jueves, 29 de abril de 2021

NO DEBO ENAMORARME: CAPÍTULO 52

 


Apenas habían llegado al vestíbulo cuando se abrió la puerta principal y apareció Gabriel. Paula esperaba verlo pálido y cansado, pero lo encontró bronceado y con buena cara, como si hubiera estado de vacaciones y no cuidando de una enferma.


Al verlos a los dos sonrió. Se acercó a dar un abrazo a su hijo y después se volvió hacia Paula.


–Mi querida Paula –dijo, agarrándola de las manos–. Me alegro de verte.


Imaginaba un recibimiento más efusivo, pero agradeció que no fuera así porque habría sido muy incómodo que la hubiese besado apasionadamente delante de Pedro.


–Ayer cuando hablamos no me dijiste que pensaras venir –le dijo a Gabriel.


–Quería darte una sorpresa.


Y desde luego lo había conseguido.


Mientras le explicaba dónde estaba Mia, se fijó en que había algo raro en su comportamiento, como si estuviese nervioso, y nunca lo había visto nervioso. Sin embargo ahora que lo tenía delante, a ella le habían desaparecido los nervios. Solo se sentía triste porque lo respetaba profundamente y siempre le querría como amigo, pero se había enamorado de otro.


No podía posponerlo por más tiempo, tenía que acabar con aquella situación cuanto antes.


–Gabriel –le dijo con una sonrisa forzada–. ¿Podríamos hablar en privado?


–Claro. Podemos ir a tu habitación –se volvió hacia Pedro–. Discúlpanos, hijo.


Pedro asintió con evidente tensión. Estaba celoso, pero no podía hacer nada.


Mientras subían las escaleras juntos, Gabriel no la agarró de la mano, se limitó a hablar de banalidades, como habían hecho ya en las últimas conversaciones por teléfono.


Cuando llegaron a la habitación, Paula contuvo la respiración, temiendo que intentara besarla y se viera obligada a apartarlo; le horrorizaba la idea de tener que ser tan cruel con él. Por suerte no se acercó siquiera a ella, ni tampoco se sentó a su lado en el sofá, sino en la silla de enfrente.


Era obvio que estaba nervioso. ¿Le habría dicho alguien algo sobre ellos? ¿Qué iba a decirle si se lo preguntaba directamente?


¿Y si le pedía que se casara con él?


–Gabriel, antes de que digas nada, tengo que decirte yo algo.


–Y yo a ti.


–Yo primero –dijo ella.


–No, creo que es mejor que hable yo antes. Lo que tengo que decirte es bastante importante –dijo con cierta impaciencia.


–Lo mío también –también ella empezaba a impacientarse.


–Paula…


–Gabriel…


Y entonces hablaron los dos al unísono:

–No puedo casarme contigo.




NO DEBO ENAMORARME: CAPÍTULO 51

 


Estaba poniéndose las sandalias cuando Pedro volvió a entrar.


–Lo siento mucho, Pedro. He salido a buscar el teléfono, pero me he tropezado con esa estúpida lámpara –le explicó–. No sé cómo pude quedarme dormida.


–No has sido la única. No pasa nada.


–Claro que pasa –se sentó en el sofá con cara de preocupación y Pedro se sentó a su lado–. Tenemos que hablar.


–No hay nada de qué hablar. Ya le he explicado todo a Claudia y lo entiende.


–Eso no es suficiente. Yo… no puedo seguir así.


–No quiero perderte. Todavía no.


–Está decidido –anunció sin mirarlo–. Pero quiero que sepas que han sido las semanas más felices de mi vida y que jamás te olvidaré.


–Dime que todavía podemos pasar una última noche juntos, que no te vas hasta mañana.


–No puedo –le puso la mano en la mejilla y lo miró a los ojos–. Lo siento.


Pedro se inclinó hacia ella para besarla, pero en ese momento volvieron a llamar a la puerta. Era Claudia otra vez, así que Pedro le dijo que pasara sin molestarse en soltar la mano de Paula.


–Perdónenme, pero pensé que querrían saber que acaba de llegar el coche de su padre. El rey ha vuelto.


