabeza apoyada en la ventanilla, y de repente parecía muy seria.


–Dime, ¿en qué piensas? –le preguntó preocupado.


Paula sacudió la cabeza ligeramente, pero no se giró hacia él. Simplemente siguió con la vista fija en la ventanilla, aunque tenía la mirada perdida. Abrazó el bolso contra su pecho, y se oyó crujir dentro la carpeta que él le había dado.


–En nada –murmuró.


–Sea lo que sea quiero saberlo –le dijo Pedro–; no me creo que no sea nada.


–Los dos estamos cansados –contestó ella, bajando la vista–. Todo esto va muy rápido; necesito un poco de tiempo para pensar.


Pedro no podía creerse lo que estaba oyendo. Esa mañana Paulaa le había preguntado si estaba intentando zafarse de ella, y en ese momento tenía la sensación de que eso era precisamente lo que ella estaba haciendo.


–¿Estás dando marcha atrás?


–Tal vez –admitió ella.


–¿Por qué? –quiso saber él.


Pedro, me he esforzado mucho para recomponer mi vida; dos veces: una cuando era una adolescente, y otra después de mi divorcio. El salir victoriosa de esas dos batallas me hizo más fuerte, pero todavía siento que tengo que tener mucho cuidado para no volver a poner a poner en peligro mi autoestima.


¿Qué diablos…? No debería estar teniendo aquella conversación con ella cuando iba conduciendo, se dijo Pedro. Necesitaba mirar a Paula a la cara y poder centrar en ella toda su atención. Vio un local de comida rápida un poco más adelante y se salió de la carretera cruzando por dos carriles e ignorando las pitadas de los otros conductores. Estacionó el coche en el aparcamiento del restaurante, y se volvió hacia Paula apoyando el brazo en el volante.


–A ver si lo he entendido: ¿me estás diciendo que me consideras peligroso para tu autoestima? ¿Qué he hecho yo para que te sientas amenazada?


–Nuestra relación es… quiero decir… –balbució ella–. No lo sé, tengo miedo. Tal vez nos estemos equivocando; puede que lo nuestro no salga bien.


Pedro bajó el brazo del volante y tomó la mano de Paula entre las suyas.


–Toda relación conlleva riesgos –le dijo–, pero yo siento que hay algo especial entre nosotros.


–Yo… me siento confusa. Esta tarde… esta tarde me he abierto a ti como no lo había hecho nunca con nadie –murmuró Paula. Pedro notaba su mano fría entre las suyas–. Pero una relación tiene que ser como una carretera de dos direcciones. ¿Acaso puedes negar que no te estás dando por completo?


¿Que no se estaba dando por completo? ¿Qué más quería de él?


–No entiendo de qué me hablas.


–Tienes dudas respecto a nosotros como pareja –afirmó ella.


–Yo no… eso no es así… No puedo estar seguro al cien por cien de que todo va a salir bien, por supuesto, ¿pero quién podría estarlo? No sé, ¿habría sido mejor que nos hubiéramos conocido dentro de un año? Sí, claro que sí, pero…


–¿Por qué? –lo interrumpió ella.


Maldita sea, estaba cansado y lo único que quería era llevarse a Paula con él a su casa y dormir toda la noche con ella entre sus brazos. Aquélla no era la conversación que quería tener en ese momento. De hecho, preferiría no tenerla nunca.


–Porque dentro de un año mi divorcio no estaría tan reciente, igual que el tuyo. Mis hijos serían un año más mayores, tu negocio estaría más establecido… ¿No te parece que habría sido un momento mucho mejor para los dos?


Paula sacudió la cabeza lentamente.


–Sabes el motivo de mis inseguridades; he sido completamente sincera contigo, y creía que tú lo habías sido conmigo también.


Pedro frunció el ceño. ¿De qué estaba hablando?


–Tu prima Carla me contó lo de Pamela, que te había engañado. Entiendo que eso te haya hecho volverte receloso, pero me habría ayudado saberlo antes.


Pedro se sintió como si tuviera un enjambre de abejas furiosas dentro de la cabeza, sólo que el que estaba furioso era él.


–Carla no tenía ningún derecho a contarte eso –soltó la mano de Paula.


–No le eches la culpa. Ella creía que yo ya lo sabía.


