Pero esa noche, durante la fiesta, había notado que los ojos de Paula adquirían una expresión dolida, algo en lo que no se habrían fijado quienes la conocían a un nivel meramente social o profesional. Pero él sí se había fijado, y por eso había vuelto.
—¿Qué tal estás? —Preguntó, en un susurro—. ¿Te apetece ponerte alguna otra cosa ahora?
Paula se estremeció.
—Tengo frío.
Pedro se levantó de inmediato y fue hasta el armario empotrado que se hallaba frente a la cama. Pasó por alto las hileras de trajes de trabajo perfectamente colgados, los vestidos, las camisas y las faldas y centró su atención en un camisón beige de punto con una bata a juego. Lo acarició y comprobó que era suave y cálido, perfecto para Paula en aquellos momentos.
Lo descolgó y se acercó con él a la cama. Paula tenía los ojos abiertos.
—¿Te parece bien? —preguntó, mostrándoselo.
Ella asintió levemente y volvió a cerrar los ojos.
—Puedo cambiarme yo sola —murmuró.
En circunstancias normales, Pedro sabía que se habría opuesto con todas sus fuerzas a que él la ayudara a cambiarse, pero, esa noche, su habitual determinación por controlarlo todo estaba muy disminuida.
Tenía que distraerla, y para ello contaba con el tópico perfecto.
—Sé que puedes —dijo, en tono despreocupado—, pero ya que estoy aquí, me gustaría ser de alguna utilidad —con sumo cuidado, ayudó a Paula a erguirse—. Además —continuó—, hay algo que necesito decirte. En realidad es una confesión. Sé que estarás de acuerdo conmigo en que me equivoco en muy raras ocasiones —Paula dejó escapar un leve gruñido de protesta. Él sonrió. Podía oírlo. Eso estaba bien—. El caso es que esta noche me he equivocado. Después de todo, Darío no te estaba esperando en el dormitorio.
—Dario no… no ha venido.
—Nunca viene a tus fiestas, ¿verdad?
—Algunas veces sí viene.
—Cualquiera pensaría que no le gustas —Pedro bajó rápidamente la cremallera del vestido de Paula y le hizo sacar los brazos.
—Si le gusto…
El vestido cayó hasta su cintura. Pedro notó que se le secaba la garganta al ver el sujetador de encaje de color crema que llevaba puesto. La atrajo hacia sí para rodearla con los brazos y soltárselo. Un perfume cálido y sensual se elevó de la piel de Paula cuando el sujetador cayó, dejando expuestos sus pechos, de areolas y pezones delicadamente rosados. Pedro sintió que se endurecía y que la boca se le hacía agua.
Apartó a un lado el sujetador e hizo un esfuerzo por continuar.
—Supongo que has decidido que ya ha llegado el momento de ir definitivamente tras él, ¿no? —Preguntó, mientras deslizaba el camisón por la cabeza de Paula—. Alza los brazos hacia mí.
—No —la mirada de Paula revelaba una evidente falta de comprensión, pero Pedro sintió que estaba tratando de centrarse en lo que le decía—. Sé que le gusto a Darío.
—Claro que sí… como miembro de su familia. Alza los brazos para que pueda ponerte el camisón, cariño —Paula obedeció—. Pero creo que debo decirte que no tienes la más mínima oportunidad de llevártelo a la cama, y mucho menos al altar.
—No. Claro que sí. Quiero decir que… ¿por qué piensas eso?
Pedro trató de concentrarse en meterle el camisón por los brazos sin mirar sus pechos. A pesar de todo, el dorso de una de sus manos rozó la cima de uno de ellos, haciéndole contener el aliento. Casi gimió. Los pechos de Paula eran exactamente como los había imaginado: altos, redondeados y firmes, lo suficientemente grandes como para llenar sus manos, pero no tanto como para hacer que un hombre volviera la cabeza al pasar junto a ella. Tal y como a él le gustaban.
—En primer lugar —dijo, sin poder evitar el tono ronco de su voz—, Darío te considera miembro de su familia, y no creo que vayas a poder hacerlo cambiar de opinión al respecto. Después de todo, no eres exactamente una mujer fatal, ¿no?
Paula miró el camisón que la cubría hasta la cintura con expresión de no saber cómo había llegado allí.
—Sí lo soy —contestó.
—Túmbate —Pedro apoyó una mano tras su nuca y la ayudó a tumbarse—. Me gustaría estar de acuerdo contigo en que eres una mujer fatal, pero me temo que no puedo —mintió, pero aquel no era momento de confesar la facilidad con que Paula podía hacer que la deseara.
Se levantó, se inclinó sobre ella y deslizó el vestido hacia abajo por sus caderas y piernas hasta quitárselo. Por unos momentos, solo pudo mirar. Paula llevaba unas diminutas braguitas de encaje a juego con el sujetador.
—Pronto tendré a Dario comiendo de mi…
—¿Mano? —Pedro concluyó la frase al ver que ella no parecía encontrar la palabra para hacerlo. Enseguida notó que su voz revelaba el incontenible deseo que estaba creciendo en su interior. Debía tener cuidado porque, a pesar de su estado, Paula podía notarlo.
