sábado, 30 de enero de 2021

UNA PELIGROSA PROPOSICIÓN: CAPÍTULO 42

 


Paula observó a su hermana. Su rostro parecía resplandecer.


—Nunca te he visto más guapa y feliz. Es evidente que el amor te sienta bien.


Teresa la miró con expresión de sorpresa.


—¿Tú, la belleza oficial de la familia, me estás llamando guapa? Ahora ya tengo la respuesta a mi pregunta: debes estar enferma.


Paula sonrió.


—Lo que digo es cierto. Siempre has sido guapa, pero ahora… —dejó la frase inconclusa y apartó la mirada—. Es el instinto lo que me ha hecho venir aquí. En cuanto a lo de huir… supongo que debo decir que he huido de Pedro.


Teresa frunció el ceño.


—¿Pedro? ¿Pedro Alfonso?


Paula asintió y a continuación explicó a su hermana el trato al que había llegado con Pedro, y sus resultados. Terminó diciendo:

—Así que, una vez más, me siento totalmente confusa. Cuando llegué aquí solo sabía una cosa: sufro un caso grave de lujuria por Pedro.


Teresa se atragantó con el té que estaba bebiendo.


Tras asegurarse de que su hermana estaba bien, Paula continuó:

—Pero desde que estoy aquí os he observado a ti y a Nico y… a veces, simplemente con que os miréis el uno al otro hacéis que sienta el amor que os profesáis. En realidad creo que eso es lo que me ha hecho venir aquí; la intuición de que Nico y tú tenéis algo auténtico. Quería aprender de ello.


—¿De nuestro amor?


Paula volvió a asentir.


—Para empezar, el amor que he visto entre vosotros me ha confirmado una decisión que tomé antes de irme de la isla: no quiero casarme con Darío. Él no me ama, y yo a él tampoco. Cuando decidí aprender cómo conquistarlo, estaba convencida de que podíamos tener un matrimonio que funcionara aunque no nos amáramos. Ahora sé lo equivocada que estaba.


—Decidir que no ibas a casarte con Darío ha debido ser el equivalente a un terremoto intelectual para ti —dijo Teresa, impresionada—, pero me alegra que hayas llegado a esa conclusión antes de que fuera demasiado tarde. Lo que nos lleva de vuelta a Pedro.


Pedro —Paula movió la cabeza—. Me temo que ahora debe odiarme.


—¿Por qué?


—Porque quería que me quedara en la isla para hablar de la noche que pasamos juntos. Pero yo sabía que no podía hacerlo sin revelarle lo que sentía por él, de manera que le hice creer que me iba al rancho para poner en práctica con Darío todas las lecciones que me había dado.


—¿Y por qué iba a disgustarle eso? A fin de cuentas, para eso te dio las lecciones, ¿no? No tiene sentido.


—Lo sé —Paula se mordió un instante el labio inferior—. Lo único que se me ocurre es que tema que vaya a renegar de nuestro trato, cosa que no pienso hacer, desde luego.


Teresa dio un sorbo a su té.


—Hay otra posibilidad —dijo.


—¿Cuál?


—Que esté enamorado de ti.


Paula negó con la cabeza.


—Imposible. Aunque tratara de disimularlo bajo una máscara de hielo, sé que cuando nos separamos en el aeropuerto estaba muy enfadado.


—¿Te importa?


—Claro que me importa, Teresa. Pedro es un hombre excepcional. En la isla me enteré de su pasado, y me hizo sentirme muy humilde.


—¿Por qué?


—Por todo lo que ha logrado a pesar de haber empezado con tan poco. También hizo que sintiera una gran tristeza por no haber conocido la clase de amor que recibió de sus padres.


—Eso lo entiendo porque, durante una temporada, yo sentí lo mismo respecto a Nico.


—¿En serio?


Teresa asintió.


