sábado, 24 de abril de 2021

NO DEBO ENAMORARME: CAPÍTULO 33

 


–Por cierto… –Pedro se sacó un teléfono móvil del bolsillo–. ¿Cuál es tu número?


Paula se había olvidado por completo del teléfono. Pedro marcó el número en cuanto ella se lo dijo e inmediatamente empezó a sentirlo vibrar… en el bolsillo delantero de los pantalones.


–¿Qué…? –lo sacó y se quedó mirándolo, asombrada. Pedro se echó a reír–. Pero si lo he oído caer.


–Habrás oído algo, pero obviamente no ha sido el teléfono.


–Lo siento mucho.


–No pasa nada –Pedro se puso en pie y le tendió una mano para ayudarla–. Será mejor que entremos.


Estaba tan a gusto charlando con él que no le apetecía nada irse a su habitación. Pero era tarde y probablemente Pedro tenía cosas más importantes que hacer que pasar el rato con ella.


Aceptó su mano y él tiró de ella, pero al ponerse en pie se le escapó el teléfono de la mano y esa vez sí cayó al suelo. Quedó en el césped entre los dos. Pedro y ella se agacharon a recogerlo al mismo tiempo, chocando el uno contra el otro.


–¡Ay! –murmuraron al unísono.


Ella volvió a ponerse en pie llevándose la mano a la frente.


–Te has hecho daño –dijo él, preocupado.


–No es nada.


–Déjame ver –insistió Pedro.


Le puso la mano en la mejilla suavemente para girarle la cara hacia la luz y con la otra mano, le retiró el pelo de la frente.


El corazón empezó a pegarle botes dentro del pecho. Antes se le habían aflojado un poco las piernas, pero eso no era nada comparado con la sensación de vértigo y emoción que estaba experimentando en esos momentos.


Entonces lo miró a los ojos y lo que vio en ellos hizo que le flaquearan las rodillas de verdad.


La deseaba. La deseaba de verdad.


–¿Duele? –le preguntó él con una voz que apenas era un susurro.


Lo único que le dolía en esos momentos, aparte del orgullo, era el corazón por lo que sabía que iba a pasar. Fue ella la que provocó el beso, prácticamente se lo suplicó. Levantó la barbilla al tiempo que él bajaba la cabeza y entonces sus labios se rozaron…


Era el beso con el que soñaban todas las chicas. Indescriptible, un compendio de todos los tópicos románticos habidos y por haber.


No tenía la sensación de que fuese un error. Más bien sentía que era lo primero que hacía bien desde hacía muchos años.


Seguramente por eso seguía besándolo y le había echado los brazos alrededor del cuello. Y por eso habría seguido besándolo si no se hubiese retirado él.


–No puedo creer lo que acabo de hacer –murmuró Pedro.


Se llevó la mano a los labios, aún empapados de su sabor. Seguía teniendo el corazón acelerado y las rodillas flojas.


Había traicionado a Gabriel. Con su hijo. ¿Qué clase de depravada era?


–No ha sido culpa tuya. Yo he permitido que lo hicieras –le dijo ella.


–¿Por qué? –le preguntó Pedro.


Parecía estar buscando una explicación a lo que estaba ocurriendo, a lo que ambos sentían.


–Porque… Porque quería que lo hicieras.


Pedro se tomó unos segundos para analizar la respuesta, como si no pudiera decidir si era algo bueno o malo, si debía sentirse aliviado porque no había sido culpa suya, o aún más culpable.


–Si es por algo que yo haya hecho…


–¡No! –aseguró ella–. Bueno, quiero decir que sí que has hecho algo tú, pero también yo. Está claro que los dos estamos… un poco confusos. No importa por qué lo hemos hecho. Los dos sabemos que no debería haber ocurrido y, sobre todo, que no puede volver a ocurrir. ¿Verdad?


Pedro se quedó callado unos instantes mientras ella aguardaba su confirmación, impaciente por poner punto final a lo ocurrido.


Pero en lugar de darle la razón, Pedro meneó la cabeza y dijo.


–Creo que no.


Quizá no tuviera mucho sentido, pero al oír aquello sintió tristeza y una profunda alegría al mismo tiempo.


–¿Por qué?


