Paula no había dormido bien esa noche La culpa era suya por no haber podido eliminar a Pedro de su mente.
En el rancho había varias mujeres que pegaban muy bien con su estilo de vida. Eran solteras y querían disfrutar de un amor de verano.
La gente se iba de vacaciones por una serie de motivos: para pasarlo bien, para descansar, para vivir nuevas experiencias y para practicar el sexo sin ningún compromiso.
A lo largo de los veranos, había visto como esas mujeres encontraban un estímulo en las relaciones pasajeras. Paula no lo criticaba, pero sabía que a ella no le satisfacían ese tipo de aventuras.
Hasta el momento en que apareció Pedro Alfonso.
La vaquera se destapó violentamente, separando las mantas de su cuerpo. El perro que dormitaba a su lado en el suelo, soltó un bufido.
—Tranquilo, Bandido. No me pasa nada, pero es que estoy confusa y no tengo costumbre de ponerme a pensar en problemas sentimentales.
El perro lamió los dedos de su ama. ¡Los perros eran tan fieles a sus seres queridos! Había sido su camarada infatigable desde que apareció por el rancho, siendo un cachorro de pastor alemán recién separado de su madre. Paula le había dado, en aquellos tiempos, el biberón en sus brazos.
Cada otoño, cuando regresaba a Washington, pasaba un mal trago al tenerse que separar de él. Pero Paula prefería que el animal viviese en Montana, sintiéndose libre y corriendo a sus anchas por la finca del abuelo.
Él aire fresco del amanecer entraba por la ventana abierta. Aún tenía molestias por la caída del árbol, pero no eran graves.
Para Pedro tenía que ser mucho peor. No sólo ella había aterrizado sobre su cuerpo sino que, además, le había hecho dormir en el suelo de una tienda de campaña…
Paula lo sentía por él, pero la vida en el rancho era así. ¡Pero el pobre Alfonso no había podido enterarse ni siquiera de cómo eran sus compañeras de tienda!
—Buenos días —susurró Pedro al oído de Paula, poniéndole una mano en la cintura y ofreciéndole una taza de café.
—Mmh… buenos días —contestó la joven sobresaltada.
—¿Qué tal has dormido?
—Perfectamente, gracias —mintió Paula.
—Yo también.
Pedro estaba completamente despierto, limpio y afeitado, de modo que parecía el vaquero bueno de una película del Oeste.
Por mucho que lo hubiese intentado, Paula nunca había conseguido tener un aspecto tan distinguido por la mañana, y menos aun en el rancho. Como mucho, podía haberse encontrado sexy… O más bien, simplemente natural.
Paula y Pedro se acercaron a la cocina, donde el responsable de los desayunos, les obligó a tomar el plato que les ofrecía, sin más cordialidad. Pedro enarcó las cejas. Aquel hombre parecía recién sacado de las películas de vaqueros.
Como era tan pronto, en la carpa restaurante, sólo había empleados del rancho. Los turistas empezarían a llegar una hora más tarde, puesto que la mayoría no tenía costumbre de levantarse al alba.
En ese momento, apareció el pastor alemán, que comenzó a saludar a Pedro.
—Hola Bandido, ¿Cómo estás?
Ambos habían sido presentados la noche anterior y estaban encantados de volver a verse…
Alfonso y Paula encontraron una mesa disponible al fondo de la carpa. Aunque los empleados les invitaron a compartir el desayuno con ellos, los dos jóvenes prefirieron comer solos.
—Gracias… pero vamos a sentarnos al fondo… —contestó Pedro educadamente, mientras los vaqueros sonreían con sorpresa y complicidad.
A Paula no le gustó nada su actitud y les lanzó una mirada cargada de advertencia.
Cuando los dos estuvieron instalados lejos del grupo de vaqueros, apareció el perro de Paula, siguiéndoles los talones.
—¿Qué tal es tu tienda de campaña?
—Estupenda. Veo que como monitora, te estás interesando por mí.
—Lo hago por educación…
A continuación, Pedro puso su pierna junto a la de la vaquera y comenzó a frotarla diestramente.
—Eso no es verdad. Te estás ocupando de mí porque soy tu invitado.
—Sí, claro —dijo ella, alejando sus piernas de las de Pedro.
El joven elogió el plato de carne, sin mostrar enojo por el alejamiento de Paula.
Paula pudo comprobar que Pedro estaba disfrutando sinceramente de la comida. ¡Hasta le gustó el sabor del café!
—¿Son así todas las comidas? —preguntó el joven acompañante de Paula.
—Sí. Esto es un rancho y se supone que las raciones tienen que ser generosas. Pero estamos introduciendo otro tipo de comidas bajas en calorías, e incluso vegetarianas.
—¿Qué dice el cocinero de esa nueva tendencia?
—Le parece una ridiculez —contestó Paula riendo—, pero hace su trabajo lo mejor posible.
Pedro comprendió que ella había impuesto esas nuevas propuestas, a pesar de que el cocinero le sacaba decenas de años y de centímetros de estatura. Paula podía parecer físicamente insignificante, pero llevaba bien las riendas de sus responsabilidades. Era curioso pensar que su abuelo no confiara en ella para quedarse con la propiedad.
Los jóvenes volvieron a hablar del viejo cocinero.
—Sin duda tiene un corazón de oro en el interior de su caparazón… —dijo Pedro, irónicamente.
—Puede ser… pero las cosas no han sido fáciles para Hernán. Antes de estar en la cocina, trabajaba cuidando al ganado, pero tuvo un problema en la rodilla y se vio obligado a dejar su oficio. Fue entonces cuando empezó a trabajar como cocinero. Es un poco hosco, pero creo que su actitud es en cierto modo comprensible.
—Parece que no es muy apreciado por los otros vaqueros…
—Sin embargo, se porta muy bien con los turistas. Cuando perdió su propia explotación a causa del mal tiempo y la caída de los precios en el mercado de las reses, el abuelo le ofreció un empleo. Desde entonces vive aquí y daría lo que fuera por Samuel Harding y su rancho.
—Tu abuelo parece ser un gran tipo —comentó Pedro, mientras Paula sonreía soñadoramente y sin guardarle rencor por no confiar en ella.
—El abuelo tiene tres reglas de oro: decir la verdad, ayudar a los vecinos y ser coherente con sus promesas. Respetando esas normas es como se consigue sobrevivir en Montana.