Paula y Pedro maldijeron al unísono y se pusieron en pie de un salto al mismo tiempo.


–Ahora mismo bajamos –le dijo a Claudia.


Pedro terminó de vestirse lo más rápido posible. Le temblaban las manos y apenas podía pensar con claridad.


–¿Estás preparada? –le preguntó Pedro.


Paula lo miró unos segundos y meneó la cabeza.


–Yo tampoco –dijo él antes de estrecharla en sus brazos y besarla.


Fue un beso lento e intenso. Su último beso.


–Será mejor que bajemos.




NO DEBO ENAMORARME: CAPÍTULO 50

 


Pedro se despertó con un extraño ruido.


¿Qué demonios era? Tardó unos segundos en darse cuenta de que estaban llamando a su puerta.


Abrió los ojos y miró al reloj, era casi la hora de la cena. Paula y él se habían quedado dormidos. Despertó a Paula y le dijo que era muy tarde.


–Mia debe de haberse despertado hace rato –dijo ella en cuanto reaccionó–. ¿Por qué no me habrá llamado Karina? ¿Qué es ese ruido?


Él fue a abrir después de peinarse un poco con las manos y de ponerse unos pantalones.


–¡Aquí estás! –exclamó Claudia en cuanto abrió la puerta–. La pobre Karina está nerviosísima. Mia se despertó de la siesta hace una hora, pero Karina no encuentra a Paula; no responde al teléfono y no está por ninguna parte. Pensé que a lo mejor tú sabías dónde encontrarla.


Pedro creyó ver cierta sospecha en sus ojos.


–Habrá salido a dar un paseo y se habrá dejado el teléfono. Dame un segundo para vestirme y la encontraré.


A su espalda, Pedro oyó un ¡ay! y un golpe. Se dio media vuelta y se encontró a Paula envuelta en una sábana y tirada en el suelo con el cable de la lámpara de mesa enrollado al tobillo. Pero lo peor de todo era que la puerta estaba completamente abierta y Claudia estaba viendo lo mismo que él.


–Señorita Chaves –dijo Claudia, con evidente tensión–. ¿Podría llamar a Karina y decirle que está bien y que no la han secuestrado?


–Sí, señora –respondió Paula, con la voz temblorosa y las mejillas sonrojadas por la vergüenza.


–¿Podría hablar un momento con usted, Alteza? –le pidió entonces Claudia, y Pedro no tuvo más remedio que salir al pasillo con ella–. ¿En qué estaba pensando? –le preguntó enseguida, con una mirada de reprobación.


A nadie más le habría permitido que lo reprendiera de ese modo, pero Claudia era más un miembro más de la familia que una empleada.


Tuvo que explicarle que ninguno de los dos habían planeado lo sucedido y que, por supuesto, Paula no iba a casarse con su padre.


–¡Eso espero! Su padre merece algo mejor que una mujer capaz de…


–No fue culpa suya –la interrumpió Pedro con voz tajante.


–¿Está dispuesto a poner en peligro la relación con su padre por una aventurilla?


–No, pero sí por la mujer de la que estoy locamente enamorado.


Eso hizo que Claudia retirara la mano y lo mirara boquiabierta.


–¿La ama?


–Es todo lo que jamás habría soñado y todo lo que podría desear. Ella también me ama y eso, teniendo en cuenta mi historial, es absolutamente formidable. Pero Paula se niega rotundamente a hacer nada que pueda interponerse entre mi padre y yo.


–Hace muy bien.


–A veces pienso que me da igual lo que ocurra con mi padre, pero la quiero tanto que jamás haría nada en contra de sus deseos.


–No sé qué decir –admitió Claudia, meneando la cabeza–. Siento que las cosas sean así –le dijo antes de darle un beso y prometerle que la conversación quedaba entre ellos dos.


Pedro dejó a Claudia en el pasillo con cara de tristeza y volvió a la habitación junto a Paula.




miércoles, 28 de abril de 2021

NO DEBO ENAMORARME: CAPÍTULO 49

 


Volvieron al palacio después de un paseo de tres horas en el coche y de una breve parada en un pequeño pueblo para comer. Pedro la acompañó a la habitación de Mia, donde descubrieron que acababa de quedarse dormida.


