sábado, 28 de noviembre de 2020

VENGANZA: CAPITULO 12

 


Pasaron dos días sin que viese a Pedro. El miércoles por la mañana, Paula estaba tumbada al borde de la piscina del hotel. Había oído que Pedro solía nadar allí por la mañana, antes de que empezasen a llegar los clientes.


En el centro de la piscina había un grupo escultórico: cuatro caballos alados rodeando una fuente de la que manaba un chorro de agua que casi llegaba al techo.


Con los ojos medio cerrados, Paula casi podía imaginar las míticas bestias galopando por el cielo, conducidas por el dios del sol.


Un camarero acababa de llevarle una copa con una sombrillita rosa cuando oyó una voz familiar:

—Así que es aquí donde te escondes.


De repente, Paula deseó llevar algo más que aquel diminuto bikini.


—¿No tienes nada que hacer? Podrías trabajar en lugar de buscarme por todas partes.


Pedro hizo un gesto con la mano.


—Me dijiste que necesitabas dinero, ¿no?


—Sí…


—Pues acabo de descubrir que este contrato te parecía tan interesante que aceptaste un recorte en tu salario habitual. Y me gustaría saber por qué. ¿Cómo puedes permitírtelo cuando, supuestamente, tienes que pagar tantos gastos de hospital?


—Necesitaba urgentemente el dinero, por eso acepté un recorte en mis honorarios. No he trabajado mucho últimamente…


—Una vez me dijiste que lo mejor de ser bailarina exótica era que siempre tenías trabajo. Si necesitabas dinero, ¿por qué no has vuelto a bailar?


—Ya no hago eso. Me gusta cantar. Además, me pagan mejor —contestó Paula.


—¿Qué es esto? —preguntó Pedro entonces.


Ella levantó la mirada y vio que estaba señalando la copa.


—¿Es que no lo ves?


—No puedes beber nada antes de cantar.


—¿Ni siquiera un zumo de fruta? —preguntó Paula, irónica—. No contiene alcohol. Puedes olerlo si quieres.


—Muy lista. Como tu bebida preferida es el vodka, olerlo no serviría de nada.


Claro. Mariana siempre tomaba vodka…


—Mi único vicio —mintió Paula.


—¿Tu único vicio? —sonrió Pedro, irónico.


Los vibrantes ojos de color turquesa estaban rodeados por largas pestañas oscuras. Desde luego, Pedro Alfonso era el hombre más guapo que había visto nunca. Una pena que no fuera su tipo.


—Es el único que se me ocurre. Pero si lo pienso un rato, seguro que descubro alguno más.


—Inténtalo. Seguro que encuentras más vicios de los que recuerdas ahora. Como mentir, por ejemplo.


—¿Por qué dices eso?


—No estoy seguro… pero cuando descubrí que habías aceptado un recorte en tu salario pensé que me habías mentido.


—Ya ves que no.


Pedro la miró, en silencio.


—No me mientas nunca, Paula.


—No te he mentido. Necesito el dinero.


—¿Demasiadas compras, demasiadas fiestas?


Si él supiera… Mientras Mariana era de las que iban de fiesta en fiesta, Paula prefería pasar el tiempo al aire libre. Paseando, haciendo windsurf. O, sencillamente, asistiendo a un concierto en el parque. Placeres sencillos, no las fiestas sofisticadas a las que sus amantes querrían acudir.


¿Cómo podía averiguar dónde había ido a parar el dinero que su hermana había sacado de su tarjeta de crédito?


—Hace tres años no tenías deudas —dijo Pedro entonces—. Y poseías algunas joyas caras —añadió, mirando el anillo que Mariana le había regalado antes de morir y que él decía haberle comprado en Mónaco.


—No sé qué ha sido del dinero.


—¿No te acuerdas?


—No.


—Yo fui más que generoso contigo. Te compré ropa hasta que ya no te cabía en los armarios. Si te hubieras portado como una persona sensata, no tendrías estos problemas.


—¿Quieres decir si siguiera siendo tu amante? Si estuviera dispuesta a soportar tus exigencias…


—Pensé que lo habías olvidado todo. ¿Cómo es que recuerdas lo exigente que soy?


—He leído los cotilleos de las revistas. ¿Cómo crees que me enteré de que habíamos tenido una aventura?


