viernes, 2 de abril de 2021

FARSANTES: CAPÍTULO 27

 



Paula se puso a temblar recordando el calor tan maravilloso que había sentido cuando Pedro le había besado con pasión.


Alfonso acababa de comprender que si Paula tenía tan claro lo que quería hacer en la vida, es decir comprar el rancho, era porque nunca se había encontrado con nada o nadie que supusiesen una auténtica tentación para ella. Y Pedro Alfonso supo en seguida, que él era el tipo de tentación que le podría hacer perder el control.


—Eso es una impertinencia —murmuró Paula.


—Yo no diría eso —dijo Pedro, mientras le acariciaba la muñeca, disparando la frecuencia de sus pulsaciones.


Pedro, por favor, para… Si nos ven, van a pensar que tenemos una aventura.


—¿Y acaso no la tenemos?


—Por favor… no me acaricies así. Me tengo que ir a trabajar.


—Esto es un insulto. ¿Acaso no te gusto, cariño? —quiso saber Alfonso.


—Pues, sí… —contestó Paula, preguntándose hasta qué punto iba a admitir la intensidad de sus sensaciones; precisamente, no era su punto fuerte ocultar y controlar sus sentimientos—. Me gustaría irme a la cama contigo, pero eso causaría toda una serie de problemas.


—¿Cómo cuáles?


Los pensamientos de Paula oscilaban entre el fracaso sentimental y la felicidad más completa, por lo cual intentó recuperar de nuevo el control.


Pedro, tú eres bueno para los negocios y yo no. Por otra parte, a mí no se me ocurre quedarme a medias en ninguna faceta de mi vida. Si no hubiera sido por el acoso de Gabriela, no estarías aquí, ¿verdad?


Alfonso no sabía lo que habría pasado de no ser por la inoportuna visita de la hija de su jefe. Le daba la impresión de que se trataba simplemente de una excusa, porque de alguna manera se las habría ingeniado para ir a Montana. Cuando fue consciente de aquello, sintió un escalofrío por todo el cuerpo.


—Yo… —intentó continuar el joven.


—Exacto.


Aunque decían y pensaban cosas distintas, coincidían en lo profundo de sus circunstancias. Cuando Pedro intentó hablar, su mente, acostumbrada a la lógica más pura, estaba hecha un lío.


—Entonces, ¿qué hacemos? —la interrogó el joven.


—Yo me ocupo de los primerizos…


Alfonso estaba acariciando aún la muñeca de Paula y dejaba pasear la punta de sus dedos por la delicada piel femenina…


—¡Oh, lo siento! —dijo el hombre, distraídamente.


A continuación, Paula se metió las manos en los bolsillos, diciendo:

—Podemos hacer como si fuéramos viejos amigos mientras estés por aquí, y cuando te marches, no volveremos a vernos nunca más.


Pedro le tenía que decir algo a Paula… Nunca había besado tan apasionadamente a ninguna amiga. Y además, ya que estaba en el rancho, conocer a la vaquera en profundidad podía ser algo muy interesante.


—Entonces, vamos a ser amigos —dijo Pedro cruzando los dedos en su mente—. Lo que pasa es que tú vas a ser mi guía para recorrer el rancho. Tú me trajiste a Montana y ahora soy tu responsabilidad.


—De acuerdo. Pero ahora me voy, tengo que preparar la velada de esta noche. Te veré luego —dijo Paula, despidiéndose a toda prisa.


«Seguro que organizarán el consabido baile dentro de un establo. Pero con Paula, todo será diferente», pensó Pedro.


—Hasta luego —saludó Alfonso, viendo como la figura de la joven, subía hacia la casa principal.


«¿Por qué me estoy metiendo en este berenjenal?»




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