miércoles, 12 de mayo de 2021

FANTASÍAS HECHAS REALIDAD: CAPITULO 39

 


Pedro aceleró los motores del Cessna, y el aeroplano avanzó por la superficie del agua más y más rápido hasta que finalmente se elevaron.


Le habría encantado poder pasar unos días más con Paula allí, en Carolina del Norte, y volver a hacer el amor con ella en aquel descapotable, pero no había tiempo.


Tenía que reunirse con Pamela al día siguiente para acordar el nuevo calendario de visitas. Cada vez que tenían una de esas negociaciones con sus abogados lo pasaba fatal. Le preocupaba que Pamela sacara a relucir sus dudas de que no fuera el padre biológico de los niños y que le pidiera que se hiciese una prueba de paternidad. Quería a Baltazar y a Olivia con toda su alma, y lo aterraba que resultase no ser el padre y le retirasen la custodia.


¿Por qué no podía ser la vida más sencilla? Lo único que quería era disfrutar viendo crecer a sus hijos, como cualquier padre. Igual que su prima Carla estaba haciendo con sus hijas. Igual que su primo Victor y su esposa Camila, que acababan de tener otro hijo. Aquello le recordó que ni siquiera los había llamado para felicitarlos. Tenía que pasarse a visitarlos.


Y también tendría que presentarle al resto de la familia a Paula. La familia era muy importante para él.


–Me cuesta creer todo lo que hemos hecho desde esta mañana. Nos levantamos en Florida, volamos hasta Carolina del Sur, fuimos a Carolina del Norte a almorzar, y ahora volvemos a casa de nuevo.


–Y aún te debo una cena, aunque me parece que vamos a cenar un poco tarde.


–¿Podemos tomarla desnudos?


–Siempre y cuando estemos a solas, por mí perfecto.


Paula se rió.


–Pues claro que me refería a cenar a solas. No puedo negar que me ha encantado hacerlo en el descapotable, pero no soy una exhibicionista.


–Me alegra oír eso –respondió él mirándola de un modo posesivo–, porque nunca se me ha dado bien compartir con otros lo que me gusta.


Paula bajó la vista a la falda de su vestido y la alisó con la mano.


–Te agradezco que no me miraras como a un bicho raro cuando te hice esa confidencia en el restaurante.


–¿Cómo iba a mirarte como un bicho raro? Te admiro por cómo fuiste capaz de levantarte y devolverle a la vida los golpes después de lo que pasaste –replicó él.


–Gracias. No pienso dejar que nadie más me quite nada más, ni mis padres, ni mi ex.


–Ésa es exactamente la actitud a la que me refería.


–Ya, aunque aún hay veces que tengo miedo de volver a caer –dijo ella volviendo la cabeza hacia él–. No te imaginas el poder que puede tener sobre ti algo tan insignificante como un trozo de tarta de queso. Supongo que sonará raro, pero es verdad.


–Explícamelo –le pidió él.


Paula miró al frente, al cielo cuajado de estrellas.


–A veces, cuando tengo delante un trozo de tarta de queso lo miro y recuerdo lo que era cuando me moría por comerme uno pero empezaba a pensar cuántas calorías había tomado ya ese día, y cuántos largos tendría que hacer en la piscina para quemar las calorías de ese trozo de tarta. Y luego pensaba en lo decepcionada que se sentiría mi madre si me subía a la báscula la mañana siguiente y veía que había engordado quinientos gramos.


¿Qué? ¿Su madre la pesaba cada mañana? Se esforzó por escucharla sin dejar entrever sus emociones, aunque en realidad lo que quería hacer en ese momento era ir donde estaban sus padres y… Ni siquiera sabía lo que les haría. ¿Cómo habían podido hacerle aquello?


–Ojalá te hubiera conocido entonces para haber podido ayudarte.


Ella esbozó una débil sonrisa, puso una mano sobre su brazo y se lo apretó suavemente para darle las gracias.


De pronto a Pedro se le ocurrió dónde podía llevar a Paula.


–¿Sabes qué? –le dijo–. Creo que vamos a hacer otra parada antes de que te lleve a casa.


De todos los sitios a los que Paula había pensado que Pedro podría llevarla, el último que se le habría ocurrido era un hospital.


Cuando aterrizaron Pedro le dijo que quería ir a ver al hijo recién nacido de su primo Victor. A Paula se le había subido el corazón a la garganta al oír eso. ¡Un recién nacido!


Se notó las manos frías y sudorosas cuando se frotó los brazos con ellas. ¿Le estaba entrando pánico porque iban a ver a un recién nacido, o porque los hospitales le recordaban a la clínica en la que había estado ingresada? En ese momento tenía las emociones tan a flor de piel que no habría sabido responder a esa pregunta.


Se estaba comportando como una tonta. Ella ni siquiera iba a entrar; entraría Pedro solo y ella se quedaría esperándolo. Además probablemente no estarían allí mucho tiempo, y en cuanto estuvieran fuera del edificio sus fosas nasales quedarían libres de ese penetrante olor a antiséptico que flotaba en el ambiente.





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