—Entonces, no has venido sólo para ganar dinero. Quieres averiguar algo sobre nosotros.


Paula tragó saliva.


—Sé exactamente la clase de hombre que eres.


—¿De verdad? —murmuró él, mirándola a los ojos.


Demasiado cerca. Demasiado masculino. Demasiado… todo.


—No recuerdo nada —dijo Paula—. Pero sé lo que siento por ti.


—¿Y qué sientes? —preguntó Pedro, inclinando la cabeza…


—Me repugnas —contestó ella.


—Ah, me estás provocando —sonrió el magnate—. Quieres que te demuestre que estás mintiendo.


Ella lo pensó un momento. Quizá estaba utilizando una estrategia equivocada…


—La verdad es que no he sido sincera contigo.


—¿Ah, no? Qué sorpresa.


—No. Vine aquí para pedirte ayuda. Desperté sola en un hospital de Londres sin recordar cómo había llegado allí, con quién estaba o qué había pasado…


—¿La gente que presenció el accidente no te contó nada?


—Nadie sabía nada sobre mí. La única pista que tenía era una nómina de un sitio llamado el Palacio de Poseidón. Más tarde me enteré de que había trabajado allí… y de que había tenido una aventura contigo.


Más mentiras. Mariana le había enviado un correo electrónico desde Strathmos contándole que había conocido a un millonario que le daba todos los caprichos.


—Por eso estoy aquí. Pensé que… si volvía… si hablaba contigo, podría recordar algo de mi pasado.


—¿Y está funcionando?


—No —contestó Paula—. Pero quizá tú podrías ayudarme. Si me dejaras hacerte algunas preguntas…, eso me haría recordar.


Paula esperó conteniendo el aliento. No quería delatarse y esperaba que Pedro cayese en la trampa.


—Muy bien. Pero si eso no funciona, se acabó. Te irás en cuanto haya cumplido tu contrato.


—De acuerdo.


—Empezaremos esta noche, después del espectáculo.


—Prefiero que hablemos por la mañana.


—Yo soy un hombre muy ocupado, Paula. Si quieres mi ayuda, tendrá que ser esta noche. En mi suite.


—No —dijo ella a toda prisa. Lo último que deseaba era estar a solas con aquel hombre. La atracción que sentía por Pedro Alfonso le daba miedo. Aunque necesitaba saber qué le había pasado a su hermana gemela, no pensaba dejar que él la destrozase—. Te veré después del espectáculo en el bar Dionisio.


Pedro pareció pensarlo un momento.


—Muy bien, como quieras.




VENGANZA: CAPITULO 11

 


Una vez en la playa Paula saltó de la tabla a toda prisa, sabiendo que Pedro no dejaba de mirarla.


Con las zapatillas llenas de agua, corrió hacia donde había dejado la toalla y se dejó caer sobre ella con el corazón latiendo a toda velocidad.


Pedro se acercó un minuto después.


—No me habías dicho que hicieras windsurf.


Cuando se bajó la cremallera del traje de neopreno el sonido pareció un estruendo en medio de aquel silencio. Debajo llevaba un bañador oscuro, y Paula intentó no fijarse en su estómago plano, en los músculos bien definidos de un hombre que parecía hacer ejercicio a menudo.


—No sé por que no te lo dije.


¿Por qué no se lo habría contado Mariana? Especialmente sabiendo que Pedro también hacía windsurf. Sus padres habían pagado a un profesor para que les diera clases en Buckland's Beach, cerca de su casa. Mariana estaba más interesada en tontear con los chicos que en aprender, pero al final se convirtió en una experta.


—¿Cuándo te marchas? —preguntó Pedro.


—No me voy —contestó ella.


—Anoche dijiste que te ibas. ¿Por qué has cambiado de opinión?


—Porque si rompiera mi contrato, mi reputación quedaría empañada y podría tener problemas para encontrar trabajo.


—Yo me encargaría de que eso no ocurriera.


—No puedo irme. Necesito el dinero.


—¿Es ahora cuando se supone que debo ofrecerte dinero para que no te vayas? —preguntó Pedro, irónico.


—¡No! Tengo un contrato y pienso cumplirlo. Necesito el dinero, ya te lo he dicho.


—¿Para qué lo necesitas?


—Para pagar los gastos de hospital.


—¿Gastos de hospital?


—Por… el accidente.


