viernes, 2 de abril de 2021

FARSANTES: CAPÍTULO 29

 


Paula no había dormido bien esa noche La culpa era suya por no haber podido eliminar a Pedro de su mente.


En el rancho había varias mujeres que pegaban muy bien con su estilo de vida. Eran solteras y querían disfrutar de un amor de verano.


La gente se iba de vacaciones por una serie de motivos: para pasarlo bien, para descansar, para vivir nuevas experiencias y para practicar el sexo sin ningún compromiso.


A lo largo de los veranos, había visto como esas mujeres encontraban un estímulo en las relaciones pasajeras. Paula no lo criticaba, pero sabía que a ella no le satisfacían ese tipo de aventuras.


Hasta el momento en que apareció Pedro Alfonso.


La vaquera se destapó violentamente, separando las mantas de su cuerpo. El perro que dormitaba a su lado en el suelo, soltó un bufido.


—Tranquilo, Bandido. No me pasa nada, pero es que estoy confusa y no tengo costumbre de ponerme a pensar en problemas sentimentales.


El perro lamió los dedos de su ama. ¡Los perros eran tan fieles a sus seres queridos! Había sido su camarada infatigable desde que apareció por el rancho, siendo un cachorro de pastor alemán recién separado de su madre. Paula le había dado, en aquellos tiempos, el biberón en sus brazos.


Cada otoño, cuando regresaba a Washington, pasaba un mal trago al tenerse que separar de él. Pero Paula prefería que el animal viviese en Montana, sintiéndose libre y corriendo a sus anchas por la finca del abuelo.


Él aire fresco del amanecer entraba por la ventana abierta. Aún tenía molestias por la caída del árbol, pero no eran graves.


Para Pedro tenía que ser mucho peor. No sólo ella había aterrizado sobre su cuerpo sino que, además, le había hecho dormir en el suelo de una tienda de campaña…


Paula lo sentía por él, pero la vida en el rancho era así. ¡Pero el pobre Alfonso no había podido enterarse ni siquiera de cómo eran sus compañeras de tienda!


—Buenos días —susurró Pedro al oído de Paula, poniéndole una mano en la cintura y ofreciéndole una taza de café.


—Mmh… buenos días —contestó la joven sobresaltada.


—¿Qué tal has dormido?


—Perfectamente, gracias —mintió Paula.


—Yo también.


Pedro estaba completamente despierto, limpio y afeitado, de modo que parecía el vaquero bueno de una película del Oeste.


Por mucho que lo hubiese intentado, Paula nunca había conseguido tener un aspecto tan distinguido por la mañana, y menos aun en el rancho. Como mucho, podía haberse encontrado sexy… O más bien, simplemente natural.


Paula y Pedro se acercaron a la cocina, donde el responsable de los desayunos, les obligó a tomar el plato que les ofrecía, sin más cordialidad. Pedro enarcó las cejas. Aquel hombre parecía recién sacado de las películas de vaqueros.


Como era tan pronto, en la carpa restaurante, sólo había empleados del rancho. Los turistas empezarían a llegar una hora más tarde, puesto que la mayoría no tenía costumbre de levantarse al alba.


En ese momento, apareció el pastor alemán, que comenzó a saludar a Pedro.


—Hola Bandido, ¿Cómo estás?


Ambos habían sido presentados la noche anterior y estaban encantados de volver a verse…


Alfonso y Paula encontraron una mesa disponible al fondo de la carpa. Aunque los empleados les invitaron a compartir el desayuno con ellos, los dos jóvenes prefirieron comer solos.


—Gracias… pero vamos a sentarnos al fondo… —contestó Pedro educadamente, mientras los vaqueros sonreían con sorpresa y complicidad.


A Paula no le gustó nada su actitud y les lanzó una mirada cargada de advertencia.


Cuando los dos estuvieron instalados lejos del grupo de vaqueros, apareció el perro de Paula, siguiéndoles los talones.


—¿Qué tal es tu tienda de campaña?


—Estupenda. Veo que como monitora, te estás interesando por mí.


—Lo hago por educación…


A continuación, Pedro puso su pierna junto a la de la vaquera y comenzó a frotarla diestramente.


—Eso no es verdad. Te estás ocupando de mí porque soy tu invitado.


—Sí, claro —dijo ella, alejando sus piernas de las de Pedro.


El joven elogió el plato de carne, sin mostrar enojo por el alejamiento de Paula.


