jueves, 8 de abril de 2021

FARSANTES: CAPÍTULO 47

 


—Me gusta este lugar —dijo Pedro.


Habían estado en ese sitio durante cuatro horas, mirando las estrellas, mientras que en el rancho, todo el mundo dormía.


—¿De verdad? —preguntó Paula, medio dormida.


—Sí, no tanto como cuando nos besamos, pero al fin y al cabo es algo relajante —dijo Alfonso, dando un sorbito de champán y volviendo a mirar al cielo.


—Mmh —susurró Paula, tumbada al revés que Pedro—. A mí también me gusta.


Bandido estaba encantado de tener a aquellos humanos tan cerca, pero por si acaso no se despegaba del lado de Paula, cosa que Alfonso tuvo en cuenta por si decidía iniciar una incursión en dirección a la vaquera.


—Cuéntame Pedro —dijo Paula, poniéndose otra copa de champán sin apenas burbujas—, ¿por qué le tienes tanto miedo al matrimonio? Puede que tus padres tuviesen una experiencia nefasta en ese sentido, pero eso no tiene por qué repetirse contigo.


—¿Estás muy interesada en el tema?


Paula se atragantó y derramó parte del vino espumoso, sobre las piernas de Pedro.


—Noooo. Era una pregunta de interés general, del tipo de ¿…crees tú que hay vida inteligente en otros planetas…?.


—No te preocupes, tampoco creo que sea el peor marido del mundo —dijo Alfonso, realmente ofendido.


—Bueno, como ni fumas, ni eres amante del juego, ni asaltas comercios para vivir, se puede decir que tienes muchas bazas a tu favor.


—Claro —dijo Alfonso incorporándose—. Si alguna vez decido casarme, no sería con alguien como… —Pedro paró en seco, a pesar de ser de noche, la luz de la luna había iluminado la expresión de odio de la vaquera. Estaba claro que iba a meter la pata.


—¿Cómo yo, no es cierto? —continuó Paula, amargamente.


—Bueno, querría tener a mi lado a alguien tranquilo. No es que tú no lo seas. Pero, la experiencia me ha enseñado, que la unión entre personas de mucho carácter suele terminar mal.


—En otras palabras, quieres una esposa aburrida. Tendrás que actualizar tu lista cuando llegues a casa.


Pedro estaba harto de la famosa lista, que traía de cabeza a Paula.


«Maldita sea. Si no hubiera metido la pata con Paula, ahora estaríamos disfrutando del final del champán, contando estrellas», pensó Alfonso, molesto.


—Querida, creo que eres alguien muy especial. Quizá, si las circunstancias cambiasen… —balbuceó Alfonso, torpemente.


—No van a cambiar en absoluto. Además, recuerda: no cumplo los requisitos de la lista de tu hermano.


—¿Por qué te empeñas en seguir teniendo en cuenta esa estupidez? Cuando la escribió, Saúl acababa de divorciarse y no quería que yo cometiera los mismos errores que él.


—Muy bien, pues comete tus errores solo. Yo me voy a la cama. ¡Bandido, vamos a casa! —dijo Paula, intentando que el perro la obedeciera—. Bueno, quédate… Al fin y al cabo, los hombres sois todos iguales.


—Paula, por favor, no te vayas —le suplicó Pedro.


Aquel ruego, le llegó directamente al corazón. Estaba demasiado afectada por los treinta años que acababa de cumplir, había muchas decisiones importantes que tomar. De hecho, probablemente, sería la última vez que celebrara su cumpleaños bajo las estrellas, haciendo planes para el futuro.


—Lo siento, querida —susurró Alfonso, mientras le tomaba los brazos y la acariciaba lentamente; la copa de Paula se cayó sobre la hierba y ambos se juntaron en un abrazo—. Heriste mi orgullo y quise devolverte el golpe. La verdad es que eres maravillosa.


Pedro —susurro Paula, notando como el joven deslizaba sus brazos por su cintura y se pegaba a ella por completo. Alfonso se estaba poniendo cada vez más excitado…


—Nunca he deseado tanto a una mujer como a ti —dijo Pedro a su prometida—. Y sé que tú también me deseas a mí. En esto es en lo único que no hemos engañado a nadie, con nuestro compromiso.


Paula sintió como algo se le helaba en el interior de su cuerpo. Por una parte, quería que el compromiso fuese auténtico en su totalidad. Pero eso le daba mucho miedo, enamorarse de Pedro sería lo más temerario que hubiese hecho en su vida. Era demasiado guapo e inteligente, su porvenir se encontraba en Nueva York.


