sábado, 13 de marzo de 2021

TORMENTOSO VERANO: CAPÍTULO 13

 

El silencio que se produjo en la sala fue como la paz que reina en el centro del huracán. Era como saber que el peligro estaba muy cerca y que no tardaría en aplastarla sin que pudiera huir a ninguna parte.


–¿Desearme, dices? ¿De este modo? –dijo Pedro suavemente.


La tomó bruscamente entre sus brazos y luego la inmovilizó contra él, atrapada entre su cuerpo y la pared que había a sus espaldas. Entonces, la unió a su cuerpo tan íntimamente que ella se sintió como si pudiera sentir los huesos y los duros músculos de aquel esbelto cuerpo. Al contrario que el suyo, el corazón de Pedro latía tranquilamente. Era el corazón de un ganador que, con éxito, había atrapado a su presa.


Pau sintió que los latidos de su corazón se aceleraban cada vez más, arrebatándole con ellos su capacidad de pensar o sentir racionalmente, convirtiéndola en una versión de sí misma que apenas reconocía.


Pedro sabía que no debería estar haciendo aquello, pero no podía detenerse. Tantas noches apartándose de sueños prohibidos en los que la tenía entre sus brazos así, de aquella manera. Paula ya no tenía dieciséis años. Ya no era una mujer prohibida para él por su código moral.


La muchacha de la mirada asombrada, llena de la inocencia de una adolescente, jamás había existido más que en su imaginación. Había pasado noches sin dormir, completamente atormentado, mientras que ella distaba mucho de ser casta.


Mientras inclinaba la cabeza hacia la de ella, sintió los latidos de su corazón y la cálida suavidad de los senos que se apretaban contra su torso, los senos que tanto había deseado liberar de la camiseta que los cubría para poder admirar su perfección. Para poder tocarlos, para poder sentir cómo los pezones se erguían bajo sus dedos. Para poder llevárselos a la boca y besárselos hasta que el cuerpo de ella se arqueaba deseando que él la poseyera.


¡No! No debía hacerlo.


Hizo ademán de soltarla, pero Pau tembló violentamente contra él. El sonido que emitió su garganta frustró la determinación que él había tomado.


Paula sabía que él no tardaría mucho en besarla. Sus labios se entreabrirían para protestar, no para aceptar la dominación que él le imponía y mucho menos porque lo deseara. Y, sin embargo...


Sin embargo, bajo la ropa, bajo la camiseta y el sencillo sujetador que llevaba puesto, sus senos habían empezado a experimentar sensaciones que parecían extenderse desde el punto en el que él le cubría la garganta con la mano hasta los pezones erectos. Ella tembló, admitiendo a su pesar que su cuerpo no rechazaba aquel contacto. El deseo le corría por las venas como si fuera placer líquido, un placer que anulaba su autocontrol y lo reemplazaba por un profundo anhelo sensual.


El aliento de Pedro le acariciaba la piel. Era limpio y fresco, pero ella notó algo más, algo primitivo y peligroso para una mujer cuya propia sensualidad había roto ya las barreras del autocontrol. El aroma a hombre, que la empujaba a pegarse más a él, le hacía también separar los labios un poco más.


Sus miradas se cruzaron un instante y, entonces, los labios de él apresaron los de ella. Su presión le excitó los sentidos salvajemente, causando una cálida explosión de placer que llenó la parte inferior de su cuerpo de deseo líquido.


Pau trató de oponerse a lo que estaba sintiendo. Emitió un sonido que tenía la intención de ser de protesta aunque sus oídos lo interpretaron como un escandaloso gemido de necesidad, una necesidad que se vio incrementada por el insistente contacto del cuerpo de Pedro con el suyo, por el modo en el que la lengua tomaba posesión la suavidad de su boca, enredándose con la suya, llevándola a un lugar de oscura sensualidad y de peligro. El cuerpo de Pau estaba ardiendo, vibrando con una reacción que parecía haber explotado dentro de ella. Cerró los ojos...




TORMENTOSO VERANO: CAPÍTULO 12

 


Alguien llamó suavemente a la puerta, lo que la hizo levantarse de la cama y tensarse mientras esperaba a que la puerta se abriera y Rosa apareciera irradiando desaprobación. Sin embargo, no era Rosa quien apareció sino el propio Pedro en persona. Se había cambiado de ropa y había sustituido el traje por una camisa más informal y un par de chinos. También se había dado una ducha a juzgar por el aspecto aún humedecido de su cabello. Paula sintió que el corazón le daba un vuelco en el pecho al verlo. El hecho de que él estuviera en el dormitorio le devolvía demasiados recuerdos del pasado como para que pudiera sentirse cómoda.