Paula pudo comprobar que Pedro estaba disfrutando sinceramente de la comida. ¡Hasta le gustó el sabor del café!


—¿Son así todas las comidas? —preguntó el joven acompañante de Paula.


—Sí. Esto es un rancho y se supone que las raciones tienen que ser generosas. Pero estamos introduciendo otro tipo de comidas bajas en calorías, e incluso vegetarianas.


—¿Qué dice el cocinero de esa nueva tendencia?


—Le parece una ridiculez —contestó Paula riendo—, pero hace su trabajo lo mejor posible.


Pedro comprendió que ella había impuesto esas nuevas propuestas, a pesar de que el cocinero le sacaba decenas de años y de centímetros de estatura. Paula podía parecer físicamente insignificante, pero llevaba bien las riendas de sus responsabilidades. Era curioso pensar que su abuelo no confiara en ella para quedarse con la propiedad.


Los jóvenes volvieron a hablar del viejo cocinero.


—Sin duda tiene un corazón de oro en el interior de su caparazón… —dijo Pedro, irónicamente.


—Puede ser… pero las cosas no han sido fáciles para Hernán. Antes de estar en la cocina, trabajaba cuidando al ganado, pero tuvo un problema en la rodilla y se vio obligado a dejar su oficio. Fue entonces cuando empezó a trabajar como cocinero. Es un poco hosco, pero creo que su actitud es en cierto modo comprensible.


—Parece que no es muy apreciado por los otros vaqueros…


—Sin embargo, se porta muy bien con los turistas. Cuando perdió su propia explotación a causa del mal tiempo y la caída de los precios en el mercado de las reses, el abuelo le ofreció un empleo. Desde entonces vive aquí y daría lo que fuera por Samuel Harding y su rancho.


—Tu abuelo parece ser un gran tipo —comentó Pedro, mientras Paula sonreía soñadoramente y sin guardarle rencor por no confiar en ella.


—El abuelo tiene tres reglas de oro: decir la verdad, ayudar a los vecinos y ser coherente con sus promesas. Respetando esas normas es como se consigue sobrevivir en Montana.





FARSANTES: CAPÍTULO 28

 


Para ser un tipo inteligente, estaba actuando como un tonto… Probablemente, en esos instantes, se trataba del mayor candidato a la frustración de todo el planeta.


Paula podía creer que él era tan fuerte como sus amigos, los vaqueros. Sin embargo, ante su pequeño cuerpo, tan femenino y temperamental, se sentía como una hoja mecida por el viento.


Era difícil pensar que Lorena y ella fueran hermanas. La primera era una mujer agradable y tranquila, que nunca le había inspirado ningún tipo de atracción sexual.


Pero Paula… suspiró Pedro. Con aquella melena color canela y aquellos ojos verdes, le gustaba enormemente. Además, su pequeño cuerpo lo excitaba, sin poderlo remediar. Esa mujer no tenía nada que ver con las altas rubias y lánguidas de la estúpida lista de su hermano, sino más bien todo lo contrario.


Paula era testaruda y pelirroja. Cuando estaba de buen humor no le importaba que la llamaran Red, pero cuando no lo estaba le ponía furiosa el apodo. En esos casos Pedro tendría que amenazarla con una ducha fría, para que se autocontrolara.


Hablando de duchas… la vaquera le había mostrado las instalaciones para los turistas. El rancho no se parecía en absoluto a un hotel de cinco estrellas. Pero podría sobrevivir hasta que terminara el mes…




FARSANTES: CAPÍTULO 27

 



Paula se puso a temblar recordando el calor tan maravilloso que había sentido cuando Pedro le había besado con pasión.


Alfonso acababa de comprender que si Paula tenía tan claro lo que quería hacer en la vida, es decir comprar el rancho, era porque nunca se había encontrado con nada o nadie que supusiesen una auténtica tentación para ella. Y Pedro Alfonso supo en seguida, que él era el tipo de tentación que le podría hacer perder el control.


—Eso es una impertinencia —murmuró Paula.


—Yo no diría eso —dijo Pedro, mientras le acariciaba la muñeca, disparando la frecuencia de sus pulsaciones.


Pedro, por favor, para… Si nos ven, van a pensar que tenemos una aventura.


—¿Y acaso no la tenemos?


—Por favor… no me acaricies así. Me tengo que ir a trabajar.


