—¡Sorpresa!
—¡Feliz cumpleaños! Paula se puso colorada mientras una lluvia de confeti les llovía a Pedro y a ella.
El establo que usaban para llevar a cabo celebraciones y fiestas, estaba decorado con guirnaldas y flores salvajes. Los asistentes iban vestidos con sus mejores galas de vaqueros.
—¡Feliz cumpleaños, querida! —dijo en alto su abuela—. ¡Y felicidades, Pedro, esto es una doble celebración, teniendo en cuenta que acabáis de comprometeros!
—Muchas gracias, señora Harding —contestó Alfonso, afectuosamente.
—Por favor, Pedro, llámame Eva o abuela. Sobre todo ahora que vamos a ser miembros de la misma familia.
—Estupendo —dijo Alfonso, cortésmente.
Paula comprobaba lo formal que podía ser Pedro, después de haber anunciado sin ningún reparo y a los cuatro vientos, la noticia del compromiso. ¡Parecía un auténtico novio, actuando de modo nervioso con su futura familia política!
Era posible que estuviese comenzando a encontrarse mal en el papel que él mismo había elegido.
Respecto a su abuela, Paula no pudo evitar pensar que Eva Harding había hecho caso omiso de las confidencias que le había hecho el día anterior. La nieta le había asegurado que no quería que Pedro se enamorara de ella. Y allí estaba, celebrando tranquilamente, un compromiso que, en teoría, tenía que haberla sorprendido.
De repente, una voz la hizo girar.
—¡Felicidades, querida!
—¡Hola Augusto! Te echamos de menos en la fiesta del sábado pasado.
—Lo siento por no haber acudido, pero un caballo se puso malo y tuve que ocuparme de él. ¿Es verdad que vas a casarte?
—Sí —contestó Paula, perforando con la mirada a Pedro—. Augusto Steele, te presento a Pedro Alfonso.
—Encantado de conocerte —dijo Augusto, educadamente.
—Lo mismo te digo —respondió Alfonso, con la pinta de un toro salvaje, a punto de salir de estampida.
Paula se excusó y llevó a su prometido al otro lado del edificio.
A la vaquera se le había olvidado que era su cumpleaños, y claro está, a su familia no se le había pasado el detalle. Para ella era difícil cumplir treinta años. Más aún, que hacer creer a todos los del rancho, que Pedro y ella estaban prometidos. A ella le divertía en cierto modo seguir con la mentira de Alfonso.
Había empezado a negociar con su abuelo el futuro del rancho. Pero ahora, Samuel Harding estaba completamente convencido de que el futuro matrimonio sería mucho más eficaz con la gestión de la finca, que la propia Paula estando soltera.
Pedro se dio cuenta y trató de excusarse con ella.
—De verdad que lo siento, querida. No era mi intención interponerme en tu futura vida de ranchera —dijo Pedro honestamente.
Alrededor de la pareja todo eran felicitaciones, y, hasta los que menos los conocían les ofrecían pequeños regalos, mientras el resto de la gente se disponía a probar la tarta de cumpleaños.
Paula comprendió las disculpas de Pedro y cambió de tema.
—Mira hacia allí —comentó la vaquera, riendo—. Creo que Gabriela no te va a perseguir nunca más ni en Seattle, ni en ningún otro lugar del mundo.
—Ya te advertí que Claudio iba a hacer un buen trabajo con su invitada —dijo Alfonso, muerto de risa.
En los últimos dos días, Gabriela y Claudio habían discutido, se habían insultado y se habían hecho la vida imposible. Pero Claudio tenía la ventaja de dominar el entorno…
En ese momento, alguien reclamaba la atención de la homenajeada a la altura de las rodillas.
—Hola, Paula. ¡Feliz cumpleaños!
La joven tomó en sus brazos a la niña que la estaba felicitando.
—Muchas gracias, Karla. ¡Me alegro mucho de verte! ¿Os habéis portado bien tu hermano y tú, este año?
—Sí. Papá me ha regalado un pony.
—¡Qué estupendo! —dijo Paula, aspirando el suave olor a colonia de la niña.
En aquel momento, sintió un gran pesar, porque aunque le encantaría tener hijos, no podía planteárselo en un futuro próximo.
—Ya soy toda una vaquera —se enorgulleció la cría.
Paula se volvió hacia Alfonso y dijo:
—Pedro te presento a Karla, la hija de Augusto.
—¿Es su hija? Luego, está casado…
Paula le dio un beso a la niña y la acercó hacia donde se encontraban las bebidas. A continuación, siguió conversando con Alfonso.
—Augusto es viudo. Su mujer falleció al nacer Karla.
—Vaya por Dios, lo siento… —comentó Pedro, arrepentido de su tono impertinente.
—Nos hemos criado prácticamente juntos. En la actualidad, Augusto posee un rancho al sur de nuestra propiedad —dijo la vaquera, comiéndose un trozo de tarta.
Las fiestas informales eran muy frecuentes en el rancho… A los turistas les encantaban y los Harding disfrutaban reuniendo a sus colaboradores y amigos, de vez en cuando.
—No he visto a Augusto por aquí. ¿Trabaja como vaquero?
—No, pero suele venir a las celebraciones que hacemos los sábados con los crios. Ellos se divierten jugando con otros chicos y Augusto se relaja un poco. Ha sido muy duro para él, tener que enfrentarse solo a la educación de los niños.
—Me alegro de que viniera a tu fiesta de cumpleaños.
—Y de nuestro compromiso, no lo olvides —sonrió Paula, pícaramente.
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