sábado, 3 de abril de 2021

FARSANTES: CAPÍTULO 32

 


Después de haber subido durante mucho tiempo por la montaña, los jinetes llegaron al punto más elevado de la propiedad. Desde allí, era posible apreciar el rancho en toda su extensión. A partir de ese momento, su tarea iba a consistir en mover el ganado hacia otros prados más jugosos, con el fin de dejar que la tierra se recuperase y conseguir un equilibrio sostenible entre las distintas zonas de la hacienda.


Pedro pareció darse cuenta de que la mejor forma de seducir a Paula consistía en seguir hablando de la hacienda.


—Paula ¿tu familia se ha visto involucrada en las viejas pugnas entre pastores y vaqueros?


En aquel momento, el caballo de Paula se puso nervioso. Tenía más brío que las monturas de los turistas.


—Sí, chico, ya sé que te apetece galopar libremente, pero debes portarte bien.


Eso mismo se lo podría haber dicho la vaquera a sí misma. Tenía la necesidad de huir de Alfonso y, sin embargo, no podía separarse de él puesto que era su protegido. La verdad, era que Pedro se manejaba muy bien solo. Montaba a caballo como si lo hiciera a diario, sin la tensión propia de otros turistas.


Era lógico: Pedro Alfonso siempre hacía las cosas de modo adecuado.


—¿Qué me decías de las ovejas y las vacas? —preguntó Paula, intentando recuperar el hilo de la conversación.


—Te preguntaba si los Hardings han luchado alguna vez contra los pastores de ovejas. Creo que la guerra que se traían entre manos en el salvaje Oeste, era muy conflictiva.


—A ver, déjame pensar… Por lo que me han contado, un tío lejano murió de un tiro que le propinó un jugador de póker tramposo, justo detrás de uno de los establos.


—Pero eso no tiene nada que ver con las pugnas entre pastores.


—Pues no. Como te decía, mi tío detestaba a los estafadores. Sin embargo, le gustaba demasiado beber whisky y no tenía muy buena puntería con su revólver.


—Realmente, no se trataba de una buena combinación.


—Tú mismo lo has dicho. En cuanto a la guerra entre pastores y vaqueros, los rancheros se vieron involucrados en muchas ocasiones.


—¿Fue tan importante?


—Sí. Las ovejas pueden pacer en cualquier lugar y su paso devasta enormes praderas dañándolas seriamente, contrariamente a lo que hace el ganado vacuno.


—¿En vuestro rancho tenéis ovejas?


—No. Un antepasado que luchó contra el pastoreo, maldijo a todo descendiente que criara ovejas, amenazándole con la muerte inminente por un rayo.


—¡Se trataba de un hombre con fuertes convicciones! —exclamó Pedro alcanzándola y dándole un tirón a la trenza que recogía su bella melena.


—Somos una familia de luchadores —respondió Paula, criticando los avances de Alfonso, pero con un ápice de permisividad.




FARSANTES: CAPÍTULO 31

 


Pedro respiró el aire puro y sonrió apaciblemente. El paseo era una auténtica maravilla: el cielo estaba azul y su caballo cabalgaba obedientemente. Después de subir por una cuesta bastante empinada, Alfonso acarició el oscuro cuello de su montura y le propinó varias palmaditas de agradecimiento. En efecto, el equino se había adaptado muy bien a su nuevo jinete, que no montaba desde hacía tiempo.


A lo lejos, apareció Bandido jugando por aquí y corriendo por allá. Parecía como si estuviese sonriendo a su vez, de pura alegría.


—¡Esto es precioso! —le comentó el jinete a Paula, que iba cabalgando a su lado.


El sol iluminaba la cara de Paula, y daba la impresión de que refulgía con rayos de oro. Sus cabellos flotaban en libertad y parecían reflejar los colores del fuego. A todo esto, llevaba el sombrero colgando por la espalda.


Pedro no podía evitar observar tanta belleza y asociarla con la presencia de la guía. En efecto, Paula estaba guapísima montando su propio caballo, como si ambos fueran un todo.


Tenía tanta experiencia, que daba gusto verla manejar al equino con las riendas, apreciando a cada instante cualquier fallo o cambio de humor por parte del animal.


De repente, Pedro confesó:

—No entiendo como me he resistido con tanta insistencia, a venir por aquí. Verdaderamente, es un lugar magnífico para pasar las vacaciones.