La Gran Manzana significaba kilómetros y kilómetros de cemento, sin prados ni cielos abiertos. Hasta la nieve que caía no era blanca, sino gris. Sin duda, se trataba de una ciudad apasionante, pero ella se ahogaría allí, teniendo tan lejos la naturaleza.




miércoles, 7 de abril de 2021

FARSANTES: CAPÍTULO 46

 


Pedro se quedó pensando en la expresión que había notado en el rostro de la vaquera, mientras abrazaba y besaba a Karla. Sin duda, Paula quería tener varios hijos, y por eso le asustaba el hecho de cumplir los treinta. Ya no era tan joven y para hacer realidad ese otro sueño, tendría que darse un poco de prisa en casarse.


Eva Hading apareció con una botella de champán y un par de copas, sonriendo con complicidad.


—Deberíais hacer una celebración en privado. ¿Os apetece tomar esta botella, a la luz de la luna y contando las estrellas?


—¡Qué buena idea! —exclamó Pedro, mirando el interior de la cesta, con curiosidad—. Eres maravillosa, Eva.


—Reserva tus encantos para mi nieta. Ahora, marchaos antes de que alguien os retenga de nuevo —aconsejó la abuela a los jóvenes, mirando insistentemente hacia donde estaba Gabriela.


Aquello hizo reír a Alfonso.


Lo cierto era que, los familiares y los amigos de los Harding estaban poniendo todos los medios para que la pareja se alejara de la fiesta. De hecho, en más de una ocasión, cuando Gabriela había intentado acercarse a los jóvenes prometidos, alguien había interceptado su camino, de modo oportuno.


Por si fuera poco, aquella especie de conspiración incluía a Bandido, que se lanzó amenazadoramente sobre el vestido blanco de Gabriela, manchándoselo de barro.


¡Pobre Bandido! La histérica mujer lanzó un chillido tan agudo, que el perro se asustó tanto o más como si de una estampida se tratara. Cuando ya se calmó, Bandido se volvió a lanzar contra ella para lamerle la cara. Para variar, Gabriela gritó de nuevo, irritadamente.


Mientras tanto, Claudio había estado contemplando la escena desde una valla, mordisqueando una brizna de hierba.


—¿Por qué no me has ayudado? ¡Mira como me ha dejado ese maldito perro! —dijo la mujer, despechadamente.


Claudio siguió mascando, esta vez, un poco de tabaco.


—Por eso el rancho es tan apreciado. Cada día es distinto en este lado de Montana.


—Te pago para que te ocupes de mí.


—No señora, los Hardings son los que me pagan, en esta propiedad. Usted no es más que una turista que ha aparecido intempestivamente…


¡Gabriela y Paula eran tan distintas!, pensaba Pedro, mientras Paula trataba de aplacar la cólera de la mujer histérica.


Alfonso rió abiertamente. Cuando la vaquera volvió a su lado, le preguntó cuál era el motivo de su risa.


—Me estaba acordando de esta mañana, cuando Gabriela quiso empujarte dentro del abrevadero del establo.


—¡Oh, sí! Pero lo que ella no había advertido era que estaba pisando excrementos de vaca. Por eso no me tomé la molestia de decirle nada. Bastante tenía ya para entretenerse con sus zapatos de última moda… ¿No repercutirá en tu trabajo el hecho de que Gabriela las esté pasado canutas en el rancho? Como es la hija de tu jefe…


Pedro abrazó a Paula por los hombros y ambos salieron por la puerta.


—En la empresa, me necesitan más a mí, que yo a ellos —dijo Pedro, dándose cuenta por primera vez de lo que acababa de decir.


—Pero… —balbuceó Paula, sin terminar de hablar.


—Prefiero que no hablemos de trabajo. ¿Dónde encontraremos un lugar apartado para disfrutar de un poco de intimidad? Debemos hacer caso a tu abuela.


Pedro Alfonso, eres un oportunista. No pierdes la ocasión de utilizar todos los medios que sean para conquistar tus objetivos.


—No me negarás que te apetece salir del establo, o quieres que volvamos a la fiesta, con todo ese barullo…


Paula lo miró a los ojos y pudo comprobar que, bajo la luna, Pedro era tan sexy como a plena luz del día.


—Te mereces que te encierre con el semental —dijo la vaquera, divertida.