—Esto es un insulto. ¿Acaso no te gusto, cariño? —quiso saber Alfonso.


—Pues, sí… —contestó Paula, preguntándose hasta qué punto iba a admitir la intensidad de sus sensaciones; precisamente, no era su punto fuerte ocultar y controlar sus sentimientos—. Me gustaría irme a la cama contigo, pero eso causaría toda una serie de problemas.


—¿Cómo cuáles?


Los pensamientos de Paula oscilaban entre el fracaso sentimental y la felicidad más completa, por lo cual intentó recuperar de nuevo el control.


Pedro, tú eres bueno para los negocios y yo no. Por otra parte, a mí no se me ocurre quedarme a medias en ninguna faceta de mi vida. Si no hubiera sido por el acoso de Gabriela, no estarías aquí, ¿verdad?


Alfonso no sabía lo que habría pasado de no ser por la inoportuna visita de la hija de su jefe. Le daba la impresión de que se trataba simplemente de una excusa, porque de alguna manera se las habría ingeniado para ir a Montana. Cuando fue consciente de aquello, sintió un escalofrío por todo el cuerpo.


—Yo… —intentó continuar el joven.


—Exacto.


Aunque decían y pensaban cosas distintas, coincidían en lo profundo de sus circunstancias. Cuando Pedro intentó hablar, su mente, acostumbrada a la lógica más pura, estaba hecha un lío.


—Entonces, ¿qué hacemos? —la interrogó el joven.


—Yo me ocupo de los primerizos…


Alfonso estaba acariciando aún la muñeca de Paula y dejaba pasear la punta de sus dedos por la delicada piel femenina…


—¡Oh, lo siento! —dijo el hombre, distraídamente.


A continuación, Paula se metió las manos en los bolsillos, diciendo:

—Podemos hacer como si fuéramos viejos amigos mientras estés por aquí, y cuando te marches, no volveremos a vernos nunca más.


Pedro le tenía que decir algo a Paula… Nunca había besado tan apasionadamente a ninguna amiga. Y además, ya que estaba en el rancho, conocer a la vaquera en profundidad podía ser algo muy interesante.


—Entonces, vamos a ser amigos —dijo Pedro cruzando los dedos en su mente—. Lo que pasa es que tú vas a ser mi guía para recorrer el rancho. Tú me trajiste a Montana y ahora soy tu responsabilidad.


—De acuerdo. Pero ahora me voy, tengo que preparar la velada de esta noche. Te veré luego —dijo Paula, despidiéndose a toda prisa.


«Seguro que organizarán el consabido baile dentro de un establo. Pero con Paula, todo será diferente», pensó Pedro.


—Hasta luego —saludó Alfonso, viendo como la figura de la joven, subía hacia la casa principal.


«¿Por qué me estoy metiendo en este berenjenal?»




jueves, 1 de abril de 2021

FARSANTES: CAPÍTULO 26

 


Al cabo de unos breves instantes, apareció otro joven que la saludó efusivamente. Pedro comprendía que no era bueno ser posesivo con Paula, pero es que la hospitalidad del viejo Oeste le estaba empezando a poner nervioso: primero Claudio, luego Toby y ahora ese otro tipo…


—Hola Sebastian. ¿Cómo estás?


—Bien Red, ¿y tú? —contestó el vaquero—. Sabes que eres la mujer de mi vida. ¡En cuanto me des el sí, nos casamos!


—Diré sí, para que te ahorquen…


El vaquero hizo un gesto de despecho y, a continuación, se acercó a otra joven, que le sonreía con complicidad.


Pedro comprendía por qué Paula quería vivir en el rancho y no en la ciudad, con un tipo serio y aburrido como él.


—¿Qué pasa, cariño? —dijo Alfonso, ridiculizando al vaquero—. Te acaban de proponer matrimonio y has denegado la proposición. Seguro que Sebastian, iba a ser un buen marido y un magnífico padre para tus docenas de mocosos…


—Silencio, Pedro —dijo Paula seriamente, dejando atrás al agente de bolsa.


«Todos los hombres son iguales», pensó la joven. «No te quieren realmente a ti, pero tampoco les gusta que te quieran otros hombres». Ni siquiera en broma, como solían hacerlo en el rancho. Había sido una locura llevar a Pedro Alfonso a Montana.


