lunes, 18 de enero de 2021

UNA PELIGROSA PROPOSICIÓN: SINOPSIS

 


Hacía dos años que el millonario Pedro Alfonso quería a Paula Chaves. De manera que, cuando esta acudió a él en busca de ayuda, hicieron un trato: a cambio de un acuerdo comercial, Pedro transformaría a Paula en una "mujer fatal" capaz de conquistar al hombre de sus sueños.


Pero Pedro no tenía intención de enseñarle cómo ser fascinante para luego arrojarla a los brazos de otro hombre. La finalidad de sus lecciones era conseguir que Paula se enamorara de él y, al parecer, ella no era inmune a sus encantos…



domingo, 17 de enero de 2021

AVENTURA: CAPITULO FINAL

 


Sonó el timbre y el corazón le dio un vuelco, igual que durante toda la semana. Pero no iba a ser Pedro. Nunca lo era. Y aunque lo fuera, no quería verlo, pero era una reacción automática.


Al abrir contuvo el aliento al verlo justo a él de pie en el porche.


–Hola –dijo Pedro.


A Paula se le cayó el corazón a los pies. Se lo veía tan bien, que durante un segundo olvidó enfadarse. A punto estuvo de arrojarse a sus brazos.


–Estoy muy enfadada contigo –dijo, más para recordárselo a sí misma.


–Solo quiero hablar.


Ella sintió un escalofrío. «Hagas lo que hagas, sigue furiosa. No te eches en sus brazos».


Entró y se quitó el abrigo. Seguía con el traje del trabajo.


–¿Está Matías?


Ella movió la cabeza.


–Está jugando en la casa de Juana.


–Bien. Podremos charlar sin distracciones. ¿Podemos sentarnos?


Esa era una mala idea. Lo quería cerca de la puerta en caso de que decidiera echarlo de un empujón por si a cualquiera de los dos se les ocurría alguna idea rara.


–Aquí estoy a gusto.


Él se encogió de hombros.


–De acuerdo.


–Bien, ¿de qué querías hablar?


–He tenido un día interesante.


–¿Sí? ¿Y por qué debería importarme?


–Mi hermano y yo hemos mantenido una conversación franca. Creo que quizá hayamos resuelto algunas cosas.


–Eso es bueno, supongo. Aunque yo seguiría sin confiar en él.


–Y he ido a ver a mi padre.


Eso sí que no se lo había esperado.


–¿Por qué?


–No estoy seguro. Fui a dar un paseo y terminé en su casa. Quizá mi subconsciente pensó que si tienes un problema, lo mejor es plantarle cara.


–¿Y cómo fue? –preguntó, cruzando los brazos.


–Fue… esclarecedor. Al parecer, la realidad es que amaba a mi madre, y cuando le propuso matrimonio, ella no estaba embarazada. La amaba tanto, que siguió casado con ella, a pesar de que sabía que solo buscaba su dinero. Y fue desdichadamente infeliz.


–Es triste.


–Supongo que es la diferencia entre tú y yo. Yo no fui infeliz. Al menos no hasta que fastidié todo. Antes de eso, fui realmente feliz.


Sí, ella también.


–Supongo que quería arreglarme –continuó él–. Solo necesitaba descubrir que la única persona que puede arreglarme soy yo.


–¿Me estás diciendo que ya lo has conseguido?


–Digo que he aislado el problema, y aunque no he llegado a una solución completa, no cabe duda de que voy progresando. Pero hay un problema.


–¿Qué problema?


–Estoy enamorado de ti, y echo de menos a mi hijo, y sin vosotros dos en mi vida de forma permanente, no creo que pueda ser feliz.


«Ni pienses en ello. No vas a darle otra oportunidad ». Estaba a centímetros de la puerta…


–Hoy me presenté ante la junta.


–¿Para qué?


–Para hablarles de Matías y de ti. Les aseguré que estar casado con una Chaves no iba a reducir mi lealtad a Western Oil. No sé si me creyeron, pero no me han eliminado de la carrera. Supongo que el tiempo lo dirá.


