lunes, 18 de enero de 2021

UNA PELIGROSA PROPOSICIÓN: CAPÍTULO 3

 


Cuando dos años atrás conoció a Pedro en una fiesta benéfica, él se mostró claramente interesado en ella, pero se echó atrás en cuanto notó que el interés no era mutuo. Desde entonces, solo lo había visto en grupo. Tenían amigos y socios comunes, y el círculo en que se movían estaba constituido por personas como ellos, hombres y mujeres enérgicos, con importantes metas en la vida y de aproximadamente la misma edad.


Paula sabía que Pedro la observaba, aunque no entendía por qué. Pero lo más extraño era que a veces se encontraba observándolo a él. Lo cierto era que a veces podía ser bastante divertido, encantador e interesante. Pero, normalmente, lo único que lograba era enfadarla o desconcertarla. Como en aquellos momentos.


No tenía idea de cómo se había dado cuenta de que algo iba mal, pues ni siquiera ella lo había notado. Y tampoco sabía qué hacer con él. Pero eso no era cierto. Sabía exactamente lo que quería hacer: librarse de él lo antes posible.


—Has sido muy amable viniendo a comprobar qué tal estaba, pero te aseguro que no era necesario. De hecho, estaba a punto de ir a… —Paula miró hacia la casa, pero no fue capaz de pensar en la palabra, de manera que se limitó a señalarla.


«Oh, no». Gimió silenciosamente. Las palabras la estaban abandonando… y eso sí era una mala señal.


Con mucho cuidado, se encaminó hacia la casa. Pedro se puso de inmediato a su lado y la tomó por un codo, como tratando de sostenerla. Pero lo último que quería Paula era su ayuda, o que supiera que algo iba mal.


Un poco más adelante el sendero se bifurcaba. La izquierda llevaba a la casa y la derecha a la salida, donde sin duda se hallaría aparcado el coche de Pedro. Ese era el camino que él debía tomar.


—¿Para qué quieres entrar en casa? ¿Piensas ponerte a trabajar?


Paula estuvo a punto de decirle que aquello no era asunto suyo, pero se contuvo. No quería dar pie a una de las mordaces respuestas de Pedro que la obligarían a responder, y no estaba en condiciones de hacerlo.


—Ha sido un día muy largo. Lo más probable es que me vaya a la cama.


—Es una pena —dijo Pedro.


Ella se volvió a mirarlo, sorprendida.


—¿Disculpa?


—Es una pena que una mujer tan guapa como tú esté a punto de irse a la cama sola.


Paula dio un traspié y Pedro la sostuvo con firmeza por el codo. Ella lo maldijo interiormente. Aquel hombre nunca hacía o decía lo que esperaba y quería que apartara de una vez la mano de su codo.


—A menos que tengas a Dario atrapado en tu dormitorio, por supuesto.


Ya estaba. Había vuelto a hacer uno de sus mordaces comentarios. Paula tiró del codo para librarse de su mano y se volvió a mirarlo.


—Tú no… no sabes nada sobre Dario.


—En eso te equivocas. Sé mucho sobre Dario. Últimamente nos hemos hecho buenos amigos. Y también sé que no es el hombre que te conviene.


—Tú… —Paula no fue capaz de pensar en una sola cosa que decir.


Para colmo, apenas podía ver todo el rostro de Pedro. Su campo de visión se estaba reduciendo.


No podía negarlo por más tiempo. Tenía problemas. Y las cosas iban a empeorar.


—Vete a casa, Pedro. Ahora. Buenas noches —aceleró el paso para tratar de alejarse de él, pero las piernas no parecían funcionarle bien y volvió a dar un traspié.


Si Pedro no la hubiera sujetado, se habría caído.


—Algo no va bien —dijo él, serio. El volumen de su voz resultó insoportable para los oídos de Paula—. ¿Qué es?


Paula apretó los dientes. Todo lo que necesitaba era llegar a su dormitorio.


—Déjame en paz. Yo…


Pedro la tomó en brazos y se encaminó hacia la terraza trasera. Paula no podía protestar más. Un penetrante dolor en la mitad izquierda de su cabeza se lo impedía. Cerró los ojos y trató de relajarse contra el pecho de Pedro, pero este caminaba demasiado deprisa. El movimiento resultaba violento. Sintió unas intensas náuseas. No abrió los ojos hasta que cruzaron el umbral de la puerta.


—Déjame aquí —susurró.


Pedro no respondió.


—¿Tu dormitorio está arriba o abajo?


—Por favor…


—No importa —como si hubiera adivinado la respuesta, Pedro subió las escaleras de dos en dos hasta la planta superior.


Paula gimió.


—Por favor… no vayas tan deprisa.


—¿Qué te pasa? —Murmuró Pedro, reduciendo la marcha— Voy a llamar a urgencias en cuanto te deje en la cama.


—No. Hay medicinas… en el cajón.


—¿En el cajón?


—No grites —gimoteó Paula.


—Nunca me has oído hablar con más suavidad que ahora mismo, querida. Y tampoco me has visto nunca tan preocupado como lo estoy en estos momentos.


¿Preocupado? ¿Estaba preocupado por ella? Paula no quería que fuera así, pero fue incapaz de pensar en algo que decir para que se fuera de una vez.





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