–¿Y en qué momento se suponía que debía haberte contado eso? No es algo que salga así como así en una conversación. «Oye, ¿sabes qué? Resulta que mi ex no está segura de si los niños son míos o no». ¿Esperabas que te dijera eso? –le espetó Pedro apretando los puños–. Pues ya que tanto te interesa saberlo, no me enteré de que me había estado engañando hasta después de casarnos –apretó la mandíbula–. Y ahora dime: ¿dónde quieres ir a cenar? –masculló girándose hacia el frente.


Paula palideció, y una ola de compasión la invadió.


Pedro, yo… lo siento tanto…


–Soy su padre; me da igual lo que diga mi ex –gruñó Pedro, pegándole un puñetazo al volante–. Quiero a mis hijos… –dijo, y se le quebró la voz.


–Lo sé –murmuró ella.


–Me da igual que lleven mi sangre o no –dijo Pedro con pasión, volviéndose hacia ella–. Son míos –añadió golpeándose el pecho.


Paula vaciló antes de preguntarle:

–¿Te has hecho una prueba de paternidad? Se parecen mucho a ti.


Pedro la miró furibundo. No necesitaba ninguna prueba; quería a esos niños.


–No te metas; esto no es asunto tuyo.


Los ojos azules de Paula se llenaron de lágrimas.


–¿Lo ves? A eso me refería: los dos arrastramos problemas, pero yo estoy dispuesta a mirar de frente a los míos y tú en cambio no.


–Por amor de Dios, Paula. Apenas hace una semana que nos conocemos, ¿y ya esperas que te cuente algo así?


–¿Acaso piensas que voy a ir contándolo por ahí? Porque si es así, es que no me conoces en absoluto –le espetó ella–. ¿Sabes qué? Tienes toda la razón. Esto es un error; es un mal momento para ambos empezar una relación.


Pedro no se esperaba aquello.


–No hay nada que podamos hacer respecto a eso.


–Precisamente. Quiero que me lleves a casa y no quiero volver a saber nada de ti.


¿Así iba a acabar todo? ¿A pesar de la química que había entre ellos y de todo lo que habían compartido en esos días iba a cerrarle la puerta en las narices?


–Maldita sea, Paula, la vida no es perfecta. Yo no soy perfecto ni espero de ti tampoco que lo seas. No se trata de todo o nada.


Ella se mordió el labio, y Pedro creyó que tal vez aquello la hubiera hecho recapacitar, pero Paula giró la cabeza hacia la ventanilla de nuevo y no le contestó.


–¿Qué es lo que quieres de mí, Paula?


Ella se volvió hacia él con los ojos nublados por el dolor y las lágrimas.


–Lo que te he dicho: necesito tiempo.


Cerró la boca y giró de nuevo la cabeza hacia la ventanilla. Pedro esperó un buen rato, pero parecía negarse a mirarlo. Suspiró para sus adentros, arrancó el motor de nuevo.



miércoles, 12 de mayo de 2021

FANTASÍAS HECHAS REALIDAD: CAPITULO 40

 


Tal y como pensó Pedro le dijo que iba a pasar a ver a la esposa de su primo, y la dejó frente al cristal de la sala. Al bebé de Victor y Camila apenas se lo veía debajo de la mantita que lo cubría y el gorrito de rayas azules y amarillas que llevaba en la cabeza, pero desde luego era el más grande de todos. Había pesado casi cinco kilos, según le había dicho Pedro.


Una mujer rubia, de unos treinta años, se acercó también al cristal, y Paula se movió un poco para hacerle sitio.


–Es guapo, ¿eh? –dijo señalando hacia el bebé de Victor y Camila–. Y todo ese pelo rubio que tiene…


Paula ladeó la cabeza.


–¿Nos conocemos?


La mujer sonrió, y de pronto Paula reconoció el parecido con Pedro en sus facciones. Debía ser…


–Soy Clara, la prima de Pedro –dijo la mujer, confirmando su deducción. Te vi hablando con él cuando estaba sacando un café de la máquina. Mi hermano Victor es el padre del bebé.


Una cosa habría sido que Pedro la hubiera presentado a su familia, pero aquello resultaba, cuando menos, bastante incómodo.


–Ah, felicidades por tu nuevo sobrino, entonces.


