—Encontraremos la manera de estar juntos —le dijo Pedro sin dejar de abrazarla—. Me van a publicar un libro. Podré estar más tiempo en casa. Y no pienso vender Bellamy.
—Oh, Pedro.
—No sé cómo lo vamos a hacer, pero no voy a perderte. No puedo perderte.
—Pero tu trabajo…
—Es solo un trabajo. Me he dado cuenta de que llevo huyendo desde los catorce años, pero ahora ya no tengo motivos para huir.
—¿Señor Alfonso? —le dijo un policía de uniforme, acercándose.
—Sí.
—Vamos a tener que tomarles declaración en comisaría.
—¿Esta noche? —preguntó él—. ¿No pueden esperar a mañana?
—Lo siento, señor, pero…
—Por supuesto que se puede esperar a mañana —dijo una voz femenina.
Era una de las mujeres que habían estado cenando en el restaurante esa noche.
—Soy la juez Eleanora Hanover. Estas personas necesitan descansar. ¿Qué tal si pasan por la comisaría mañana a las nueve?
—Por supuesto, su señoría —dijo el policía.
—Muchas gracias —le dijo Paula.
Luego llegaron Julia y John.
Julia le dio un fuerte abrazo a su amiga.
—¡Cómo me alegro de que estés bien!
—Y yo.
—Y, Pedro, siento no haberte creído.
—No pasa nada, solo querías proteger a tu amiga.
—No nos han presentado, soy John —dijo este, dándole la mano.
Las sirenas dejaron de oírse. La mayoría de los coches de policía se habían marchado ya.
—¿Os llevo a casa? —preguntó John.
—Sí, por favor —respondió Pedro.
Cuando llegaron a Bellamy eran poco más de las once, pero Paula estaba agotada por el estrés.
Subieron como pudieron las escaleras para llegar a la habitación principal.
Pedro empezó a desnudarse y ella soltó un grito al ver la marca que el impacto de la bala le había dejado en la piel, a pesar del chaleco. Le dio un beso allí y Pedro la besó a ella en la muñeca, en la que Patricio también le había dejado marcas.
Se tumbaron en la cama, abrazados.
—Te quiero —le dijo Paula a Pedro después de un rato.
—Lo sé.
—Te quiero lo suficiente como para dejarte marchar —añadió ella con lágrimas en los ojos.
—Y yo a ti también te quiero como para quedarme.
—Entonces, si no vas a vender la casa, ¿me estás despidiendo otra vez?
Él rio.
—Sí, supongo que sí, pero te lo compensaré de alguna manera.
Ella lo acarició. Notó su erección.
—¿Cómo?
—Podría darte la mitad de Bellamy.
—¿Me estás diciendo…?
—Que quiero casarme contigo. Sí.
—Oh, Pedro —dijo ella antes de besarlo—. ¿Ves lo buena que soy en mi trabajo? Siempre encuentro a las personas adecuadas para cada casa.
—No hace falta que me respondas ahora, pero sé que encontraremos una solución. Si nos queremos, todo lo demás se solucionará.
—¿Y nos queremos? —le preguntó ella, sonriéndole con ternura.
—Por supuesto que sí —respondió Pedro, apretándola contra su cuerpo.