Pedro, ¿por qué lo has hecho?


–Porque estaba mal ocultaros. Matias es mi hijo. Mantener su existencia en secreto es lo mismo que decir que me avergüenzo de él. Y no es así. Lo quiero y estoy orgulloso de él y deseo que todo el mundo lo sepa. Y deseo que sepan que amo a su madre y que anhelo pasar el resto de mi vida amándola –le acarició la mejilla–. Y para mí ella es lo más importante. No el trabajo.


Había esperado mucho tiempo para que alguien la antepusiera a todo.


–¿Sabes?, me estás dificultando mucho mantenerme enfadada contigo.


–Es parte del objetivo –sonrió–, ya que no me vendría mal una última oportunidad.


Como si en ese momento existiera alguna esperanza de poder oponerse a él.


La rodeó con los brazos y la acercó.


–Te he echado de menos. Y a Matias. Ha sido la peor semana de mi vida.


–Para mí también –aunque en ese momento se sentía bien. Realmente bien.


–Te amo, Paula.


–Yo también te amo. ¿Qué te parece si voy a buscar a Matías? Se va a sentir tan feliz de verte…


–Espera. Antes tenemos que hablar de otra cosa.


–¿De qué?


Él sacó una caja pequeña del bolsillo de la chaqueta. Paula tardó un segundo en darse cuenta de que se trataba de un estuche de terciopelo. Luego, literalmente, Pedro se apoyó sobre una rodilla.


Él abrió el estuche y dentro había un solitario. Era tan hermoso que la dejó sin aliento.


–Paula, ¿me harías el honor de ser mi esposa?


Había fantaseado con ese día desde pequeña. Estaba consiguiendo todo lo que quería. Y mucho más.


–Sí, lo haré, Pedro –respondió entre lágrimas, aunque en esa ocasión de felicidad.


Y con una sonrisa él le introdujo el anillo en el dedo.




AVENTURA: CAPITULO 49

 


La mansión de la familia Alfonso tenía el mismo aspecto que la última vez que Pedro había estado allí hacía diez años, y diez años antes que eso. En toda su vida no creía que hubiera cambiado mucho.


No tenía ni idea de por qué estaba allí o de lo que planeaba hacer. Subió los escalones y se detuvo ante la puerta. Fue a llamar pero se detuvo.


Se preguntó qué diablos hacía allí. Había un muy buen motivo por el que había pasado los últimos diez años evitando ese lugar. A su padre. Eso no solucionaría nada.


Se volvió para marcharse pero se detuvo. De algún modo supo que hasta que no se enfrentara a su padre, no podría seguir adelante con su vida. Estaría atrapado en un ciclo perpetuo de duda del que tal vez nunca pudiera salir. Necesitaba hacerlo por sí mismo y por Matias.


Antes de poder cambiar de idea, giró y llamó a la puerta.


Abrió el ama de llaves. Al ver quién se encontraba allí, se llevó una mano al pecho. El cabello parecía más plateado que rubio con el paso del tiempo.


–¡Pedro! ¡Santo cielo, han pasado años!


–Hola, Sylvia. Por casualidad, ¿está mi padre en casa?


–De hecho, sí. Está superando un resfriado y hoy trabaja desde aquí.


–¿Puedes decirle que he venido?


–¡Por supuesto! Pasa. ¿Me permites tu abrigo?


–No puedo quedarme mucho tiempo.


–Bien, iré a buscarlo, entonces.


Mientras marchaba hacia el estudio, Pedro echó un vistazo. A diferencia del exterior, alguien le había dado un buen retoque al interior. Los chillones y horribles tonos pastel que tanto le habían gustado a su madre habían sido reemplazados por un toque más del sudoeste. Probablemente un cambio producido por una de las múltiples esposas de su padre.


–¡Pedro! ¡Qué sorpresa!


Giró y vio a su padre caminando hacia él y parpadeó sorprendido. Por algún motivo, había esperado verlo igual que la última vez. Y aunque solo habían transcurrido diez años, parecía como si hubiera envejecido el doble que eso. Estaba canoso y su cara era un surco de arrugas. Y aunque mantenía la misma estatura de siempre, parecía más pequeño, una versión más reducida de su antiguo yo.