—Pero yo sé que ese toro tan apacible no es más que para las visitas —comentó Pedro, entre risas—. El rancho emplea el semen de un semental premiado varias veces, al que únicamente han visto en un vídeo…


—Ya veo que recuerdas con todo detalle, aquello que vas aprendiendo.


—Vamos, querida. Hace una noche preciosa. Y tenemos que hacer un brindis especial con la botella de tu abuela.


Paula estaba deseando disfrutar de la noche bajo las estrellas con aquel hombre. Sin embargo, su mente no estaba tan de acuerdo con su corazón.


—Voy a casa un momento a recoger una manta —dijo Paula, dejando a Pedro inseguro.


—¿Vas a volver, no? Espero que no me dejes plantado esta noche.


—Esta noche no va a pasar nada y además, no te tengo miedo.


Cuando Paula se reunió de nuevo con Alfonso, le sugirió que se sentasen por la zona de las tiendas de campaña. Pero Pedro prefirió instalarse detrás de la colina que coronaba la casa principal del rancho.


—Me parece que allí arriba, estaremos solos —dijo Alfonso, alegremente.


—Créeme Pedro, no vamos a necesitar intimidad en absoluto.


—Claro que sí.


—Por favor, no me presiones más —se quejó Paula, agobiada.


—Querida —dijo Alfonso, tomando su barbilla y elevándole el rostro, seriamente—. No te preocupes, es tu cumpleaños y no voy a hacer nada que te contraríe.


—Seguro que no me mientes —dijo la vaquera, observando fijamente la expresión de su acompañante.


—Seguro.


Paula le creyó, pero por otra parte le parecía una tortura tener que estar a su lado, sin más. Por lo menos, cuando Pedro la besaba, dejaba de pensar automáticamente. Apenas podía respirar y no quería pensar en problemas trascendentales…


Alfonso le dio la mano y ambos empezaron a caminar. Probablemente el champán le adormecería las ideas.



FARSANTES: CAPÍTULO 45

 


—¡Sorpresa!


—¡Feliz cumpleaños! Paula se puso colorada mientras una lluvia de confeti les llovía a Pedro y a ella.


El establo que usaban para llevar a cabo celebraciones y fiestas, estaba decorado con guirnaldas y flores salvajes. Los asistentes iban vestidos con sus mejores galas de vaqueros.


—¡Feliz cumpleaños, querida! —dijo en alto su abuela—. ¡Y felicidades, Pedro, esto es una doble celebración, teniendo en cuenta que acabáis de comprometeros!


—Muchas gracias, señora Harding —contestó Alfonso, afectuosamente.


—Por favor, Pedro, llámame Eva o abuela. Sobre todo ahora que vamos a ser miembros de la misma familia.


—Estupendo —dijo Alfonso, cortésmente.


Paula comprobaba lo formal que podía ser Pedro, después de haber anunciado sin ningún reparo y a los cuatro vientos, la noticia del compromiso. ¡Parecía un auténtico novio, actuando de modo nervioso con su futura familia política!


Era posible que estuviese comenzando a encontrarse mal en el papel que él mismo había elegido.


Respecto a su abuela, Paula no pudo evitar pensar que Eva Harding había hecho caso omiso de las confidencias que le había hecho el día anterior. La nieta le había asegurado que no quería que Pedro se enamorara de ella. Y allí estaba, celebrando tranquilamente, un compromiso que, en teoría, tenía que haberla sorprendido.


De repente, una voz la hizo girar.

—¡Felicidades, querida!


—¡Hola Augusto! Te echamos de menos en la fiesta del sábado pasado.


—Lo siento por no haber acudido, pero un caballo se puso malo y tuve que ocuparme de él. ¿Es verdad que vas a casarte?


—Sí —contestó Paula, perforando con la mirada a Pedro—. Augusto Steele, te presento a Pedro Alfonso.


—Encantado de conocerte —dijo Augusto, educadamente.


—Lo mismo te digo —respondió Alfonso, con la pinta de un toro salvaje, a punto de salir de estampida.


Paula se excusó y llevó a su prometido al otro lado del edificio.


A la vaquera se le había olvidado que era su cumpleaños, y claro está, a su familia no se le había pasado el detalle. Para ella era difícil cumplir treinta años. Más aún, que hacer creer a todos los del rancho, que Pedro y ella estaban prometidos. A ella le divertía en cierto modo seguir con la mentira de Alfonso.


Había empezado a negociar con su abuelo el futuro del rancho. Pero ahora, Samuel Harding estaba completamente convencido de que el futuro matrimonio sería mucho más eficaz con la gestión de la finca, que la propia Paula estando soltera.