—¿El gran Pedro Alfonso está reconociendo un error? —preguntó burlonamente, Paula.


—Yo no he dicho nunca que fuese el gran Pedro.


—Ah, ¿no?


—Claro que no. Pero sin embargo, podríamos llegar a ser una gran pareja en la cama…


—Creí que habíamos zanjado ese asunto para siempre —dijo Paula, impacientemente.


—Sin embargo, todavía colea un poco —comprobó Pedro, ligeramente fastidiado.


Las mejillas de la monitora se habían sonrojado… Una persona que trabajase en un rancho conocía las leyes de la naturaleza a fondo. A pesar de ello, Paula conservaba aún cierta inocencia, que resultaba realmente encantadora.


—¿Recuerdas nuestro pacto, Pedro? íbamos a ser amigos, nada más.


—Sí, claro.


La verdad era que apenas había podido dormir, pensando en lo difícil que sería tener una relación sentimental al margen del sexo, entre un hombre y una mujer. En efecto, sus planes para seducirla ya no tenían sentido. Ella se habría puesto a enumerar las mil y una diferencias que existían entre los dos. De hecho, para él, elegir a Paula como pareja era como tirarse por un abismo. Pero no podía evitar reconocer la naturaleza de sus sentimientos hacia la joven.


—¿Qué tipo de actividades hacen los turistas además de dirigir al ganado? —quiso saber Pedro, interesándose por la marcha del rancho.


—Existen todo tipo de tareas que se pueden realizar, pero hay unas que son más apetecibles que otras. Por ejemplo, en primavera se procede a castrar y a marcar a los terneros. ¿Te apetecería venir a verlo?


—No, gracias. Tienes un sentido del humor un poco escabroso. La castración me parece algo demasiado fuerte para ser contemplado como un espectáculo.


—¿Te sientes amenazado? —preguntó Paula, sonriendo.


—En absoluto.


—Entonces es que eres un tipo duro…




FARSANTES: CAPÍTULO 30

 


La vaquera se quedó sumida en un profundo silencio, con la mano apoyada en la barbilla, mientras que Pedro dejaba de comer unos segundos.


Era extraño, porque Paula no sólo era temperamental y alegre como un campo repleto de amapolas; también tenía momentos de magia y misterio, que realzaban más aún su carácter tan personal.


—La vida en el rancho ha cambiado mucho en un siglo. Ahora contamos con máquinas y nuevas tecnologías para hacer más fácil la vida de los trabajadores. Pero esto no impide que cada invierno las condiciones de vida sean muy duras. Es como si la madre naturaleza entablara un pulso con los habitantes del rancho.


—Pensé que sólo vivías aquí en verano —dijo Pedro, con curiosidad.


—No siempre. El año siguiente a mi licenciatura, estuve aquí durante un año. Fue el invierno más frío del siglo. Mi abuelo estaba encantado, porque pensó que la dureza del clima me disuadiría y me haría abandonar la intención de comprar el rancho.


—Pero, las bajas temperaturas del invierno no consiguieron que abandonaras tus propósitos —dijo Pedro, automáticamente.


Era evidente que Paula Chaves estaba hecha de una pasta muy especial. Aunque la madre naturaleza la retara, ella sabía salir del paso airosamente.


—¡Claro que no! —dijo Paula, alegremente—. Me gusta cuidar a los animales y estar en contacto con la tierra. Ése es uno de los principales encantos de los ranchos para turistas. Es algo tan primario…


Pedro casi se atraganta. No había nada primario en Paula, aunque ella insistiera en ello. Al revés, le hacía ser más fascinante todavía.


—Más vale que termines pronto tu desayuno —le recomendó la vaquera, que había comido bien pero sin excesos—. Hoy va a ser un día muy largo. Tenemos que llevar al ganado hacia el noroeste de la propiedad, para que las reses pasten en aquellos prados frescos y abundantes. La abuela está preparándonos la comida. Seremos los únicos vaqueros, o sea que tenemos por delante una dura jornada. Mañana me contarás qué te han parecido las ocho horas que vamos a pasar sobre nuestras monturas…


—No te preocupes. Sobreviviré —respondió Pedro, lacónicamente.


—Nos vemos en el establo dentro de veinte minutos. Ensillaremos los caballos rápidamente y luego nos marcharemos.