—Lo necesito…
Pedro se aclaró la garganta.
—Crees que lo necesitas, pero no es cierto. El problema es lo que quieres. Y quieres el cincuenta por ciento de Barón International que Darío heredará cuando muera tu tío Guillermo. Con la mayoría de las acciones en tu poder podrás controlar a tu hermana —Pedro se obligó a tirar las braguitas hacia donde estaba el sujetador y a bajar el camisón todo lo que pudo.
—Sí. No —Paula apoyó una mano en su sien—. Cuando nos casemos, ganaré el cincuenta por ciento de… er… de su negocio.
—Eso acabo de decir.
Paula permaneció en silencio, tratando de comprender.
—¿Tan ansiosa estás porque muera tu tío?
Paula abrió los ojos de par en par y volvió a cerrarlos rápidamente.
—No. Lo quiero.
—A veces me pregunto si sabes lo que es querer —murmuró Pedro—. Conociendo tu plan, resulta difícil creerlo.
—¿Qué?
—Nada. Vuelve a erguirte un poco —Pedro la ayudó a hacerlo. Unos momentos después había logrado meterla en la cama—. Además, hablando estrictamente, no serías tú, sino Dario, el que ganaría el cincuenta por ciento de la empresa. Y quién sabe qué querrá hacer con ella.
—Una vez que nos casemos…
—«Si» os casáis, quieres decir. Pero supongamos que lo hacéis; ¿de verdad crees que Darío se sentiría tan apabullado por tus encantos femeninos como para dejarte hacer lo que quieras con su cincuenta por ciento?
—Sí, él…
—Piénsalo bien, querida. Además, ¿acaso crees que eres la única mujer que quiere a Darío? Y no solo por su futuro porcentaje en Barón International.
Paula frunció el ceño y volvió a apoyar una mano sobre su sien.
—Des nunca ha mostrado interés en…
—Tienes razón. Nunca ha mostrado interés en Barón International, pero yo no apostaría contra él cuando herede su parte de la empresa. Por si no lo sabes, te diré que Darío es un hombre de negocios muy astuto —Pedro observó un momento el rostro de Paula y le pareció que estaba algo más relajada—. ¿Cómo te sientes ahora?
—Yo… —Paula se interrumpió y Pedro tuvo la sensación de que estaba tratando de evaluar su dolor, lo que significaba que había tenido cierto éxito con su táctica de distraerla preocupándola—. Aún me duele mucho.
Pedro miró su reloj.
—Han pasado quince minutos desde que te di la medicina. ¿Debería haberte hecho efecto ya?
—Lo hará.
—¿Quieres decir que pronto te sentirás mejor?
Paula no respondió. Mirando su rostro, precioso y más pálido que nunca, Pedro se sintió más impotente que nunca en su vida.
—Voy a llamar al médico. ¿Dónde está el número?
Paula gimió e hizo un intento por moverse que interrumpió de inmediato.
—Sniffer.
—¿Qué?
Paula alzó una temblorosa mano y señaló la mesilla de noche.
—Sniffer.
Pedro abrió el cajón en el que había vuelto a guardar los frascos de medicina.
—¿Sniffer? —entonces lo vio. Se trataba de un inhalador. Lo sacó—. ¿Es esto lo que quieres?
Paula alargó una mano y él le entregó el inhalador. Luego la ayudó a erguirse sobre un codo.
—Esto me atontará y… pronto estaré mejor.
—Bien.
—¿Te… te irás?
—Me iré en cuanto esté seguro de que te encuentras bien.
Paula se llevó el inhalador a la boca, lo presionó y se dejó caer de nuevo sobre la almohada.
Pedro la observó durante varios minutos. Paula permanecía muy quieta, aunque le pareció que empezaba a respirar de forma más relajada. Ella no podía saberlo, pero no tenía ninguna intención de dejarla sola esa noche en aquella gran casa.
—¿Paula?
Al ver que no contestaba, Pedro se levantó de la cama. De inmediato, ella abrió los ojos.
—¿Tienes que irte… ya?
—No.
—Quédate… un poco más.
Pedro apenas podía creer que le estuviera pidiendo que se quedara. Para que Paula hiciera algo así debía estar pasando por un auténtico infierno.
—Me quedaré todo el tiempo que quieras.
Paula volvió a entrecerrar los ojos.
—Solo un… poco.
Pedro se quitó la chaqueta y la corbata, se arremangó la camisa y se quitó los zapatos. Luego se sentó en el otro lado de la cama, colocó dos almohadas junto al cabecero y se apoyó en ellas.
Paula gimió y, adormecida, se arrimó a él. Debía tener frío. Pedro la atrajo lentamente hacia sí, aunque él estaba encima de las mantas y ella debajo. Pasó un brazo en torno a sus hombros y le hizo apoyar la cabeza en su pecho.
Llevaba mucho tiempo deseando abrazarla, pero no así. Solo podía pensar en cómo conseguir que estuviera más cómoda. Paula volvió a gemir. ¿Qué podía hacer?
Despacito la va a conquistar. Está muy buena esta historia.
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