–Avísame en cuanto se despierte –le pidió Paula a Karina, luego se volvió hacia Pedro y le lanzó una de esas miradas que no dejaba lugar a dudas sobre sus intenciones.


Pero esa vez Pedro propuso que fueran a su habitación, en lugar de a la de ella.


–Pero, Pedro, si alguien nos viera entrar juntos…


–Esa zona del palacio es completamente privada. No tenemos por qué hacer nada, excepto hablar, y podríamos dejar la puerta abierta si tú quieres.


–No sé.


A pesar del riesgo que existía de que los viera algún empleado, Pedro la agarró de la mano.


–No nos queda mucho tiempo. Dame la oportunidad de que al menos comparta contigo una parte de mi vida.


La vio ablandarse frente a sus ojos y finalmente sonrió.


–Está bien.


Los empleados con los que se cruzaron por el camino hacia su habitación se limitaron a saludarlos con una inclinación de cabeza, sin ningún tipo de mirada sospechosa.


–¡Vaya! –exclamó Paula en cuanto abrió la puerta–. Pero esto es todo un apartamento.


–Tiene cocina, despacho, salón y dormitorio.


–Es muy bonito –se volvió hacia él–. Ya puedes cerrar la puerta –otra vez tenía esa mirada.


–Pensé que habíamos dicho que…


–Cierra la puerta, Pedro. Con llave.


Pedro obedeció y luego fue hasta ella, que le pasó la mano por el pecho lentamente antes de empezar a desabrocharle la camisa.


–¿Entonces has cambiado de opinión?


–Puede que sea por el peligro, pero cuanto más nos acercábamos, más excitada estaba –se puso de puntillas y lo besó en la boca–. Y a lo mejor es porque cuando estoy a solas contigo, no puedo controlarme. Sé que está mal, pero es superior a mis fuerzas. Soy una persona horrible, ¿verdad?


–Si lo eres, yo también lo soy –porque el sentimiento era mutuo–. Puede que eso quiera decir que nos merecemos el uno al otro.


Entonces la levantó del suelo y se la echó al hombro, a lo que ella respondió con un grito de sorpresa y con una carcajada.


–¡Pedro! No es que me importe, pero, ¿qué haces?


–Es para demostrarte que no soy tan amable como tú crees –le dijo mientras la llevaba al dormitorio.


–Me queda claro –dijo Paula en cuanto la dejó en el suelo, luego le puso las manos en los hombros, lo tiró de espaldas sobre la cama y lo besó apasionadamente.


Cada vez que hacían el amor pensaba que era imposible que fuera mejor que la anterior, pero Paula siempre acababa superándose. Parecía saber qué tenía que hacer para volverlo completamente loco. Era una amante atrevida, sexy y segura de sí misma. Si había un amante ideal para cada persona, estaba claro que él había encontrado la suya.


Claro que quizá no fuera tanto por sus dotes como amante como por el amor y el cariño que había entre los dos. Estaba pensando eso cuando notó su mano colándosele bajo los pantalones y agarrándole la erección, y apenas pudo seguir pensando. Solo pudo preguntarse cómo sería esa vez, lento y tierno o rápido y apasionado. O quizá pondría esa mirada traviesa y haría algo por lo que muchas mujeres se sonrojarían.


Paula se sentó encima de él y se quitó el vestido.


Rápido y apasionado, pensó él con satisfacción mientras ella bajaba sobre su erección y comenzaba a sentir ya su interior caliente y húmedo. Entonces tuvo que dejar de pensar hasta que, después de alcanzar juntos el clímax y quedar rendidos el uno en los brazos del otro, se dijo a sí mismo que tenía que haber una manera de convencerla para que se quedara.


Pero al mismo tiempo, su conciencia le planteó una nueva duda: ¿para qué?




NO DEBO ENAMORARME: CAPÍTULO 48

 

Después de una semana de lluvias torrenciales, el cielo por fin se despejó y salió el sol, atrayéndolos al exterior a pesar de lo mucho que Pedro habría deseado pasar un día más en la habitación de Paula.


