domingo, 17 de enero de 2021

AVENTURA: CAPITULO 48

 


Al marcharse estuvo conduciendo durante horas. Sabía que debería ir a casa, pero su piso ya no era su hogar. Al final se decantó por un hotel, donde había pasado la última semana. En cuanto al trabajo, funcionaba con el piloto automático.


Echaba de menos a Paula y a Matías. Nunca había imaginado que se podría extrañar tanto a alguien. Había un vacío en su alma y en la esencia de quién era. Su vida sin ellos no tenía sentido.


Desde el enfrentamiento no había hablado con su hermano, pero éste llamó a la puerta de su despacho el miércoles por la mañana. Debería haberle dicho que se largara, pero cuando estaban en el trabajo, no le quedaba más opción que hablar con él.


–¿Tienes un minuto? –preguntó Julián. Con un gesto le indicó que pasara–. La reunión de la junta es esta tarde –comentó como si Julián no lo supiera.


–Así es.


–Deberías saber que planeaba entrar allí y contarles lo tuyo con Paula.


–Hasta ahí llega mi imaginación.


–Pues he cambiado de idea. No lo haré.


–¿Se supone que debo agradecértelo?


–No. Pensé que querrías saberlo.


–De todos modos, ya no importa. Rompimos hace una semana.


–¿Rompisteis? –se mostró sinceramente desconcertado–. ¿Por qué?


–¿Qué importa?


Pedro, si es por lo que yo dije…


–¿Cuando insinuaste que la mujer que amo es una mujerzuela?


–Solo intentaba provocarte –dijo con arrepentimiento–. No pensé que fueras a tomarme en serio.


–Entonces te aliviará saber que no tiene nada que ver con eso.


–Maldita sea, lamento que no funcionara. ¿Y Matías?


–Tampoco lo veré.


–¿Qué? ¿Te lo impide ella?


–Es por elección propia.


–¿Te has vuelto loco? Tú adoras a ese crío. Y él a ti. Jamás te he visto tan feliz.


–Es el único modo de mantenerlos a salvo.


–¿De qué?


–De mí. Como dijiste, soy como él.


Julian puso los ojos en blanco.


Pedro, fueron palabras pronunciadas en el calor del momento. Solo intentaba irritarte, forzarte a pegarme.


–¿Querías que te pegara?


–Porque cuando lo hicieras sabía que eso haría que te sintieras fatal. No sé, quizá por todo el peso que he cargado todos estos años.


–Estás resentido conmigo. Julian, yo te…


–Tú cuidaste de mí, lo sé. Me defendiste contra todo el condenado mundo. ¿Alguna vez se te ocurrió dejar que me defendiera yo mismo o que en vez de librar mis propias batallas me enseñaras a hacerlo por mi propia cuenta? Quizá no necesitaba que fueras mi eterno salvador.


Las palabras aturdieron a Pedro.


–Supongo que, ya que era mayor, consideré que mi responsabilidad era cuidar de ti.


Julián continuó:

–¿Te haces una idea de lo culpable que me sentía cuando papá te pegaba por algo que había hecho yo? Pasado un tiempo, empecé a estar resentido contigo por pensar que era demasiado débil para cuidar de mí mismo. Luego llegó hasta el punto en que disfrutaba metiéndote en problemas y ver las palizas que recibías por cosas que yo había hecho. Quería que te sintieras tan débil y pequeño como yo.


–Solo intentaba ayudar. No tenía idea de que hacía que te sintieras de esa manera.


–Ahora lo sé –se encogió de hombros–. Y lo de Paula y Matías no quieres estropearlo. Lo lamentarás el resto de tu vida.


–Lamentaré más si les hago daño.


–No lo harás. Con los años, te he dado cientos de motivos para pegarme, y mira lo que tardaste en llegar a hacerlo de verdad. Y sin importar lo mucho que te empujo, sigues ahí para mí –hizo una pausa y añadió–: Lo que, supongo, en cierto sentido te convierte a ti en el débil, y no a mí.


–¿Porque si te pidiera que fueras a buscarme a un bar por la noche tú…?


–Te diría que llamaras un condenado taxi, luego me daría la vuelta y seguiría durmiendo.


Pedro no supo cómo lo sabía, pero tenía la certeza de que no sería eso lo que haría Julian. Si no le importara a su hermano, no estarían manteniendo esa conversación. Quizá aún había esperanza para ellos.


–No pienses que esto cambia algo –continuó Julián–. En cuanto al puesto de la presidencia, voy a vencerte. Luego seré tu jefe. Piensa en lo divertido que será eso.


–Primero tendrás que pasar por encima de mi cadáver.


Julian sonrió, dio media vuelta y abandonó el despacho.


Pedro permaneció allí sentado un rato, aturdido, tratando de procesar lo que acababa de suceder, luego recogió el abrigo, salió y le dijo a su secretaria que cancelara todas sus citas de ese día y que regresaría tarde.


Y en vez de conducir en círculos, se encontró en el lugar en que menos esperaba estar. La casa de su padre.




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