sábado, 3 de abril de 2021

FARSANTES: CAPÍTULO 30

 


La vaquera se quedó sumida en un profundo silencio, con la mano apoyada en la barbilla, mientras que Pedro dejaba de comer unos segundos.


Era extraño, porque Paula no sólo era temperamental y alegre como un campo repleto de amapolas; también tenía momentos de magia y misterio, que realzaban más aún su carácter tan personal.


—La vida en el rancho ha cambiado mucho en un siglo. Ahora contamos con máquinas y nuevas tecnologías para hacer más fácil la vida de los trabajadores. Pero esto no impide que cada invierno las condiciones de vida sean muy duras. Es como si la madre naturaleza entablara un pulso con los habitantes del rancho.


—Pensé que sólo vivías aquí en verano —dijo Pedro, con curiosidad.


—No siempre. El año siguiente a mi licenciatura, estuve aquí durante un año. Fue el invierno más frío del siglo. Mi abuelo estaba encantado, porque pensó que la dureza del clima me disuadiría y me haría abandonar la intención de comprar el rancho.


—Pero, las bajas temperaturas del invierno no consiguieron que abandonaras tus propósitos —dijo Pedro, automáticamente.


Era evidente que Paula Chaves estaba hecha de una pasta muy especial. Aunque la madre naturaleza la retara, ella sabía salir del paso airosamente.


—¡Claro que no! —dijo Paula, alegremente—. Me gusta cuidar a los animales y estar en contacto con la tierra. Ése es uno de los principales encantos de los ranchos para turistas. Es algo tan primario…


Pedro casi se atraganta. No había nada primario en Paula, aunque ella insistiera en ello. Al revés, le hacía ser más fascinante todavía.


—Más vale que termines pronto tu desayuno —le recomendó la vaquera, que había comido bien pero sin excesos—. Hoy va a ser un día muy largo. Tenemos que llevar al ganado hacia el noroeste de la propiedad, para que las reses pasten en aquellos prados frescos y abundantes. La abuela está preparándonos la comida. Seremos los únicos vaqueros, o sea que tenemos por delante una dura jornada. Mañana me contarás qué te han parecido las ocho horas que vamos a pasar sobre nuestras monturas…


—No te preocupes. Sobreviviré —respondió Pedro, lacónicamente.


—Nos vemos en el establo dentro de veinte minutos. Ensillaremos los caballos rápidamente y luego nos marcharemos.


Pedro se la quedó mirando, mientras se alejaba con Bandido tras sus talones, saludando a los turistas que iban a comenzar su desayuno. Ya se había aprendido los nombres de los nuevos turistas, y se paraba a charlar animadamente con los que repetían su estancia, un año más.


El olfato para los negocios de Pedro se puso en estado de alerta. En efecto, si las cosas iban bien en el rancho era, no sólo por las actividades que se llevaban a cabo para distraer a los turistas. Lo más importante era la cordialidad con que eran tratados y el interés del personal para que disfrutaran plenamente y se divirtieran de verdad. Eso hacía que muchos de ellos quisieran repetir su estancia un año más.


Si funcionaban así, no era porque Paula fuera una consumada mujer de negocios, sino porque era muy simpática y sabía cómo tratar a la gente para que se encontrase a gusto.


De pronto, Pedro derramó un poco de café sobre la mesa donde estaba comiendo. Inmediatamente después, Hernan se acercó para limpiarlo, y le dijo:

—No se te ocurra hacerle daño a Paula. Ten en cuenta que te estaré vigilando… —dijo el viejo, frunciendo el ceño.


—No se preocupe —contestó Alfonso, sonriendo abiertamente.


—Yo también fui joven una vez y reconozco tu forma de mirarla. Y no voy a dejar que un lechuguino finolis como tú, vaya a propasarse con nuestra Paula.


«Cielos, tendría que haberme dado cuenta de que en un lugar como éste, mi actitud hacia Paula iba a ser advertida con mucha más facilidad», pensó Pedro.


—No se preocupe, no voy a lastimarla —dijo Alfonso al cocinero.


A continuación, Pedro se dedicó a terminar el desayuno a toda prisa: si no estaba listo en veinte minutos, su monitora se marcharía sin él. Y la excursión podía dar pie a cierta intimidad, de la que no podría disfrutar en el rancho…


Su propósito no era muy original, pero es que desde que Pedro vio a Paula por primera vez, no había podido deshacerse de su afán por poseerla.





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