—¿Y sabes a qué conclusión llegué? Tú, Cata y yo somos las únicas personas en el mundo que sabemos que nuestra supuesta vida «privilegiada» fue en realidad una pesadilla. Y hemos tenido que aprender a sobrevivir, a superar nuestra infancia de pesadilla para convertirnos en adultos. Nuestro padre nos robó incluso el mutuo consuelo. Puede que Nico y Pedro carecieran de las cosas materiales que nosotras tuvimos, o del dinero que heredamos para empezar como lo hicimos, pero contaron con algo mucho mejor. Crecieron sabiendo que, hicieran lo que hicieran, eran incondicionalmente amados por sus padres. Si lo miras así, en realidad empezaron con ventaja respecto a nosotros.


—Supongo que tienes razón —dijo Paula, lentamente, tratando de asimilar lo que acababa de decir su hermana.


—Claro que lo es. Así que no vuelvas a sentirte humilde, Paula. Nos hemos ganado con creces nuestra herencia, y además hemos conseguido que la compañía alcance un nivel de beneficios con el que nuestro padre ni siquiera habría soñado.


—Tienes razón.


Teresa sonrió.


—Claro que la tengo. Y ahora, volvamos a Pedro.


Paula suspiró.


—Como ya te he dicho, sufro un grave ataque de lujuria por él.


La sonrisa de Teresa se ensanchó.


—Deja que te dé un pequeño consejo de hermana: el buen sexo no es algo que haya que desdeñar.


Paula devolvió tímidamente la sonrisa a su hermana.


—Eso ya lo he aprendido. Lo que quiero saber es cómo se puede distinguir entre el deseo y el amor. Supongo que te pasó algo parecido con Nico. ¿Cómo decidiste que lo que sentías por él era amor, y no solo deseo?


Teresa dejó su vaso en la mesa y luego tomó una mano de Paula en la suya. Paula se quedó tan sorprendida que estuvo a punto de retirarla de un tirón, pero Teresa se lo impidió.


—Escúchame, Paula. Tú, Cata y yo no aprendimos nunca nada sobre el amor porque nuestro padre no nos demostró el más mínimo afecto. Así que cuando tuve que decidir si amaba o no a Nico, no sabía en qué basarme. Pero en mi caso conté con algo de ayuda. El tío Guillermo me dijo con toda claridad que amaba a Nico. Y te aseguro que nadie se sorprendió más que yo cuando comprendí que era cierto.


Paula frunció el ceño.


—Así que cuando el tío Guillermo te dijo que querías a Nico… ¿supiste al instante que tenía razón?


Teresa asintió.


—En cuanto lo dijo comprendí que lo que debería haberme dado la pista no era algo especialmente importante y significativo, sino una serie de pequeños detalles.


—¿Por ejemplo? —preguntó Paula, sin ocultar su interés.


Teresa sonrió con ternura mientras recordaba.


—Por ejemplo, la forma en que una simple sonrisa de Nico podía hacer que se me debilitaran las rodillas. O cómo sentí que me derretía cuando bailé con él la noche de mi cumpleaños.


Paula se quedó boquiabierta, pero Teresa siguió hablando.


—La facilidad con que conseguía que lo deseara. El modo en que rechacé la oferta de Darío de venir a rescatarme cuando Nico me secuestró y me trajo aquí. Todo se fue sumando. Lo único que sucedía era que yo no había relacionado el amor con lo que sentía por Nico, porque no sabía lo que se sentía al amar a un hombre… o a nadie.


Paula miró a su hermana con los ojos abiertos de par en par.


—Todo lo que acabas de decir puede… puede aplicarse a lo que me ha sucedido con Pedro, incluyendo lo que me hace sentir.


—Más el hecho de que ya no estás interesada en casarte con Darío.


—Oh, dios santo, Teresa. ¡Estoy enamorada de Pedro!


Teresa rió, encantada.


—En ese caso tienes que volver a Dallas lo antes posible.