Pedro había entrado en el pasado en su dormitorio...


¡No! No iba a permitirse la agonía de aquellos recuerdos. Necesitaba centrarse en el presente, no en el pasado. Era ella la que debía criticar y desafiar a Pedro y no al revés.


–¿Por qué me dijiste que tu madre estaría aquí cuando era mentira? –le espetó.


–Mi madre ha tenido que ausentarse para visitar a una amiga que no se encuentra bien. Ni yo sabía que no estaba hasta que Rosa no me informó de ello.


–¿Rosa tuvo que decirte dónde está tu madre? ¡Qué típico de la clase de hombre que eres que necesites a una criada para que te diga dónde está tu propia madre!


Pedro le dirigió una fría mirada. Tensó la mandíbula como si quisiera contenerse.


–Para tu información, Rosa no es una criada. Y no tengo ninguna intención de hablar contigo sobre la relación que tengo con mi madre.


–No, estoy segura de ello. Después de todo, tú tienes gran parte de culpa en el hecho de que yo nunca llegara a tener una relación con mi padre. Tú fuiste el que interceptó una carta privada que le envié. Tú fuiste el que se atrevió a ir a Inglaterra para coaccionar a mi madre para que no me dejara intentar ponerme de nuevo en contacto con él.


–Tu madre creía que no te interesaba lo más mínimo seguir intentado tener contacto con Felipe.


–¡Ah! Así que fue por mi bien por lo que me impediste ponerme en contacto con él, ¿no? –le espetó ella con gélido sarcasmo–. No tenías derecho alguno a impedirme que conociera a mi padre ni a negarme el derecho de, al menos, ver si él era capaz de amarme. Sin embargo, todos sabemos que el amor por otro ser humano no es un concepto que alguien como tú pueda entender, ¿no es cierto, Pedro?


Muy a su pesar, sintió que los ojos empezaban a llenársele de lágrimas. No debía llorar nunca delante de alguien como él. No debía mostrar signo alguno de debilidad.


–¿Qué podrías tú saber sobre amar a alguien, sobre querer a alguien? –añadió lanzando acusaciones hacia Pedro para defenderse con furia ante él. Hubiera hecho o dicho cualquier cosa para evitar que él supiera el dolor que sus palabras habían causado en ella–. ¡No sabes lo que es el amor!


–¿Y tú sí? ¿Tú que...?


Pedro cerró la distancia que los separaba sacudiendo la cabeza asqueado mientras dejaba de hablar. Sin embargo, Pau sabía perfectamente bien lo que él había estado a punto de decir. El pánico y el dolor se apoderaron de ella en aquel instante.


–No me toques –le ordenó dando un paso atrás.


–Puedes dejar de actuar, Paula. Porque los dos sabemos que estás actuando, así que no sigas mintiendo.


El pánico la estaba haciendo perder el control peligrosamente. Los recuerdos se habían acercado demasiado, enturbiando las aguas de lo que era presente y lo que era pasado. El corazón estaba a punto de estallarle dentro del pecho. Se sintió de nuevo como si tuviera dieciséis años, confusa por unos sentimientos prohibidos y aterradores.


–Sé lo que estás pensando –le espetó ella–, pero te equivocas. No te deseo. Jamás te he deseado.


–¿Cómo dices?



TORMENTOSO VERANO: CAPÍTULO 11

 


Estaba a punto de sacarlo de la maleta para estirarlo un poco cuando la puerta se abrió. Rosa entró con una bandeja que contenía una copa de vino y unas tapas para picar.


Después de darle las gracias, Pau le preguntó:

–¿A qué hora se sirve la cena?


–No va a haber cena. Pedro no lo desea. Está demasiado ocupado –respondió Rosa con altivez en español–. Se le traerá la cena aquí si usted quiere.


Rosa sintió que se sonrojaba. La grosería de Rosa era imperdonable, pero sin duda seguía el ejemplo de Pedro.


