«Una noche no puede cambiarte la vida», pensó Pedro molesto. Ni podía cambiarlo a él.
Era ridículo.
Lo único que sentía era frustración sexual y, además, tenía la extraña sensación de que alguien lo había rechazado incluso antes de conocerlo.
Si Paula quería privarlos a ambos de unas semanas de increíble sexo, peor para ella.
En cualquier caso, no iba a quedarse en casa esperándola esa mañana.
No. No quería sufrir el impacto de sus ojos grises azulados y recordar cómo se suavizaba su mirada cuando estaba excitada, ni quería verla con uno de sus trajes de chaqueta y pensar en ella desnuda.
No tenía ningún interés en torturarse solo.
Iba a marcharse mucho antes de que llegase con el tipo al que iba a enseñarle la casa. No quería conocerlo ni ver a Paula. No cuando ella lo estaba tratando como si su relación hubiese sido siempre meramente profesional.
Ya tenía suficientes problemas, como una fisioterapeuta nueva y las cenizas de su abuela encima de la mesa. Tenía que pensar en lo que quería hacer con ellas. En lo que habría querido su abuela. ¿Por qué no lo había dejado dispuesto en su testamento? ¿Por qué le había dejado la decisión a él?
Mujeres. Era increíble que lo estuviesen volviendo casi tan loco muertas como vivas.
No obstante, se sentía tranquilo, trabajando con la caja de cenizas encima del escritorio. Todavía no había empezado a hablar con su abuela muerta, pero había estado a punto de hacerlo una hora antes. Tenía que ponerla a descansar en otro lugar.
Hacía buena temperatura y el parque que había al otro lado de la calle le pareció un buen lugar para leer el periódico y hacer alguna fotografía. Poco antes de las once, Paula detuvo su coche delante de la casa y bajó de él con el dosier de Bellamy en una mano y su maletín en la otra. Era preciosa incluso en la distancia. Un rayo de sol brilló en su pelo, volviéndolo dorado. Iba vestida con un traje de chaqueta y zapatos de tacón, que realzaban sus piernas.
Pedro no pudo evitar recordar aquellas piernas pegadas a sus costados y se excitó al instante. En ese momento, se juró que volvería a acostarse con ella. No era posible que aquello se terminase con solo una noche.
Un segundo coche se detuvo detrás del de ella, un coche azul marino, elegante, de alquiler. Un tipo alto, vestido con vaqueros y una chaqueta de deporte salió de él. Paula se acercó con la mano extendida.
El tipo se la sujetó durante demasiado tiempo y a Pedro le entraron ganas de ir a darle un puñetazo.
Pero no tenía ningún derecho. Frunció el ceño y levantó el teleobjetivo para verlos más de cerca.
Como hacía buen tiempo, Paula dedicó unos minutos a señalar las características exteriores de la casa y, sin duda, habló de su historia y del barrio.
El cliente asintió e hizo algunas preguntas.
«Muy hábil», pensó Pedro. Parecía un vendedor. Iba recién afeitado, llevaba un buen corte de pelo, tenía el rostro ligeramente bronceado. Debía de tener unos cuarenta años. Él no llevaba nunca ropa cara, porque pensaba que era tirar el dinero, pero la reconocía cuando la veía. Formaba parte de su trabajo.
El tipo ni siquiera miraba el papel que Paula le estaba enseñando, solo la miraba a ella. A Pedro no le gustó. Ni un pelo.
Había visto suficiente. Se dispuso a guardar la cámara sin apartar la vista de la casa. Un camión se puso delante unos segundos. Había poco tráfico.
También pasó un autobús escolar y después, un coche de policía. El tipo le dio la espalda a la carretera en ese momento.
Cualquier otra persona habría visto aquello y no le habría parecido anormal, pero no todo el mundo había estado en los lugares en los que había estado Pedro, ni había visto las cosas que había visto él.
Pedro levantó la cámara y esperó a que volviese a mirar hacia allí para hacerle unas fotografías, sin saber por qué.
Entonces Paula y su cliente entraron a Bellamy.
¿Qué podía hacer?
¿Entrar cojeando a la casa y enfrentarse a un extraño? ¿Amenazarlo con el bastón de su abuela?
Su sentido común le dijo que aquel hombre no le haría nada a Paula. Lo que parecía interesarle eran las casas de la zona.
No obstante, no quería dejarla a solas con él. Guardó la cámara y cruzó la calle.