Pedro se dio cuenta y trató de excusarse con ella.


—De verdad que lo siento, querida. No era mi intención interponerme en tu futura vida de ranchera —dijo Pedro honestamente.


Alrededor de la pareja todo eran felicitaciones, y, hasta los que menos los conocían les ofrecían pequeños regalos, mientras el resto de la gente se disponía a probar la tarta de cumpleaños.


Paula comprendió las disculpas de Pedro y cambió de tema.


—Mira hacia allí —comentó la vaquera, riendo—. Creo que Gabriela no te va a perseguir nunca más ni en Seattle, ni en ningún otro lugar del mundo.


—Ya te advertí que Claudio iba a hacer un buen trabajo con su invitada —dijo Alfonso, muerto de risa.


En los últimos dos días, Gabriela y Claudio habían discutido, se habían insultado y se habían hecho la vida imposible. Pero Claudio tenía la ventaja de dominar el entorno…


En ese momento, alguien reclamaba la atención de la homenajeada a la altura de las rodillas.


—Hola, Paula. ¡Feliz cumpleaños!


La joven tomó en sus brazos a la niña que la estaba felicitando.


—Muchas gracias, Karla. ¡Me alegro mucho de verte! ¿Os habéis portado bien tu hermano y tú, este año?


—Sí. Papá me ha regalado un pony.


—¡Qué estupendo! —dijo Paula, aspirando el suave olor a colonia de la niña.


En aquel momento, sintió un gran pesar, porque aunque le encantaría tener hijos, no podía planteárselo en un futuro próximo.


—Ya soy toda una vaquera —se enorgulleció la cría.


Paula se volvió hacia Alfonso y dijo:

Pedro te presento a Karla, la hija de Augusto.


—¿Es su hija? Luego, está casado…


Paula le dio un beso a la niña y la acercó hacia donde se encontraban las bebidas. A continuación, siguió conversando con Alfonso.


—Augusto es viudo. Su mujer falleció al nacer Karla.


—Vaya por Dios, lo siento… —comentó Pedro, arrepentido de su tono impertinente.


—Nos hemos criado prácticamente juntos. En la actualidad, Augusto posee un rancho al sur de nuestra propiedad —dijo la vaquera, comiéndose un trozo de tarta.


Las fiestas informales eran muy frecuentes en el rancho… A los turistas les encantaban y los Harding disfrutaban reuniendo a sus colaboradores y amigos, de vez en cuando.


—No he visto a Augusto por aquí. ¿Trabaja como vaquero?


—No, pero suele venir a las celebraciones que hacemos los sábados con los crios. Ellos se divierten jugando con otros chicos y Augusto se relaja un poco. Ha sido muy duro para él, tener que enfrentarse solo a la educación de los niños.


—Me alegro de que viniera a tu fiesta de cumpleaños.


—Y de nuestro compromiso, no lo olvides —sonrió Paula, pícaramente.




FARSANTES: CAPÍTULO 44

 


Siete horas más tarde, los jóvenes estaban dirigiendo el ganado, mientras Paula disfrutaba de su caballo, excelentemente domado para ejercer las labores propias de su condición. Sin embargo, la montura de Pedro, estaba tan bien entrenada, que apenas necesitaba un jinete para hacer su cometido. Por si quedaba algún cabo que atar, para eso estaba Bandido, el mejor perro pastor del rancho.


Alfonso respiró profundamente, disfrutando mientras cabalgaba. Ya era capaz de reconocer cuál era el hierro del rancho, teniendo en cuenta que todas las reses lo llevaban marcado en una de las ancas. Además, la marca podía verse en las vallas bien cuidadas que rodeaban al ganado.


Paula llevaba una grapadora que marcaba, con un marchamo en las orejas, a las reses que así lo precisaban. Cuando realizaba esa tarea lo hacía con mucho cuidado para no hacer sufrir demasiado a los animales. Se notaba que estaba muy ligada a la naturaleza, y eso la enriquecía enormemente.


—¿Cuántos hectáreas tiene el rancho en total? —le preguntó Pedro a la vaquera, que acababa de juntar a un par de vacas rezagadas, al resto de la manada.


—Unas dos mil quinientas, aproximadamente —contestó Paula.


Alfonso tiró de las riendas en seco y paró a su caballo. La respuesta le había sorprendido, aunque pensándolo bien, se trataba de algo coherente.


