domingo, 7 de marzo de 2021

UN EXTRAÑO EN LA CAMA: CAPÍTULO 58

 


Paula creía en el poder del pensamiento positivo. Eso significaba que, si decidía que iba a pasarlo bien, tenía que pasarlo bien.


La extraña sensación que tenía en el estómago se debía solo al hambre.


Se obligó a sonreír mientras el hombre con el que estaba le pedía una botella de vino al sumiller, al que había hecho ir hasta la mesa.


Debía de haberlo hecho para impresionarla, pero Paula en vez de halagada estaba más bien aburrida.


Le daba igual el microclima en el que crecían las uvas, cómo iba a ser el tiempo ese verano y las fases de la luna.


Le gustaba ir a un restaurante, pedir algo que le apeteciese comer sin darle demasiadas vueltas y disfrutar de ello.


Aquello había sido mala idea y se recordó el motivo por el que no salía nunca con clientes.


—¿Por qué decidiste venir a Seattle? —le preguntó cuando por fin decidió el vino.


—Porque quiero establecerme y me parece una buena ciudad para hacerlo. Es cosmopolita, pero tiene naturaleza cerca. Y me gusta su oferta de ocio. El clima es bueno. Suave.


—Salvo por la lluvia —comentó ella, señalando hacia la ventana.


—Sí. Lo primero que voy a hacer cuando compre Bellamy es contratar a un arquitecto. Quiero un garaje en el que quepan tres coches.


—¿Vas a echar abajo la casa?


—Lo valioso es el terreno. Y el jardín y los árboles son un desperdicio. Voy a levantar una casa de verdad y me gustaría encontrar a alguien con quien compartirla —le contó, acercándose más.


Y Paula supo que no volvería a salir con él. Tampoco le vendería Bellamy. En cuanto le contase a Pedro que aquel hombre quería tirar la casa, este jamás accedería.


Se miró el reloj y se preguntó cuánto tiempo más tendría que estar allí.


—Estás preciosa esta noche —le dijo Pedro—. Ese vestido azul resalta el color de tus ojos.


—Gracias —le respondió.


Al final no se había comprado ningún vestido nuevo y había decidido ponerse uno de sus favoritos, de seda azul, elegante, pero no demasiado sexy.


Al fin y al cabo, Patricio era su cliente.


—Y eres alta. Me gustan las mujeres altas. Yo también lo soy. Hacemos buena pareja.


Paula pensó en el modo en que la miraba Pedro. No necesitaba hacerle cumplidos, la hacía sentirse bella solo con la expresión de sus ojos.


No le gustaban los halagos de Patricio y no quería ser una más de sus posesiones.


Estaba deseando marcharse de allí.



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