–Porque a lo mejor si averiguamos por qué lo hemos hecho, dejaré de tener ganas de volver a hacerlo.




viernes, 23 de abril de 2021

NO DEBO ENAMORARME: CAPÍTULO 32

 


Se tumbó a su lado en el suelo, tan cerca de ella que le tocaba el brazo, y eso le gustó. Le gustó mucho. Le gustaba estar cerca de él y sentir esa calidez, además de esa chispa que notaba cada vez que estaba con él y esa necesidad de estirar solo un poco la mano para entrelazar los dedos con los suyos. Era emocionante y aterrador.


Pero no iba a hacerlo, por supuesto, porque ni siquiera ella era tan valiente.


–Tienes razón –reconoció Pedro con la mirada clavada en el cielo–. Es precioso.


–Piensas que soy muy rara, ¿verdad? –le preguntó ella.


–No exactamente, pero sí que puedo decir que nunca he conocido a nadie como tú.


–No sé si estoy hecha para formar parte de la realeza. No podría renunciar a esto.


–¿A tumbarte en el césped?


Ella asintió.


–¿Quién ha dicho que tuvieras que hacerlo?


–Supongo que no sé bien qué es lo que podría hacer y lo que no. Quiero decir, si me casara con Gabriel, ¿podría seguir haciendo muñecos de nieve?


–No veo por qué no.


–¿Y podría atrapar los copos con la lengua?


–Podrías intentarlo.


–¿Puedo pasear descalza por la arena y jugar en el barro con Mia?


–Deberías saber que los miembros de la realeza no somos tan rígidos y sabemos divertirnos. Somos personas normales y corrientes, cuando estamos lejos de la atención pública, nuestra vida es relativamente normal.


Lo que ocurría era que su concepto de normalidad era muy diferente al de ella.


–Todo esto ha ocurrido tan rápido que no sé muy bien qué esperar.


Pedro la miró a los ojos.


–Supongo que sabes que aunque te cases con mi padre seguirás siendo la misma persona; no hay ninguna poción mágica que de pronto te convierta en miembro de la realeza. Y tampoco hay reglas predeterminadas –hizo una pausa y luego añadió–: Está bien, quizá sí que haya algunas reglas. Cierto protocolo que habría que seguir, pero ya lo aprenderás.


Todo eso debería habérselo explicado Gabriel, no Pedro. Era a Gabriel al que debería estar conociendo mejor y con el que debía establecer una relación más estrecha, pero lo que estaba haciendo era conocer a Pedro a fondo y creando un vínculo con él, un vínculo muy importante. Estaba muy cómoda con él y sentía que podía comportarse tal como era. Quizá porque no estaba preocupada por impresionarlo. Lo cierto era que todo se había complicado tanto que estaba confusa, ya no sabía lo que pensaba de nada. Y esas copas que se había tomado no estaban ayudando precisamente.


–He estado pensando –anunció Pedro–. Creo que deberías llamar a tu padre y decirle dónde estás.


La sugerencia, el mero hecho de que hubiese pensado en ello, la dejó desconcertada.


–¿Para que me diga que estoy cometiendo otro error? ¿Por qué iba a querer hacer eso?


–¿Tú crees que estás cometiendo un error?


Cuánto desearía poder responder a esa pregunta. Desearía poder viajar al futuro para ver cómo iba a salir todo. Pero no era así.


–Me imagino que no lo sabré con certeza hasta que pase el tiempo.


Pedro resopló con exasperación.


–¿Entonces sí que crees que te estás equivocando? ¿Estarías aquí si supieses que esto iba a ser un desastre?


Se quedó pensándolo unos segundos.


–No, no creo que esté cometiendo un error porque, aunque no saliera bien, al menos habría conocido un país en el que nunca había estado, habría conocido gente y vivido nuevas experiencias. He estado en un palacio y he conocido a un príncipe, aunque al principio fuera un poco estúpido.


Pedro sonrió al oír eso.


–Entonces no importa lo que piense tu padre. Pero creo que no decírselo solo servirá para que parezca que tienes algo que ocultar. Si de verdad quieres que te respete y confíe en las decisiones que tomas, antes tienes que tener fe en ti misma.


–Vaya. Es un análisis muy perspicaz –y acertado–. Deduzco que hablas por propia experiencia.


–Soy el futuro dirigente de este país, así que es esencial que transmita seguridad a los ciudadanos. Es la única manera de hacer que confíen y crean en mí.


–¿Y tú crees en ti mismo?


–La mayor parte del tiempo, sí. Hay días que me aterra la idea de tener que cargar con semejante responsabilidad, pero para ser capaz de dirigir un país, es muy importante aprender a delegar –Pedro la miró y sonrió–. Así siempre hay alguien al que echarle la culpa cuando algo sale mal.


