lunes, 10 de mayo de 2021

FANTASÍAS HECHAS REALIDAD: CAPITULO 34

 

Paula sintió que los nervios le atenazaban el estómago cuando bajó la escalerilla del avión privado de Pedro. Ya estaban de regreso en Charleston.


Durante el vuelo no habían tenido oportunidad de discutir qué iba a ser a partir de entonces de lo que había surgido entre ellos. Los niños habían estado revueltos durante la mayor parte del viaje, lo cual no era de extrañar teniendo en cuenta cómo estaban alterando su rutina, y Pedro no había podido dejar la cabina ni un momento porque había bastantes turbulencias.


Apenas había pisado el asfalto de la pista con Olivia en su cadera, cuando se oyó un gritito que provenía de donde estaba el edificio principal del aeropuerto privado, propiedad de la compañía de Pedro. Paula alzó la vista y vio a una mujer pelirroja. Pamela Alfonso.


Llevaba un conjunto de rebeca, suéter de punto y pantalón, y el mismo collar de perlas y los pendientes que le había visto esa mañana, cuando había mantenido aquella conversación por Skype con Pedro.


Pamela echó a correr hacia ellos con los brazos abiertos y una amplia sonrisa, al tiempo que Olivia estiraba sus manos diciendo: «Ma-má, ma-má…».


Pamela la tomó en brazos y la levantó girando con ella.


–¡Cómo te he echado de menos, mi niña! ¿Lo habéis pasado bien con papá? Me he traído vuestro DVD preferido de Winnie the Pooh para que lo veáis en el coche camino de casa.


Dejó de girar y se quedó mirando a Paula con curiosidad. A lo lejos un avión despegó, y Baltazar, que iba en brazos de Pedro, lo señaló con una sonrisa y se puso a dar palmas. Distraída por el entusiasmo de su hijo, Pamela se olvidó de ella un momento y se volvió hacia él.


–Hola, mi niño guapo –dijo besándolo en la frente.


–Creía que íbamos a vernos más tarde para hablar –dijo Pedro, visiblemente tenso.


–Lo sé, pero después de oír las voces de los niños esta mañana estaba deseando verlos. Los echaba tanto de menos que tomé el primer vuelo que pude y me vine para acá. Tu secretaria me dijo a qué hora llegabais –le explicó antes de volverse de nuevo hacia Paula–. ¿Y quién eres tú?


Pedro dio un paso hacia ella.


–Ésta es Paula, una amiga. Como no podía cancelar este viaje ha tenido la amabilidad de tomarse unos días libres para poder echarme una mano con los gemelos. En tu nota decías que ibas a estar fuera dos semanas.


–Sí, pero después de descansar el fin de semana me siento como nueva y lista para ocuparme otra vez de los niños. Además, me toca tenerlos a mí.


Pedro suspiró cansado, y condujo a su ex y a Paula hacia el edificio principal, lejos del ir y venir de camionetas y personal de mantenimiento.


–Pamela, no quiero empezar una pelea, pero lo que te dije esta mañana iba en serio: quiero estar seguro de que no dejarás otra vez a los niños solos sin avisarme si vuelves a sentirte abrumada de nuevo.


–Mi madre está en el coche –dijo Pamela señalando un vehículo aparcado a unos metros, un Mercedes plateado–. Voy a quedarme con ella una temporada, así que no tienes que preocuparte, estaré bien. Pero lo he estado pensando y voy a aceptar tu oferta de buscar a alguien que me ayude con los niños, y también quiero que renegociemos los derechos de visita. Ya hace un par de meses que dejé de darles el pecho, así que creo que tú podrías tenerlos contigo más a menudo.


Pedro no pareció satisfecho al cien por cien con su respuesta, pero asintió.


–De acuerdo, podemos vernos mañana por la mañana en mi despacho, sobre las diez, para empezar con los trámites.


–Estupendo. No sabes cómo me alivia volver a ver a los niños. Este fin de semana me ha dado una nueva perspectiva sobre cómo organizarme mejor –le aseguró Pamela–. ¿Me acompañas a llevarlos al coche? ¿No te importa que te lo robe un momento, verdad? –le preguntó a Paula.


–No, por supuesto que no –respondió ella.


–Será sólo un momento –le dijo Pedro–, pero puedes esperar en mi despacho; hace menos calor –añadió sacándose unas llaves del bolsillo para abrir la puerta que estaba a su derecha.


¿Tenía un despacho allí? Creía que las oficinas de Aviones Privados Alfonso estaba en el centro de la ciudad. Claro que tenía sentido que allí también tuviese un despacho, ya que era su aeropuerto.


–De acuerdo.


Pedro la besó en los labios. No fue un beso largo, ni sensual, pero sí una manera de darle a entender a su ex que había algo entre ellos, y Paula, que no lo esperaba, se quedó un poco sorprendida.


Pamela la miró con creciente curiosidad.


–Gracias por ayudar a Pedro con los niños.


Paula, que no sabía que decir, optó por responder:

–Baltazar y Olivia son un amor; me alegro de haber podido ayudar.


Luego se despidieron, y Paula entró en el despacho mientras ellos se alejaban. Paula cerró la puerta tras de sí y se quedó mirándolos por la ventana. Al volante estaba sentada la que debía ser la madre de Pamela, aunque casi parecía su gemela.




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