Paula sintió un escalofrío de aprensión.
–¿Por qué tengo la sensación de que no me va a gustar lo que vas a decirme?
–Mi padre me dijo que quizá tuviera que quedarse allí tres o cuatro semanas. No quería que lo supieras porque le daba miedo que te marcharas. Por eso me pidió que te entretuviera.
Se le cayó el alma a los pies.
–Pero yo solo voy a estar aquí seis semanas, lo que quiere decir que nos quedarán dos o tres para estar juntos y conocernos mejor.
Pedro se encogió de hombros.
–Entonces quédate más tiempo.
Se sentía traicionada y, mientras tomaba otro sorbo, no podía dejar de preguntarse en qué más le habría mentido Gabriel.
–No puedo quedarme más. En el trabajo solo me han dado seis semanas de permiso y si no vuelvo, me despedirán. Hasta que no sepa con seguridad si voy a quedarme aquí, necesito ese empleo. Si no, me quedaría sin nada. Tengo muy pocos ahorros, así que Mia y yo estaríamos prácticamente en la calle.
–Mi padre es una persona muy noble –aseguró Pedro–. Jamás permitiría que ocurriera algo así, incluso aunque decidieras no casarte con él.
–Si es tan noble, ¿por qué me ha mentido?
–Solo lo ha hecho porque le importas.
En cualquier caso, ella jamás aceptaría su caridad y no había ninguna certeza de que Gabriel fuera tan generoso.
Pedro debió de leerle la mente porque añadió:
–Si él no se encargara de que no te faltara de nada, lo haría yo.
Aquellas palabras la dejaron asombrada.
–¿Por qué? Hasta esta tarde aún creías que estaba utilizándolo.
–Supongo que podría decirse que he cambiado de opinión.
–Pero, ¿por qué?
Pedro soltó una carcajada que parecía salirle de lo más hondo, un sonido cálido y muy agradable.
–Me desconciertas, Paula. Primero quieres que te dé una oportunidad y, cuando lo hago, cuestionas mis motivos.
–Tienes razón. Lo que ocurre es que ahora mismo estoy un poco confusa –le puso la mano en el brazo y sintió su piel cálida y firme–. Lo siento.
Pedro miró su mano, aún en el brazo, y luego volvió a levantar la mirada hasta sus ojos.
–Disculpas aceptadas.
Había algo en la oscura profundidad de sus ojos, una emoción que hizo que el corazón le diera un vuelco y de pronto la invadió una cálida sensación.
«Es el vodka», se dijo al tiempo que apartaba la mano.
–¿Quieres otra copa? –le preguntó Pedro.
Paula bajó al mirada y se dio cuenta de que tenía el vaso vacío, mientras que el de él aún tenía más de la mitad.
–No debería –dijo, con los músculos ya relajados por el efecto del alcohol. Hacía semanas que no estaba tan tranquila. ¿Sería tan grave tomarse otra copa? Sabiendo que la niñera estaba pendiente de Mia, ¿qué motivo tenía para no tomársela?–. Qué demonios, ¿por qué no? Al fin y al cabo, no tengo que conducir para volver a casa, ¿verdad?
Pedro hizo un gesto y Jorge debía de estar mirando porque apareció poco después con otra copa. O esa segunda bebida no estaba tan fuerte, o la primera la había anestesiado. De un modo u otro, se la bebió alegremente.
–¿Sería mucho entrometerme si te preguntara por qué has tirado el teléfono a la piscina? –le preguntó entonces.
–Por culpa de una examante muy insistente.
–Deduzco que fuiste tú el que la dejó.
–Sí, pero después de sorprenderla en el asiento trasero de la limusina con mi mejor amigo.
–Vaya. ¿Estaban… ya sabes…?
–Sí. Con verdadero entusiasmo.
Hizo una mueca de dolor. Eso quería decir que había perdido a su madre, a su novia y a su mejor amigo en muy poco tiempo.
–Lo siento.
Pedro movió lentamente los pies dentro del agua, el izquierdo rozó el de ella, que tuvo que hacer un esfuerzo para no dar un respingo.
–Los dos intentaron echarle la culpa al otro.
–¿Y tú a quién crees?
–A ninguno de los dos. En los treinta segundos que estuve allí de pie, atónito, en ningún momento la oí decir que no, ni hacer el menor intento para apartarlo. Creo que los gemidos de placer que soltaban los dos eran prueba más que suficiente.
Volvió a rozarle el pie y ella sintió un escalofrío que la recorrió desde el pie, pasando por la pierna hasta lugares completamente inapropiados teniendo en cuenta la relación que los unía.
–¿Estabas enamorado de ella? –le preguntó entonces.
–Eso pensaba, pero ahora sé que solo era sexo.
–A veces es difícil distinguir lo uno de lo otro.
–¿Es así entre mi padre y tú?
Lo que sentía por Gabriel no tenía nada que ver con el sexo, de eso no tenía la menor duda.
–No. Gabriel es un buen amigo y lo quiero y lo respeto por ello. Es lo del sexo lo que aún tenemos que trabajarnos.
Su franqueza volvió a sorprenderlo.
–¿Sabe él que piensas eso?
–He sido completamente sincera con él, pero está convencido de que lo que siento por él irá tomando fuerza y yo espero que tenga razón.