Pedro se la quedó mirando, mientras se alejaba con Bandido tras sus talones, saludando a los turistas que iban a comenzar su desayuno. Ya se había aprendido los nombres de los nuevos turistas, y se paraba a charlar animadamente con los que repetían su estancia, un año más.


El olfato para los negocios de Pedro se puso en estado de alerta. En efecto, si las cosas iban bien en el rancho era, no sólo por las actividades que se llevaban a cabo para distraer a los turistas. Lo más importante era la cordialidad con que eran tratados y el interés del personal para que disfrutaran plenamente y se divirtieran de verdad. Eso hacía que muchos de ellos quisieran repetir su estancia un año más.


Si funcionaban así, no era porque Paula fuera una consumada mujer de negocios, sino porque era muy simpática y sabía cómo tratar a la gente para que se encontrase a gusto.


De pronto, Pedro derramó un poco de café sobre la mesa donde estaba comiendo. Inmediatamente después, Hernan se acercó para limpiarlo, y le dijo:

—No se te ocurra hacerle daño a Paula. Ten en cuenta que te estaré vigilando… —dijo el viejo, frunciendo el ceño.


—No se preocupe —contestó Alfonso, sonriendo abiertamente.


—Yo también fui joven una vez y reconozco tu forma de mirarla. Y no voy a dejar que un lechuguino finolis como tú, vaya a propasarse con nuestra Paula.


«Cielos, tendría que haberme dado cuenta de que en un lugar como éste, mi actitud hacia Paula iba a ser advertida con mucha más facilidad», pensó Pedro.


—No se preocupe, no voy a lastimarla —dijo Alfonso al cocinero.


A continuación, Pedro se dedicó a terminar el desayuno a toda prisa: si no estaba listo en veinte minutos, su monitora se marcharía sin él. Y la excursión podía dar pie a cierta intimidad, de la que no podría disfrutar en el rancho…


Su propósito no era muy original, pero es que desde que Pedro vio a Paula por primera vez, no había podido deshacerse de su afán por poseerla.





viernes, 2 de abril de 2021

FARSANTES: CAPÍTULO 29

 


Paula no había dormido bien esa noche La culpa era suya por no haber podido eliminar a Pedro de su mente.


En el rancho había varias mujeres que pegaban muy bien con su estilo de vida. Eran solteras y querían disfrutar de un amor de verano.


La gente se iba de vacaciones por una serie de motivos: para pasarlo bien, para descansar, para vivir nuevas experiencias y para practicar el sexo sin ningún compromiso.


A lo largo de los veranos, había visto como esas mujeres encontraban un estímulo en las relaciones pasajeras. Paula no lo criticaba, pero sabía que a ella no le satisfacían ese tipo de aventuras.


Hasta el momento en que apareció Pedro Alfonso.


La vaquera se destapó violentamente, separando las mantas de su cuerpo. El perro que dormitaba a su lado en el suelo, soltó un bufido.


—Tranquilo, Bandido. No me pasa nada, pero es que estoy confusa y no tengo costumbre de ponerme a pensar en problemas sentimentales.


El perro lamió los dedos de su ama. ¡Los perros eran tan fieles a sus seres queridos! Había sido su camarada infatigable desde que apareció por el rancho, siendo un cachorro de pastor alemán recién separado de su madre. Paula le había dado, en aquellos tiempos, el biberón en sus brazos.


Cada otoño, cuando regresaba a Washington, pasaba un mal trago al tenerse que separar de él. Pero Paula prefería que el animal viviese en Montana, sintiéndose libre y corriendo a sus anchas por la finca del abuelo.


Él aire fresco del amanecer entraba por la ventana abierta. Aún tenía molestias por la caída del árbol, pero no eran graves.


Para Pedro tenía que ser mucho peor. No sólo ella había aterrizado sobre su cuerpo sino que, además, le había hecho dormir en el suelo de una tienda de campaña…


Paula lo sentía por él, pero la vida en el rancho era así. ¡Pero el pobre Alfonso no había podido enterarse ni siquiera de cómo eran sus compañeras de tienda!


—Buenos días —susurró Pedro al oído de Paula, poniéndole una mano en la cintura y ofreciéndole una taza de café.


—Mmh… buenos días —contestó la joven sobresaltada.


—¿Qué tal has dormido?


—Perfectamente, gracias —mintió Paula.


—Yo también.


Pedro estaba completamente despierto, limpio y afeitado, de modo que parecía el vaquero bueno de una película del Oeste.