—¿Qué es lo que ocurre? —dijo Paula, sin parar a su montura y mirándolo por encima del hombro.


—Pero Paula, es una extensión demasiado grande para que la puedas comprar con tu sueldo de profesora.


No le extrañaba que Samuel Harding, no tomara en serio a su nieta… Pedro sentía tener que hablar con Paula de sus proyectos más personales, porque no quería poner más trabas entre Paula y él.


—Como ya te he dicho en alguna ocasión, trabajo como profesora en el turno de noche, apenas tengo gastos y lo que he ahorrado está francamente bien invertido.


—Siento meterme en tus asuntos, pero creo que por mucho dinero que hayas reunido…


—No sabes de lo que te estoy hablando, Pedro.


Cuando Paula le dijo a cuanto ascendía la suma de sus ahorros, Alfonso dio un brinco en su caballo. Una vez más, había subestimado a la joven vaquera. Desde luego, alguien capaz de plantearse de ese modo la conquista de su sueño dorado, merecía ser tomado muy en serio.


—De acuerdo, me has dejado impresionado. Pero creo que tu abuelo podía arreglar las cosas de manera que en cuanto las cifras no cuadrasen, él pudiese recuperar el control de la propiedad. Incluso después, podría venderle la finca a algún extraño.


—Sí, claro —contestó Paula, calándose un poco más el sombrero que llevaba.


Aquello irritó a Pedro, que deseaba saberlo todo de aquella deliciosa vaquera emprendedora. Alfonso le retiró ligeramente el sombrero, tal y como lo tenía antes. No podía soportar la idea de que ella le ocultase algo de su vida… por muy pequeño que fuese el detalle.


—Dime, Paula. ¿Tu abuelo no quiere venderte la finca por una cuestión exclusivamente de dinero?


—Por supuesto que no —respondió la vaquera, mordiéndose un labio e incluso haciéndose sangre—. Lo que pasa es que el rancho es muy importe no sólo para nosotros. Llevar una finca hoy en día no es un negocio de mucho rendimiento. Por eso algunos rancheros que necesitan cubrir gastos extras colaboran con nosotros en verano, atendiendo a los turistas. De esa manera todos salimos ganando. Ésa es la razón por la que Samuel Harding considera que no puede tener pérdidas: para no dejar en la calle a los otros vecinos que trabajan con él.


—O sea, que no se trata únicamente de una cuestión de orgullo —dijo Pedro, con interés.


Paula dio un suspiro y contestó:

—Sí y no. Creo que el abuelo confiaría la propiedad a alguno de mis hermanos, pero nunca a una mujer, teniendo en cuenta los riesgos que implica este negocio.


—¡Oh, Paula, lo siento!


Paula sintió un escalofrío, a pesar del calor que hacía.


—En estas circunstancias, Samuel Harding, confiaría en algún inversor ajeno, pero bien respaldado económicamente, por si vinieran malos tiempos.


Alfonso se secó el sudor de su frente con un pañuelo. El rancho podía hacer pensar en que todo era fácil y divertido. Y sin embargo, constituía una parte importante de la economía local.


—Querida, creo que tu abuelo tiene razón.


—¿Tú crees? —preguntó Paula atentamente, en vez de enfadarse—. Adoro este rancho… Amo cada árbol, cada animal e incluso cada roca. Haría cualquier cosa por la gente que depende de nosotros, porque son parte mía. ¿Crees que estaría mejor en otras manos, teniendo todo el dinero del mundo?


Pedro pensó que tenía razón, pero que no dejaba de ser una tremenda cabezota como Samuel Harding.


—¿Entonces?


—No sé qué decirte… —balbuceó Alfonso.


De pronto, Bandido se puso frente a ellos con un ladrido. ¡Ya era hora de que volvieran al trabajo!


Ambos jóvenes se pusieron en marcha y Pedro fue consciente de lo importante que empezaban a ser los sueños de Paula para él. Más importantes aun que sus propias aspiraciones.




martes, 6 de abril de 2021

FARSANTES: CAPÍTULO 43

 


Claudio acompañó a Gabriela hacia su lujoso coche, completamente empolvado, para que sacara ropa cómoda para cabalgar. En el caso de que no tuviera nada apropiado, los otros vaqueros podrían prestarle algo.


Gabriela miró con auténtico odio a Claudio, Paula y Pedro, antes de ocuparse de su equipaje.


—¿Vas a poder arreglártelas con ella, Claudio? —preguntó solícita, su hermana pequeña.