—Vamos, chicos. Hay que ocuparse de los caballos —dijo Paula con claridad, para que la oyeran bien los turistas—. Un auténtico vaquero cuida antes a su caballo que a sí mismo.


Los invitados empezaron a quejarse, pero al cabo de un momento estaban encantados, contando chistes y siguiendo a los guías. En los primeros días de su estancia en el rancho, los visitantes eran seguidos constantemente por los monitores, teniendo en cuenta que la limpieza y la alimentación de los animales era una responsabilidad de los jinetes.


—¿Qué puedo hacer? —preguntó Pedro.


Paula estaba asombrada de que el turista que le había asignado su abuelo, quisiera ocuparse de su montura, habiendo tenido la posibilidad de estar tirado en una lujosa playa del Caribe.


Pedro, no te pases de listo.


—Pero, si tú eres mi monitora, no me puedes dejar así como así.


—Escúchame…


—¡Paula, ya estás de vuelta! —la interrumpió otro vaquero.


Alfonso le pidió ayuda a su guía.


—Paula necesito tu colaboración —le rogó Pedro, mientras que se situaba al lado de la monitora para fastidiar al otro admirador.


El joven vaquero se quedó parado súbitamente y besó castamente la frente de la chica pelirroja.


—Estoy encantado de volver a verte, Red —comentó el nuevo admirador, molesto.


Cuando el joven vaquero se marchó, Paula se dirigió al turista.


—Está bien, Pedro… ¿Qué te ocurre?


Alfonso enarcó las cejas.


—No te entiendo.


—Has provocado a ese chico, con tu presencia excesivamente posesiva. Puede que esto sea un rancho, pero yo no soy una vaca. Y nadie va a ponerme una marca con un hierro candente. ¿De acuerdo?


—Estás equivocada. Recuerda que soy un solterón en fase terminal. No tengo ningún interés en marcar a ninguna mujer, ni a ninguna vaca…


Paula le puso la gruesa cuerda de su montura en el pecho, y Alfonso notó el fuerte aroma a estiércol que emanaba de la vieja soga de cáñamo. Inmediatamente, recordó los dos veranos que pasó trabajando en un rancho, en plena naturaleza.


—¿Qué hago con esto, cariño?


—No me llames así —protestó la vaquera.


—Está bien, Red.


—¡Red quiere decir rojo y mi pelo no es de color rojo!


Pedro dejó la cuerda atada a una valla y tomó el brazo de Paula, antes de que pudiera escapar.


—Tu cabello es de color canela y tienes un temperamento ardiente… Eso le hace preguntarse a un hombre si las partes más recónditas de tu cuerpo son igual de calientes.




FARSANTES: CAPÍTULO 25

 


El joven estaba sorprendido de lo tozuda que podía llegar a ser Paula… Quizá ella tuviera razón: era mejor dejar la relación tal y como estaba. Si seguían atrayéndose mutuamente, como era obvio, podrían llegar a meterse en un laberinto de despropósitos y arruinar sus vidas.


No obstante, una voz interna le decía a Pedro que no tuviera miedo, que podría hacer frente a esa situación tan delicada.


En vez de hablarle desde el cerebro, la voz procedía del centro de su cuerpo. No utilizaba palabras sino sensaciones inequívocamente físicas.


—¿Hemos de considerar que estamos ante un callejón sin salida? —preguntó resignadamente Pedro.


—Eso parece.


Alfonso estaba realmente molesto. La gente podía disfrutar de una relación, sin necesidad de casarse o comprometerse para el resto de sus días. Existía la posibilidad de tener un amor de verano. A ambos les sentaría muy bien, para desconectar de la vida cotidiana, durante el resto del año.


Poco a poco, empezaron a llegar los jinetes con sus monturas y a medida que entraban en el establo, saludaban a Paula sonriendo.


—¡A trabajar, Paula! —le dijo Pedro, antes de alejarse de ella.


—Entonces, ¿estamos de acuerdo en que es mejor dejarlo? —quiso aclarar por última vez Paula.


—Sí, señora —le respondió Alfonso.


La vaquera se quedó con una ligera sospecha, aunque el hombre mantuviese firmemente su cara de póker. Al final, se le escapó una leve sonrisa.


Pedro, ¿vas a respetar nuestro pacto?


—No te preocupes. Me voy a portar bien. Pero es que… me gusta besarte.