–Hola, papá.


–Te estrecharía la mano, pero tengo un terrible resfriado. No querría arriesgarme a pasarte mis gérmenes. ¿Por qué no vamos a sentarnos a mi despacho? ¿Te apetece una copa?


–No puedo quedarme mucho tiempo.


–Tu hermano me ha contado que ambos competís para el puesto de presidente ejecutivo de Western Oil.


Eso no debió crisparlo, pero lo hizo.


–No he venido para hablar de Julián –espetó.


Su padre se encogió de forma visible, asintió y se metió las manos en los bolsillos de los pantalones.


–De acuerdo, ¿para qué has venido?


En realidad, no tenía ni idea.


–Ha sido una mala ocurrencia –dijo–. Lamento haberte molestado –quiso girar hacia la puerta, pero descubrió que no podía hacerlo, al menos hasta no haber obtenido algunas respuestas–. Tengo un hijo.


Su padre parpadeó sorprendido.


–No… no lo sabía. ¿Qué edad tiene?


–Nueve meses. Se llama Matias.


–Felicidades.


–Es precioso e inteligente y lo quiero más que a la vida misma, y probablemente no volveré a verlo jamás –sintió un nudo en la garganta.


–¿Por qué?


–Porque tengo mucho miedo de hacerle lo que tú me hiciste a mí –no había esperado soltar eso y era evidente que su padre tampoco. No había nada como ir al grano.


–¿Por qué no pasas y te sientas? –dijo su padre.


–No quiero sentarme. Solo quiero saber por qué lo hiciste. Dímelo, para que pueda saber cómo ser diferente.


–No pasa ni un solo día sin que lamente cómo os traté a tu hermano y a ti. Sé que no fui un gran padre.


–Eso no me ayuda.


–Supongo… –su padre se encogió de hombros– que fue el modo en que me educaron. Era lo único que conocía.


Estupendo. De modo que era una especie de retorcida tradición familiar.


–En otras palabras. Estoy fastidiado.


–No. Tienes una elección –movió la cabeza–. Igual que yo. Yo elegí no cambiar. Pasé veinte años desdichados con una mujer a la que amaba más que a la vida misma y lo único que ella quería de mí eran mi apellido y todo el dinero que pudieran recoger sus manos codiciosas. Estaba amargado y con el corazón roto y en vez de descargarlo sobre la persona que se lo merecía, lo hice sobre mis hijos.


–¿Realmente la amabas? –le costaba creer algo así. Era una mujer tan… poco merecedora de amor. De una hermosura deslumbrante, sí, pero fría y egoísta.


–Por supuesto que la amaba. ¿Por qué crees que me casé con ella.


Empezaba a creer que todo lo que conocía sobre su vida estaba equivocado.


–Has dicho que es por el modo en que te educaron, pero, ¿tu padre no murió cuando tenías cuatro años?


–La verdad es que no me acuerdo de él, pero, hasta donde yo sé, él jamás me puso una mano encima.


Tardó un segundo en asimilarlo.


–¿Insinúas que la abuela…?


–Parecía inofensiva, pero esa mujer era tan mezquina como una serpiente. Resumiendo, tu abuela era una persona muy infeliz, igual que yo. Yo era una lamentable excusa de padre. Y en ninguna parte está escrito que tu destino sea parecerte a mí. Puedes ser la clase de padre que tú quieras. La elección es tuya.


Si la elección era suya, entonces elegía ser distinto. Y si cometía errores, serían suyos, y con suerte aprendería de ellos a lo largo del camino.


–He de irme –le dijo a su padre.


El hombre mayor asintió… pero pareció triste. Y por un segundo Pedro sintió pena por él.


–Quizá puedas venir por aquí alguna vez –le dijo su padre–. No sé si tu hermano te lo contó, pero voy a casarme. Otra vez.


–Lo mencionó.


–Quién sabe –se encogió de hombros–, tal vez este dure.