—No te preocupes, Red. He tratado con muchos animales salvajes. Mira mis cicatrices…


—Seguro que dominas la situación perfectamente —le susurró Pedro a Paula.


Molesta, la vaquera dijo:

—Todavía no puedo creer que hayas dicho una mentira así, delante de todo el mundo. ¿Qué van a pensar mis abuelos?


—Que tienes muy buen gusto, por haberme elegido como marido.


Mientras se introducía en el establo, Paula dijo:

—Verdaderamente, seguirte la corriente ha sido la tontería más grande de mi vida. Tenía que haberle dicho la verdad a Gabriela.


—Pero querida, no querrás estropear el resto de mis vacaciones.


—No me llames querida. Si yo fuese como Gabriela, estarías encantado, dejándote acosar día y noche.


—No podrías ser como ella. Pero por otra parte, no estaría mal casarse contigo. Existen cosas mucho peores en el mundo…


Por supuesto que había cosas malas en la vida, pero Alfonso se estaba aprovechando de ella con su mentira, para zafarse de la turista improvisada.


—No podría ser la esposa perfecta. Recuerda que no sé cocinar —dijo Paula, con falsa dulzura.


—Es cierto, no podrás tocar un fogón ni encender el aspirador. Por cierto, ¿cómo conseguiste hacerlo explotar?


—No hice nada. Simplemente esa pieza de diseño se las ingenió para reventar sólita.


—Ahora no es más que un montón de basura —comentó Pedro, recordando que Lorena la había utilizado durante los últimos cuatro años, sin ningún problema.


—Bueno, no quiero discutir más sobre ese tema. Hoy tenemos trabajo de verdad. El ganado tiene que dirigirse hacia la esquina noroeste de la hacienda. No habrá tiempo para picnics relajantes —ordenó Paula, mientras acariciaba el morro de su montura.


A lo lejos apareció Samuel Harding.


—Paula, querida, ¿Qué es eso de que os habéis comprometido, Pedro y tú? Me lo podrías haber dicho tú, en vez de tener que enterarme de la noticia por uno de los vaqueros.


—Abuelo, comprendo que esto te haya molestado, pero puedo explicártelo…


—No hay nada que explicar. No podrías haberme hecho más feliz, querida —dijo Samuel encantado, mientras le daba una palmada en la espalda a Pedro, cuando pasó por su lado—. O sea, que estás haciendo planes para el futuro lejos del rancho. ¡Me parece estupendo!


Paula se quedó blanca, ante tal respuesta. Alfonso estaba tan dolido, como si el golpe se lo hubieran dado a él. Para la vaquera el rancho no era una cuestión de divertimento, sino la ilusión de su vida.


—Señor, creo que no lo ha entendido bien. Paula sigue queriendo ocuparse del rancho en un futuro próximo —intentó explicar Pedro, desesperadamente.


—Ya lo sé, hijo.


Los dos jóvenes se miraron desconcertados.


—He sido muy testarudo en los últimos tiempos, pero en cuanto tengamos tiempo ya hablaremos del rancho. Ahora, ¡a trabajar, que tenéis que cuidar del ganado!


Paula se puso el pelo detrás de una oreja y dijo:

—Necesito ver a la abuela antes de que nos marchemos, para contarle la verdad.


—No te preocupes, yo se lo explicaré. Hemos querido tener nietos desde hace tanto tiempo que estará encantada con la noticia —dijo Samuel Harding, sonriendo amablemente.


Pedro silbó y a continuación dirigió una mirada indagadora hacia Paula. De ella se esperaba cualquier reacción.


—¿Querida? —intentó hacerla hablar, Alfonso.


—No me llames así —se quejó la vaquera, mientras ponía las dos monturas a punto e iniciar la jornada de trabajo.


—Pero Paula, la situación que se ha creado puede ser algo bueno para ti, ¿no te parece?


—Se trata de una mentira.


—Pero, ya has oído a tu abuelo. Va a escuchar tus propuestas. Eso es lo que anhelabas desde hace tanto tiempo…


—Sí, por supuesto, pero nunca he mentido a mi familia. Acabo de intentar contarle la verdad, pero me ha resultado imposible. Al fin y al cabo, era la primera vez que se proponía entablar un diálogo conmigo respecto a la propiedad familiar.


—¿Y si le dices la verdad, es decir, que no estamos comprometidos realmente, tú crees que se echará atrás? —preguntó Pedro, rascándose la nuca con brío.


—No lo sé. ¿Tú qué opinas?


