viernes, 23 de abril de 2021

NO DEBO ENAMORARME: CAPÍTULO 31

 


Se lo había imaginado. Había intentado asustarla y conseguir que quisiera marcharse, pero, por mucho que quisiera, no podía echárselo en cara después de lo amable que había sido con ella desde entonces.


–No te muevas de donde crees haberlo perdido –le advirtió Pedro–. Si no podríamos estar aquí toda la noche.


–Me quedaré aquí –prometió, y se sentó en el suelo de piedra, que aún estaba caliente del sol.


Pedro sonrió y meneó la cabeza. Lo vio alejarse por donde habían venido hasta que desapareció.


Después de unos minutos esperando, empezó a dolerle el trasero, así que se levantó de la piedra y se trasladó al césped, donde se tumbó para mirar al cielo. Estaba todo despejado y la media luna brillaba entre las estrellas. La única manera de ver las estrellas en Los Ángeles era subir a las montañas, algo que había hecho muchas veces con el padre de Mia. Se tumbaban en la parte trasera de su camioneta y, además de hacer el amor, miraban las estrellas.


Oyó pasos que se acercaban y, al levantar la cabeza, vio a Pedro con gesto desconcertado.


–¿Estás bien? –le preguntó al llegar junto a ella.


Ella sonrió y asintió.


–Hace una noche preciosa. Estaba mirando las estrellas.


Pedro miró al cielo y luego de nuevo a ella.


–¿Estás segura de que no te has caído?


Intentó darle un golpe en la pierna, pero él lo esquivó con rapidez, riéndose.


–Si quieres, puedes unirte –le sugirió.





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