Por mucho que lo hubiese intentado, Paula nunca había conseguido tener un aspecto tan distinguido por la mañana, y menos aun en el rancho. Como mucho, podía haberse encontrado sexy… O más bien, simplemente natural.


Paula y Pedro se acercaron a la cocina, donde el responsable de los desayunos, les obligó a tomar el plato que les ofrecía, sin más cordialidad. Pedro enarcó las cejas. Aquel hombre parecía recién sacado de las películas de vaqueros.


Como era tan pronto, en la carpa restaurante, sólo había empleados del rancho. Los turistas empezarían a llegar una hora más tarde, puesto que la mayoría no tenía costumbre de levantarse al alba.


En ese momento, apareció el pastor alemán, que comenzó a saludar a Pedro.


—Hola Bandido, ¿Cómo estás?


Ambos habían sido presentados la noche anterior y estaban encantados de volver a verse…


Alfonso y Paula encontraron una mesa disponible al fondo de la carpa. Aunque los empleados les invitaron a compartir el desayuno con ellos, los dos jóvenes prefirieron comer solos.


—Gracias… pero vamos a sentarnos al fondo… —contestó Pedro educadamente, mientras los vaqueros sonreían con sorpresa y complicidad.


A Paula no le gustó nada su actitud y les lanzó una mirada cargada de advertencia.


Cuando los dos estuvieron instalados lejos del grupo de vaqueros, apareció el perro de Paula, siguiéndoles los talones.


—¿Qué tal es tu tienda de campaña?


—Estupenda. Veo que como monitora, te estás interesando por mí.


—Lo hago por educación…


A continuación, Pedro puso su pierna junto a la de la vaquera y comenzó a frotarla diestramente.


—Eso no es verdad. Te estás ocupando de mí porque soy tu invitado.


—Sí, claro —dijo ella, alejando sus piernas de las de Pedro.


El joven elogió el plato de carne, sin mostrar enojo por el alejamiento de Paula.


Paula pudo comprobar que Pedro estaba disfrutando sinceramente de la comida. ¡Hasta le gustó el sabor del café!


—¿Son así todas las comidas? —preguntó el joven acompañante de Paula.


—Sí. Esto es un rancho y se supone que las raciones tienen que ser generosas. Pero estamos introduciendo otro tipo de comidas bajas en calorías, e incluso vegetarianas.


—¿Qué dice el cocinero de esa nueva tendencia?


—Le parece una ridiculez —contestó Paula riendo—, pero hace su trabajo lo mejor posible.


Pedro comprendió que ella había impuesto esas nuevas propuestas, a pesar de que el cocinero le sacaba decenas de años y de centímetros de estatura. Paula podía parecer físicamente insignificante, pero llevaba bien las riendas de sus responsabilidades. Era curioso pensar que su abuelo no confiara en ella para quedarse con la propiedad.


Los jóvenes volvieron a hablar del viejo cocinero.


—Sin duda tiene un corazón de oro en el interior de su caparazón… —dijo Pedro, irónicamente.


—Puede ser… pero las cosas no han sido fáciles para Hernán. Antes de estar en la cocina, trabajaba cuidando al ganado, pero tuvo un problema en la rodilla y se vio obligado a dejar su oficio. Fue entonces cuando empezó a trabajar como cocinero. Es un poco hosco, pero creo que su actitud es en cierto modo comprensible.


—Parece que no es muy apreciado por los otros vaqueros…


—Sin embargo, se porta muy bien con los turistas. Cuando perdió su propia explotación a causa del mal tiempo y la caída de los precios en el mercado de las reses, el abuelo le ofreció un empleo. Desde entonces vive aquí y daría lo que fuera por Samuel Harding y su rancho.


—Tu abuelo parece ser un gran tipo —comentó Pedro, mientras Paula sonreía soñadoramente y sin guardarle rencor por no confiar en ella.


—El abuelo tiene tres reglas de oro: decir la verdad, ayudar a los vecinos y ser coherente con sus promesas. Respetando esas normas es como se consigue sobrevivir en Montana.





FARSANTES: CAPÍTULO 28

 


Para ser un tipo inteligente, estaba actuando como un tonto… Probablemente, en esos instantes, se trataba del mayor candidato a la frustración de todo el planeta.


Paula podía creer que él era tan fuerte como sus amigos, los vaqueros. Sin embargo, ante su pequeño cuerpo, tan femenino y temperamental, se sentía como una hoja mecida por el viento.