Alfonso, apoyaba plenamente la posición de Paula. Sin embargo, coincidía con el abuelo, en el hecho de que la joven llevaría mejor la dirección del rancho con un marido que la apoyara y aconsejara en todo momento. Además, físicamente, Paula tendría que sobrepasar de vez en cuando sus límites, como en la doma de caballos. En esos momentos, sería bueno que tuviera a su lado a alguien como él…


—Paula, creo que deberías esperar unos días para ver qué pasa. Te admiro porque quieres contar la verdad, pero puede que esto sea una buena oportunidad para que Samuel y tú podáis entenderos.


—Puede que todo se vaya al garete.


—No tienes nada que perder y todo que ganar —le animó Pedro, con entusiasmo—. Además, puede que resulte divertido.


Pedro que te conozco… Con un compromiso falso o no, lo tengo claro: no me voy a acostar contigo.


—Ya veremos —dijo Alfonso, sin dar su brazo a torcer.


—Te advierto que, después de una jornada cabalgando, el romanticismo se habrá evaporado…


—Pues eso no parece afectarle a Claudio —dijo Pedro, irónicamente, dejando a Paula desconcertada.




FARSANTES: CAPÍTULO 42

 


Paula se mordió los labios. Alfonso era terrible. Le estaba restregando a Gabriela el hecho de haber arruinado sus vacaciones en México, y además que otra mujer hubiese alcanzado sus propios objetivos, desbancándola.


Pero parecía que a pesar de aquellas palabras tan duras, Gabriela no se iba a dar por vencida.


—Me gustaría pasar unos días en el rancho, para ver qué es lo que ocurre entre los dos. ¿Cabrá esa posibilidad, señorita Chaves?


—Pues… —balbuceó Paula, consciente de que todas las miradas estaban fijas en ella.


La gente que estaba alrededor del triángulo amoroso, había olvidado todo tipo de romanticismo y estaban deseosos de saber cómo iba a terminar aquello.


—Siempre tenemos lugar para un nuevo invitado —murmuró Paula, secamente.


—Eso es —dijo Pedro, abrazando a la vaquera, tomándola por la espalda. Cruzó sus fuertes brazos sobre el pecho de su prometida, y aunque fuese ridículo, Paula se sintió más protegida.


—Paula, ¿qué te parece si a Gabriela le asignamos como guía a Claudio?


La vaquera se atragantó y Pedro la besó en el pelo.


—¿Tú que opinas, Claudio?


—Yo me encargaré de que vuestra amiga lo pase estupendamente —aseguró el vaquero, antes de escupir una bola de tabaco, en el suelo del patio.


Los ojos de Gabriela no podían creer lo que veían. Aquel vaquero, le parecía la antítesis de lo que ella esperaba de un hombre.


—Bueno, creo que… —farfulló la vieja amiga de Pedro.


—¿Ves como está a tu disposición? —dijo Alfonso, sugerentemente—. Se trata de uno de los mejores vaqueros del rancho. Bueno, no es tan bueno como Paula pero te cuidará muy bien.


—Sí, sí —respondió a toda prisa Paula—. Bueno, es mejor que vayamos en busca de los caballos, para ocuparnos del ganado.


La vaquera no quería mirar a Alfonso, porque estaba a punto de soltar una carcajada. ¡Pedro era verdaderamente increíble! Después de todo, a lo mejor, Claudio y Gabriela iban a hacer buenas migas…


De todos modos, ya habían hecho sonreír al resto del grupo.


Los turistas y sus monitores fueron saliendo hacia la montaña y no podían evitar darse la vuelta para ver lo que ocurría entre el cuarteto en cuestión.





FARSANTES: CAPÍTULO 41

 


Pedro se estaba tomando otra taza de café, mientras esperaba que Paula estuviese lista. Le encantaba verla en acción, charlando con todo el mundo. ¡Era una excelente relaciones públicas y lo hacía tan bien, porque le encantaba la gente!


Los vaqueros estaban en los establos con los turistas, según su grado de dominio les otorgaban tal o tal montura y les designaban a un guía.


Paula le estaba diciendo a un tímido adolescente, lo bien que lo iban a pasar montando a caballo y conduciendo el ganado por las montañas. Automáticamente, el chico la adoró por completo.


Pedro suspiró. Paula le acababa de robar el corazón a un nuevo turista…


Sin embargo, dentro de un rato la vaquera y él saldrían con los caballos y estarían completamente solos. Alfonso pensó que quizá podrían hacer un pequeño progreso en su relación de amistad.