Era obvio que lo decía en broma y la sonrisa que apareció en su rostro era tan encantadora que le dieron ganas de acariciarle la mejilla.


–No sé si sabes que tienes una sonrisa preciosa. Deberías sonreír más a menudo.


Pedro levantó la mirada al cielo.


–Me parece que no había sonreído tanto desde que murió mi madre. La vida es un poco triste desde entonces. Ella hacía que todo fuese divertido e interesante. Supongo que es otra cosa en la que me recuerdas a ella.


La ternura que le provocaron sus palabras dejó paso de pronto a una pensamiento mucho más inquietante. ¿Sería ese el motivo por el que Gabriel se sentía tan atraído por ella? ¿Acaso se parecía tanto a su difunta esposa que la veía como una especie de sustituta de la original?


Era absurdo. No podía ser. Pero, si era tan absurdo, ¿por qué de pronto se le había encogido el estómago?




NO DEBO ENAMORARME: CAPÍTULO 31

 


Se lo había imaginado. Había intentado asustarla y conseguir que quisiera marcharse, pero, por mucho que quisiera, no podía echárselo en cara después de lo amable que había sido con ella desde entonces.


–No te muevas de donde crees haberlo perdido –le advirtió Pedro–. Si no podríamos estar aquí toda la noche.


–Me quedaré aquí –prometió, y se sentó en el suelo de piedra, que aún estaba caliente del sol.


Pedro sonrió y meneó la cabeza. Lo vio alejarse por donde habían venido hasta que desapareció.


Después de unos minutos esperando, empezó a dolerle el trasero, así que se levantó de la piedra y se trasladó al césped, donde se tumbó para mirar al cielo. Estaba todo despejado y la media luna brillaba entre las estrellas. La única manera de ver las estrellas en Los Ángeles era subir a las montañas, algo que había hecho muchas veces con el padre de Mia. Se tumbaban en la parte trasera de su camioneta y, además de hacer el amor, miraban las estrellas.


Oyó pasos que se acercaban y, al levantar la cabeza, vio a Pedro con gesto desconcertado.


–¿Estás bien? –le preguntó al llegar junto a ella.


Ella sonrió y asintió.


–Hace una noche preciosa. Estaba mirando las estrellas.


Pedro miró al cielo y luego de nuevo a ella.


–¿Estás segura de que no te has caído?


Intentó darle un golpe en la pierna, pero él lo esquivó con rapidez, riéndose.


–Si quieres, puedes unirte –le sugirió.





NO DEBO ENAMORARME: CAPÍTULO 30

 


¿Podría haber una situación más embarazosa?


Paula se colgó del brazo de Pedro para dejarse llevar a pesar de lo idiota que se sentía.


–Ahora encima creerás que tengo un problema con la bebida –le dijo.


Pedro sonrió hasta que le salieron los hoyuelos en las mejillas y ella volvió a notar esa especie de descarga eléctrica.


–Quizá si te hubieras tomado diez copas, pero solo han sido tres y la tercera ni siquiera la has terminado –se detuvo junto a la mesa para que ambos pudiesen ponerse las sandalias–. En realidad me parece que la culpa es del desfase horario. ¿Podrás subir las escaleras? Si no, te llevo en brazos.


Le gustaba ir agarrada de su brazo. Pero no podía evitar preguntarse cómo sería tocarlo en otras partes del cuerpo. Seguro que la culpa de que se planteara esas cosas la tenía el alcohol.


Bueno, quizá se las hubiera planteado también sin haber bebido, pero por nada del mundo haría nada.


–Creo que puedo arreglármelas.


Con el teléfono móvil en una mano y el brazo de Pedro en la otra, fue avanzando poco a poco, pero al llegar a la puerta, se detuvo.


–¿No podríamos ir por el jardín, rodeando la casa?


–¿Para qué?


Se mordió el labio inferior, se sentía como una adolescente irresponsable.


–Me da vergüenza que alguien me vea en estas condiciones. Todo el personal de servicio cree que soy una persona horrible, pero ahora van a pensar que además soy una borracha.


–¿Qué importa lo que piensen?


–Por favor –le suplicó, tirando de él hacia el jardín–. Me siento muy estúpida.


–No tienes por qué. Pero si para ti es importante, entraremos por la puerta lateral.


–Gracias.


Lo cierto era que empezaba a sentirse mejor, pero no le soltaba el brazo por si acaso. Pedro le infundía seguridad. Y calor.