Dejaron a Mia con Karina, que parecía contenta de tener por fin algo que hacer, ya que Paula se hacía cargo de su hija en todo momento, y salieron los dos juntos en su coche.


–Mi abuelo y yo solíamos salir a pasear por el campo en este coche y me contaba historias de cuando era niño. Él se había convertido en rey con solo diecinueve años; en ese momento a mí me parecía emocionante, pero luego fui dándome cuenta de la responsabilidad que implicaba y empezó a preocuparme que mi padre muriera y yo tuviera que reinar sin estar preparado.


Paula guardó silencio unos segundos.


–¿Qué te parece si en lugar de salir a navegar como habías propuesto, me llevas al campo, adonde ibas con tu abuelo?


–¿De verdad?


–Sí. Me encantaría ver los lugares a los que te llevaba.


–¿No te aburrirás?


Paula se acercó, le agarró la mano y sonrió.


–Contigo, imposible.


–De acuerdo.


Paula parecía disfrutar de cosas tan sencillas como charlar, jugar con su hija o salir a pasear en coche. No pedía ni exigía nada, pero lo daba todo, mucho más de lo que él jamás le pediría. Ni siquiera había imaginado que pudieran existir mujeres como ella. Por eso le parecía tan ridículo haber podido creer que pudiera tener motivos ocultos.


–¿Puedo hacerte una pregunta? –le dijo y, al ver que él asentía, continuó–: ¿Cuándo dejaste de pensar que iba tras la fortuna de tu padre?


Parecía que, además, tenía el don de leerle el pensamiento.


–Cuando fuimos al pueblo y no utilizaste ni una vez la tarjeta de crédito que te dejó mi padre.


Paula lo miró boquiabierta.


–¿Lo sabías?


–Me lo dijo la secretaria de mi padre porque estaba preocupada.


–La verdad es que ni siquiera la he sacado del cajón.


–Si no hubiese bastado con la tarjeta de crédito, me lo habría confirmado el modo en que reaccionaste cuando te regalé los pendientes.


Ella se llevó la mano a las orejas.


–¿Por qué?


–Porque nunca había visto a una mujer emocionarse tanto por un regalo de tan poco valor.


–Lo que importa es que me los compraste porque quisiste, porque sabías que me gustaban, no porque estuvieses intentando ganarte mi cariño. Me compraste los pendientes porque eres amable.


–Yo no soy amable.


–Claro que lo eres –aseguró ella, riéndose–. Eres uno de los hombres más amables que he conocido.Tengo la sensación de estar tentando a la suerte quedándome tanto tiempo porque en cualquier momento alguien podría darse cuenta de lo que está pasando y la noticia podría llegar a oídos de Gabriel. No quiero hacerle daño.


Tampoco él quería hacer daño a su padre, pero cada vez le resultaba más difícil la idea de dejarla marchar.


–¿Y si se enterara? Entonces a lo mejor no tendrías que marcharte, podríamos explicárselo y hacérselo comprender.


Paula cerró los ojos y suspiró.


–No puedo, Pedro. No podría hacerle eso, ni a él ni a ti. Jamás me perdonaría haberme interpuesto entre vosotros.


–Acabaría superándolo. Estoy seguro de que no le costará tanto cuando vea lo mucho que significas para mí.


–¿Y si no es así? No estoy dispuesta a correr ese riesgo.


Si fuera como las mujeres que había conocido hasta entonces, no le habría importado quién saliera perjudicado. Pero claro, entonces él no se habría enamorado de ella. También sabía que si había decidido marcharse, nada podría hacerla cambiar de opinión.


Esa obstinación suya era muy frustrante, pero también admirable. Le gustaba que siempre le desafiara y lo obligara a ser sincero. La amaba demasiado como para correr el riesgo de hacer algo que provocara que ella dejara de respetarlo.




NO DEBO ENAMORARME: CAPÍTULO 47

 


–¿No te alegras de haber llamado?


Al levantar la mirada se encontró con Pedro, desnudo en la puerta del baño, secándose el pelo con una toalla y se preguntó cuánto tiempo llevaría allí. ¿La habría oído decir que lo amaba?


–Le he dicho lo que sentía y, en lugar de ponerse furioso, me ha pedido disculpas.