–Tengo tantos deseos de cenar con Pedro como él conmigo –replicó–, pero, dado que el propio Pedro me dijo que era voluntad de su madre que yo me alojara aquí en vez de en el hotel que había reservado, di por sentado se esperaría que yo cenara con ella.


–La duquesa no está aquí –le informó Rosa. Entonces, dejó la bandeja y se marchó antes de que Pau pudiera hacerle más preguntas.


Pedro le había mentido sobre la presencia de su madre en la casa y sobre su deseo de verla. ¿Por qué? ¿Por qué querría tenerla bajo su propio techo? Recordó que su madre siempre se había negado a criticarlo cuando Pau lo culpaba de la separación de sus padres.


–No debes culpar a Pedro, cariño –decía su madre suavemente–. En realidad, no fue culpa suya. Él sólo era un niño. Sólo tenía siete años. No sabía qué era lo que podría ocurrir.


Su adorable y cariñosa madre, siempre dispuesta a perdonar y a comprender a los que le hacían daño.


Inicialmente, Paula, había aceptado aquella defensa de Pedro. Sin embargo, cuando él había ido a visitarlas, su opinión cambió. Después de comportarse con amabilidad hacia ella, había empezado a tratarla con desdén. Ponía toda la distancia que era posible entre ellos y dejaba muy claro que no sentía simpatía alguna por ella. Su vulnerable corazón de adolescente había sufrido mucho con aquel desprecio.


Desde el minuto en el que lo vio por primera vez, bajándose del lujoso coche que lo había llevado hasta su casa desde Londres, Pau se había sentido atraída por él para luego enamorarse perdidamente. Recordaba claramente el día en el que, sin darse cuenta, había entrado en el cuarto de baño cuando él se estaba afeitando. Sus ojos no habían podido despegarse del torso desnudo de Pedro. La excitación era tal cuando consiguió salir del cuarto de baño, que su imaginación se desbocó y empezó a conjurar escenarios en los que no se limitaba a mirar. Resultaba fácil burlarse de su ingenuidad de adolescente de entonces, pero, ¿acaso no era cierto que seguía teniendo tan poca familiaridad con la realidad de la intimidad sexual como entonces?


Desgraciadamente, a pesar de que guardaba celosamente el secreto de su virginidad, no podía escapar de la verdad.


¿Qué le ocurría? Había soportado bien durante años el hecho de ser sexualmente inactiva. Había sido una decisión que ella misma había tomado. Necesitaba construirse un futuro y ese hecho le había impedido en cierto modo conocer a un hombre al que deseara lo suficiente como para olvidar el pasado.


Sabía que no tenía que sentir pena por sí misma. Su infancia había sido privilegiada y aún consideraba su vida del mismo modo y no sólo porque había tenido una madre tan maravillosa.


Con sus abuelos y su madre muertos, la gran casa en la que había vivido con ellos le había parecido demasiado vacía y demasiado llena de dolorosos recuerdos. Inesperadamente, recibió una oferta para comprarla por una suma de dinero inesperadamente grande. Decidió venderla y se compró un piso en el centro de la ciudad. Allí, tenía su trabajo en el departamento de Turismo y muchos amigos, aunque la mayoría de ellos ya vivían en pareja y sus tres mejores amigas se habían ido a vivir al extranjero.




TORMENTOSO VERANO: CAPÍTULO 10

 


Arriba, en la habitación que Rosa le había adjudicado antes de decirle que le enviaría un refrigerio y marcharse, Pau estudió el lugar en el que se encontraba. El dormitorio era muy grande, con altos techos y estaba decorado con pesados muebles de madera oscura que, sin duda, eran antigüedades de altísimo valor. La estancia era muy luminosa gracias a unas puertas francesas que daban a un jardín típicamente árabe, dividido en dos por una recta línea de agua que fluía desde una cascada que fluía desde el otro lado. Aromáticos rosales y árboles frutales se alineaban perfectamente, combinados con geranios en preciosas macetas de terracota. El patio tenía también un pequeño cenador con elegantes muebles de madera.


Paula cerró los ojos. Conocía tan bien aquel jardín... Su madre se lo había descrito, lo había dibujado para ella e incluso le había mostrado fotografías, lo que le hizo preguntar si aquélla habría sido la habitación de su madre. Sospechaba que no. Su madre le había dicho que Pedro y ella ocupaban habitaciones de la última planta cuando se alojaban en la ciudad.


