Una sensación de déjà vu invadió a Paula ante aquel parecido. Podrían haber sido su madre y ella años atrás. Además, a Paula le había parecido ver en Pamela la misma fragilidad que ella había tenido hacía años, la misma falta de confianza en sí misma.
Tener unos padres ricos hacía que vivieses rodeada de lujos, pero también podía hacer que una persona sintiese que no valía nada, que no podía hacer nada por sí misma. A ella sus padres se lo habían dado todo; incluso habían sobornado al director de su instituto para que obtuviese buenas notas, y aquello no había estado bien.
Igual que no estaría bien disculpar el comportamiento imprudente de Pamela, que había dejado a sus hijos porque necesitaba un descanso. Sí, entendía que se hubiese sentido abrumada, pero su familia tenía dinero; podría haber contratado a una persona que la ayudase con los niños en vez de esperar a que se lo propusiese Pedro. Había cientos de opciones mejores a dejar a sus hijos solos dentro de un avión.
Paula apretó los puños, llena de frustración. Aquello no era asunto suyo, ni había nada que ella pudiera hacer. No eran sus hijos. Era a Pedro a quien le correspondía solucionar aquella situación. Se sentó en un sofá decidida a no pensar más en eso, y trató de distraerse fijándose en lo que la rodeaba, pero los minutos parecían pasar muy despacio.
Cuando por fin se abrió la puerta se levantó como un resorte. Pedro se detuvo ante ella muy serio, y dejó caer los brazos junto a sus costados.
Paula le puso una mano en el hombro y se lo apretó suavemente.
–¿Estás bien? –le preguntó.
–Un poco preocupado, pero se me pasará –respondió él en un tono algo seco, apartándose de ella.
Hacía sólo unos minutos la había besado, y ahora de repente se mostraba distante. ¿Habría sido el beso sólo una pantomima? No, no creía que lo hubiese sido. Si no la quería allí, si necesitaba estar a solas, lo dejaría tranquilo, se dijo dirigiéndose hacia la puerta.
–Paula, espera –la llamó él–. Aún tenemos asuntos pendientes; los negocios son los negocios.
¿Negocios? No era precisamente lo que había esperado oír.
–¿A qué te refieres?
Pedro fue hasta su escritorio y sacó una carpeta de un cajón.
–Te hice una promesa cuando accediste a ayudarme con los niños. Esta mañana, antes de hablar con Pamela, hice algunas llamadas. Os he conseguido a tu socia y a ti cuatro entrevistas con cuatro clientes potenciales –dijo pasándole la carpeta–. El primero de la lista es el senador Matthew Landis.
Paula tomó la carpeta. El senador Landis… Llevaba mucho tiempo ambicionando una oportunidad así, pero de pronto tenía la sensación de que Pedro estaba intentando zafarse de ella. Bueno, sí, era lo que habían acordado, pero era como si quisiera acabar con aquello cuanto antes para perderla de vista. Apretó la carpeta entre sus manos.
–Gracias. Es… es estupendo; te lo agradezco.
–Bueno, tendrás que conseguir convencerlos, naturalmente, que es la parte más difícil. Pero le pedí a mi secretaria que preparara unas notas que pueden ayudarte a mejorar tu propuesta.
No le había dejado dinero en la cómoda, como a una prostituta, pero era como Paula se sentía con aquella transacción, teniendo en cuenta lo que habían compartido y lo que podía haber habido entre ellos.
–No sé cómo darte las gracias, de verdad –murmuró Paula.
Apretó la carpeta contra su pecho, preguntándose por qué aquella victoria parecía tan vacía. Hacía sólo unos días habría dado lo que fuera por la información que contenía esa carpeta.
–No, soy yo quien tiene que darte las gracias. Es lo que acordamos, y yo me he limitado a cumplir mi palabra –respondió él–. Y aunque siento de verdad no poder hacer un contrato con tu empresa, he dado instrucciones para que a partir de ahora sea la primera opción cuando sea necesario subcontratar los servicios de limpieza.
Paula no sabía si sentirse dolida o furiosa.
–Ya veo. Bueno, entonces supongo que nuestros asuntos han concluido.
–Yo diría que sí.
No estaba dolida; estaba furiosa. ¿Cómo tratarla de esa manera? Habían dormido juntos, y él la había besado delante de su ex. Se merecía algo mejor que aquello. Plantó la carpeta sobre la mesa y le preguntó:
–¿Estás intentando zafarte de mí?
Él dio un respingo y parpadeó.
–¿Qué diablos te hace pensar eso?
–Para empezar lo frío que llevas conmigo todo el día –le espetó ella, cruzándose de brazos.
–Sólo quería dejar cerrado este asunto porque a partir de este momento, si vamos a seguir viéndonos, será sólo por motivos personales.
Pedro la asió por los hombros.
–Ahora que ya no hay intereses de por medio; no tenemos por qué reprimir lo que sentimos.
Paula alzó la vista hacia él.
–Entonces… ¿me estás diciendo que quieres que pasemos más tiempo juntos?
–Sí, eso es lo que estoy intentando decirte. Tú te has tomado el fin de semana libre y aún no es siquiera la hora de comer, así que… ¿por qué no pasamos el día juntos, sin niños, y olvidándonos del trabajo? –le propuso Pedro, echándole hacia atrás el cabello–. No sé si lo nuestro llegará a alguna parte, y hay mil razones por las que éste no es el momento adecuado, pero no puedo dejar que te alejes de mí sin que al menos nos hayamos dado una oportunidad.
Estar con aquel hombre era como una montaña rusa. En un momento se mostraba muy intenso, al siguiente, malhumorado, luego feliz, después sensual… Era verdaderamente intrigante.
–De acuerdo. Entonces, invítame a comer.
Pedro suspiró aliviado, como si hubiera estado conteniendo el aliento, y le rodeó la cintura con los brazos.
–¿Dónde te gustaría ir? Puedo llevarte a cualquier parte del país. Hasta podría llevarte a cualquier parte del mundo si vas a por tu pasaporte.
Ella se rió.
–Por esta vez creo que me conformaré con un sitio dentro del país.
¿Por esta vez?, se repitió a sí misma? El pensar que de verdad lo suyo pudiera funcionar, y que pudiesen haber otras veces la hizo estremecerse de placer.
–Y en cuanto a dónde… tú eliges; eres tú quien va a pilotar el avión.
Esas palabras fueron un paso tangible que convertía sus anhelos en realidad, y Paula, aunque ilusionada, no pudo evitar sentir algo de aprehensión. Ya no estaban los negocios de por medio, ni los hijos de Pedro; aquello ya sólo tenía que ver con ellos dos. Había estado explorando cada capa de aquel hombre tan complejo, y ahora ella debía abrirse a él también. Tendría que dar un salto de fe y ver cómo reaccionaría él cuando lo supiese todo sobre ella, cuando le mostrase su lado inseguro, que tan parecida la hacía, en cierto modo, a su ex esposa.