Los ojos de Paula se llenaron de lágrimas de felicidad y, por primera vez en su vida, las dos hermanas se abrazaron efusivamente.





UNA PELIGROSA PROPOSICIÓN: CAPÍTULO 41

 


Cuando Paula utilizó un pie para balancearse en el columpio que había en el cenador.


Estaba en el patio trasero de Uvalde, la granja en que su hermana Teresa y su cuñado Nicolás estaban pasando el verano. De hecho, fuera cual fuera la estación del año, solían ir siempre que podían. Y tras haber pasado allí tres días, Paula debía admitir que el lugar tenía un encanto especial, y que le había ofrecido la tranquilidad que necesitaba.


Cerca de ella, Teresa estaba cortando unas flores. Cuando se irguió, miró a Paula.


—Voy a llevar estas flores a casa y a traer un poco de té frío —dijo—. ¿Te parece buena idea?


—Me parece una idea estupenda —contestó Paula.


Tres días atrás, siguiendo un impulso que aún no había llegado a entender del todo, llamó a su hermana desde el avión de Pedro para preguntarle si podía ir a pasar unos días con ella. Teresa le dijo que sí con auténtico entusiasmo. Y viendo lo feliz que era de tenerla allí, Paula sentía remordimientos por todas las veces que la había rechazado.


Su mente volvió a Pedro y al vuelo de regreso a Dallas. Solo rompió su silencio en una ocasión, cuando la llamó por el intercomunicador para preguntarle si quería que le reservara un billete para acudir al Double B. Ella le explicó que ya había pedido a Monica que se ocupara de todo. Lo que no le dijo fue que no tenía ninguna intención de volar al rancho de la familia para ver a Darío.


Alzó la mirada al oír que una puerta se cerraba y vio que Teresa se acercaba con un vaso de té en cada mano. Cuando llegó, Teresa le entregó uno de ellos y se sentó a su lado.


—Me gusta tu granja, Teresa.


—Gracias. A Nico y a mí nos encanta, pero lo cierto es que pertenece a la abuela de Nico, aunque nosotros somos los únicos que queremos convertirla en nuestro segundo hogar. La hermana de Nico y su familia saben que siempre son bienvenidos, y tratamos de reunimos siempre que podemos. Durante el invierno venimos casi todos los fines de semana.


Paula asintió.


—No me extraña. Por cierto, el té está muy bueno.


—La menta es del jardín.


Paula rió.


—La verdad es que me cuesta creer que te hayas aficionado a la jardinería. Cuando vivíamos juntas no te interesaba en lo más mínimo.


Teresa asintió, pensativa.


—Lo sé, pero la diferencia es qué este es un hogar de verdad, algo que antes no sabía. Antes de casarme con Nico tenía mi casa en Dallas, pero en realidad no era un hogar. Siempre estaba viajando o trabajando —movió la cabeza al recordar el pasado—. Ahora, Nico y yo también tenemos nuestra casa en Austin. Yo aún trabajo y viajo, aunque trato de hacer lo último lo menos posible. Y Nico tiene su propio trabajo. Pero da lo mismo la casa en la que estemos, porque cualquiera de las dos está llena de amor y de los recuerdos que creamos con cada momento que pasamos juntos. He aprendido que eso es lo que convierte una casa en un hogar. Y… —Teresa sonrió—… muy pronto vamos a tener que preparar una habitación para niños en cada casa.


—¿Una habitación para niños? —preguntó Paula, conmocionada—. ¿Me estás diciendo lo que creo?


—Ojalá, pero todavía no. Pero siento que será pronto.


—Eso es estupendo —murmuró Paula, sinceramente—. Me alegro mucho por ti y por Nico.


—De acuerdo —dijo Teresa, en tono repentinamente enérgico y eficiente—. Ya basta de hablar de mí. Es hora de que me cuentes qué pasa contigo. Cuando llegaste estabas pálida como un fantasma; de hecho, parecías enferma. Desde entonces solo hemos mantenido conversaciones superficiales, pero me alegra poder decir que tienes mejor aspecto.


