Pedro quería a Paula en su cama pero también en su vida. Cuando la llevaba en coche a su casa, un apartamento en el centro de Charleston, después de ir a ver a su nuevo sobrino, no podía dejar de pensar en lo bien que se sentía con ella sentada a su lado en el coche en ese momento.
Esperaba poder persuadirla para que, cuando llegaran, metiera algo de ropa en una bolsa de viaje y se fuera con él a su casa.
La miró de reojo. Paula iba con la cabeza apoyada en la ventanilla, y de repente parecía muy seria.
–Dime, ¿en qué piensas? –le preguntó preocupado.
Paula sacudió la cabeza ligeramente, pero no se giró hacia él. Simplemente siguió con la vista fija en la ventanilla, aunque tenía la mirada perdida. Abrazó el bolso contra su pecho, y se oyó crujir dentro la carpeta que él le había dado.
–En nada –murmuró.
–Sea lo que sea quiero saberlo –le dijo Pedro–; no me creo que no sea nada.
–Los dos estamos cansados –contestó ella, bajando la vista–. Todo esto va muy rápido; necesito un poco de tiempo para pensar.
Pedro no podía creerse lo que estaba oyendo. Esa mañana Paulaa le había preguntado si estaba intentando zafarse de ella, y en ese momento tenía la sensación de que eso era precisamente lo que ella estaba haciendo.
–¿Estás dando marcha atrás?
–Tal vez –admitió ella.
–¿Por qué? –quiso saber él.
–Pedro, me he esforzado mucho para recomponer mi vida; dos veces: una cuando era una adolescente, y otra después de mi divorcio. El salir victoriosa de esas dos batallas me hizo más fuerte, pero todavía siento que tengo que tener mucho cuidado para no volver a poner a poner en peligro mi autoestima.
¿Qué diablos…? No debería estar teniendo aquella conversación con ella cuando iba conduciendo, se dijo Pedro. Necesitaba mirar a Paula a la cara y poder centrar en ella toda su atención. Vio un local de comida rápida un poco más adelante y se salió de la carretera cruzando por dos carriles e ignorando las pitadas de los otros conductores. Estacionó el coche en el aparcamiento del restaurante, y se volvió hacia Paula apoyando el brazo en el volante.
–A ver si lo he entendido: ¿me estás diciendo que me consideras peligroso para tu autoestima? ¿Qué he hecho yo para que te sientas amenazada?
–Nuestra relación es… quiero decir… –balbució ella–. No lo sé, tengo miedo. Tal vez nos estemos equivocando; puede que lo nuestro no salga bien.
Pedro bajó el brazo del volante y tomó la mano de Paula entre las suyas.
–Toda relación conlleva riesgos –le dijo–, pero yo siento que hay algo especial entre nosotros.
–Yo… me siento confusa. Esta tarde… esta tarde me he abierto a ti como no lo había hecho nunca con nadie –murmuró Paula. Pedro notaba su mano fría entre las suyas–. Pero una relación tiene que ser como una carretera de dos direcciones. ¿Acaso puedes negar que no te estás dando por completo?
¿Que no se estaba dando por completo? ¿Qué más quería de él?
–No entiendo de qué me hablas.
–Tienes dudas respecto a nosotros como pareja –afirmó ella.
–Yo no… eso no es así… No puedo estar seguro al cien por cien de que todo va a salir bien, por supuesto, ¿pero quién podría estarlo? No sé, ¿habría sido mejor que nos hubiéramos conocido dentro de un año? Sí, claro que sí, pero…
–¿Por qué? –lo interrumpió ella.
Maldita sea, estaba cansado y lo único que quería era llevarse a Paula con él a su casa y dormir toda la noche con ella entre sus brazos. Aquélla no era la conversación que quería tener en ese momento. De hecho, preferiría no tenerla nunca.
–Porque dentro de un año mi divorcio no estaría tan reciente, igual que el tuyo. Mis hijos serían un año más mayores, tu negocio estaría más establecido… ¿No te parece que habría sido un momento mucho mejor para los dos?
Paula sacudió la cabeza lentamente.
–Sabes el motivo de mis inseguridades; he sido completamente sincera contigo, y creía que tú lo habías sido conmigo también.
Pedro frunció el ceño. ¿De qué estaba hablando?
–Tu prima Carla me contó lo de Pamela, que te había engañado. Entiendo que eso te haya hecho volverte receloso, pero me habría ayudado saberlo antes.
Pedro se sintió como si tuviera un enjambre de abejas furiosas dentro de la cabeza, sólo que el que estaba furioso era él.
–Carla no tenía ningún derecho a contarte eso –soltó la mano de Paula.
–No le eches la culpa. Ella creía que yo ya lo sabía.
–¿Y en qué momento se suponía que debía haberte contado eso? No es algo que salga así como así en una conversación. «Oye, ¿sabes qué? Resulta que mi ex no está segura de si los niños son míos o no». ¿Esperabas que te dijera eso? –le espetó Pedro apretando los puños–. Pues ya que tanto te interesa saberlo, no me enteré de que me había estado engañando hasta después de casarnos –apretó la mandíbula–. Y ahora dime: ¿dónde quieres ir a cenar? –masculló girándose hacia el frente.
Paula palideció, y una ola de compasión la invadió.
–Pedro, yo… lo siento tanto…
–Soy su padre; me da igual lo que diga mi ex –gruñó Pedro, pegándole un puñetazo al volante–. Quiero a mis hijos… –dijo, y se le quebró la voz.
–Lo sé –murmuró ella.
–Me da igual que lleven mi sangre o no –dijo Pedro con pasión, volviéndose hacia ella–. Son míos –añadió golpeándose el pecho.
Paula vaciló antes de preguntarle:
–¿Te has hecho una prueba de paternidad? Se parecen mucho a ti.
Pedro la miró furibundo. No necesitaba ninguna prueba; quería a esos niños.
–No te metas; esto no es asunto tuyo.
Los ojos azules de Paula se llenaron de lágrimas.
–¿Lo ves? A eso me refería: los dos arrastramos problemas, pero yo estoy dispuesta a mirar de frente a los míos y tú en cambio no.
–Por amor de Dios, Paula. Apenas hace una semana que nos conocemos, ¿y ya esperas que te cuente algo así?
–¿Acaso piensas que voy a ir contándolo por ahí? Porque si es así, es que no me conoces en absoluto –le espetó ella–. ¿Sabes qué? Tienes toda la razón. Esto es un error; es un mal momento para ambos empezar una relación.
Pedro no se esperaba aquello.
–No hay nada que podamos hacer respecto a eso.
–Precisamente. Quiero que me lleves a casa y no quiero volver a saber nada de ti.
¿Así iba a acabar todo? ¿A pesar de la química que había entre ellos y de todo lo que habían compartido en esos días iba a cerrarle la puerta en las narices?
–Maldita sea, Paula, la vida no es perfecta. Yo no soy perfecto ni espero de ti tampoco que lo seas. No se trata de todo o nada.
Ella se mordió el labio, y Pedro creyó que tal vez aquello la hubiera hecho recapacitar, pero Paula giró la cabeza hacia la ventanilla de nuevo y no le contestó.
–¿Qué es lo que quieres de mí, Paula?
Ella se volvió hacia él con los ojos nublados por el dolor y las lágrimas.
–Lo que te he dicho: necesito tiempo.
Cerró la boca y giró de nuevo la cabeza hacia la ventanilla. Pedro esperó un buen rato, pero parecía negarse a mirarlo. Suspiró para sus adentros, arrancó el motor de nuevo.