La decoración era tan rica y tan cuidada en sus detalles, que estaba a años luz del minimalista apartamento que ella tenía en Inglaterra, pero, a pesar de todo, le gustaba. Si su padre no hubiera rechazado a su madre, a ella, Paula habría crecido conociendo bien aquella casa y su historia. Igual que le ocurría a Pedro.


Pedro. Lo odiaba tanto... Los sentimientos que tenía hacia él eran mucho más amargos y más llenos de ira de los que tenía hacia su padre. Éste, después de todo, no había tenido voz en lo ocurrido. Tal y como su madre le había explicado, Felipe se había visto obligado a renunciar a ellas y a volverles la espalda. No había abierto la carta que ella en su desesperación le había enviado y le había dicho que no se volviera a poner en contacto con él. Pedro había sido el causante de todo aquello.


Allí, en aquella casa, se habían tomado todas aquellas decisiones, que habían tenido un profundo impacto en sus padres y en ella del modo más cruel posible. De allí habían despedido a su madre. Allí le habían dicho que el hombre al que amaba estaba prometido en matrimonio con otra, una mujer elegida por su familia adoptiva, una mujer a la que, según le había jurado Felipe a la madre de Paula, no amaba y con la que no deseaba casarse.


Sin embargo, los deseos de Felipe no habían importado. Las promesas hechas a la madre de Pau habían sido efímeras. Sólo había habido tiempo para que los dos disfrutaran de un último instante de ilícita intimidad que había conducido a la concepción de Paula antes de separarse para siempre.


–Él me juró que me amaba, pero que también amaba a su familia adoptiva y no podía desobedecerlos –le había dicho a Paula su madre cuando ella le preguntó por qué su padre no había ido a Inglaterra tras ella.


Su pobre madre... Había cometido el error de enamorarse de un hombre que no había sido lo suficientemente fuerte como para proteger su amor y había pagado un alto precio por ello. Pau jamás permitiría que le ocurriera lo mismo a ella. Jamás permitiría que el amor la convirtiera en un ser vulnerable. Después de todo, ya había experimentado lo que se sentía, aunque sus sentimientos hacia Pedro hubieran sido simplemente los de una jovencita de dieciséis años sin experiencia alguna.


Sacudió la cabeza para olvidarse de tan dolorosos pensamientos y miró su pequeña maleta. Pedro le había dicho que su madre había insistido en que ella se alojara allí. ¿Significaba eso que la duquesa tenía la intención de recibirla formalmente? ¿Que tal vez le propusiera que cenaran juntas? No se había llevado ninguna prenda elegante. Sólo tenía unas cuantas mudas de ropa interior, un par de pantalones cortos, unas camisetas y un vestido muy sencillo, de punto color negro, del que se había enamorado durante un viaje a Londres.





viernes, 12 de marzo de 2021

TORMENTOSO VERANO: CAPÍTULO 9

 


Desde el vestíbulo, Pedro observó cómo Pau se daba la vuelta y seguía a Rosa por el siguiente tramo de escaleras. Si había algo de lo que él se enorgullecía, era del control que era capaz de ejercer sobre sus sentimientos y reacciones. Sin embargo, por alguna razón, su mirada, que normalmente era tan obediente a sus órdenes, se rebelaba para centrarse en las bien torneadas piernas de Pau.


A la edad de dieciséis años, esas piernas eran tan esbeltas como las de una potrilla. Era tan sólo una niña convirtiéndose en mujer, con menudos y erguidos senos que se apretaban contra las estrechas camisetas que solía llevar. Tal vez se comportaba hacia él con fingida inocencia, que implicaba miradas robadas y mejillas sonrojadas. Sin embargo, no había tardado en ver la verdadera realidad de lo que era: una persona promiscua sin moral u orgullo algunos. ¿Sería así por naturaleza o porque se había visto privada de padre?


El sentimiento de culpabilidad jamás podía escapar a su conciencia. ¿Cuántas veces a lo largo de los años había deseado no pronunciar aquellas inocentes palabras que habían terminado por provocar un final forzado en la relación que había entre su tío y su niñera? Un sencillo comentario realizado a su abuela sobre el hecho de que Felipe se había reunido con ellos en una excursión a la Alhambra había sido el desencadenante de todo lo ocurrido después.