–Tal vez pueda traer a Matías algún día para que te vea.


–¿Eso significa que tú volverás a verlo?


Si Paula se lo permitía. Y aunque no lo hiciera, formar parte de la vida de su hijo era algo por lo que consideraba que valía la pena luchar.


Pero antes de esa batalla, tenía que sabotear una junta administrativa.



AVENTURA: CAPITULO 48

 


Al marcharse estuvo conduciendo durante horas. Sabía que debería ir a casa, pero su piso ya no era su hogar. Al final se decantó por un hotel, donde había pasado la última semana. En cuanto al trabajo, funcionaba con el piloto automático.


Echaba de menos a Paula y a Matías. Nunca había imaginado que se podría extrañar tanto a alguien. Había un vacío en su alma y en la esencia de quién era. Su vida sin ellos no tenía sentido.


Desde el enfrentamiento no había hablado con su hermano, pero éste llamó a la puerta de su despacho el miércoles por la mañana. Debería haberle dicho que se largara, pero cuando estaban en el trabajo, no le quedaba más opción que hablar con él.


–¿Tienes un minuto? –preguntó Julián. Con un gesto le indicó que pasara–. La reunión de la junta es esta tarde –comentó como si Julián no lo supiera.


–Así es.


–Deberías saber que planeaba entrar allí y contarles lo tuyo con Paula.


–Hasta ahí llega mi imaginación.


–Pues he cambiado de idea. No lo haré.


–¿Se supone que debo agradecértelo?


–No. Pensé que querrías saberlo.


–De todos modos, ya no importa. Rompimos hace una semana.


–¿Rompisteis? –se mostró sinceramente desconcertado–. ¿Por qué?


–¿Qué importa?


Pedro, si es por lo que yo dije…


–¿Cuando insinuaste que la mujer que amo es una mujerzuela?


–Solo intentaba provocarte –dijo con arrepentimiento–. No pensé que fueras a tomarme en serio.


–Entonces te aliviará saber que no tiene nada que ver con eso.


–Maldita sea, lamento que no funcionara. ¿Y Matías?


–Tampoco lo veré.


–¿Qué? ¿Te lo impide ella?


–Es por elección propia.


–¿Te has vuelto loco? Tú adoras a ese crío. Y él a ti. Jamás te he visto tan feliz.


–Es el único modo de mantenerlos a salvo.


–¿De qué?


–De mí. Como dijiste, soy como él.


Julian puso los ojos en blanco.


Pedro, fueron palabras pronunciadas en el calor del momento. Solo intentaba irritarte, forzarte a pegarme.


–¿Querías que te pegara?


–Porque cuando lo hicieras sabía que eso haría que te sintieras fatal. No sé, quizá por todo el peso que he cargado todos estos años.


–Estás resentido conmigo. Julian, yo te…


–Tú cuidaste de mí, lo sé. Me defendiste contra todo el condenado mundo. ¿Alguna vez se te ocurrió dejar que me defendiera yo mismo o que en vez de librar mis propias batallas me enseñaras a hacerlo por mi propia cuenta? Quizá no necesitaba que fueras mi eterno salvador.


Las palabras aturdieron a Pedro.


–Supongo que, ya que era mayor, consideré que mi responsabilidad era cuidar de ti.


Julián continuó:

–¿Te haces una idea de lo culpable que me sentía cuando papá te pegaba por algo que había hecho yo? Pasado un tiempo, empecé a estar resentido contigo por pensar que era demasiado débil para cuidar de mí mismo. Luego llegó hasta el punto en que disfrutaba metiéndote en problemas y ver las palizas que recibías por cosas que yo había hecho. Quería que te sintieras tan débil y pequeño como yo.


–Solo intentaba ayudar. No tenía idea de que hacía que te sintieras de esa manera.


–Ahora lo sé –se encogió de hombros–. Y lo de Paula y Matías no quieres estropearlo. Lo lamentarás el resto de tu vida.


–Lamentaré más si les hago daño.