—Lo siento. Sé que estos días no he sido la mejor compañía.


—No me estoy quejando. Solo quiero saber qué te ha hecho venir aquí ahora. Y mientras te explicas, también quiero saber de qué estás huyendo.





UNA PELIGROSA PROPOSICIÓN: CAPÍTULO 40

 


Duchado, afeitado y vestido, Pedro se reunió con Paula en la terraza. Sin mirarlo, ella partió un cruasán.


—Liana y su madre son estupendas. No esperaban que nos levantáramos tan temprano, pero han preparado esto de todos modos.


—No quiero que te vayas, Paula.


Ella extendió cuidadosamente un poco de mermelada en el cruasán.


—Sé que aún no me has dado la última clase de buceo, pero después de la de la piscina, estoy segura de que podré arreglármelas en el mar si tengo que hacerlo.


—La lección de buceo me da completamente igual. Hablemos del verdadero motivo por el que quieres irte: lo que sucedió anoche.


—Lo de anoche no tiene nada que ver con que quiera irme —Paula nunca había sospechado que pudiera ser tan buena mentirosa. Nunca había imaginado que el corazón pudiera doler tanto sin romperse—. Y en realidad no hay más de qué hablar. Has hecho un buen trabajo con todas las lecciones, pero…


Pedro echó atrás la cabeza como si lo hubiera abofeteado.


—Si has creído que lo de anoche ha tenido algo que ver con esas malditas lecciones, estás muy equivocada.


—No importa.


—Por supuesto que importa, y mucho.


—En ese caso, no, Pedro. No creo que lo de anoche tuviera nada que ver con las lecciones. Tuvo que ver con dos personas que se encuentran en una isla paradisíaca, rodeados de belleza y que han pasado varios días juntos. Algo tenía que suceder y así fue. Pero ahora todo ha acabado y necesito volver a Texas.


El silencio se instaló entre ellos. Paula sentía la mirada de Pedro en ella; casi podía oírlo pensar, pero no podía saber qué pensaba.


Sabía que iba a ser difícil hacerle olvidar lo sucedido, sobre todo porque nada le gustaría más que volver a la cama con él en aquel mismo instante y no salir de ella en una semana. Pero no podía traicionar de ningún modo lo que estaba pensando. Necesitaba alejarse de él, y se estaba quedando sin munición.


—De acuerdo —dijo Pedro finalmente—. Podemos irnos hoy si quieres, pero no antes de que hablemos.


—¿Por casualidad sabes dónde está Darío hoy?


Pedro se quedó petrificado. El color abandonó por completo sus mejillas y su mirada se llenó de oscura rabia. Apartó la silla de la mesa con brusquedad y se levantó.


—Está en el Double B, visitando a su padre. Saldremos en media hora. Estate preparada.




UNA PELIGROSA PROPOSICIÓN: CAPÍTULO 39

 


El amanecer era tal y como había esperado, pensó Paula, apoyada contra el marco de la puerta mientras observaba los cambiantes tonos azulados y rosas del cielo. Detrás de ella, en la cama, Pedro dormía. En otras circunstancias, lo más probable hubiera sido que ella también estuviera dormida. Sin embargo, esa mañana tenía demasiado en qué pensar.


La noche anterior, sabía lo que hacía cuando tomó a Pedro de la mano y lo llevó al dormitorio. Todo lo sucedido había sido culpa suya. Se dijo que quería hacer el amor con él una vez, y así fue. Después debería haberse sentido satisfecha, pero no fue así. En cuanto surgió la oportunidad, prácticamente lo incitó a continuar.


Ciertamente, Pedro no necesitó muchos ánimos para complacerla, pero era un hombre, y ella ya había observado que si una mujer se mostraba dispuesta, el hombre no necesitaba más motivación.