Era difícil pensar que Lorena y ella fueran hermanas. La primera era una mujer agradable y tranquila, que nunca le había inspirado ningún tipo de atracción sexual.


Pero Paula… suspiró Pedro. Con aquella melena color canela y aquellos ojos verdes, le gustaba enormemente. Además, su pequeño cuerpo lo excitaba, sin poderlo remediar. Esa mujer no tenía nada que ver con las altas rubias y lánguidas de la estúpida lista de su hermano, sino más bien todo lo contrario.


Paula era testaruda y pelirroja. Cuando estaba de buen humor no le importaba que la llamaran Red, pero cuando no lo estaba le ponía furiosa el apodo. En esos casos Pedro tendría que amenazarla con una ducha fría, para que se autocontrolara.


Hablando de duchas… la vaquera le había mostrado las instalaciones para los turistas. El rancho no se parecía en absoluto a un hotel de cinco estrellas. Pero podría sobrevivir hasta que terminara el mes…




FARSANTES: CAPÍTULO 27

 



Paula se puso a temblar recordando el calor tan maravilloso que había sentido cuando Pedro le había besado con pasión.


Alfonso acababa de comprender que si Paula tenía tan claro lo que quería hacer en la vida, es decir comprar el rancho, era porque nunca se había encontrado con nada o nadie que supusiesen una auténtica tentación para ella. Y Pedro Alfonso supo en seguida, que él era el tipo de tentación que le podría hacer perder el control.


—Eso es una impertinencia —murmuró Paula.


—Yo no diría eso —dijo Pedro, mientras le acariciaba la muñeca, disparando la frecuencia de sus pulsaciones.


Pedro, por favor, para… Si nos ven, van a pensar que tenemos una aventura.


—¿Y acaso no la tenemos?


—Por favor… no me acaricies así. Me tengo que ir a trabajar.


—Esto es un insulto. ¿Acaso no te gusto, cariño? —quiso saber Alfonso.


—Pues, sí… —contestó Paula, preguntándose hasta qué punto iba a admitir la intensidad de sus sensaciones; precisamente, no era su punto fuerte ocultar y controlar sus sentimientos—. Me gustaría irme a la cama contigo, pero eso causaría toda una serie de problemas.


—¿Cómo cuáles?


Los pensamientos de Paula oscilaban entre el fracaso sentimental y la felicidad más completa, por lo cual intentó recuperar de nuevo el control.


Pedro, tú eres bueno para los negocios y yo no. Por otra parte, a mí no se me ocurre quedarme a medias en ninguna faceta de mi vida. Si no hubiera sido por el acoso de Gabriela, no estarías aquí, ¿verdad?


Alfonso no sabía lo que habría pasado de no ser por la inoportuna visita de la hija de su jefe. Le daba la impresión de que se trataba simplemente de una excusa, porque de alguna manera se las habría ingeniado para ir a Montana. Cuando fue consciente de aquello, sintió un escalofrío por todo el cuerpo.


—Yo… —intentó continuar el joven.


—Exacto.


Aunque decían y pensaban cosas distintas, coincidían en lo profundo de sus circunstancias. Cuando Pedro intentó hablar, su mente, acostumbrada a la lógica más pura, estaba hecha un lío.


—Entonces, ¿qué hacemos? —la interrogó el joven.


—Yo me ocupo de los primerizos…


Alfonso estaba acariciando aún la muñeca de Paula y dejaba pasear la punta de sus dedos por la delicada piel femenina…


—¡Oh, lo siento! —dijo el hombre, distraídamente.


A continuación, Paula se metió las manos en los bolsillos, diciendo:

—Podemos hacer como si fuéramos viejos amigos mientras estés por aquí, y cuando te marches, no volveremos a vernos nunca más.


Pedro le tenía que decir algo a Paula… Nunca había besado tan apasionadamente a ninguna amiga. Y además, ya que estaba en el rancho, conocer a la vaquera en profundidad podía ser algo muy interesante.


—Entonces, vamos a ser amigos —dijo Pedro cruzando los dedos en su mente—. Lo que pasa es que tú vas a ser mi guía para recorrer el rancho. Tú me trajiste a Montana y ahora soy tu responsabilidad.


—De acuerdo. Pero ahora me voy, tengo que preparar la velada de esta noche. Te veré luego —dijo Paula, despidiéndose a toda prisa.