—¿Eso es lo que provocó la amnesia? ¿Un accidente de coche?


—Los testigos dijeron que la persona que me atropello se dio a la fuga —mintió Paula—. Afortunadamente, cuando llegué al hospital recordé quién era. Pero no recuerdo nada sobre ti, sobre Strathmos… o lo que pasó cuando me marché de aquí.


—¿Sufriste alguna otra lesión?


—No, tuve suerte. Sólo un golpe en la cabeza.


—No creo que eso fuera una suerte. ¿La policía detuvo al conductor?


—No —contestó Paula, cruzándose de brazos. Detestaba mentir, pero no tenía más remedio—. ¿Entiendes ahora por qué necesito el dinero?


—¿Qué vas a hacer cuando termine tu contrato aquí?


—Mi representante está buscando algo.


—Muy bien. Pero tu contrato en Strathmos no será renovado. No te quiero aquí.


Paula tragó saliva. De modo que tenía menos de dos semanas para averiguar lo que había pasado…


—De acuerdo.



VENGANZA: CAPITULO 10

 


Paula estuvo dando vueltas en la cama durante gran parte de la noche. En sus sueños se mezclaba lo que le había pasado a su hermana con la extraña pasión que había nacido entre Pedro y ella. Pero poco antes de amanecer, el insistente golpeteo de la lluvia en los cristales logró que, por fin, se quedase dormida.


Por la mañana, saltó de la cama y abrió las cortinas. El sol no asomaba por entre las nubes y los árboles se balanceaban con el viento, pero al menos había dejado de llover. Como no tenía que trabajar hasta la noche, Paula decidió bajar a la playa para hacer windsurf. Eso la haría olvidar a Mariana, a Jean-Paul y… a Pedro.


Después de ponerse el traje de neopreno, llamó a recepción para comprobar que no habría tormenta y, tomando un par de plátanos, una botella de agua y una toalla, salió de su habitación.


La playa estaba desierta, y Paula eligió una tabla de entre un grupo que el hotel dejaba allí para los clientes. Llevándola hasta el agua, apoyó las dos manos en ella, esperando… Cuando llegó el primer golpe de viento, levantó el mástil y subió a la tabla de un salto. Colocando los pies, Paula ajustó la vela y dirigió la tabla mar adentro.


Sus preocupaciones se evaporaron mientras volaba sobre las olas.


Un par de horas después, Paula se percató de que había otra persona haciendo windsurf. Y se dirigía hacia ella.


Una rápida mirada al reloj le dijo que aún quedaba mucho tiempo antes del ensayo. Y no tenía el mar para ella sola a menudo. No iba a marcharse sólo porque hubiera otra persona en el agua. Tenían todo el mar Egeo para los dos. Si se alejaba un poco, quizá el desconocido la dejaría en paz.


Pero la vela blanca y negra seguía acercándose…


Era Pedro.


Por un momento pensó que iban a chocar, pero movió la vela en contra del viento y éste la alejó de la otra tabla. Paula se volvió después, mirándolo por encima del hombro.


Pedro seguía luchando contra el viento para acercarse a ella. Nunca la había deseado como en aquel momento.


Un segundo después, el viento amainó y las dos tablas perdieron velocidad. Pedro soltó una palabrota mientras se inclinaba para sujetar la vela. Cuando volvió a levantar la cabeza, vio que Paula se había tumbado sobre su tabla y estaba nadando hacia la playa. Sin mirarlo siquiera.



viernes, 27 de noviembre de 2020

VENGANZA: CAPITULO 9

 


Una vez en su habitación, Paula puso agua a calentar, parpadeando para controlar las lágrimas. Se sentía enferma y necesitaba una taza de tila para calmar los nervios.


No podía quedarse allí.


Se iría de Strathmos al día siguiente… aunque eso significara romper el contrato. No podía seguir viendo a Pedro Alfonso.


Nunca se le había ocurrido pensar que se derretiría bajo sus caricias. Pero Pedro era un playboy. Nadie sabía eso mejor que ella.


¿Cómo se había metido en aquel lío? Angustiada, Paula se pasó una mano por el pelo.


Tenía que controlarse, analizar lo que había pasado para intentar entenderlo. Sí, muy bien, ella lo había provocado. De forma intencionada. Pero no había esperado que Pedro reaccionase de forma tan fiera.


Sí, era mucho más peligroso de lo que había pensado.