La duquesa jamás hubiera permitido que Felipe se casara con una mujer que ella no hubiera elegido. Jamás hubiera permitido que una niñera fuera la futura esposa de un hombre cuya sangre era tan aristocrática como la de su familia adoptiva.


A sus siete años, Pedro no había comprendido lo que podría ocasionar, pero se había dado cuenta muy rápidamente de las consecuencias de su inocencia cuando vio que la amable niñera inglesa a la que tanto quería era despedida y enviada a su casa. Ni la madre de Pau ni Felipe se opusieron a la autoridad de la anciana. Ninguno de los dos sabía que la joven había concebido un hijo, una niña cuyo nombre no se mencionaba nunca, a menos que lo hiciera la propia duquesa para recordarle a su hijo adoptivo la vergüenza que les había causado al rebajarse dejando embarazada a una niñera. ¡Qué justificada habría creído la anciana su acción si hubiera vivido lo suficiente para saber en lo que se había convertido la hija de Felipe!


Pedro se había apiadado de la madre de Paula cuando los dos regresaron de una cena en Londres y descubrieron que, no sólo Paula estaba celebrando una fiesta que no había sido autorizada, sino que también la joven estaba arriba, en el dormitorio de su madre, con un adolescente borracho.


Cerró los ojos y volvió a abrirlos. Había ciertos recuerdos que prefería no revivir: el día en que había delatado la aventura amorosa de su niñera; la noche que su madre entró en su dormitorio para decirle que el avión en el que viajaba su padre se había estrellado en América del Sur sin supervivientes; la noche en la que vio a Paula tumbada sobre la cama de su madre sin que le importara nada lo que había hecho… Sin que le importara nada él.


En aquel entonces, él tenía veintitrés años y se sentía abrumado por el efecto que Paula tenía sobre él. Le repugnaba el deseo que sentía hacia ella, atormentado por ello y por su propio código moral, un código que le decía que un hombre de veintitrés años no podía tener nada con una niña de dieciséis. La diferencia de siete años separaba la infancia de la edad adulta y representaba un abismo que no podía salvarse, igual que la inocencia de una niña de dieciséis años no podía robarse de aquella manera.


Siete años después, aún podía saborear la ira que le había amargado el corazón y abrasado el alma, una ira que la presencia de Paula en Granada estaba reavivando. Cuanto antes terminara todo aquel asunto y Paula estuviera de vuelta en un avión al Reino Unido, mucho mejor.


Cuando Felipe estaba agonizando y él le dijo a Pedro lo mucho que se arrepentía de algunas cosas de su pasado, éste lo animó a compensar a su hija a través del testamento. Sin embargo, lo había hecho por el bien de su tío, no por el de Paula.



TORMENTOSO VERANO: CAPÍTULO 8

 


EN el rellano del primer piso, Rosa rompió el tenso silencio que había entre ellas.


–Entonces, ¿habla español?


–¿Y por qué no? –le desafió Pau–. A pesar de lo que Pedro quiera pensar, no tiene el poder de evitar que yo hable el que, después de todo, era el idioma de mi padre.


No iba a admitir delante de Rosa, ni de nadie más, que en su adolescencia, el sueño de poder conocer algún día a su padre la había llevado a trabajar repartiendo periódicos para pagarse unas clases de español que sospechaba que su madre no quería que tomara. De hecho, sabía que su madre había tenido miedo de que ella hiciera cualquiera cosas que le conectara con el lado español de la familia. Por eso, para no disgustarla, había tratado de que su madre no comprendiera lo mucho que ansiaba saber más de su padre y del país en el que él vivía. La quería demasiado como para hacerle daño.


–Bien, ciertamente no has sacado el espíritu de tus padres –le espetó Rosa–, aunque debería advertirte que es mejor que no levantes armas contra Pedro.


Pedro no tiene autoridad alguna sobre mí –replicó Paula con vehemencia–. Jamás la tendrá.


Un movimiento en el vestíbulo le llamó la atención. Se dio la vuelta y vio que Pedro seguía allí. Debía de haberla oído, lo que sin duda era la causa de la severa mirada que le estaba dedicando. Probablemente, querría tener cierta autoridad sobre ella para así haberle impedido viajar a España igual que años antes le había prohibido tener contacto alguno con su padre.


Recordó la escena ocurrida años atrás. Podía verlo en su dormitorio, con la carta que ella le había enviado a su padre semanas antes, una carta que él había interceptado. Una carta escrita desde la profundidad de un corazón de dieciséis años a un padre que ansiaba conocer.


