sábado, 3 de abril de 2021

FARSANTES: CAPÍTULO 31

 


Pedro respiró el aire puro y sonrió apaciblemente. El paseo era una auténtica maravilla: el cielo estaba azul y su caballo cabalgaba obedientemente. Después de subir por una cuesta bastante empinada, Alfonso acarició el oscuro cuello de su montura y le propinó varias palmaditas de agradecimiento. En efecto, el equino se había adaptado muy bien a su nuevo jinete, que no montaba desde hacía tiempo.


A lo lejos, apareció Bandido jugando por aquí y corriendo por allá. Parecía como si estuviese sonriendo a su vez, de pura alegría.


—¡Esto es precioso! —le comentó el jinete a Paula, que iba cabalgando a su lado.


El sol iluminaba la cara de Paula, y daba la impresión de que refulgía con rayos de oro. Sus cabellos flotaban en libertad y parecían reflejar los colores del fuego. A todo esto, llevaba el sombrero colgando por la espalda.


Pedro no podía evitar observar tanta belleza y asociarla con la presencia de la guía. En efecto, Paula estaba guapísima montando su propio caballo, como si ambos fueran un todo.


Tenía tanta experiencia, que daba gusto verla manejar al equino con las riendas, apreciando a cada instante cualquier fallo o cambio de humor por parte del animal.


De repente, Pedro confesó:

—No entiendo como me he resistido con tanta insistencia, a venir por aquí. Verdaderamente, es un lugar magnífico para pasar las vacaciones.


—¿El gran Pedro Alfonso está reconociendo un error? —preguntó burlonamente, Paula.


—Yo no he dicho nunca que fuese el gran Pedro.


—Ah, ¿no?


—Claro que no. Pero sin embargo, podríamos llegar a ser una gran pareja en la cama…


—Creí que habíamos zanjado ese asunto para siempre —dijo Paula, impacientemente.


—Sin embargo, todavía colea un poco —comprobó Pedro, ligeramente fastidiado.


Las mejillas de la monitora se habían sonrojado… Una persona que trabajase en un rancho conocía las leyes de la naturaleza a fondo. A pesar de ello, Paula conservaba aún cierta inocencia, que resultaba realmente encantadora.


—¿Recuerdas nuestro pacto, Pedro? íbamos a ser amigos, nada más.


—Sí, claro.


La verdad era que apenas había podido dormir, pensando en lo difícil que sería tener una relación sentimental al margen del sexo, entre un hombre y una mujer. En efecto, sus planes para seducirla ya no tenían sentido. Ella se habría puesto a enumerar las mil y una diferencias que existían entre los dos. De hecho, para él, elegir a Paula como pareja era como tirarse por un abismo. Pero no podía evitar reconocer la naturaleza de sus sentimientos hacia la joven.


—¿Qué tipo de actividades hacen los turistas además de dirigir al ganado? —quiso saber Pedro, interesándose por la marcha del rancho.


—Existen todo tipo de tareas que se pueden realizar, pero hay unas que son más apetecibles que otras. Por ejemplo, en primavera se procede a castrar y a marcar a los terneros. ¿Te apetecería venir a verlo?


—No, gracias. Tienes un sentido del humor un poco escabroso. La castración me parece algo demasiado fuerte para ser contemplado como un espectáculo.


—¿Te sientes amenazado? —preguntó Paula, sonriendo.


—En absoluto.


—Entonces es que eres un tipo duro…




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