¿Por qué lo había provocado? ¿Qué había esperado conseguir con eso? ¿Quería demostrarle que no era la mujer que él pensaba que era?


Si era así, había fracasado miserablemente.


Suspirando, echó una bolsita de té en la taza y se dejó caer en el sofá. La foto que había sobre la mesa parecía reírse de ella. Sí, una familia modelo. Mamá y papá flanqueando a una joven sonriente, Mariana, y de fondo, un precioso rosal. Los ojos de Paula se llenaron de lágrimas. Ojalá ella tuviera el sentido común de su madre…


Mirando el reloj, comprobó que en Nueva Zelanda sería por la mañana, de modo que tomó el teléfono y marcó el número de su casa.


—¿Dígame?


—Soy yo, mamá.


—Cariño, cuánto me alegro de que llames. Estaba muy preocupada por ti.


—Debería haber llamado antes, ya lo sé. Pero tú sabes que tenía que venir, mamá.


—Sí —suspiró su madre, resignada—. Lo sé, hija. ¿Ha servido de algo?


Su psicóloga la había ayudado a convencer a sus padres. Tenía que cerrar aquella etapa de su vida, y ésa era la razón del viaje a Strathmos: cerrar por fin una etapa.


—No lo sé, mamá. Estoy muy confusa. A veces creo que voy a perder la cabeza.


Pero al día siguiente todo aquello terminaría. Se iría de la isla y no volvería a ver a Pedro Alfonso nunca más. Era lo mejor, aunque eso significara que nunca sabría la verdad.


—¿Cómo está papá?


—Bien.


—Quiero decir, ¿cómo está llevando mi viaje a Strathmos? Estaba muy disgustado cuando me fui.


Su madre dejó escapar un suspiro.


—Está preocupado. Ese viaje ha reabierto las heridas de la muerte de tu hermana. Tiene miedo de lo que pueda pasarte.


—Dile que estoy bien y que le quiero.


—Ha vuelto a hacer terapia. El médico dice que ya ha pasado lo peor de la depresión. Para él, como para ti, lo más terrible fue saber por qué había muerto Mariana.


Paula volvió a mirar la foto de su hermana gemela como buscando respuestas. Mariana había muerto infeliz y perdida. Pero nadie sabía por qué. Sólo Pedro Alfonso. Y hasta que sus padres y ella no supieran la verdad no podrían vivir en paz.


Y por eso no podía mandarlo al infierno y darse la vuelta. No podía irse de Strathmos.


—Cariño, vuelve a casa.


—No puedo. Tengo que averiguar qué le pasó a Mariana. Sólo así podremos seguir adelante con nuestras vidas.


—Paula, tu hermana no querría que sufrieras así.


—Lo sé, pero tengo que entender qué le pasó… qué le hizo ese canalla y por qué reaccionó ella como lo hizo. Papá y tú también tenéis que saberlo.


—Ni tu padre ni yo queremos que te mezcles con ese hombre. Es muy rico, muy poderoso. Podría hacerte daño.


Como le hizo daño a Mariana.


Paula sabía lo que su madre estaba pensando.


—¿Has hablado con él? ¿Te ha dicho algo?


Paula no quería confesar que no le había preguntado nada sobre la muerte de Mariana. Y mucho menos que le había dejado creer que era su hermana.


—No, antes tenía que saber qué clase de hombre era.


—¿Y qué clase de hombre es?


—No sé… es difícil de explicar.


Atractivo, apasionado. Irresistible.


—Paula, ten cuidado. Tú no eres Mariana. Meterse en líos era su especialidad, pero no la tuya. Tú siempre has sido la más sensata.


Su madre tenía razón. Mariana siempre había sido una irresponsable. Llevarse su pasaporte y su tarjeta de crédito a Strathmos y asumir su identidad sólo había sido una de sus bromas. Una broma trágica, al final.


«Oh, Mariana, ¿qué pasó?».


Paula no podía dejar de pensar en su familiaridad con aquel hombre, Jean-Paul. Y tampoco podía dejar de recordar el calor de los labios de Pedro, la emoción de sentir aquel cuerpo tan masculino apretado contra el suyo…


¿Cómo iba a darle una lección si le temblaban las piernas cada vez que se acercaba?


¿Y cómo iba a mirarlo a la cara después de lo que había pasado?