Pero, de pronto, una voz aguda cortó el alegre bullicio matinal.


—¡Cielo santo, Pedro! ¿Éste es el lugar que has escogido para esconderte?


Alfonso levantó la vista y divisó a Gabriela Scott, a unos tres metros de su mesa. Llevaba un modelo de seda clara y unos zapatos italianos que desentonaban completamente con el entorno del rancho.


—Hola, Gabriela, ¿qué tal estás?


—¡Qué pinta tienes, Pedro!


Alfonso se miró, y vio que sus téjanos estaban manchados de polvo.


—¿Qué te trae por Montana?


Los ojos de Gabriela estaban más azules que nunca y mostraban claramente lo fría que era su mirada.


—No sabíamos dónde te habías metido. Papá te había dejado un montón de mensajes en el contestador automático.


—Es verdad, se me olvidó oír los mensajes —respondió Alfonso, tratando de no reír.


Paula apareció a su lado, sin poder creer lo que estaba viendo.


—¿Pedro?


Alfonso abrazó a la vaquera, diciendo:

—Hola, cariño, ¿a qué no sabes quién ha venido?


—¡Oh! Por lo que veo, te has ido de vacaciones con tu criada… Resulta muy democrático, pero me temo que no es una buena idea.


Paula soltó las riendas de sus monturas, para tener las manos libres…


—¿Se puede saber…? —empezó a preguntar la vaquera.


—Cariño, se trata de una invitada… —le cortó Pedro, comprobando que Paula no iba a tener ningún problema en llegar a las manos con Gabriela.


—No soy la criada de nadie —dejó bien claro la vaquera.


—Claro que no, querida —dijo Alfonso—. La familia de Paula es propietaria de todo el rancho. Se trata de una hacienda próspera, que atrae todos los veranos a cientos de turistas.


Sin embargo, aquellas palabras no impresionaron a Gabriela, en absoluto.


De repente, Pedro tuvo una idea.


—Estoy encantado de verte, porque tengo que anunciar que Paula y yo nos vamos a casar —dijo Alfonso en alto dándole un beso en la boca a su futura esposa, que no podía creer lo que estaba oyendo.


Un alegre murmullo se extendió por el patio, mientras que Gabriela dio un chillido:

—¿Que os vais a casar?


Acto seguido, Paula se volvió hacia Pedro, e intentó golpearlo en el pecho, sin conseguirlo. El muy cretino, se lo estaba pasando en grande con aquel montaje. Sin embargo, el beso que le había dado aún resonaba dentro de su corazón.


Pero tenía claro que se iba a vengar de Pedro en cuanto pudiera.


A su alrededor, la gente que había oído la noticia les felicitaba sonriendo. Paula siguió interpretando su papel de prometida, como si fuera muy feliz. En cuanto pudo, le susurró a Pedro:

—Te vas a acordar de esto…


Tras el anuncio del compromiso, Gabriela se puso como una furia.


A Paula no le importó seguir con el juego, puesto que en cuanto se marchara la despechada acosadora, las aguas volverían a su cauce y desmentirían el compromiso.


—Querido, ¿no habíamos quedado en que se lo diríamos primero a mi familia? —dijo Paula, dulcemente—. Iba a ser un secreto hasta entonces.


—No he podido evitarlo —sostuvo Pedro, besando de nuevo a la vaquera—. He querido compartir nuestra alegría con mi vieja amiga. Y ya sabes lo importantes que son los amigos para mí, ¿no es cierto, amor mío?


Paula estuvo a punto de pegarlo, pero prefirió no soltar prenda.


—Claro, cielo.


Tantas palabras de amor estaban a punto de empalagarla. Además, no estaban teniendo el efecto esperado en Gabriela, que no había abandonado su habitual frialdad calculadora.


—La noticia me ha pillado realmente por sorpresa, Pedro.


—La verdad es que a mí también —dijo Alfonso, animadamente—. Ya sabes como soy yo con el matrimonio.


—Sí, pero tu pequeña Paula… ¿cómo se llamaba?


—Chaves—la apostilló la propia vaquera, sonriendo tan fríamente como lo hacía habitualmente Gabriela.


—La señorita Chaves parece haberte hecho cambiar de opinión, respecto al matrimonio.


—Pues, sí. No hay nada como tomarse unas buenas vacaciones para relajarse en pareja… Te hace congeniar con el otro, mucho más fácilmente. Te lo recomiendo de verdad, si quieres contraer matrimonio.