«Seguro que organizarán el consabido baile dentro de un establo. Pero con Paula, todo será diferente», pensó Pedro.


—Hasta luego —saludó Alfonso, viendo como la figura de la joven, subía hacia la casa principal.


«¿Por qué me estoy metiendo en este berenjenal?»




jueves, 1 de abril de 2021

FARSANTES: CAPÍTULO 26

 


Al cabo de unos breves instantes, apareció otro joven que la saludó efusivamente. Pedro comprendía que no era bueno ser posesivo con Paula, pero es que la hospitalidad del viejo Oeste le estaba empezando a poner nervioso: primero Claudio, luego Toby y ahora ese otro tipo…


—Hola Sebastian. ¿Cómo estás?


—Bien Red, ¿y tú? —contestó el vaquero—. Sabes que eres la mujer de mi vida. ¡En cuanto me des el sí, nos casamos!


—Diré sí, para que te ahorquen…


El vaquero hizo un gesto de despecho y, a continuación, se acercó a otra joven, que le sonreía con complicidad.


Pedro comprendía por qué Paula quería vivir en el rancho y no en la ciudad, con un tipo serio y aburrido como él.


—¿Qué pasa, cariño? —dijo Alfonso, ridiculizando al vaquero—. Te acaban de proponer matrimonio y has denegado la proposición. Seguro que Sebastian, iba a ser un buen marido y un magnífico padre para tus docenas de mocosos…


—Silencio, Pedro —dijo Paula seriamente, dejando atrás al agente de bolsa.


«Todos los hombres son iguales», pensó la joven. «No te quieren realmente a ti, pero tampoco les gusta que te quieran otros hombres». Ni siquiera en broma, como solían hacerlo en el rancho. Había sido una locura llevar a Pedro Alfonso a Montana.


—Vamos, chicos. Hay que ocuparse de los caballos —dijo Paula con claridad, para que la oyeran bien los turistas—. Un auténtico vaquero cuida antes a su caballo que a sí mismo.


Los invitados empezaron a quejarse, pero al cabo de un momento estaban encantados, contando chistes y siguiendo a los guías. En los primeros días de su estancia en el rancho, los visitantes eran seguidos constantemente por los monitores, teniendo en cuenta que la limpieza y la alimentación de los animales era una responsabilidad de los jinetes.


—¿Qué puedo hacer? —preguntó Pedro.


Paula estaba asombrada de que el turista que le había asignado su abuelo, quisiera ocuparse de su montura, habiendo tenido la posibilidad de estar tirado en una lujosa playa del Caribe.


Pedro, no te pases de listo.


—Pero, si tú eres mi monitora, no me puedes dejar así como así.


—Escúchame…


—¡Paula, ya estás de vuelta! —la interrumpió otro vaquero.


Alfonso le pidió ayuda a su guía.


—Paula necesito tu colaboración —le rogó Pedro, mientras que se situaba al lado de la monitora para fastidiar al otro admirador.


El joven vaquero se quedó parado súbitamente y besó castamente la frente de la chica pelirroja.


—Estoy encantado de volver a verte, Red —comentó el nuevo admirador, molesto.


Cuando el joven vaquero se marchó, Paula se dirigió al turista.


—Está bien, Pedro… ¿Qué te ocurre?


Alfonso enarcó las cejas.


—No te entiendo.


—Has provocado a ese chico, con tu presencia excesivamente posesiva. Puede que esto sea un rancho, pero yo no soy una vaca. Y nadie va a ponerme una marca con un hierro candente. ¿De acuerdo?


—Estás equivocada. Recuerda que soy un solterón en fase terminal. No tengo ningún interés en marcar a ninguna mujer, ni a ninguna vaca…


Paula le puso la gruesa cuerda de su montura en el pecho, y Alfonso notó el fuerte aroma a estiércol que emanaba de la vieja soga de cáñamo. Inmediatamente, recordó los dos veranos que pasó trabajando en un rancho, en plena naturaleza.


—¿Qué hago con esto, cariño?


—No me llames así —protestó la vaquera.


—Está bien, Red.


—¡Red quiere decir rojo y mi pelo no es de color rojo!


Pedro dejó la cuerda atada a una valla y tomó el brazo de Paula, antes de que pudiera escapar.


—Tu cabello es de color canela y tienes un temperamento ardiente… Eso le hace preguntarse a un hombre si las partes más recónditas de tu cuerpo son igual de calientes.