–Has sido muy valiente.


–Puede que sí que lo sea después de todo. No soy tan ingenua como para pensar que a partir de ahora todo va a ser muy fácil. Estoy segura de que volverá a ser el mismo de siempre porque él es así y tendré que mantenerme firme. Pero al menos es un comienzo.


Pedro dejó caer la toalla y fue hacia la cama. Estaba impresionante, era puro atractivo. Resultaba inconcebible que una mujer hubiera podido serle infiel; su ex debía de estar loca.


Apartó las sábanas, tiró de ella hacia abajo y se tumbó encima, entre sus piernas.


–Gracias por hacerme creer en mí misma –le dijo ella, acariciándole la cara recién afeitada.


–Eso no lo he hecho yo –respondió Pedro, acompañando sus palabras con un beso en los labios–. Yo solo te he señalado algo que ya estaba ahí. Tú decidiste verlo.


Pero sin él jamás lo habría hecho. Ahora era alguien completamente distinto, alguien mejor. Y en gran parte, era gracias a él.


–Otra cosa –le susurró al tiempo que la besaba en la mejilla y luego en el cuello.


Ella cerró los ojos y suspiró.


–¿Sí?


–Yo también te quiero.





martes, 27 de abril de 2021

NO DEBO ENAMORARME: CAPÍTULO 46

 


Agarró el teléfono con un suspiro de resignación y mirando la puerta del baño, ahora cerrada.


–Pau, ¿dónde demonios estabas? Estaba muy preocupado. ¿Dónde está Mia? ¿Está bien?


–Perdona por no haberte llamado, es que he salido del país –le explicó Paula, preguntándose si estaba preocupado por las dos o solo por Mia.


–¿Has salido del país? –repitió como si fuera un crimen imperdonable–. ¿Por qué no me lo dijiste? ¿Y dónde está mi nieta?


–Conmigo.


–¿Dónde estás?


Sabía que estaba furioso por no poder controlar la situación; si le hubiese pedido permiso para marcharse, no habría habido el menor problema. Normalmente cuando le hablaba así Paula volvía a sentirse como una niña pequeña, pero esa vez solo se sentía molesta.


–Estoy en Varieo, ese pequeño país cerca de…


–Sé dónde está. ¿Qué diablos estás haciendo allí? ¿Es que te han despedido del hotel?


Empezaba a estar algo más que molesta.


–No, no me han despedido.


–No me hables en ese tono, jovencita.


¿Jovencita? ¿Acaso volvía a tener cinco años?


De pronto estalló algo dentro de ella y se dio cuenta de que estaba harta de que la tratase como si fuera una irresponsable.


–Tengo veinticuatro años, papá. Merezco el mismo respeto que tú me exiges a mí. Estoy harta de que me hables de esa manera y de que siempre pienses lo peor de mí. Ya está bien de que me hagas sentir que nada de lo que hago es lo bastante bueno para ti. Soy una persona inteligente y me va muy bien; tengo muchos amigos que me quieren. Así que, si no se te ocurre nada positivo que decirme, no te molestes en volver a llamarme.


Colgó el teléfono y, aunque el corazón estaba a punto de salírsele del pecho y le temblaban las manos, se sentía bien. Se sentía fantásticamente bien.


El timbre del teléfono la sobresaltó. Era su padre. Sintió la tentación de no responder y dejar que saltara el contestador, pero ya que había empezado, lo mejor sería terminarlo.


–Lo siento.


Aquellas dos palabras la dejaron boquiabierta.


–¿Qué?


–He dicho que lo siento –repitió, y parecía realmente compungido.


No recordaba haber oído a su padre disculparse por nada jamás.


–Y yo siento haber levantado la voz –pero entonces se dio cuenta de que no había hecho nada malo–. No, la verdad es que no lo siento. Te lo merecías.


–Tienes razón. No tenía derecho a hablarte así, pero tenía miedo de que te hubiese pasado algo.


–Estoy bien y Mia está bien. Siento haberte asustado. Solo hemos venido a visitar a… unos amigos.


–No sabía que tuvieras amigos allí.


–Lo conocí en el hotel.