—Te lo estoy advirtiendo, compórtate correctamente —dijo la vaquera, seriamente, mientras se alisaba la camisa y sonreía a los turistas que volvían de su paseo.


De pronto, uno de los jinetes comenzó a galopar, hasta que se acercó a Paula.


—¡Bienvenida! —dijo el jinete experimentado, dándole un beso suave en la boca—. El señor Harding dijo que no vendrías tan pronto como otras veces.


Pedro se estremeció cuando el joven besó a Paula. Estaba claro que estaba loco por ella.


—Hola Toby, recuerda que no hay que dejar las riendas sueltas hasta que te bajes del caballo.


Toby le hizo caso de mala gana.


—Le he dicho a papá y mamá que vengan al final del verano, porque cuando tú no estás, el rancho es más aburrido.


Pedro se sintió un poco culpable. Los cambios de planes para sus vacaciones habían afectado a un montón de personas, como a ese adolescente con cuerpo de adulto.


—Estoy convencido de que lo has pasado en grande, aunque yo no haya estado aquí —le dijo Paula, mientras le sacudía el pelo con la mano.


—Pero, no es lo mismo…


Los otros integrantes del grupo estaban de acuerdo con Toby. Casi todo el mundo en el rancho parecía compartir esa opinión.


La mayoría de los invitados venían un verano tras otro, y por eso la conocían muy bien. ¡Era tan fácil querer a Paula!


«Ha sido un auténtico lujo compartir con ella cinco minutos», pensó Alfonso, con asombro.



FARSANTES: CAPÍTULO 24

 


—No creo que mi caballo sea el único que esté asustado —dijo irónicamente Pedro. Paula se cruzó de brazos y replicó airadamente:

—Está castrado, por lo tanto no creo que pueda tener miedo.


—¿Castrado? —preguntó Alfonso, enarcando una ceja—. Pobre animal.


—Bueno, pues no vuelvas a tenerle miedo.


—Está bien —contestó Pedro—. Pero lo que yo quiero volver a hacer es seguir hablando del beso y el abrazo que nos acabamos de dar.


—Oh, no… —intentó esquivarlo, Paula.


Según lo que decían los libros, los hombres no eran conversadores. No les interesaba hablar de los sentimientos o de cualquier otro tema propio de las mujeres. Lo más seguro es que Pedro quisiera volver a seducirla…


—Eso no volverá a ocurrir —dijo Paula—. ¿Lo has comprendido bien?


—Creo que estás hablando en esos términos porque tienes miedo.


Apuntándole con un dedo en el pecho, la vaquera le respondió:

—No estoy hablando de miedo, sino de autoprotección, Pedro. No puedo permitirme el lujo de tener una relación contigo.


—¿Por qué no? —quiso saber Alfonso.


—Para empezar, eres demasiado esbelto.


El hombre no se esperaba esa respuesta.


—Pero, si soy un hombre… En cualquier caso sería fuerte, en vez de esbelto.


Paula se mordió la lengua. Se había expresado mal, porque era prácticamente perfecto: su cabello era abundante y tenía un cuerpo de atleta. Incluso su sonrisa que no era uniforme, tenía mucha personalidad.


Sin embargo, ella no era más que una futura ranchera, en busca de un marido que amase la montaña y las vacas tanto como ella.


Por su parte, él era el típico agente de bolsa, inteligente y ambicioso, cuya única aspiración era residir en Nueva York hasta el resto de sus días, para disfrutar de los billones de dólares acumulados año tras año, en el banco.


—De acuerdo, no eres esbelto —replicó Paula, intentando no fallar de nuevo.


—Muchas gracias —contestó Pedro, en cierto modo molesto.


«¡Ay! El ego masculino»… pensó la vaquera, con un ápice de desprecio.


—Digamos que eres un solitario. Lo que te gusta es el champán, los coches caros y las grandes metrópolis. Por el contrario, a mí lo que me va es todo esto —dijo Paula, mostrando el rancho—. No quisiera tener una relación con alguien como tú, porque no podríamos llevarnos bien.


—¡Maldita sea! —balbuceó Pedro disimuladamente, dándose cuenta de que la monitora le había arrebatado sus propios argumentos.


Ambos eran completamente distintos; aun más, opuestos… Pero él no podía evitar sentirse atraído por Paula.


Sin embargo, él no pretendía casarse ni con ella, ni con ninguna otra mujer. Tenía que ser claro con la guía, para no hacerla daño.


