Pedro se quedó inmóvil nada más ver el arma.
—Sentaos —dijo Patricio, dirigiéndose a Julia y a John.
Estos obedecieron.
Patricio hizo un gesto a Pedro, para que se sentase en la silla en la que había estado Paula.
Este dudó, pero se sentó.
—Lo que vamos a hacer es salir todos juntos del restaurante. Tú —le dijo a Pedro—, el primero. Nos abrirás la puerta a todos. Luego vosotros dos. Paula y yo saldremos los últimos. No hace falta que os diga que actuéis con normalidad. No quiero que nadie salga herido.
—¿Y luego, qué? —inquirió Pedro.
—Yo llevaré a mi chica a casa, como un caballero. Y vosotros os marcharéis a las vuestras.
—No… —empezó Paula, pero notó que Patricio le clavaba la pistola en las costillas y se interrumpió.
—No es negociable.
—Está bien —dijo Pedro—. Está bien.
Luego, se levantó muy despacio y se dirigió hacia la puerta. Julia y John lo siguieron.
—Ahora, levántate despacio y no hagas ninguna tontería —le advirtió Patricio a Paula.
Ella asintió. Estaba enfadada y se sentía indefensa. Buscó al camarero con la mirada, pero no lo encontró.
Estupendo.
Se dijo que no estaba sola. Tenía a Julia, su mejor amiga. Y tenía a Pedro, que haría cualquier cosa por ayudarla.
Estaban llegando a la puerta cuando su camarero apareció.
—Disculpe, señor, se le ha olvidado pagar la cuenta —le dijo a Patricio en voz alta.
Este se puso tenso y se giró.
—Mi novia no se encuentra bien. Vamos un momento fuera a que tome el aire. Ahora vuelvo.
El camarero la miró con escepticismo.
—Que salga con sus amigos mientras usted paga la cuenta —respondió.
Pedro dijo algo a Julia y a John y empezó a abrir la puerta.
Un coro de sirenas inundó el restaurante. A Patricio se le aceleró la respiración.
—Cierra esa puerta y venid aquí —ordenó.
John cerró la puerta y se colocó delante de Julia.
Paula notó que la pistola dejaba de presionarla y oyó un estallido.
—Este restaurante está cerrado —gritó, llevándose a Paula lejos de la puerta y de Pedro, hacia la cocina—. Quien llame a la policía que no se olvide de decirle que tengo un rehén.
Paula miró a Pedro y lo vio salir por la puerta. «No», dijo para sí. «No seas un héroe, Pedro».
Supo que iba a intentar dar la vuelta al restaurante y cortarles el paso por la puerta de atrás.
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