Bajó al vestíbulo y fue hacia su coche. Sin recordar cómo, se encontró ante la casa de Paula. Entró usando su llave, pero no había nadie en la casa.
Estaba en el baño recogiendo sus cosas cuando Paula apareció en la puerta.
–Eh, ¿para qué es esa bolsa…? –dio un paso atrás al verle la cara–. Santo cielo, estás pálido como un folio de papel. ¿Qué ha pasado?
–Tengo que irme.
–¿Por qué? ¿Adónde vas?
–De vuelta a mi piso –al ver su expresión confusa, agregó–: Para siempre.
El corazón le dio un vuelco.
–¿Me estás dejando?
–Créeme cuando digo que estarás mejor sin mí. Los dos lo estaréis –fue al dormitorio para meter la ropa en la bolsa, sentado en la cama.
Ella se dijo que eso no podía estar sucediendo otra vez.
–Pedro, por favor, cuéntame qué ha pasado. ¿He hecho algo mal?
–Tú no has hecho nada –cerró la cremallera de la bolsa–. Julian me delató.
Lo sabía. Sabía que no podían confiar en él.
–¿Me dejas para poder ser presidente?
–No tiene nada que ver con el trabajo. Soy yo. Me enfrenté a él, intercambiamos palabras y lo golpeé.
Si su hermano la hubiera traicionado de esa manera, ella habría hecho lo mismo.
–Me parece que se lo merecía.
–La violencia jamás es la respuesta. No es seguro para ti estar conmigo. Ni en especial para Matías.
–Pedro, eso es ridículo. Una cosa es meterse en una pelea sin provocación alguna, abusar de alguien, pero Julián te traicionó y perdiste los estribos. Tú jamás harías nada para hacernos daño a Matías y a mí.
–¿Estás segura? ¿Vale la pena correr ese riesgo?
–Segura en un cien por ciento.
–Pues yo no –recogió la bolsa y se dirigió a la puerta.
–¡No! –exclamó, siguiéndolo–. No vas a volver a hacerme esto, ¡maldita sea! –no le permitió abrir la puerta–. Necesitamos hablarlo, Pedro.
La miró con expresión cansada y resignada. Igual que la última vez y en ese instante Paula supo que él no iba a cambiar de parecer.
–No hay nada que decir.
–Dijiste que no me harías daño –la punzada en su corazón fue tan intensa que hizo una mueca.
–Creía haber cambiado. Me equivoqué.
–¿Y qué pasa con Matías? Te necesita.
–Está mejor sin mí.
Sin mirarla, asió el pomo de la puerta. Sin importar el tiempo que bloqueara la puerta, él se marcharía. Se apartó y Pedro la abrió.
–Si te vas, es el fin. No pienso darte otra oportunidad. Ni conmigo ni con Matías. Atraviesa esa puerta y estás fuera de esta vida para siempre.
Él se detuvo. Quizá la realidad de perderlos para siempre le devolviera algo de sentido común.
–Lo siento, Paula –luego salió y desapareció.
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