Todos los sentimientos que había empezado a sentir hacia Pedro habían quedado rotos en pedazos en aquel mismo instante para convertirse en pedazos de ira y amargura.


–Pau, cariño, debes prometerme que jamás volverás a intentar ponerte en contacto con tu padre –le había advertido su madre con lágrimas en los ojos después de que Pedro hubiera regresado a España y las dos volvieran a estar solas.


Por supuesto, Paula se lo había prometido sin dudarlo. Quería demasiado a su madre para querer disgustarla.


¡No! No debía permitir que Pedro la devolviera a aquel lugar vergonzoso que había mancillado su orgullo para siempre. Su madre había comprendido lo que había ocurrido. Había sabido que Pau no era la culpable.


La madurez le había hecho comprender muchas cosas. Dado que su padre siempre había sabido dónde estaba, podría haberse puesto en contacto con ella muy fácilmente. El hecho de que no lo hubiera hecho era muy revelador. Después de todo, ella no era la única persona en el mundo que no quería ser reconocida por su padre. Cuando su madre murió, Paula decidió que había llegado el momento de seguir adelante con su vida y de olvidarse del padre que la había rechazado.


Jamás sabría qué era lo que había hecho que su padre cambiara de opinión. Jamás sabría si había sido el sentimiento de culpabilidad o de arrepentimiento por las oportunidades perdidas lo que lo había empujado a mencionarla en su testamento. Sin embargo, lo que Paula sí sabía era que en aquella ocasión no iba a permitir que Pedro dictara lo que podía o no podía hacer



TORMENTOSO VERANO: CAPÍTULO 7

 


Pensar en lo mucho que habría sufrido su madre le causó un profundo dolor en el pecho. Recordó que, al final, Pedro, había tenido mucho que ver con el dolor y la humillación que había sufrido su madre. Se apartó inconscientemente de él, lo que provocó que resbalara sobre el empedrado del suelo, que se torciera el tobillo y que perdiera el equilibrio.


Inmediatamente, Pedro la sujetó agarrándola por la parte superior de los brazos. El instinto de Paula le decía que se apartara inmediatamente de él, que le obligara a soltarla y que le dejara muy claro lo poco bienvenidas que eran sus atenciones. Sin embargo, él se movió rápidamente y la soltó con un gesto de disgusto, como si tocarla lo manchara. La ira y la humillación se apoderaron de ella, pero no había nada que pudiera hacer más que darle la espalda. Se sentía atrapada y no sólo por estar en un lugar en el que no quería, sino también por su propio pasado y el papel que Pedro había representado en él. El desprecio de Pedro se transformaba en una prisión para la que no había escapatoria.


Pau pasó por delante de él y entró en la casa. Se quedó inmóvil en el fresco vestíbulo, desde el que se admiraba una magnífica escalera. Los retratos colgaban de las paredes, aristócratas españoles que, ataviados con lujosas ropas o con uniformes militares la contemplaban con rostros duros e inexpresivos. Tenían una profunda expresión de arrogancia y desdén, muy parecida a la de Pedro, su descendiente.


Una puerta se abrió para dejar paso a una mujer de mediana edad, baja estatura y regordeta figura. Tenía unos vivos ojos pardos que examinaron a Paula rápidamente. Aunque iba sencillamente vestida, su actitud recta y sus modales en general la delataban.


Se dio cuenta de que se había equivocado cuando Pedro dijo:

–Deja que te presente a Rosa. Está a cargo de la casa. Ella te mostrará tu dormitorio.


El ama de llaves se dirigió hacia Pau sin dejar de observarla. Entonces, se volvió de nuevo a mirar a Pedro y en español le dijo:

–Mientras que su madre tenía el aspecto de una palomilla, ésta tiene la mirada de un halcón salvaje que aún no ha aprendido a acudir al cebo.


La ira se reflejó en los ojos de Pau.


–Hablo español –anunció, casi temblando con la fuerza de su ira–. No hay cebo alguno que me pudiera tentar a acudir a mano alguna de los que habitan en esta casa.


Tuvo tiempo de ver la mirada de hostilidad que Pedro le dedicó antes de darse la vuelta y dirigirse hacia las escaleras, haciendo que Rosa tuviera que seguirla.