Pedro la observó, tratando de pensar qué otra cosa podía hacer por ella. Había reconocido el nombre de algunas de las medicinas. Se utilizaban para las migrañas. Conocía a varias personas que sufrían aquella enfermedad. ¿Cuánto tiempo haría que Paula la padecía?
Por lo que había oído de las migrañas, era una candidata ideal para sufrirlas: una personalidad tipo A, una perfeccionista que trabajaba hasta la extenuación.
Aquella noche había sido un ejemplo perfecto. No había disfrutado de la fiesta. Había «trabajado» la fiesta. Y la conocía lo suficiente como para saber que él y otras cuantas personas habían sido invitados con el único fin de redondear el número de asistentes. En realidad, solo estaba interesada en dos o tres personas con las que quería hablar de negocios, aunque era toda una profesional en el arte de camuflar sus intenciones.
Deslizó la mirada por su cuerpo. Llevaba un vestido de seda de cuello alto y color marfil que contorneaba discretamente su cuerpo, dejando al descubierto tan solo los brazos. Era un vestido de un gusto perfecto, aunque en ella tenía un sutil toque sexy que podía llevar a un hombre al extremo de rogarle que le enseñara algo más. Pero Pedro sabía que aquel no era el modo de llegar a Paula, de manera que se había limitado a observarla.
Había algo en aquella mujer que lo alcanzó de lleno en cuanto la conoció. Era muy guapa, de una belleza clásica, con un precioso pelo negro y unos ojos de color ámbar. Se conocieron en una fiesta de beneficencia a la que también asistieron varias mujeres enjoyadas y con vestidos deslumbrantes. Pero, para Pedro, ella sobresalía entre todas. No llevaba joyas y su vestido de terciopelo rojo, sin tirantes, era el más elegante de la fiesta. Aún recordaba el brillo de su piel a la luz de las velas.
De buenas a primeras, lo rechazó de un modo casi automático. Aquello divirtió a Pedro. Evidentemente, rechazar a los hombres era algo instintivo en ella y, por ello, él se sintió retado.
Al principio, su atracción fue simple y básica, una necesidad ardiente y primaria que lo impulsaba a tomarla en brazos, llevarla al lugar más cercano en que pudieran estar solos y hacerle el amor hasta que ambos quedaran lo suficientemente cansados como para no hacer otra cosa más que dormir.
La observó durante el resto de la tarde y, en un momento dado, cuando Paula se volvió después de haber estado hablando con alguien, vio algo que conectó con él a un nivel muy profundo. En ese instante percibió en su interior mucho más de lo que ella permitía ver al resto del mundo. Pero no supo con exactitud qué era lo que le había hecho conectar con ella de manera tan intensa. Solo más tarde, tras otros encuentros, descubrió qué era.
Pérdida y necesidad.
Vio en ella las cicatrices de la pérdida, heridas no completamente sanadas y dolores recordados como si hubieran sucedido el día anterior. Los reconoció en ella porque él también los había sufrido, tal vez no tan profundamente, pero sabía muy bien lo que era el sentimiento de pérdida y la necesidad. Aunque sus experiencias fueran distintas, el dolor era el mismo.
Reconocer aquello le hizo comprender que valdría la pena esperar con calma a que Paula llegara a verlo como un hombre deseable que merecía toda su atención.
No le llevó mucho tiempo averiguar que Paula solo estaba interesada en un hombre: Darío Barón. Tras averiguar los motivos y los porqués, supo que no estaban hechos el uno para el otro. La certeza llegó de la convicción de que él era el único hombre con el que Paula debía estar, y de que, antes o después, iba a hacerla suya. Lo que no sabía era cuánto tiempo iba a llevarle conseguirlo. Afortunadamente, tenía mucha paciencia.
Se empeñó en conocerla, en averiguar qué la hacía feliz, qué cosas la disgustaban. No fue fácil, porque Paula se había ocupado de construir una formidable barrera a su alrededor. Solo últimamente había empezado a ver algunas grietas en aquella barrera, pequeñas, desde luego, pero tratándose de ella el más mínimo resquicio era algo extraordinario.
Tal vez, el problema de las migrañas había sido la causa de aquellas grietas. O tal vez se estaba quedando sin retos, algo que él sabía, pues se había empeñado en conocer cada uno de sus movimientos, tanto en el terreno de los negocios como en el personal. Y debido a ello, casi podía garantizar lo que iba a continuación. Eso era lo que había estado esperando.
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