La culpa había sido de ella. No lo lamentaba, pero tampoco podía sentirse más avergonzada al respecto. Si hubiera habido algún modo de salir de aquella isla antes de que Pedro despertara, lo habría hecho. Dadas las circunstancias, no sabía si iba a ser capaz de mirarlo a los ojos cuando despertara.


Hacer el amor con Pedro había puesto patas arriba su mundo, y no sabía si alguna vez lograría volver a colocarlo como estaba.


—¿Qué haces levantada tan temprano?


El corazón de Paula dio un vuelco al oír la voz adormecida de Pedro.


—Tenías razón —dijo, sin volverse.


—¿Sobre qué? —Pedro parecía irritado.


—Sobre el amanecer. Es espectacular.


Paula oyó movimiento a sus espaldas, como si Pedro estuviera colocando las almohadas.


—¿Qué haces levantada, Paula? No puedes haber descansado lo suficiente. ¿Y por qué estás vestida? —tras ducharse, Paula se había puesto unos pantalones negros y una camiseta blanca.


—Creo que es hora de que me vaya. Tú puedes quedarte si quieres; yo tomaré un vuelo desde una de las islas más grandes.


Pedro maldijo entre dientes. El corazón de Paula latió más rápido al notar que se estaba levantando de la cama.


—Paula…


Se acercaba a ella. Paula salió a la terraza y miró hacia la derecha.


—La mesa ya está lista, y hay un termo con café. Voy a servirme una taza mientras te vistes.


—Paula, vuelve. Tenemos que hablar.


Ella se volvió a mirarlo. Pedro estaba en el umbral de la puerta, con una toalla en torno a la cintura. Tenía el pelo totalmente revuelto, más de lo habitual, y una incipiente barba cubría su mandíbula. Tenía los ojos enrojecidos y borrosos. Sin embargo, Paula no creía haberlo visto nunca con un aspecto más atractivo.


—No creo —dijo, y se alejó rápidamente.



viernes, 29 de enero de 2021

UNA PELIGROSA PROPOSICIÓN: CAPÍTULO 38

 


Ella volvió a moverse, frotó su mejilla contra el hombro de Pedro y pasó una pierna por encima de las de él.


—¿Paula? —murmuró Pedro y, a pesar de sí mismo, la besó en la frente.


—¿Mmm? —Paula le acarició la pierna con el pie y deslizó una mano sobre el pelo de su pecho hasta alcanzar una tetilla.


Pedro gimió y apoyó una mano sobre la de ella para que parara.


—¿Te encuentras bien?


—Sí.


Bajo la mano de Pedro, Paula siguió acariciando su pezón con un dedo. En esa ocasión, él la sujetó con firmeza y la hizo girar hasta colocarse encima de ella. Sus labios estaban rojos e inflamados, su pelo revuelto y disperso en torno a la cabeza, los ojos cerrados y con una expresión vagamente letárgica y sensual.


—Te lo advierto —dijo, con voz ronca—; si sigues así, me meteré tan dentro y tan rápido en ti que no sabrás lo que te está pasando.


Paula le acarició una mejilla a la vez que separaba las piernas.


—Claro que lo sabré.


Sin decir nada más, Pedro echó atrás las nalgas y volvió a penetrarla con fuerza, rápidamente, sin misericordia. Debajo, ardiente y totalmente dispuesta, Paula se retorció y estiró, gimiendo dulcemente.


Haciendo un esfuerzo casi sobrehumano por contenerse, Pedro comenzó a moverse lentamente, entrando y saliendo de la carne palpitante y aterciopelada de Paula. A la vez, tomó uno de sus pezones entre los labios y utilizó la punta de la lengua para acariciarlo. Pronto, Paula estaba temblando debajo de él, aferrándose a su espalda en busca de la culminación. Entonces, él se retiró lentamente y apoyó su endurecido sexo en la parte baja del abdomen de ella.