–No lo harás. Con los años, te he dado cientos de motivos para pegarme, y mira lo que tardaste en llegar a hacerlo de verdad. Y sin importar lo mucho que te empujo, sigues ahí para mí –hizo una pausa y añadió–: Lo que, supongo, en cierto sentido te convierte a ti en el débil, y no a mí.


–¿Porque si te pidiera que fueras a buscarme a un bar por la noche tú…?


–Te diría que llamaras un condenado taxi, luego me daría la vuelta y seguiría durmiendo.


Pedro no supo cómo lo sabía, pero tenía la certeza de que no sería eso lo que haría Julian. Si no le importara a su hermano, no estarían manteniendo esa conversación. Quizá aún había esperanza para ellos.


–No pienses que esto cambia algo –continuó Julián–. En cuanto al puesto de la presidencia, voy a vencerte. Luego seré tu jefe. Piensa en lo divertido que será eso.


–Primero tendrás que pasar por encima de mi cadáver.


Julian sonrió, dio media vuelta y abandonó el despacho.


Pedro permaneció allí sentado un rato, aturdido, tratando de procesar lo que acababa de suceder, luego recogió el abrigo, salió y le dijo a su secretaria que cancelara todas sus citas de ese día y que regresaría tarde.


Y en vez de conducir en círculos, se encontró en el lugar en que menos esperaba estar. La casa de su padre.




AVENTURA: CAPITULO 47

 


Bajó al vestíbulo y fue hacia su coche. Sin recordar cómo, se encontró ante la casa de Paula. Entró usando su llave, pero no había nadie en la casa.


Estaba en el baño recogiendo sus cosas cuando Paula apareció en la puerta.


–Eh, ¿para qué es esa bolsa…? –dio un paso atrás al verle la cara–. Santo cielo, estás pálido como un folio de papel. ¿Qué ha pasado?


–Tengo que irme.


–¿Por qué? ¿Adónde vas?


–De vuelta a mi piso –al ver su expresión confusa, agregó–: Para siempre.


El corazón le dio un vuelco.


–¿Me estás dejando?


–Créeme cuando digo que estarás mejor sin mí. Los dos lo estaréis –fue al dormitorio para meter la ropa en la bolsa, sentado en la cama.


Ella se dijo que eso no podía estar sucediendo otra vez.


Pedro, por favor, cuéntame qué ha pasado. ¿He hecho algo mal?


–Tú no has hecho nada –cerró la cremallera de la bolsa–. Julian me delató.


Lo sabía. Sabía que no podían confiar en él.


–¿Me dejas para poder ser presidente?


–No tiene nada que ver con el trabajo. Soy yo. Me enfrenté a él, intercambiamos palabras y lo golpeé.


Si su hermano la hubiera traicionado de esa manera, ella habría hecho lo mismo.


–Me parece que se lo merecía.


–La violencia jamás es la respuesta. No es seguro para ti estar conmigo. Ni en especial para Matías.


Pedro, eso es ridículo. Una cosa es meterse en una pelea sin provocación alguna, abusar de alguien, pero Julián te traicionó y perdiste los estribos. Tú jamás harías nada para hacernos daño a Matías y a mí.


–¿Estás segura? ¿Vale la pena correr ese riesgo?


–Segura en un cien por ciento.


–Pues yo no –recogió la bolsa y se dirigió a la puerta.


–¡No! –exclamó, siguiéndolo–. No vas a volver a hacerme esto, ¡maldita sea! –no le permitió abrir la puerta–. Necesitamos hablarlo, Pedro.


La miró con expresión cansada y resignada. Igual que la última vez y en ese instante Paula supo que él no iba a cambiar de parecer.


–No hay nada que decir.


–Dijiste que no me harías daño –la punzada en su corazón fue tan intensa que hizo una mueca.


–Creía haber cambiado. Me equivoqué.


–¿Y qué pasa con Matías? Te necesita.


–Está mejor sin mí.


Sin mirarla, asió el pomo de la puerta. Sin importar el tiempo que bloqueara la puerta, él se marcharía. Se apartó y Pedro la abrió.