Fueron por el camino que rodeaba el palacio. Habían recorrido ya la mitad del camino cuando Paula oyó un ruido a su espalda.


–¿Qué ocurre? –le preguntó él–. ¿Vas a vomitar?


–No estoy tan borracha –respondió ella, ofendida–. Se me ha caído el teléfono.


–¿Dónde?


–Por aquí cerca, creo. Lo he oído caer.


Volvieron atrás unos pasos y lo buscaron durante varios minutos, pero no estaba en el camino, ni cerca de él.


–Puede que diera un bote y cayera entre las flores –dijo ella, agachándose.


Pedro meneó la cabeza.


–Si es así, es imposible que lo encontremos con esta luz.


–¡Llámame! –exclamó de pronto, sorprendida de que se le hubiese ocurrido una idea tan buena en la situación en la que se encontraba–. Cuando suene, sabremos dónde está.


–Claro, iré a sacar mi teléfono del agua para poder llamarte –dijo Pedro con sarcasmo.


–Es verdad. Lo había olvidado.


–Podemos buscarlo mañana.


–¡No! –quizá él pudiera deshacerse de su teléfono alegremente, pero ella se ganaba la vida trabajando y no tenía una secretaria que le organizase su día a día–. Además de que me costó una fortuna, ese teléfono es toda mi vida. Lleva mi agenda, mis contactos y mi música. ¿Y si llueve?


Pedro suspiró con resignación.


–Espérame aquí y traeré otro teléfono.


–¿Quieres que me quede sola en medio de la oscuridad?


–Te aseguro que puedes estar completamente tranquila.


–¿Y eso que decías de que había gente que estaría encantada de secuestrar a la futura reina?


–Puede que estuviera exagerando un poco –admitió con cierta vergüenza–. No te pasará nada.




jueves, 22 de abril de 2021

NO DEBO ENAMORARME: CAPÍTULO 29

 


Sus miradas se encontraron y en los ojos de Paula encontró tanta esperanza y vulnerabilidad que Pedro tuvo que resistir el impulso de estrecharla en sus brazos. Bajó la vista hasta su boca, sus labios eran carnosos y parecían muy suaves, por lo que no pudo evitar preguntarse si serían así al tacto y a qué sabrían.


La fuerza de la excitación que sintió de pronto en la entrepierna lo agarró completamente desprevenido.


Fue ella la que apartó la vista, pero le dio tiempo a ver un destello de culpa en sus ojos y supo que, fuera lo que fuera aquel sentimiento tan inadecuado, ella también lo sentía.


Paula se frotó los brazos.


–Empieza a hacer fresco, ¿no?


–¿Quieres entrar?


–Todavía no.


Se quedaron callados varios minutos.


Paula tomó un trago e inmediatamente dejó el vaso en el suelo.


–Creo que ya he bebido suficiente. Estoy un poco mareada y se está haciendo tarde. Debería ir a ver qué tal está Mia.


Era extraño porque, aunque Pedro no había tenido intención alguna de pasar tanto rato con ella, ahora no tenía ganas de decirle adiós.


Lo cual era motivo más que suficiente para hacerlo.


–¿Quieres que te acompañe hasta tu habitación?


–En realidad creo que necesito que lo hagas porque, sinceramente, no sé si sabría encontrarla sola.


–Mañana le diré a Claudia que te imprima un plano del palacio –dos días antes no le habría importado, pero ahora quería que se sintiese a gusto. Era lo menos que podía hacer.


También él dejó su bebida y se puso en pie. Le ofreció la mano para ayudarla a levantarse, ella se la dio y se alegró de que lo hiciera porque, al tirar de ella, se dio cuenta de que tenía tan poco equilibrio que probablemente se habría caído a la piscina.


–¿Estás bien? –le preguntó.


–Sí –parpadeó varias veces y luego meneó la cabeza como si tratara así de despejarse, pero agarrándole la mano con fuerza–. Me parece que no debería haber tomado la última copa.


Su mano parecía tan pequeña y frágil.


–¿Quieres volver a sentarte?


Tardó unos segundos en responder.


–Creo que debería meterme en la cama cuanto antes.


Lo primero que pensó él, con absoluta depravación, fue: «¿Quieres que me meta contigo?». Pero, aunque lo pensara e incluso lo deseara, jamás lo diría en voz alta. Y, lo que era más importante, jamás lo haría.