—No pareces mala persona, pero…


—Sí, ya sé lo que me vas a decir —le interrumpió Pedro—. Quieres que seamos amigos, pero no amantes.


—No pensaba ser tu amante —dijo suavemente la vaquera—. Tampoco puedo asegurarte que vaya a ser tu amiga.



miércoles, 31 de marzo de 2021

FARSANTES: CAPÍTULO 23

 


Ella nunca se había sentido especialmente atractiva. Tenía un físico agradable y contaba más o menos con una figura proporcionada. Pero su estatura era francamente pequeña, tenía los ojos saltones y la barbilla excesivamente pequeña. Como la había definido un exnovio, era tan mona como un duendecillo.


Ser mona era lo último que querría una mujer para sentirse segura de su atractivo. Los gatos recién nacidos y los bebés foca eran monos. Pero ella quería ser sexy. Y daba la casualidad de que en presencia de Pedro, Paula se encontraba muy sexy.


Sin duda, estaba cayendo en el error de darle demasiada importancia a Alfonso, teniendo en cuenta lo diferentes que eran sus proyectos de vida… Desde luego, ella no tenía la mínima intención de cambiar, para adaptarse al ambiente de Pedro.


—Alfonso… —dijo Paula.


—Llámame Pedro —dijo el hombre, uniéndose un poco más al cuerpo de la monitora y dibujándole los labios suavemente, con la punta de los dedos—. Hueles muy bien.


—Tú también —respondió la vaquera—. No soy yo, es el heno el que huele tan bien.


Pedro alzó la cabeza de Paula con el índice y el pulgar, sonriendo abiertamente.


—No se trata del heno, pero voy a comprobarlo —pegándose a ella aún más, juntó su cara con la melena de color canela, e inhaló profundamente—. Eres tú, que hueles muy bien.


La vaquera se quedó un poco decepcionada: o sea que según él, olía solamente muy bien, después de lo excitada que la había puesto…


—¿Vas a besarme, o no? —le preguntó ella a Pedro.


—Es justo lo que estaba pensando.


—Olvida tus pensamientos —dijo Paula, hundiendo sus dedos entre la espesa cabellera masculina.


Ambos eran realmente diferentes: él muy alto y fuerte, y ella bajita y esbelta. Pero esa diferencia, no fue un obstáculo para que ella le rodeara con sus cálidos brazos. Ambos se besaron tierna y dulcemente, sintiendo la sensualidad de sus cuerpos, apoyados contra la pared del establo.


Le parecía sorprendente que Alfonso estuviese tan fuerte físicamente. Eso era normal entre los vaqueros del rancho, teniendo en cuenta lo duro que era su trabajo.


Después de besarse y abrazarse, Paula empezó a notar cómo se excitaba aún más el cuerpo de Pedro, a la altura del cinturón… La vaquera no pudo reprimir un gemido, mientras instintivamente, echaba la cabeza hacia atrás. Aquello excitó aún más a Pedro que volvió a reanimarla sensualmente, dándole eróticos besos en la boca.


Paula, estaba atrapada en aquella tormenta de sensaciones cálidas, violentas y excitantes.


Pedro


—Dime, Paula —respondió el hombre, saboreando los dulces labios de la guía e introduciendo la lengua con auténtica delicia. Con tales exquisiteces, Paula notaba como la sangre fluía dentro de sus venas y las olas de placer que parecían arrebatarle el sentido.


Un caballo relinchó acercándose a ellos, para jugar con su morro rosa, y les devolvió a la realidad, en cuestión de segundos.


—¿Pedro?


—Sí… —dijo Alfonso, paseando la mano izquierda por su pecho.


—¡Pedro! —saltó Paula, exasperada.


—Estoy contigo, mi amor.


—Ya lo sé, pero hay que darse prisa. Pronto llegarán el resto de los caballos con sus jinetes.


—¿Qué?


Paula volvió a posar sus pies en el suelo, riendo ante la actitud de Pedro.


—Que están a punto de llegar los demás —dijo la monitora, lo que hizo apartarse unos centímetros a su acompañante, para volver de nuevo a acariciarla con más énfasis aún.


La excitación había consumido las fuerzas de la vaquera, divertida ante tantas sensaciones placenteras.


Desde el momento en que se habían conocido, había existido una clara afinidad sexual entre los dos. Parecía inevitable que se hubieran unido con tanta facilidad.