–Si te vas, es el fin. No pienso darte otra oportunidad. Ni conmigo ni con Matías. Atraviesa esa puerta y estás fuera de esta vida para siempre.


Él se detuvo. Quizá la realidad de perderlos para siempre le devolviera algo de sentido común.


–Lo siento, Paula –luego salió y desapareció.




sábado, 16 de enero de 2021

AVENTURA: CAPITULO 46

 


Pedro se hallaba en la sala de conferencias con su equipo repasando el horario final para un anuncio televisivo que comenzaría a rodarse al día siguiente cuando recibió una llamada de Adrián.


–Necesito hablar contigo –le dijo y algo en su tono le indicó que no se trataba de buenas noticias.


–¿No puede esperar? Ya casi hemos terminado aquí.


–No, no puede.


–Voy ahora mismo.


Mientras subía en el ascensor, esperó que no tuviera nada que ver con Julián y que no hubieran descubierto más pruebas que lo incriminaran. Después de la Navidad y de ver a su hermano jugando con Matías, albergaba la esperanza de que su relación dañada pudiera repararse. Desde luego, aún no estaba seguro de qué era lo que la había dañado en primer lugar, pero las cosas ya no parecían tan tensas como en el pasado.


–Entre directamente –le indicó la secretaria de Adrian.


Adrian estaba sentado detrás de su escritorio, con el sillón de cara al ventanal. Debió de oírlo pasar, porque sin volverse dijo:

–Cierra la puerta –y añadió–: Siéntate.


Hizo lo que le pidió. Lo sorprendió que no estuviera Emilio y que Adrián no dijera nada más. Tras un minuto de silencio, Pedro expuso:

–¿Se supone que he de adivinar por qué estoy aquí?


Finalmente el otro se volvió para mirarlo con cara pétrea.


–Hoy he recibido unas noticias perturbadoras.


–¿De la agencia de investigación?


Adrian movió la cabeza.


–De otra fuente. Pero tiene que ver con la investigación.


–¿Es sobre Julian?


–No, sobre ti.


–¿Sobre mí? –el corazón le dio un vuelco.


–Me han informado de que tienes vínculos con Chaves Energy. Que tienes una conexión con la hija del dueño y que recientemente mantuviste una reunión con el mismo Walter Chaves. Dime que no es verdad.


Era Julian. No podía ser otro. ¿Esa era su idea de una lucha justa?


Cerró las manos con fuerza. Si iba a explotar, no podía hacerlo allí. Y no le quedaba otra alternativa que contarle a Adrian todo.


–No tuve una reunión con Walter Chaves. Los dos pasamos el día de Navidad en la casa de su hija.


–¿Por qué? –Adrian enarcó las cejas.


–Tengo una relación con Paula Chaves –repuso–. Y tenemos un hijo.


Adrián se mostró realmente sorprendido.


–¿Desde cuándo?


–Yo acabo de enterarme de que es mío –contestó–. Aproximadamente hace un mes. Antes de eso, no vi ni hable con Paula en un año y medio.


–Así que no estabas en contacto con ella en el momento del accidente –quiso saber Adrian.


–No, no lo estaba.


Adrián se mostró aliviado.


–La fuente no dijo abiertamente que tú fueras el saboteador, pero sí lo insinuó con fuerza.


Hasta ahí llegaba la devoción fraternal.


–No pienses ni por un segundo que no sé quién es esa «fuente». Además de Walter Chaves, mi hermano es la única persona que sabe de mi relación con Paula. Estaba en la casa en Navidad durante mi supuesta reunión.


–Esa persona parecía auténticamente preocupada, Pedro.


–No lo está. Solo quiere ganar. Y al parecer hará cualquier cosa para que así sea, incluyendo acusaciones falsas contra su propio hermano –y después de que él lo hubiera defendido. Nunca más. Habían acabado. En cuanto terminara con Adrián, su hermano menor y él iban a mantener una conversación. La última.


–¿Es una relación seria? –preguntó Adrian.


–Planeamos casarnos. Pero eso no disminuirá de ninguna manera mi lealtad a Western Oil.


