–Por cierto… –Pedro se sacó un teléfono móvil del bolsillo–. ¿Cuál es tu número?
Paula se había olvidado por completo del teléfono. Pedro marcó el número en cuanto ella se lo dijo e inmediatamente empezó a sentirlo vibrar… en el bolsillo delantero de los pantalones.
–¿Qué…? –lo sacó y se quedó mirándolo, asombrada. Pedro se echó a reír–. Pero si lo he oído caer.
–Habrás oído algo, pero obviamente no ha sido el teléfono.
–Lo siento mucho.
–No pasa nada –Pedro se puso en pie y le tendió una mano para ayudarla–. Será mejor que entremos.
Estaba tan a gusto charlando con él que no le apetecía nada irse a su habitación. Pero era tarde y probablemente Pedro tenía cosas más importantes que hacer que pasar el rato con ella.
Aceptó su mano y él tiró de ella, pero al ponerse en pie se le escapó el teléfono de la mano y esa vez sí cayó al suelo. Quedó en el césped entre los dos. Pedro y ella se agacharon a recogerlo al mismo tiempo, chocando el uno contra el otro.
–¡Ay! –murmuraron al unísono.
Ella volvió a ponerse en pie llevándose la mano a la frente.
–Te has hecho daño –dijo él, preocupado.
–No es nada.
–Déjame ver –insistió Pedro.
Le puso la mano en la mejilla suavemente para girarle la cara hacia la luz y con la otra mano, le retiró el pelo de la frente.
El corazón empezó a pegarle botes dentro del pecho. Antes se le habían aflojado un poco las piernas, pero eso no era nada comparado con la sensación de vértigo y emoción que estaba experimentando en esos momentos.
Entonces lo miró a los ojos y lo que vio en ellos hizo que le flaquearan las rodillas de verdad.
La deseaba. La deseaba de verdad.
–¿Duele? –le preguntó él con una voz que apenas era un susurro.
Lo único que le dolía en esos momentos, aparte del orgullo, era el corazón por lo que sabía que iba a pasar. Fue ella la que provocó el beso, prácticamente se lo suplicó. Levantó la barbilla al tiempo que él bajaba la cabeza y entonces sus labios se rozaron…
Era el beso con el que soñaban todas las chicas. Indescriptible, un compendio de todos los tópicos románticos habidos y por haber.
No tenía la sensación de que fuese un error. Más bien sentía que era lo primero que hacía bien desde hacía muchos años.
Seguramente por eso seguía besándolo y le había echado los brazos alrededor del cuello. Y por eso habría seguido besándolo si no se hubiese retirado él.
–No puedo creer lo que acabo de hacer –murmuró Pedro.
Se llevó la mano a los labios, aún empapados de su sabor. Seguía teniendo el corazón acelerado y las rodillas flojas.
Había traicionado a Gabriel. Con su hijo. ¿Qué clase de depravada era?
–No ha sido culpa tuya. Yo he permitido que lo hicieras –le dijo ella.
–¿Por qué? –le preguntó Pedro.
Parecía estar buscando una explicación a lo que estaba ocurriendo, a lo que ambos sentían.
–Porque… Porque quería que lo hicieras.
Pedro se tomó unos segundos para analizar la respuesta, como si no pudiera decidir si era algo bueno o malo, si debía sentirse aliviado porque no había sido culpa suya, o aún más culpable.
–Si es por algo que yo haya hecho…
–¡No! –aseguró ella–. Bueno, quiero decir que sí que has hecho algo tú, pero también yo. Está claro que los dos estamos… un poco confusos. No importa por qué lo hemos hecho. Los dos sabemos que no debería haber ocurrido y, sobre todo, que no puede volver a ocurrir. ¿Verdad?
Pedro se quedó callado unos instantes mientras ella aguardaba su confirmación, impaciente por poner punto final a lo ocurrido.
Pero en lugar de darle la razón, Pedro meneó la cabeza y dijo.
–Creo que no.
Quizá no tuviera mucho sentido, pero al oír aquello sintió tristeza y una profunda alegría al mismo tiempo.
–¿Por qué?
–Porque a lo mejor si averiguamos por qué lo hemos hecho, dejaré de tener ganas de volver a hacerlo.
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