–¿Entonces es un hombre?


–Sí. Es… –¿por qué no decirle la verdad? Al fin y al cabo, le daba igual lo que pensara–. Es el rey.


–¿El rey?


–Sí y, lo creas o no, quiere casarse conmigo.


–¿Te vas a casar con un rey? –parecía contento. Por una vez le gustaba algo de ella, pero su alegría no iba a durar mucho.


–No, no voy a casarme con él porque estoy enamorada de otro.


–¿De otro rey? –preguntó con sarcasmo.


–No.


–¿Entonces de quién?


–Del príncipe. De su hijo.


–¡Paula!

Se preparó para escuchar gritos y maldiciones de todo tipo, pero no fue así.


Podía sentir la tensión a través del teléfono, pero su padre no dijo nada.


–¿Estás bien, papá?


–Un poco confundido, la verdad. ¿Cómo y cuándo ha ocurrido todo esto?


No podía culparlo, a veces ella misma no podía creer lo que estaban haciendo.


–Como te he dicho, lo conocí en el hotel y nos hicimos amigos.


–¿Al rey o al príncipe?


–Al rey, a Gabriel. Él se enamoró de mí, pero yo solo le quería como amigo. Gabriel estaba convencido de que si lo conocía mejor, acabaría enamorándome también, así que me invitó a venir a pasar un tiempo a su país. El problema fue que cuando yo llegué había tenido que marcharse y le pidió a Pedro, el príncipe, que me atendiera. Así fue como… bueno, nos enamoramos.


–¿Qué edad tiene ese príncipe?


–Veintiocho años, creo.


–¿Y el rey?


–Cincuenta y seis –dijo y prácticamente pudo oír el horror de su padre–. Otro de los motivos por los que no estaba segura de querer casarme con él.


–Comprendo –fue todo lo que dijo, pero era evidente que quería decir más.


Paula apreció el esfuerzo que estaba haciendo y pensó que quizá debería haberse enfrentado a él mucho antes.


–Entonces deduzco que vas a casarte con el príncipe.


–No, no me voy a casar con nadie.


–Pensé que lo amabas.


–Y lo amo, pero no podría hacerle eso a Gabriel. Es un buen hombre, papá, y ha sufrido mucho últimamente. Él me quiere, no puedo traicionarlo. Me siento fatal porque las cosas hayan salido así, siento que le he fallado. Por no hablar de que esto podría acabar con la relación entre su hijo y él. No podría hacerles algo así a ninguno de los dos. Se necesitan el uno al otro más de lo que me necesitan a mí.


Su padre se quedó callado unos segundos antes de volver a hablar por fin.


–Bueno, veo que has tenido unas semanas muy ajetreadas.


Normalmente aquel comentario habría estado cargado de sarcasmo, pero ahora solo parecía sorprendido.


–Ni te lo imaginas –dijo con una mezcla de alegría y tristeza, que era algo que sentía a menudo últimamente.


–Entonces supongo que no te veré el jueves.


–No, pero volveremos pronto y quizá podamos pasar por Florida antes de ir a casa.


–Me encantaría que lo hicierais –hizo una pausa antes de decir–. ¿Entonces de verdad quieres a ese hombre?


–Sí y Mia también lo adora. Se ha encariñado mucho con él y le encanta estar aquí.


–¿Estás segura de que vas a hacer lo mejor? Marchándote, quiero decir.


–No puedo hacer otra cosa.


–Bueno, cruzaré los dedos para que encuentres otra solución. Pau, sé que he sido muy duro contigo y quizá no te lo diga muy a menudo, pero estoy orgulloso de ti.


Cuánto tiempo llevaba esperando oír eso, sin embargo, al escucharlo se dio cuenta de que su autoestima y su valía como persona no dependían de ello.


–Gracias, papá.


–Es admirable que estés dispuesta a sacrificar tu felicidad por proteger los sentimientos del rey.


–No lo hago para parecer admirable.


–Precisamente por eso lo es. Llámame cuando vayas a venir.


–Lo haré. Te quiero, papá.


–Yo a ti también, Pau.


Colgó el teléfono pensando que era lo más bonito que le había dicho nunca su padre.