Pedro se quedó pensando en la expresión que había notado en el rostro de la vaquera, mientras abrazaba y besaba a Karla. Sin duda, Paula quería tener varios hijos, y por eso le asustaba el hecho de cumplir los treinta. Ya no era tan joven y para hacer realidad ese otro sueño, tendría que darse un poco de prisa en casarse.
Eva Hading apareció con una botella de champán y un par de copas, sonriendo con complicidad.
—Deberíais hacer una celebración en privado. ¿Os apetece tomar esta botella, a la luz de la luna y contando las estrellas?
—¡Qué buena idea! —exclamó Pedro, mirando el interior de la cesta, con curiosidad—. Eres maravillosa, Eva.
—Reserva tus encantos para mi nieta. Ahora, marchaos antes de que alguien os retenga de nuevo —aconsejó la abuela a los jóvenes, mirando insistentemente hacia donde estaba Gabriela.
Aquello hizo reír a Alfonso.
Lo cierto era que, los familiares y los amigos de los Harding estaban poniendo todos los medios para que la pareja se alejara de la fiesta. De hecho, en más de una ocasión, cuando Gabriela había intentado acercarse a los jóvenes prometidos, alguien había interceptado su camino, de modo oportuno.
Por si fuera poco, aquella especie de conspiración incluía a Bandido, que se lanzó amenazadoramente sobre el vestido blanco de Gabriela, manchándoselo de barro.
¡Pobre Bandido! La histérica mujer lanzó un chillido tan agudo, que el perro se asustó tanto o más como si de una estampida se tratara. Cuando ya se calmó, Bandido se volvió a lanzar contra ella para lamerle la cara. Para variar, Gabriela gritó de nuevo, irritadamente.
Mientras tanto, Claudio había estado contemplando la escena desde una valla, mordisqueando una brizna de hierba.
—¿Por qué no me has ayudado? ¡Mira como me ha dejado ese maldito perro! —dijo la mujer, despechadamente.
Claudio siguió mascando, esta vez, un poco de tabaco.
—Por eso el rancho es tan apreciado. Cada día es distinto en este lado de Montana.
—Te pago para que te ocupes de mí.
—No señora, los Hardings son los que me pagan, en esta propiedad. Usted no es más que una turista que ha aparecido intempestivamente…
¡Gabriela y Paula eran tan distintas!, pensaba Pedro, mientras Paula trataba de aplacar la cólera de la mujer histérica.
Alfonso rió abiertamente. Cuando la vaquera volvió a su lado, le preguntó cuál era el motivo de su risa.
—Me estaba acordando de esta mañana, cuando Gabriela quiso empujarte dentro del abrevadero del establo.
—¡Oh, sí! Pero lo que ella no había advertido era que estaba pisando excrementos de vaca. Por eso no me tomé la molestia de decirle nada. Bastante tenía ya para entretenerse con sus zapatos de última moda… ¿No repercutirá en tu trabajo el hecho de que Gabriela las esté pasado canutas en el rancho? Como es la hija de tu jefe…
Pedro abrazó a Paula por los hombros y ambos salieron por la puerta.
—En la empresa, me necesitan más a mí, que yo a ellos —dijo Pedro, dándose cuenta por primera vez de lo que acababa de decir.
—Pero… —balbuceó Paula, sin terminar de hablar.
—Prefiero que no hablemos de trabajo. ¿Dónde encontraremos un lugar apartado para disfrutar de un poco de intimidad? Debemos hacer caso a tu abuela.
—Pedro Alfonso, eres un oportunista. No pierdes la ocasión de utilizar todos los medios que sean para conquistar tus objetivos.
—No me negarás que te apetece salir del establo, o quieres que volvamos a la fiesta, con todo ese barullo…
Paula lo miró a los ojos y pudo comprobar que, bajo la luna, Pedro era tan sexy como a plena luz del día.
—Te mereces que te encierre con el semental —dijo la vaquera, divertida.
—Pero yo sé que ese toro tan apacible no es más que para las visitas —comentó Pedro, entre risas—. El rancho emplea el semen de un semental premiado varias veces, al que únicamente han visto en un vídeo…
—Ya veo que recuerdas con todo detalle, aquello que vas aprendiendo.
—Vamos, querida. Hace una noche preciosa. Y tenemos que hacer un brindis especial con la botella de tu abuela.
Paula estaba deseando disfrutar de la noche bajo las estrellas con aquel hombre. Sin embargo, su mente no estaba tan de acuerdo con su corazón.
—Voy a casa un momento a recoger una manta —dijo Paula, dejando a Pedro inseguro.
—¿Vas a volver, no? Espero que no me dejes plantado esta noche.
—Esta noche no va a pasar nada y además, no te tengo miedo.
Cuando Paula se reunió de nuevo con Alfonso, le sugirió que se sentasen por la zona de las tiendas de campaña. Pero Pedro prefirió instalarse detrás de la colina que coronaba la casa principal del rancho.
—Me parece que allí arriba, estaremos solos —dijo Alfonso, alegremente.
—Créeme Pedro, no vamos a necesitar intimidad en absoluto.
—Claro que sí.
—Por favor, no me presiones más —se quejó Paula, agobiada.
—Querida —dijo Alfonso, tomando su barbilla y elevándole el rostro, seriamente—. No te preocupes, es tu cumpleaños y no voy a hacer nada que te contraríe.
—Seguro que no me mientes —dijo la vaquera, observando fijamente la expresión de su acompañante.
—Seguro.
Paula le creyó, pero por otra parte le parecía una tortura tener que estar a su lado, sin más. Por lo menos, cuando Pedro la besaba, dejaba de pensar automáticamente. Apenas podía respirar y no quería pensar en problemas trascendentales…
Alfonso le dio la mano y ambos empezaron a caminar. Probablemente el champán le adormecería las ideas.
Espero que Pau afloje pronto jaja
ResponderBorrarAyyyyyyyyyy, va queriendo!!!!!!! Me encantaron los 3 caps.
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