Paula paseaba a Mia por la parte baja de la piscina, la dejaba flotando boca arriba mientras la pequeña golpeaba el agua con los puños y se reía encantada.
–Parece que lo estáis pasando muy bien.
Paula pegó un bote del susto al oír su voz y, al darse la vuelta, vio a Pedro acercándose a la piscina ataviado tan solo con una camisa y un bañador de natación.
Se le subió el corazón a la garganta y tuvo que apretar los dientes para no quedarse mirándolo con la boca abierta.
–Hola –dijo, tratando de sonar amable, pero sin parecer demasiado entusiasmada.
Mia, sin embargo, no ocultó su alegría al verlo y se puso a gritar de emoción.
Pedro se sentó con los pies metidos en el agua y las piernas ligeramente abiertas, con lo que Paula tuvo que hacer un verdadero esfuerzo para no mirar donde no debía.
–Hace calor –comentó él, mirando al cielo.
Y cada vez hacía más, pensó Paula, y no precisamente por el clima. Quizá no había sido buena idea desear que saliera a la piscina a estar con ellas. Sin darse cuenta, bajó la mirada hasta su boca y, al hacerlo, no pudo evitar pensar en el beso de la noche anterior y en lo que podría haber pasado si hubiesen seguido besándose.
Un desastre. Eso era lo que habría ocurrido. En esos momentos, el daño era ya irreparable, pero podía considerarlo como un desliz. Sin embargo, si volvieran a besarse, ya no podría justificarlo de ningún modo.
Mia no parecía tener el menor reparo en demostrar lo que sentía; prácticamente saltaba entre sus brazos, intentando irse con Pedro.
–Creo que quiere que te metas.
Pedro se lanzó al agua y resultó que estaba aún más guapo mojado que seco. La ventaja era que le veía menos parte del cuerpo.
Mia le lanzó los brazos.
Mia se agarró a él con fuerza y Paula sintió cierta envidia de su hija.
Pedro agarró bien a la pequeña y la paseó por toda la piscina, moviéndola en círculos. Mia movía los bracitos y se reía con verdadero placer. A Paula le provocaba una enorme alegría, pero también cierta tristeza verla tan a gusto con él.
–Cómo le gusta el agua –comentó Pedro, que parecía estar pasándolo tan bien como la niña.
–Sí. Me gustaría mucho tener más tiempo para llevarla a nadar de vez en cuando, pero donde vivimos no hay ninguna piscina cerca y siempre tengo poco tiempo.
–Puede que algún día se convierta en nadadora profesional –dijo Pedro.
–Gabriel me ha contado que tú solías competir y que intentaste entrar en el equipo olímpico.
–Sí, pero el entrenamiento acabó interfiriendo en mis obligaciones como príncipe, así que tuve que dejarlo. Ahora solo lo hago para mantenerme en forma.
Y funcionaba, pensó mientras admiraba los músculos de sus brazos.
–Es una lástima que no pudieras cumplir tu sueño.
–Fue una decepción, pero nada más. Siempre he sabido que dedicaría mi vida a otra cosa.
–Debe de ser increíble crecer con todo esto –dijo ella, mirando al palacio.
–No está mal –respondió Pedro con una enorme sonrisa.
Paula sonrió también. A veces era muy fácil olvidar que estaba ante un futuro rey porque parecía tan… normal.
–La verdad es que pasé la mayor parte de mi infancia en un colegio interno –le explicó Pedro–. Pero venía a casa siempre que había vacaciones.
–No sé si yo podría enviar a mi hija a que la educaran otros. Se me rompería el corazón.
–En mi familia es una tradición. Mi padre estuvo en un internado y su padre antes que él.
–Pero tu madre no, ¿verdad? ¿A ella no le importó que te fueras?
–Sé que me echaba de menos, pero así eran las cosas. Ella tenía sus obligaciones como reina y yo las mías.
De pronto se le ocurrió algo que le estremeció el corazón.
–Si me casara con tu padre, ¿tendría que enviar a Mia a un internado?
Pedro se quedó callado varios segundos como si no supiera qué responder, o no estuviera seguro de que ella estuviese preparada para escuchar la verdad.
–Supongo que es lo que esperaría él, sí –dijo por fin.
–¿Y si yo no quisiera hacerlo?
–Es tu hija, Paula. Debes criarla como consideres oportuno.
Pero si Gabriel la adoptara, entonces sería hija de ambos, algo que él ya había mencionado como posibilidad y que, hasta ese momento, a ella le había parecido bien. Ahora, de pronto, ya no estaba tan segura. ¿Y si no tenían la misma manera de educar? ¿Qué pasaría si tenían un hijo juntos? ¿Tendría entonces aún menos control?