En el caso remoto de que ambos se enamoraran, Paula tendría que elegir entre vivir con Pedro, u ocuparse del rancho. Eso la hizo tiritar.
—No te preocupes, querida —dijo Alfonso—. Te prometí que no te daría ni un beso esta noche.
Paula, que estaba distraída, cayó en la cuenta de lo que le decía el joven.
—Échate de nuevo en la manta —le rogó el joven, tomándola esta vez en sus fuertes brazos. Paula se sentía muy bien con él, era tierno y sexual al mismo tiempo.
La joven lo abrazó a su vez, y cerró los ojos mientras respiraba el aire fresco de la noche y el distinguido aroma de Pedro. La otra copa que quedaba, cayó rodando por el suelo.
—No eran parte de tu herencia, ¿verdad? —preguntó Alfonso, irónicamente.
—No.
—Estupendo —contestó el joven, alisando con sus dedos los largos cabellos de la vaquera—. No querría haber destrozado algo verdaderamente importante para Eva Harding.
La familia… se quedó pensando Paula, sintiendo las pulsaciones aceleradas de su corazón.
—Pedro, ¿cómo es que no viniste cuando Lorena te invitó a la cena de Navidad?
La vaquera pensó que de nuevo había tocado un tema difícil para él.
Alfonso se las arregló para contestar:
—Detesto tener que decirte que… aquello fue muy violento para mí.
—¿Porque te había invitado tu ama de llaves? —preguntó Paula, contando hasta diez, para no estallar de cólera, hasta que le diera una respuesta coherente. Alfonso no era un snob.
—No se trataba de eso, es que me costaba mucho relacionarme en un ambiente familiar relajado y normal. Habría chafado la cena de Navidad a todo el mundo.
Paula no se esperaba esa respuesta.
—Pero tú también tienes familia, por lo menos a tu hermano Saúl, ¿no es así?
—Sí, tengo un hermano, dos hermanas y a mis padres. Desafortunadamente, siguen casados, destrozándose uno al otro —le contó Pedro, con un hilo de voz, lo que hizo automáticamente que Paula tuviese ganas de llorar—. No creo que puedas entenderme, porque tu familia es maravillosa. ¡Os queréis tanto!
Con la palma de la mano, Pedro acarició la mejilla y los armoniosos labios de Paula.
—Pedro… —susurró la vaquera.
—¿Quieres saber por qué necesito tanto triunfar en la vida? Es muy sencillo. Era el niño más pobre del colegio y que vivía en un barrio no muy recomendable. Mi padre, no es que estuviera en paro, es que no quería trabajar… Y teníamos a la policía en casa cada viernes y sábado por la noche, para intervenir en las peleas de mis padres, que bebían con bastante frecuencia.
El dolor de Pedro rompió el corazón de Paula. Ella lo besó suavemente, en la garganta. Tanto sufrimiento no produjo rechazo en la vaquera, sino todo lo contrario.
—No pasa nada, no te preocupes —dijo Paula, dulcemente.
—Sí que importa. No quería que supieses esas cosas tan desagradables de mi vida.
—Pedro, deberías sentirte muy orgulloso de ti mismo —repuso Paula—. Lograste ir a la Universidad y tienes un trabajo con prestigio. No es mi tipo desde luego, pero te ha permitido cambiar tu forma de vida… Desde luego, no todo el mundo es capaz de cumplir sus sueños.
El joven se quedó más tranquilo, después de contar sus confidencias a la vaquera.
—¿Sabes una cosa, Paula Chaves? Eres sorprendente.
—Soy simplemente yo.
—A eso es a lo que me refiero.