¿Una tregua?
Paula observó el rostro de Pedro detenidamente, intentando dilucidar si estaba siendo sincero, pero lo único en lo que podía fijarse era en su pelo negro. ¿Y por qué no podía dejar de mirar ese pecho moreno y musculoso que tan tentadoramente se dejaba ver bajo la camisa?
–¿A qué viene eso? –le preguntó, tratando de mirar solo por encima de su cuello.
Lo vio cruzar los brazos sobre el pecho y temió que se hubiese dado cuenta de que lo había estado mirando fijamente. ¿Le habría molestado?
–Pensé que querías que te diera una oportunidad –le recordó.
Pero, ¿a qué se debía tan repentino cambio de opinión? No pudo evitar pensar que tramaba algo.
–Claro que quiero, lo que ocurre es que no parecía que estuvieses dispuesto a dármela.
–Eso fue antes de saber que vamos a tener que vernos a menudo durante las próximas semanas.
Eso la hizo parpadear varias veces.
–¿Qué quieres decir?
–Mi padre cree que sería buena idea que nos conociéramos mejor y me ha pedido que ejerza de guía durante su ausencia. Tengo que atenderos a tu hija y a ti y encargarme de que lo pasáis bien.
No, ¿qué había hecho Gabriel? Quería que Pedro le diera una oportunidad, pero no a la fuerza. Eso solo serviría para que la detestara aún más. Por no hablar de que no había contado con que fuera tan…
No sabía cómo explicarlo, pero el caso era que su simple presencia hacía que se tropezara, tartamudeara e hiciera tonterías como quedarse embobada mirándole el pecho o insultarlo a la cara.
–No necesito un guía –le aseguró–. Mia y yo estaremos perfectamente solas.
–Pero por seguridad, no podrías salir sin escolta de palacio.
–¿Por mi seguridad?
–Sí, debemos tener cuidado con ciertos peligros.
–¿Qué clase de peligros?
–Personas a las que les encantaría ponerle las manos encima a la futura reina para poder pedir un cuantioso rescate.
No sabía si decía la verdad o simplemente quería asustarla.
–De lo que se trata es de que mi padre quiere que vayas acompañada –resumió Pedro–. Y quiere que lo haga yo.
–¿Y Tatiana?
–Se va a Italia para estar con él. Siempre lo acompaña a todas partes. Hay gente que piensa incluso… –hizo una pausa y meneó la cabeza–. Olvídalo.
Estupendo, ahora intentaba preocuparla.
Gabriel? podría tener una decena de amantes sin que ella lo supiera. Quizá no fuera cierto lo de su cuñada y en realidad estaba con alguna de sus novias. Quizá… ¡Ah!
Debía recordar que confiaba en Gabriel y no podía permitir que Pedro debilitase dicha confianza con una simple insinuación. Era cierto que no hacía mucho que conocía a Gabriel, pero en ese tiempo siempre había dado muestras de ser un hombre sincero y honrado. Pensaba seguir confiando en él.