–Gracias. Tenemos mucho que celebrar. Espero que vengas a la próxima reunión familiar –le dijo Carla mirándola a los ojos–. ¿Qué tal el viaje con Pedro y los niños? Son una monada, pero de vez en cuando también pueden ser un poco traviesos.


¿Pedro la había hablado a su familia de ella?


–Sí, bien, aunque una siempre se alegra de volver a casa, claro –respondió–. Y los gemelos ya están otra vez con su madre.


Paige asintió.


–Ya. Pamela es… –exhaló un suspiro–. En fin, Pamela es Pamela, y claro, es su madre. Pedro es un padre estupendo, y se merece tener a una buena mujer a su lado que lo quiera más que… en fin, ya sabes.


A Paula le parecía que no deberían estar hablando de aquello sin que Pedro estuviera delante.


–Bueno, yo no creo que esté en posición de juzgar… Paige se giró hacia ella y se quedó mirándola de un modo casi agresivo, como una leona que protege a sus cachorros.


–Sólo te estoy pidiendo que te portes bien con mi primo. Pamela le hizo mucho daño, y hay días en que me gustaría ir y ponerla verde, pero no lo hago porque quiero a esos niños, sean o no de nuestra sangre. Pero no querría ver que alguien vuelve a traicionarlo, así que por favor, si no vas en serio con él, te pediría que te alejaras lo antes posible de él.


¡Vaya! Paula no se había esperado aquello.


–No sé qué decir, excepto que creo que la lealtad que tienes hacia tu familia me parece admirable –murmuró.


Carla se mordió el labio, como avergonzada.


–Lo siento –se disculpó–. Debería cerrar la boca; estoy hablando de más y seguramente te estaré pareciendo muy grosera. Perdona, deben ser las hormonas: estoy embarazada. Además, es que me pongo furiosa cada vez que pienso en cómo utilizó Pamela a Pedro… y en cómo lo sigue utilizando –se le saltaron las lágrimas–. ¿Ves?


Carla sacó un pañuelo y se alejó, dejando a Paula patidifusa y confundida, pensando en lo que había dicho sobre que los niños fueran o no de su sangre. ¿Qué diablos…? ¿Significaba eso que Pamela había engañado a Pedro?


Pero si él había dicho que se habían divorciado antes incluso de que los gemelos naciesen… En fin, no era que una mujer embarazada no pudiese tener una aventura, aunque no podía imaginar… A menos que Pamela lo hubiese engañado antes de que se casasen y él no se hubiera enterado hasta más tarde.


La asaltó la horrible posibilidad de que los gemelos no fuesen en realidad hijos de Pedro. No, era imposible. Si así fuera Pedro se lo habría dicho. Además, aunque antes de conocerlo había dado por hecho que debía ser como todos esos ricos que no se preocupaban en lo más mínimo por sus hijos, había visto con sus propios ojos cómo los quería, y que trataba de pasar con ellos todo el tiempo que podía.


Además, si lo que sospechaba fuese cierto, ¿por qué no se lo iba a haber dicho? Bueno, no se conocían de hacía tanto, pero ella le había contado todo sobre su pasado. ¿Podía haberle estado ocultando él algo tan importante? Quería pensar que había malinterpretado las palabras de Carla.


En vez de elucubrar, lo mejor sería que le preguntase a Pedro cuando encontrase el momento para hacerlo. Probablemente se reirían por cómo había saltado a esas conclusiones.


Sus ojos se posaron en una familia que había en el otro extremo, mirando por el cristal de la sala. Había un abuelo y una abuela, con sus dos nietos en brazos para que vieran a su nuevo hermanito. Los vínculos familiares eran algo que no se rompía fácilmente.


Lo había visto esa mañana, cuando había visto a Pedro hablando por el ordenador con Pamela acerca de sus hijos. Sí, se había abierto una brecha entre ellos, pero aquello que los unía no se había roto del todo, y había notado incluso una cierta ternura. Si de verdad ella le había sido infiel y Pedro seguía tratándola con cariño a pesar de todo… Paula se quedó pensativa. Daba la impresión de que había asuntos pendientes entre ellos que no habían resuelto.


Puso una mano en el cristal, sintiendo que la melancolía la invadía. Le habría gustado tanto que su familia hubiese sido una familia de verdad… Le gustaría tanto formar su propia familia… Sabía lo que era sentirse como una extraña, alienada, y no quería seguir sintiéndose así.