Era una exquisita tortura ver cómo reaccionaba el rostro de Paula a todo lo que le hacía. Pasó largo rato besándola, acariciándola de todos los modos posibles, hasta que ella lo sorprendió haciendo algo que no esperaba. Tomó el control de la situación, lo buscó con la mano, se movió y, en un instante, Pedro volvió a estar dentro de ella.


Paula se arqueó y se retorció contra él, y cuando Pedro sintió que su carne se contraía en torno a él a la vez que oía su dulce grito de amor, explotó en su interior y todo se desvaneció en la oscuridad.




UNA PELIGROSA PROPOSICIÓN: CAPÍTULO 37

 


Lo había estropeado todo.


Pedro acunó la cabeza de Paula sobre su hombro. Con gran ternura, apartó un húmedo mechón de pelo de su frente. Tenía los ojos cerrados y estaba quieta y lacia como una muñeca de trapo.


En cuanto a él, aún tenía que recuperar el ritmo normal de los latidos de su corazón.


¿Qué iba a hacer?


El plan consistía en apartar a Paula de las presiones de su vida cotidiana, de manera que, allí en la isla, con su apacible ritmo de vida, tuviera tiempo de centrarse en él. Esperaba que en aquel entorno se relajara y pudiera llegar a conocerlo como persona, y no como a alguien a quien ignorar o invitar a sus fiestas, según le resultara más conveniente. Y, sin duda, había conseguido que Paula llegara a conocerlo, pensó con tristeza. El problema era que los acontecimientos no se habían desarrollado en el orden previsto.


Su primer objetivo, de hecho, su único objetivo, consistía en conseguir que se enamorara de él.


No esperaba que sucediera durante aquellos pocos días, pero sí que al menos sirvieran para que le hiciera un hueco en su corazón, de manera que a partir de ahí pudieran desarrollar una relación profunda y duradera.


La quería. Lo sabía desde el día que comprendió por qué lo atrajo tanto desde el principio. Ella lo desconocía, pero sus cicatrices y las de él eran las mismas. Y sus necesidades también eran las mismas.


Paula nunca había tenido una familia, al menos en el auténtico sentido de la palabra, y aunque tal vez nunca había considerado aquello una pérdida, al menos de forma consciente, la noche pasada él había reconocido en ella las cicatrices. Y había visto algo más. Muy en el fondo, en una parte de su alma que Paula había hecho lo posible por sellar tiempo atrás, cuando perdió a su madre y su padre tuvo que ocuparse de criarla, deseó intensamente tener otra familia.


Por su parte, él tuvo una familia magnífica, pero la perdió. Y desde entonces quería tener otra nueva, originada a partir de él. Pero hasta esa noche, cuando, por un instante, había podido ver en el interior del alma de Paula, no había sabido con quién quería tener aquella familia.


Y debido a lo que acababa de suceder entre ellos, ambos podían estar condenados a no tenerla, al menos, no la clase de familia que los dos querían. Porque estaba convencido de que solo podían tenerla el uno con el otro. Pero, por una vez en su vida, no había sido paciente. Durante los días pasados, a pesar de sus mejores intenciones, había presionado y abrumado a Paula.


Ella se movió en ese momento y, adormecida, deslizó una mano por el pecho de Pedro. Él cerró los ojos y apretó los dientes. Podía tomarla de nuevo, en aquel mismo instante, pero hacerle el amor una segunda vez solo agravaría su error.


Pretendía que aquella hubiera sido una noche romántica, incluyendo el baile. Pero las cosas se habían desarrollado de tal modo que cuando Paula lo tomó de la mano y lo condujo hasta el dormitorio, su cerebro dejó de funcionar. Decir «no» habría sido imposible. Ni siquiera sabía de dónde había sacado la fuerza para preguntarle si estaba segura de que aquello era lo que quería. Pero cuando ella dijo que sí, habría hecho falta que llegara el fin del mundo para que no la tomara.


