Un rato después, tumbada a su lado, escuchando su respiración, lenta y profunda, sintiendo el calor de su cuerpo desnudo, sintió una paz interior, una felicidad, que le era completamente ajena. Nunca había sentido aquella necesidad de estar tan cerca de un hombre.
¿Sería eso lo que sentía uno al enamorarse? ¿Acaso era posible hacerlo en menos de una semana?
Si era amor, tenía menos de tres semanas para superarlo. Porque aunque ella quisiese más de aquella relación, era evidente que Pedro no. Y era normal, después de lo que le había hecho su prometida. Además, aunque considerase en algún momento volver a casarse, dudaba que quisiera hacerlo con alguien como ella. Eran demasiado diferentes. No obstante, podían disfrutar del tiempo que les quedaba juntos.
Aunque luego sufriesen un poco al separarse. O mucho.
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Decidido. Se había vuelto completamente loco.
¿Cómo podía haberle pedido a Paula que lo acompañase al rancho? Era evidente que no había pensado antes de hablar, porque iba a ser una pesadilla logística.
–¿Estás loco? –le preguntó su ama de llaves, Elisa, cuando la llamó para contárselo el jueves por la tarde.
Solo había dos personas que sabían lo que estaba haciendo en Vista del Mar y una de ellas era ella.
–Creo que sí –le respondió.
Ya no podía echarse atrás. Paula parecía emocionada con la idea de acompañarlo y lo cierto era que él también quería llevarla. Quería compartir una parte de su vida con ella.
Estaría bien poder hacerlo sin descubrir su tapadera.
–¿Puedes preparar la habitación que hay al lado de la mía y poner sábanas limpias en la cama? –le pidió a Elisa–. Nos instalaremos allí.
–¿No quieres dormir en tu habitación?
–¿Piensas que va a creerse que mi jefe me deja su dormitorio?
–Es verdad.
–También necesito que recorras la casa y quites cualquier cosa en la que aparezca mi nombre, o fotografías en las que salga yo.
–Eso no me va a costar mucho, porque solo tenías fotografías con la fresca esa, y las quemaste todas.
A Elisa nunca le había caído bien Alicia, siempre había pensado que era una niña mimada y egoísta. Y Alicia había insistido muchas veces en que despidiese a Elisa, quejándose de que la miraba mal y la trataba como a una extraña. Desde que la había echado al descubrir el engaño, Elisa se refería a ella como «la fresca».
Elisa, una mujer menuda, pero con carácter, había sido como su madre desde que había llegado al rancho. En ocasiones lo trataba más como un adolescente que como a su jefe, pero él la adoraba.
–¿Qué vas a hacer con los hombres? –le preguntó.
–Claudio va a hablar con ellos.
Su capataz era la otra persona que conocía su plan.
–Seguro que alguno mete la pata y te llama jefe.
–Paula piensa que me van a dar el puesto de capataz cuando vuelva al rancho, así que utilizaré esa excusa si ocurre. Mientras que nadie utilice mi nombre completo, no habrá ningún problema.
–Aun así, creo que estás jugando con fuego. Lo que significa que te debe de gustar mucho esa mujer. ¿Cuánto tiempo hace que la conoces, una semana?
–Ni siquiera.
–A la fresca tardaste tres semanas en traerla.
–Paula es distinta a las demás. Piensa que soy un peón de rancho sin estudios y parece que no le importa. Y ambos tenemos en común una niñez muy difícil. Me gusta. Me siento bien cuando estoy con ella. Y el sexo…
–¡Entendido! –gritó Elisa.
Pedro se echó a reír.
–Se va a llevar una buena sorpresa cuando se entere de la verdad –añadió ella.
–Supongo que sí.
Sobre todo, porque podía destrozar su reputación profesional. Y, aunque no tenía elección, en los últimos días había empezado a desear no averiguar nada malo de la fundación. Si sus sospechas eran ciertas podía hacerle daño a mucha gente. A Ana, que dirigía la fundación, e incluso a su hermana Emma, que estaba en la junta. Por no mencionar a los voluntarios.
–Es posible que se enfade contigo.
–Sí, lo sé.
De hecho, era inevitable. La cuestión era cuánto se enfadaría.
–Si de verdad te importa, ¿crees que merece la pena arriesgarse?
–No tengo elección. Tengo que hacerlo. Por los habitantes de Vista del Mar.
–¿Estás seguro de que lo haces por ellos? Sé que sientes que le fallaste a tu padre. ¿No estarás intentando aliviar tu culpabilidad.
Un mes antes habría tenido clara la respuesta a esa pregunta. En esos momentos, ya no estaba tan seguro.