NO DEBO ENAMORARME: CAPÍTULO 28

 


¿Crees que uno puede enamorarse de alguien en solo dos semanas? –le preguntó Paula a Pedro.


–Creo que en el amor, todo es posible –contestó.


La idea de que Paula volviera a sufrir por culpa de un hombre le inquietaba más de lo que habría podido imaginar. Quizá porque estaba convencido de que era algo inevitable. Solo esperaba que cuando su padre la abandonara, al menos lo hiciera con amabilidad. Claro que quizá la espera acabara por frustrarla hasta el punto de decidir que no quería quedarse.


Ahora que la conocía mejor, Pedro ya no sabía qué esperar. Nunca había conocido a una mujer tan impredecible. Sin embargo, al mismo tiempo se identificaba con ella en ciertas cosas y la comprendía, lo que no tenía ningún sentido.


Pero lo que más le sorprendía era hasta qué punto se había equivocado con ella y cuánto había subestimado a su padre. Nunca se perdonaría por ello.


Jorge apareció en ese momento con otras dos copas. Pedro agarró los dos vasos y le dio uno a Paula, que miró el que ya tenía como si le sorprendiera ver que estaba vacío.


–De verdad que no debería –dijo, pero en el momento en que él se disponía a devolvérselo a Jorge, añadió–: Pero sería una lástima desperdiciar un vodka tan bueno. Esta es la última.


jorge se alejó con los vasos vacíos, meneando la cabeza, divertido o exasperado, quién sabía.


–Tu padre me ha contado que cuando conoció a tu madre fue amor a primera vista –recordó ella–. Y que supuso un gran escándalo porque ella no pertenecía a la realeza.


–Sí, mis abuelos eran muy tradicionales. Ya tenían un matrimonio concertado para él, pero mi padre amaba a mi madre. Amenazaron con desheredarlo y él dice que aquella fue la única vez que se rebeló contra ellos.


–Debió de ser muy difícil para tu madre saber que la odiaban hasta el punto de querer desheredarlo.


–No la odiaban tanto a ella como a la idea que tenían de ella, pero las cosas mejoraron después de que yo naciera. Mi padre era hijo único, así que estaban encantados de que mi madre les diera un heredero.


–¿Entonces a tu padre no le importaría que tú te casaras con alguien que no fuera de la realeza?


–Mis padres siempre me han dicho que, como único heredero, es esencial que yo también tenga un heredero, pero quieren que me case por amor.


–Como hicieron ellos.


–Sí.


–¿Cómo era tu madre? –le preguntó ella entonces.


Solo con pensar en ella se le dibujó una sonrisa en los labios.


–Guapa, leal y sin pelos en la lengua, lo que muchos consideraron poco conveniente para una reina. Creció en una familia italiana de clase media, por lo que sentía un profundo respeto por la gente común. La verdad es que tú me recuerdas a ella en algunas cosas.


Lo miró con sorpresa.


–¿Yo?


–Era valiente y muy lista, y no tenía miedo a decir lo que pensaba, aunque a veces le ocasionase problemas. Fue toda una inspiración para las mujeres jóvenes de este país.


–¿Valiente? –lo miró como si hubiese perdido la cabeza–. Yo siempre tengo miedo a estar equivocándome.


–Pero eso no te detiene, lo cual requiere mucha valentía.


–Es posible, lo que no sé en qué podría yo servir de inspiración a otras mujeres. Mi vida es una sucesión de errores.


¿Cómo era posible que no se diera cuenta de todo lo que valía?


–Eres culta, inteligente y tienes éxito en tu profesión. Pero además eres una magnífica madre que está criando a su hija sin ayuda. ¿Qué mujer joven podría no admirarte?


La vio morderse el labio y, por un momento, creyó que iba a echarse a llorar.


–Es posible que sea lo más bonito que me hayan dicho en toda mi vida. Pero sé que no lo merezco porque soy un verdadero desastre.


–Me parece que es tu padre el que habla por tu boca –le dijo.


–Puede que en parte, pero soy consciente de que a lo largo de mi vida he tomado unas cuantas decisiones muy poco acertadas.


–Eso le pasa a todo el mundo. ¿Cómo aprenderíamos si no cometiéramos algunos errores?


–El problema es que parece que yo no aprendo de los míos.


¿Por qué no veía lo que veía él en ella? ¿Acaso las exigencias de su padre habían acabado por completo con su autoestima? ¿Qué podría hacer él para hacérselo creer? ¿Cómo podría hacerle ver lo especial que era?