–Lo creo, pero convencer al resto de la junta no será fácil.


–¿Me estás diciendo que mi trabajo está en juego?


–Mientras yo sea presidente, tu trabajo está seguro. Pero si el resto de la junta se entera, podrías quedar fuera de la carrera por la presidencia. De hecho, casi puedo garantizarlo.


–Lo que me estás diciendo es que estoy fastidiado.


–He dicho si la junta se entera. Yo no pienso contárselo, pero tampoco puedo impedir que alguien filtre la información.


–¿No crees que la junta vea sus intentos de desacreditarme?


–En vista del sabotaje, creo que la junta lo considerará una preocupación legítima. La reunión es el miércoles próximo. Si surge, haré lo que pueda para mitigar la situación. Pero no puedo prometerte nada. Lo único que puedo decirte es que a menos que haya pruebas de una violación directa de los términos del contrato, tu actual posición está asegurada. Y por lo que a mí respecta, no existe base alguna para la cancelación de dicho contrato.


Pero sus posibilidades de alcanzar la presidencia prácticamente se habían ido por el retrete.


Abandonó la oficina de Adrián y fue directamente al despacho de Julián, su ira crecía con cada paso que daba.


Se saltó las protestas de la secretaria y entró directamente.


–¿Puedo llamarte en unos momentos? –le dijo Julián a la persona con quien estuviera hablando antes de colgar–. Cielos, Pedro, ¿nunca has oído eso de llamar antes de entrar?


Pedro cerró de un portazo.


–Canalla hijo de…


–¿Hay algún problema? –Julian enarcó las cejas.


–¿De verdad pensaste que no me enteraría de que fuiste tú quien me había delatado? ¿Es esta tu idea de un combate justo?


–Tal como yo lo veo, no hay nada injusto en lo que he hecho.


–¿Y no te molesta en absoluto haber traicionado a tu hermano?


El otro rodeó el escritorio con indiferencia.


–Esto no tiene nada que ver con que seamos parientes. Son negocios. Pensé que conocerías la diferencia.


–Me miraste a los ojos y me mentiste –se acercó a su hermano–. Después de todos los años que cuidé de ti y te protegí…


–¿Quién te lo pidió? –gruñó Julián con vehemencia–. Jamás necesité ni quise tu protección.


–No te importa nadie más que tú, ¿verdad?


–Voy a vencerte, Pedro. Y no tiene nada que ver con la experiencia, la cultura o quién es más fuerte. La cuestión es que yo no me acuesto con la hija de nuestro competidor directo, y tú sí –se acercó más, hasta quedar cara a cara–. Aunque por lo que he leído, probablemente tú no eres el único.


Antes de darse cuenta de lo que hacía, impactó el puño con solidez en la mandíbula de Julian, haciéndolo retroceder varios metros. Así era su temperamento. Surgía de la nada y lo cegaba. Y después de pasar gran parte de su infancia protegiendo a su hermano menor, jamás imaginó que sería él quien lo golpeara.


Julian apretó un pañuelo que sacó del traje contra la boca sangrante.


–Tanta terapia, y has terminado como él.


Las palabras de su hermano llegaron hasta el fondo de su ser… porque tenía razón.


¿Y si algún día Paula lo irritaba? ¿O Matias? Se largó de la oficina de Julián hacia los ascensores. ¿Qué clase de hombre sería si ponía a su propio hijo y a la madre de este en peligro?


Un monstruo.




AVENTURA: CAPITULO 45

 


La dejó sola y regresó abajo. Casi choca con Pedro mientras éste subía las escaleras.


–¿Dónde has estado? –susurró él, a pesar de que no había nadie cerca que pudiera oírlos.


–En el dormitorio. Tenemos que hablar. No te vas a creer lo que ha pasado.


–En realidad, me iba.


–¿Te ibas? ¿A casa? Pero… Juana tiene a Matias toda la noche. Podemos trasnochar.


–No estoy de humor para celebraciones.


«¿Qué diablos?», pensó. «¿Cómo una noche que ha empezado tan bien puede hundirse de semejante manera?»


