sábado, 13 de marzo de 2021

TORMENTOSO VERANO: CAPÍTULO 11

 


Estaba a punto de sacarlo de la maleta para estirarlo un poco cuando la puerta se abrió. Rosa entró con una bandeja que contenía una copa de vino y unas tapas para picar.


Después de darle las gracias, Pau le preguntó:

–¿A qué hora se sirve la cena?


–No va a haber cena. Pedro no lo desea. Está demasiado ocupado –respondió Rosa con altivez en español–. Se le traerá la cena aquí si usted quiere.


Rosa sintió que se sonrojaba. La grosería de Rosa era imperdonable, pero sin duda seguía el ejemplo de Pedro.


–Tengo tantos deseos de cenar con Pedro como él conmigo –replicó–, pero, dado que el propio Pedro me dijo que era voluntad de su madre que yo me alojara aquí en vez de en el hotel que había reservado, di por sentado se esperaría que yo cenara con ella.


–La duquesa no está aquí –le informó Rosa. Entonces, dejó la bandeja y se marchó antes de que Pau pudiera hacerle más preguntas.


Pedro le había mentido sobre la presencia de su madre en la casa y sobre su deseo de verla. ¿Por qué? ¿Por qué querría tenerla bajo su propio techo? Recordó que su madre siempre se había negado a criticarlo cuando Pau lo culpaba de la separación de sus padres.


–No debes culpar a Pedro, cariño –decía su madre suavemente–. En realidad, no fue culpa suya. Él sólo era un niño. Sólo tenía siete años. No sabía qué era lo que podría ocurrir.


Su adorable y cariñosa madre, siempre dispuesta a perdonar y a comprender a los que le hacían daño.


Inicialmente, Paula, había aceptado aquella defensa de Pedro. Sin embargo, cuando él había ido a visitarlas, su opinión cambió. Después de comportarse con amabilidad hacia ella, había empezado a tratarla con desdén. Ponía toda la distancia que era posible entre ellos y dejaba muy claro que no sentía simpatía alguna por ella. Su vulnerable corazón de adolescente había sufrido mucho con aquel desprecio.


Desde el minuto en el que lo vio por primera vez, bajándose del lujoso coche que lo había llevado hasta su casa desde Londres, Pau se había sentido atraída por él para luego enamorarse perdidamente. Recordaba claramente el día en el que, sin darse cuenta, había entrado en el cuarto de baño cuando él se estaba afeitando. Sus ojos no habían podido despegarse del torso desnudo de Pedro. La excitación era tal cuando consiguió salir del cuarto de baño, que su imaginación se desbocó y empezó a conjurar escenarios en los que no se limitaba a mirar. Resultaba fácil burlarse de su ingenuidad de adolescente de entonces, pero, ¿acaso no era cierto que seguía teniendo tan poca familiaridad con la realidad de la intimidad sexual como entonces?


Desgraciadamente, a pesar de que guardaba celosamente el secreto de su virginidad, no podía escapar de la verdad.


¿Qué le ocurría? Había soportado bien durante años el hecho de ser sexualmente inactiva. Había sido una decisión que ella misma había tomado. Necesitaba construirse un futuro y ese hecho le había impedido en cierto modo conocer a un hombre al que deseara lo suficiente como para olvidar el pasado.


Sabía que no tenía que sentir pena por sí misma. Su infancia había sido privilegiada y aún consideraba su vida del mismo modo y no sólo porque había tenido una madre tan maravillosa.


Con sus abuelos y su madre muertos, la gran casa en la que había vivido con ellos le había parecido demasiado vacía y demasiado llena de dolorosos recuerdos. Inesperadamente, recibió una oferta para comprarla por una suma de dinero inesperadamente grande. Decidió venderla y se compró un piso en el centro de la ciudad. Allí, tenía su trabajo en el departamento de Turismo y muchos amigos, aunque la mayoría de ellos ya vivían en pareja y sus tres mejores amigas se habían ido a vivir al extranjero.




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