jueves, 22 de abril de 2021

NO DEBO ENAMORARME: CAPÍTULO 27

 


Le rozó el pie de nuevo y esa vez habría jurado que lo había hecho apropósito. ¿Estaría haciendo piececitos con ella? ¿Por qué se le aceleraba de esa manera el corazón? ¿Y por qué lo animaba mentalmente a que la tocara también en otras partes del cuerpo, pero con las manos?


Eso sí que era atracción y sexo. Y estaba muy mal sentirlo.


–La semana pasada me enteré de que la empresa de su padre está en medio de una crisis financiera que podría obligarlo a cerrar –le explicó Pedro, y ella tardó unos segundos en caer en la cuenta de que seguía hablando de su ex–. Supongo que pensó que unos buenos contactos con la familia real podrían librarlo de la ruina.


–¿Crees que te estaba utilizando?


–Parece bastante probable.


Eso explicaba por qué era tan desconfiado con ella; era evidente que era a su ex a quien veía cuando la miraba.


–Qué zorra –dijo ella meneando la cabeza, pero al ver el modo en que Pedro abría los ojos, se tapó la boca con una mano y se odió a sí misma. ¿Cuándo aprendería a morderse la lengua?–. Perdona, no debería haber dicho eso –pero en lugar de enfadarse, Pedro se echó a reír.


–No, en realidad es un comentario muy acertado. Y, por desgracia, ella no fue la primera, aunque normalmente suelo ser más rápido en darme cuenta. La muerte de mi madre me dejó tal vacío que estaba ansioso por llenarlo y no veía bien con quién pretendía hacerlo.


–¿Te cuento algo curioso? El primer año de instituto descubrí a mi novio en el asiento trasero de su coche con mi supuesta amiga.


Pedro enarcó una ceja.


–¿Era una limusina?


–Ni mucho menos. Era un trasto viejo –respondió, riéndose.


–¿Qué hiciste cuando los viste?


–Les tiré un ladrillo y rompí el cristal de atrás.


–Yo debería haber hecho lo mismo.


–Estaba muy furiosa. Acababa de escribirle el trabajo de fin de curso de Historia, gracias al cual sacó un sobresaliente. Después me enteré, gracias a otra supuesta amiga, de que solo había salido conmigo porque estaba dispuesta a ayudarlo con los deberes y a dejar que se copiara de mis exámenes. Necesitaba sacar buenas notas para que no lo echaran del equipo de fútbol. Parece que todo el mundo sabía que me estaba utilizando.


–¿Y nadie te lo dijo?


–No. Trasladaron a mi padre un mes después y fue una de las pocas veces que me alegré de tener que volver a empezar de cero en otra parte.


–Espero que al menos se lo dijeras al director –dijo Pedro.


–No sabes cuánto me habría gustado contarlo todo y hacer que lo expulsaran del equipo y del instituto, pero entonces también me habrían expulsado a mí y mi padre me habría matado.


–Confías en la gente y eso es bueno.


No siempre.


–Por desgracia suelo atraer a hombres poco fiables. Es como si llevara la palabra «crédula» escrita en la frente y solo la vieran los sinvergüenzas.


–No todos los hombres se aprovechan de las mujeres.


–Todos los que yo he conocido, sí.


–Seguro que no todos han sido tan malos.


–Créeme, si hubiera un récord para la que tuviera menos suerte con los hombres, sería mío. Cuando el padre de Mia me abandonó, prometí que no volvería a permitir que nadie me utilizara. Y que no volvería a confiar en otro hombre tan ciegamente. Pero entonces conocí a Gabriel y me pareció tan… maravilloso. Me trataba como si fuera especial.


–Porque es eso lo que cree que eres. Desde que volvió a casa aquella vez, no pudo dejar de hablar de ti –entonces fue él el que le puso una mano en el brazo a ella y se lo apretó suavemente mientras la miraba con dulzura y compasión–. Él no te está utilizando, Paula.


¿Por qué mientras tenían esa charla tan sincera sobre Gabriel solo podía pensar en Pedro? ¿Por qué no dejaba de imaginarse lo que sentiría si le pusiera la mano en el muslo? ¿Por qué no podía dejar de mirarlo a la boca y de preguntarse cómo sería tenerla sobre la suya?


Cada vez estaba más claro que estaba enamorándose. Del hombre que no debía.



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