A pesar de todo, había sido demasiado áspero, demasiado rápido. Su primera vez debería haber sido diferente, pero, pensando en ello en retrospectiva, no sabía cómo habría podido lograr que lo fuera, porque estaba hambriento de Paula.





UNA PELIGROSA PROPOSICIÓN: CAPÍTULO 36

 


El corazón de Paula latía con tal fuerza que temió que fuera a estallarle. En algún lugar del fondo de su mente supo que aquello podía acarrear consecuencias inesperadas para ambos, pero nunca se había sentido así en su vida y, probablemente, nunca volvería a hacerlo. Y por esa vez, por esa única noche, si había que pagar un tributo, lo haría gustosa.


—Pedro —fue un susurro. Fue un grito. No estaba segura de cuál de las dos cosas se trataba, pues, por encima de todo, era una exigencia.


Él la besó en la boca y sus lenguas se fundieron al instante. Paula lo rodeó con los brazos por el cuello y deslizó las manos por su espalda para disfrutar de la sensación de su piel desnuda. Pedro cerró una mano en torno a uno de sus pechos y comenzó a acariciarle el pezón con el pulgar, llevándola más allá de la razón, hasta el reino del calor.


Paula se movió inquieta debajo de él, sin dejar de tocarlo. Nunca había estado en aquel lugar, en el que no tenía ningún control sobre su cuerpo ni quería tenerlo. Los besos y las caricias la habían acercado. El baile en el club de blues y la aplicación del protector solar la habían acercado aún más. Pero nada la había llevado hasta el punto en que se encontraba en aquellos momentos.


Ser besada sin contención y acariciada con una urgencia casi salvaje era una experiencia increíble, asombrosa, maravillosa. Pero quería más. Quería sentir a Pedro dentro de ella con tal intensidad que si alguien hubiera entrado en ese momento en el dormitorio y hubiera tratado de interrumpirlos le habría dado lo mismo.


Y no tenía miedo. Si algo había aprendido en la isla era que podía dejarse llevar y que, pasara lo que pasara, Pedro se ocuparía de que estuviera a salvo.


Dejó escapar un gemido de frustración y se arqueó hacia él, convencida de que se rompería en mil pedazos si no lo tenía pronto. Volvió la cabeza y apartó su boca de la de él, pero no tuvo tiempo de decir nada.


—Debería ir más despacio —murmuró Pedro con aspereza—. He deseado esto tanto…


La penetró de un solo y violento empujón y enterró su poderosa y palpitante erección de lleno en ella. Paula contuvo el aliento mientras un agudo y exquisito placer recorría su cuerpo.


Y entonces ya no tuvo ocasión de seguir respirando de forma consciente. Pedro comenzó a penetrarla una y otra vez, con tal ferocidad que la cama tembló. Pero ella recibió cada empujón con uno propio, alzando las caderas para que llegara más dentro. Se sentía poseída, como una mujer salvaje que nunca fuera a saciarse de él.


Su sangre hervía y cada poro de su piel clamaba en busca del éxtasis.


Pedro enlazó sus manos con las de ella y se las colocó a ambos lados de la cabeza. Paula lo miró y vio en sus ojos una expresión de pura agresividad masculina.


Nunca había imaginado que pudiera existir tal arrebato de pasión entre un hombre y una mujer. Ni siquiera sabía lo que iría a continuación, pero sintió que su cuerpo se preparaba para ello.


Una presión dulce, ardiente, casi insoportable estaba creciendo en su interior. Pedro inclinó la cabeza y penetró con la lengua en su boca, moviéndola al mismo ritmo que imprimía con sus caderas.


De pronto, unas sensaciones abrumadoras e irresistibles se apoderaron de Paula. Arqueó la parte alta de la espalda y alcanzó el clímax con un prolongado grito mientras era arrastrada por una oleada de placer tan increíble e intenso que solo pudo dejarse llevar. Segundos después, el cuerpo de Pedro se tensó y la siguió hacia la cumbre con un ronco gemido que surgió de lo más profundo de su ser.