Paula no podía apartar de su mente la noción de que habían dormido en la misma cama. Ella nunca había dormido con nadie en la misma cama, y eso incluía a sus hermanas. Además, no había habido nada platónico en el modo en que habían dormido Pedro y ella. Como él había dicho, ella no había sido capaz de descansar realmente hasta que se había abrazado a él. Aunque el sexo no había intervenido, para su forma de pensar, aquella noche había sido increíblemente íntima.
Pero, seguramente, para Pedro aquello no había tenido nada de extraño, aunque tampoco trataba do tildarlo de mujeriego. Por lo que había visto, tan probable era que se presentara a una fiesta solo como acompañado por alguna belleza. E incluso en ese último caso, nunca parecía que su relación fuera especialmente seria.
—No tienes por qué avergonzarte de padecer migrañas —dijo Pedro mientras se metía la camisa en los pantalones—. ¿Qué ha dicho tu médico? ¿Sabe qué las provoca?
Paula negó lentamente con la cabeza.
—Estoy perfectamente sana, si es a eso a lo que te refieres. Me han hecho muchos análisis y pruebas.
La expresión de Pedro se ensombreció.
—Si todo lo que puede hacer tu médico es extenderte unas recetas, deberías consultar a otro.
—Ya lo hice, y me dijo lo mismo —Paula ya se sentía demasiado vulnerable ante Pedro. No quería que supiera más de lo que ya sabía. —. Pero estoy mejorando. Tuve mi último dolor de cabeza hace dos meses —apartó las mantas para salir de la cama, pero se detuvo repentinamente.
Había estado tan centrada en Pedro y en cómo se vestía que en ningún momento se había parado a pensar en lo que ella llevaba puesto. Enseguida comprobó que solo llevaba el camisón.
—¿Con qué frecuencia te dolía antes la cabeza?
—Eso no importa. ¿Cómo me puse anoche el camisón?
—Te lo puse yo.
—Lo que significa que me quitaste la ropa.
Pedro le dedicó una de sus perezosas sonrisas, con el fascinante hoyuelo incluido.
—No te preocupes. No me aproveché de ti.
—Ni se me había pasado por la cabeza que lo hubieras hecho.
El hecho de que Pedro la hubiera visto prácticamente desnuda hizo que Paula deseara ocultarse por completo bajo las mantas hasta que se fuera. Si había metido una pierna entre las suyas, lo más probable era que el camisón se le hubiera subido casi hasta la cintura y, por tanto…
Volvió a mordisquearse el labio inferior. Nunca se había sentido tan avergonzada en su vida. De ese momento en adelante, cada vez que se miraran a los ojos ambos sabrían que él la había visto prácticamente desnuda. Lo único que podía hacer era evitar ver a Pedro durante los siguientes días. Con el tiempo recuperaría la compostura en su presencia. O eso esperaba.
—¿Habías tenido que usar antes el inhalador? Parecía algo bastante potente.
—No —el médico había advertido a Paula que si lo usaba lo hiciera junto a la cama, porque probablemente perdería a medias el conocimiento. Y así había sido.
—Eso significa que el dolor de cabeza de anoche ha sido uno de los peores que has tenido. Creo que deberías llamar hoy al médico para contárselo.
Paula necesitó hacer un verdadero esfuerzo, pero logró mantener el tipo.
—Agradezco de verdad que me ayudaras anoche, Pedro. El dolor de cabeza era de los fuertes. Pero ahora llego tarde —Paula volvió a mirar el reloj y vio que eran casi las ocho. Le sorprendía que Monica no la hubiera llamado, pero ya que el día anterior estaba al tanto del dolor de cabeza que se avecinaba, probablemente había decidido no molestarla— llego muy tarde, y necesito levantarme y vestirme —salió de la cama y se puso de pie—. Pero antes de que te vayas me gustaría pedirte un favor.
Odiaba estar en deuda, especialmente con alguien que sabía más de ella que los doctores. Miró a Pedro y vio que este tenía la mirada puesta en sus pechos. Ni siquiera tuvo que bajar la vista para saber que sus pezones se habían excitado. Se cruzó de brazos.
—¿Pedro? —cuando él la miró, Paula percibió un calor en su mirada que hizo que las rodillas se le debilitaran. Se aclaró la garganta—. He dicho que me gustaría pedirte un favor.
—Te he oído. Pídelo.
—Te agradecería que mantuvieras en secreto la información que tienes sobre mi problema.
—¿Problema? ¿Te refieres a las migrañas?
—Exacto.
—¿Qué te pasa, Paula? ¿Acaso temes que alguien pueda pensar que tienes una grieta en la armadura?
Como en tantas ocasiones, Pedro trataba de picarla, pero ella no estaba dispuesta a morder el Cebo.
—¿Mantendrás en secreto lo que sabes?
—No deberías ver las migrañas como una especie de fracaso o debilidad por tu parte. Además, no eres la única que las sufre. Varios de nuestros conocidos comunes las padecen.
—¿Cómo lo sabes?
Pedro se encogió de hombros.
—Escucho.
Paula respiró profundamente, molesta consigo misma por la facilidad con que dejaba que Pedro la distrajera.
—¿Lo harás?
—Claro que no se lo diré a nadie.
—Y… ¿el resto?
Pedro tomó su chaqueta del respaldo de una silla y se la puso.
—Lo que ha sucedido quedará entre nosotros.
Paula soltó el aliento. No le había hecho decir las palabras.
—Gracias.
Pedro avanzó lentamente hacia ella y se detuvo a escasos centímetros.
—De nada. Me basta con que se te haya pasado el dolor —inclinó la cabeza y besó a Paula en la frente—. Tómate el día con calma —su boca descendió hasta detenerse a pocos milímetros de la de ella—. No te apresures en llegar a la oficina.
Paula contuvo el aliento mientras un estremecimiento recorría su cuerpo. ¿Iba a besarla?
Pedro le acarició levemente el rostro.
—Come algo antes de irte, y conduce despacio —alzó la cabeza y la miró a los ojos. Luego sonrió—. Nos vemos en unas horas —a continuación giró y se encaminó hacia la puerta.
Ya tenía la mano en el pomo cuando Paula recuperó el sentido.
—¡Espera! ¿Qué quieres decir con eso de que nos vemos en unas horas?
—¿Lo has olvidado? Tenemos una cita a las dos —Pedro salió del dormitorio y cerró cuidadosamente la puerta a sus espaldas.
Anonadada, Paula se sentó en la cama.
¿En unas horas? ¿Era ese todo el tiempo que iba a tener para superar lo que había sucedido? Exhaló un tembloroso aliento. De acuerdo. Aunque contaba con no verlo en una temporada, tendría que encontrar algún modo de enfrentarse a él aquella tarde. Nunca había rehuido los retos, y no iba a hacerlo en esa ocasión.
Aunque no le hubiera pedido a Pedro exactamente que pasara la noche con ella, sí le había pedido que se quedara un poco más. No sabía por qué había sentido que lo necesitaba, y tampoco sabía por qué se había deslizado en la cama hacia él buscando su calor. Y algo más.
Lo único que sabía era que se había sentido extraña y perdida hasta que Pedro la había estrechado entre sus brazos.