Paula se lo estaba pasando muy bien. No le sorprendía que Pedro le hubiese dicho que sí con tanto entusiasmo, de hecho, lo que le habría sorprendido habría sido lo contrario, teniendo en cuenta la química que había entre ambos, pero la animó ver que se quedaba atónito con su pregunta.
Gloria tenía razón. Había sido demasiado cauta, le había dado demasiado miedo que le hiciesen daño. Le había preocupado demasiado un futuro que no podía predecir.
Vio cómo la expresión de los ojos de Pedro cambiaba, de sorpresa a especulación. Dio un paso al frente sin apoyarse en el bastón. De hecho, solo lo utilizaba cuando salía a la calle.
—Llevo deseando llevarte a esa enorme cama desde el momento en que te vi —le dijo, levantando la mano y acariciándole un mechón de pelo.
Ella rio.
—Pues yo creo que no te hizo ninguna gracia verme. Intentaste echarme de la casa.
—Es cierto, pero eso no significa que no desease acostarme contigo. Los hombres somos capaces de pensar dos cosas a la vez, ¿sabes? En especial, si una de ellas es sexo.
Se acercó más y a Paula le gustó sentir su calor.
—¿Cómo es que has cambiado de idea? —quiso saber Pedro.
—¿La verdad?
—Por supuesto.
Si iba a acostarse con él, al menos tenía que contarle el motivo.
—Porque no puedo dejar de pensar en ello —confesó, encogiéndose de hombros—. No me deja trabajar. No soy de las que se pasa el día soñando despierta, suelo ser muy eficiente.
—Ya me había dado cuenta.
—Y tengo la sensación de que, si lo hago, dejaré de pensar en ello.
—¡Qué romántico!
Pedro se acercó un poco más y fue a besarla, pero Paula le dijo:
—Tengo algunas normas.
Él dejó de avanzar y sonrió.
—¡Cómo no! —dijo—. ¿Quieres que me lave las manos antes? ¿Que cambie las sábanas? ¿Que me lave los dientes?
—No —respondió ella riendo—. Bueno, lo de que te laves los dientes puede ser una buena idea. Yo también me los lavaré.
—Estás fatal, ¿lo sabías?
—No iba a pedirte nada de eso. Solo estaba pensando en poner algunas normas básicas.
—Las reglas del sexo son muy sencillas. Nadie sale herido y todo el mundo disfruta —comentó él, acercándose todavía más—. Y me voy a asegurar de que tú disfrutes mucho.
Paula notó calor por todo el cuerpo. Pedro estaba hablando medio en broma, pero también medio en serio. Y ella tenía la sensación de que era un hombre generoso en la cama.
—Eso no, quiero decir, que estoy segura de que sí, pero… —balbució, sacudiendo la cabeza—. Esto es ridículo. La única norma que quería poner es que seamos claros: se trata solo de una noche.
Eso pareció sorprenderlo.
—¿Solo una noche?
—Sí.
—Pero si ni siquiera hemos empezado.
—Bueno, pues lo he estado pensando y solo quiero eso.
—No sé —dijo él, rascándose la mejilla—. No trabajo bien bajo presión.
Ella bajó la vista a su pierna herida.
—En tu profesión siempre se trabaja bajo presión. He visto las fotografías que has hecho en África, durante el tiroteo en el que saliste herido. Son increíbles.
—Gracias, pero eso es diferente.
Lo que Paula no le dijo fue que le había dado miedo imaginárselo en un lugar tan peligroso. No podía enamorarse de un hombre así. Debía tener cuidado. Tal vez fuese una tontería acostarse con él, aunque fuese solo una vez, pero estaba cansada de vivir siempre de manera tan rígida. Además, sus fantasías con Pedro le estaban haciendo perder mucho tiempo, así que lo mejor sería acostarse con él y terminar con aquello cuanto antes.
No obstante, Pedro no estaba reaccionando tal y como ella había imaginado.
—No sé. Nunca he sido de los que tienen aventuras de una noche — continuó este—. Al menos, desde la universidad. Me siento utilizado.
Ella se echó a reír.
—No te estoy utilizando.
—¿Solo una noche de sexo? ¿Y si yo quiero más? ¿Cómo llamarías a eso?
—Supongo que lo llamaría pasarlo bien una noche. Nadie estaría utilizando a nadie.
—Yo no lo veo así —le dijo él retrocediendo—. No me parece buena idea. Ahora no estoy en un buen momento, ni mental ni físico.
La sorpresa de Paula al ver que un hombre rechazaba sexo sin ataduras desapareció al verlo dudar. Y, de repente, comprendió su comportamiento.
Lo que le pasaba era que temía no estar a la altura debido a su pierna. Tal vez no todo en él funcionase tan bien como le había dicho.
Debía de pensar que estaba jugando con él, cuando ella lo único que quería era que no le hiciesen daño.
—Pedro —empezó, sin saber qué quería decirle—. Pedro. Eres el hombre más sexy e interesante que he conocido en mucho tiempo.
Él no pareció sentirse halagado. Se quedó donde estaba, escuchándola, mirándola.
—La cosa es que tengo una vida profesional muy intensa, y que estoy muy centrada en ella. No me quiero distraer con una relación.
—¿Quién ha hablado de tener una relación? —fue su respuesta—. Solo he dicho que no me gustan las aventuras de una noche. Soy demasiado mayor para esas tonterías. Y pensaba que tú también.
—Sí, a mí tampoco suelen gustarme, pero… Es muy difícil. Tengo un pequeño problema con los hombres con los que me acuesto y… no quiero enamorarme de ti y que me rompas el corazón para después volver a un país en guerra. Así que tengo que poner en una balanza las ganas de acostarme contigo y el miedo a perderte. Y la única manera de equilibrar ambas cosas es poniéndome una meta a muy corto plazo.
—Una noche.
—Sí.
—Es la mayor locura que he oído nunca.
Paula se sintió decepcionada. Quería pasar una noche con él, una noche que después recordaría sin poner en riesgo su corazón.
—Entonces, ¿no quieres hacerlo?
Él la fulminó con la mirada.
—Por supuesto que quiero. Soy un hombre. Hace meses que no estoy con una mujer. Tropiezo contigo cada dos por tres y hueles muy bien, eres muy guapa. Sí, acepto el trato, pero no me gusta —refunfuñó.
Paula sonrió al verlo enfadado.
—Lo comprendo —respondió, respirando hondo. De repente, estaba nerviosa.
Se sacó la agenda electrónica y la abrió por la semana en curso.
—De acuerdo. ¿Cuándo quieres hacerlo?
Él alargó la mano y le quitó la agenda para dejarla encima de la mesa.
—¿Qué tal ahora?
—¿Ahora? Tenía pensado traerme el camisón y mis cosas.
—No vas a necesitar camisón —le informó Pedro, volviéndose a acercar.