–Te subestimas. Si no fueras una persona extraordinaria, ¿crees que mi padre se habría enamorado tan rápido de ti?





NO DEBO ENAMORARME: CAPÍTULO 27

 


Le rozó el pie de nuevo y esa vez habría jurado que lo había hecho apropósito. ¿Estaría haciendo piececitos con ella? ¿Por qué se le aceleraba de esa manera el corazón? ¿Y por qué lo animaba mentalmente a que la tocara también en otras partes del cuerpo, pero con las manos?


Eso sí que era atracción y sexo. Y estaba muy mal sentirlo.


–La semana pasada me enteré de que la empresa de su padre está en medio de una crisis financiera que podría obligarlo a cerrar –le explicó Pedro, y ella tardó unos segundos en caer en la cuenta de que seguía hablando de su ex–. Supongo que pensó que unos buenos contactos con la familia real podrían librarlo de la ruina.


–¿Crees que te estaba utilizando?


–Parece bastante probable.


Eso explicaba por qué era tan desconfiado con ella; era evidente que era a su ex a quien veía cuando la miraba.


–Qué zorra –dijo ella meneando la cabeza, pero al ver el modo en que Pedro abría los ojos, se tapó la boca con una mano y se odió a sí misma. ¿Cuándo aprendería a morderse la lengua?–. Perdona, no debería haber dicho eso –pero en lugar de enfadarse, Pedro se echó a reír.


–No, en realidad es un comentario muy acertado. Y, por desgracia, ella no fue la primera, aunque normalmente suelo ser más rápido en darme cuenta. La muerte de mi madre me dejó tal vacío que estaba ansioso por llenarlo y no veía bien con quién pretendía hacerlo.


–¿Te cuento algo curioso? El primer año de instituto descubrí a mi novio en el asiento trasero de su coche con mi supuesta amiga.


Pedro enarcó una ceja.


–¿Era una limusina?


–Ni mucho menos. Era un trasto viejo –respondió, riéndose.


–¿Qué hiciste cuando los viste?


–Les tiré un ladrillo y rompí el cristal de atrás.


–Yo debería haber hecho lo mismo.


–Estaba muy furiosa. Acababa de escribirle el trabajo de fin de curso de Historia, gracias al cual sacó un sobresaliente. Después me enteré, gracias a otra supuesta amiga, de que solo había salido conmigo porque estaba dispuesta a ayudarlo con los deberes y a dejar que se copiara de mis exámenes. Necesitaba sacar buenas notas para que no lo echaran del equipo de fútbol. Parece que todo el mundo sabía que me estaba utilizando.


–¿Y nadie te lo dijo?


–No. Trasladaron a mi padre un mes después y fue una de las pocas veces que me alegré de tener que volver a empezar de cero en otra parte.


–Espero que al menos se lo dijeras al director –dijo Pedro.


–No sabes cuánto me habría gustado contarlo todo y hacer que lo expulsaran del equipo y del instituto, pero entonces también me habrían expulsado a mí y mi padre me habría matado.


–Confías en la gente y eso es bueno.


No siempre.


–Por desgracia suelo atraer a hombres poco fiables. Es como si llevara la palabra «crédula» escrita en la frente y solo la vieran los sinvergüenzas.


–No todos los hombres se aprovechan de las mujeres.


–Todos los que yo he conocido, sí.


–Seguro que no todos han sido tan malos.


–Créeme, si hubiera un récord para la que tuviera menos suerte con los hombres, sería mío. Cuando el padre de Mia me abandonó, prometí que no volvería a permitir que nadie me utilizara. Y que no volvería a confiar en otro hombre tan ciegamente. Pero entonces conocí a Gabriel y me pareció tan… maravilloso. Me trataba como si fuera especial.


–Porque es eso lo que cree que eres. Desde que volvió a casa aquella vez, no pudo dejar de hablar de ti –entonces fue él el que le puso una mano en el brazo a ella y se lo apretó suavemente mientras la miraba con dulzura y compasión–. Él no te está utilizando, Paula.


¿Por qué mientras tenían esa charla tan sincera sobre Gabriel solo podía pensar en Pedro? ¿Por qué no dejaba de imaginarse lo que sentiría si le pusiera la mano en el muslo? ¿Por qué no podía dejar de mirarlo a la boca y de preguntarse cómo sería tenerla sobre la suya?


Cada vez estaba más claro que estaba enamorándose. Del hombre que no debía.