–¿Es por David Brickman? ¿Por qué fue tan grosero contigo?


–Es una historia larga.


–Que me encantaría oír –lo condujo de vuelta hasta la habitación de invitados de arriba, donde habían planeado encontrarse.


Una vez dentro con la puerta cerrada, él preguntó:

–¿Qué ha pasado contigo?


–Conmigo, no. Con Beatriz. Sorprendió a Leo en la despensa con una mujer de su trabajo. Me ha dicho que lleva años engañándola. Incluso desde la universidad, antes de casarse.


–Lo sé.


–¿Lo sabes? –repitió boquiabierta.


–Viví en la misma casa que él durante dos años. No se puede afirmar que intentara ocultarlo.


–¿Por qué jamás lo mencionaste?


–¿Qué se suponía que debía decir? ¿Quién soy yo para juzgar a alguien?


–¿O sea que piensas que esa clase de comportamiento es aceptable?


–Claro que no –suspiró.


–Ni siquiera entiendo cómo puedes ser amigo de alguien así.


–A mí no me engañó. Lo que Leo haga o deje de hacer, y con quién lo haga, no es asunto mío.


Paula respiró hondo y soltó despacio el aliento.


–Tienes razón. No pretendía saltar sobre ti. Lo que pasa es que me siento tan enfadada ahora. Con Leo por herir a Beatriz, y con Beatriz por permitirlo.


–Lo sé –la abrazó largo rato.


Justo lo que ella necesitaba. Cuando se separaron, volvió al tema que más le preocupaba en ese momento.


–Bueno, ¿qué pasa con ese David Brickman? ¿Por qué fue tan grosero contigo? Oh, y para que quede constancia, yo no era «una buena amiga» de Wanda en el instituto. Apenas la conocía. Y es evidente que tiene un gusto deplorable para elegir marido.


–En realidad, la actitud de él estaba completamente justificada.


–¿Qué? ¿Qué llegaste a hacerle?


–Hay cosas sobre mí de las que no te he hablado. Cosas que preferiría olvidar.


–¿Como cuáles?


–Ya sabes que en el colegio siempre está ese chico que abusa de los más pequeños y débiles, ¿no? El que siempre se mete en problemas, en peleas.


–Por supuesto. ¿Era ese hombre? Aunque no creo que diera la talla.


–No, era yo.


Ella se quedó boquiabierta.


Pedro, tú eres el hombre más amable, paciente y cariñoso que jamás he conocido.


–No siempre ha sido así. Mi padre abusó de mí, de modo que yo fui al colegio y abusé de los chicos más pequeños y débiles que yo. El terapeuta al que veía dijo que eso me hacía sentir fuerte y potenciado.


–¿Veías a un terapeuta?


–En el instituto. Fue una resolución judicial como parte de mi libertad condicional.


–¿Libertad condicional?


–Después de enviar a mi padre al hospital.


–¿Qué pasó? –inquirió con aliento contenido.


Se sentó en el borde de la cama y ella lo hizo a su lado.


–Me habían vuelto a suspender por pelearme, y como de costumbre, eso significaba una paliza de mi padre. Pero no sé, algo dentro de mí se quebró y por primera vez le planté cara. Lo tumbé de un puñetazo y al caer se abrió la cabeza con la cómoda. Me arrestaron por agresión.


Por fin había sido capaz de hablar de ello.


Paula añadió:

–A mí me parece más a defensa propia.


–La policía no creyó lo mismo. Por supuesto, no escucharon toda la historia. Mi madre se puso del lado de mi padre, claro. Aunque el lado bueno es que fue la última vez que me puso la mano encima, así que no fue una pérdida total. Y la terapia me ayudó mucho a tratar con mi ira. Aunque hasta la actualidad puede ser un desafío.


Lo peor era que recibía la clara impresión de que, a pesar de todo lo que había superado y logrado, Pedro aún creía que, de algún modo, tenía una fallo grave.


Y temía que no hubiera nada que ella pudiera hacer.


Absolutamente nada.