Paula cerró los ojos. ¿Cómo podía haberse dejado besar y tocar por el hombre que había destruido a su hermana?



VENGANZA: CAPITULO 8

 

Cuando salieron a la calle, Pedro seguía furioso. En silencio, caminaba por el paseo con Paula a su lado, sus tacones repiqueteando sobre el suelo de baldosas.


—Siento lo que ha pasado.


Él se encogió de hombros.


—Tenía que ocurrir tarde o temprano. Y sólo es una cuestión de tiempo que vuelva a ocurrir otra vez.


—¿Qué quieres decir?


—Que otro hombre resurgirá de las cenizas de tu pasado.


—Pero yo no lo recuerdo —protestó Paula.


—¿Y tampoco recuerdas a los otros? Pobres. Casi me dan pena.


Sin embargo, Pedro debía admitir que le satisfacía que no recordase al francés. Especialmente después de lo que pasó…


—Yo sí recuerdo a Jean-Paul Moreau. Lo vi con mis propios ojos y puedo darte detalles de cómo estabas sentada a horcajadas sobre él, tus rodillas en sus caderas, tus pechos saltando arriba y abajo, las sábanas de satén, mis sábanas de satén, arrugadas a vuestro alrededor. Tu piel desnuda como una perla…


—¡Cállate! No quiero oír nada de eso —lo interrumpió Paula.


—Si te digo lo que vi, lo que sigo viendo claramente, quizá eso te ayude a recordar —Pedro sabía que su amargura era evidente, pero quería hacerle daño. Humillarla como ella lo había humillado—. ¿Cuántos hombres como Jean-Paul ha habido en tu vida? ¿Hombres que no recuerdas?


Paula sintió un escalofrío.


—Dime, ¿cuántos más?


—No lo sé. ¡Y deja de hacerme preguntas como si tuvieras algún derecho a hacerlas! —replicó ella—. Te estás comportando como un neandertal.


—¡Un neandertal! ¿Un neandertal?


—Sí, exactamente. Como un gorila…


Pedro clavó los dedos en sus hombros.


—Así que soy un gorila…


Sin decir nada más, inclinó la cabeza y buscó sus labios, hambriento. Acariciaba el interior de su boca con la lengua y un extraño anhelo empezó a crecer dentro de Paula. El deseo que Pedro había encendido con el primer beso volvió con toda su fuerza. ¿Qué le estaba pasando?


Pero Pedro estaba excitado, y eso la hizo sentir cierta euforia. Sus caderas parecían haber desarrollado vida propia y se movían, haciendo círculos, buscándolo.


El ardiente aliento masculino quemaba su boca y empezaron a temblarle las rodillas.


Paula, nerviosa, dio un paso atrás, los tacones de sus zapatos clavándose en la hierba. Pedro la siguió, sus muslos moviéndose contra ella como en una danza erótica, sus bocas devorándose…


El tronco de un árbol detuvo a Paula, pero no a Pedro. Escondidos entre las ramas, siguió besándola, enredando los dedos en su pelo. Sus pechos se hinchaban con las caricias masculinas, los pezones marcándose bajo la tela del vestido.


Cuando Pedro por fin levantó la cabeza, Paula gimió una protesta. En el silencio de la noche, el sonido de sus jadeos era oscuro, ronco, desconocido. El puso las manos a su espalda para soltar las tiras del escote halter y descubrir sus pechos, acariciándolos con manos ardientes, apretando sus pezones con los dedos… Paula se arqueó, tensa al sentir una tormenta de lava ardiente bajos su braguitas.


Poniéndose de puntillas, se frotó contra él, concentrándose en su zona más sensible, la parte que más lo excitaba aunque hubiera un pedazo de tela separándolos. Pero enseguida Pedro separó las piernas para que lo que había bajo el pantalón se colocara justo entre las suyas.


Paula echó la cabeza hacia atrás y siguió frotándose, frotándose hasta que supo que estaba al borde del precipicio. Pedro seguía apretando sus pezones casi con furia y, al notar las embestidas de su lengua, Paula sintió que una corriente eléctrica la recorría de la cabeza a los pies.


Excitada como nunca, dejó escapar un gemido casi inaudible. El punto más sensible de su anatomía encendido como una hoguera cuando empezaron las convulsiones…


Tuvo que apoyarse en el tronco del árbol, mareada y exhausta, su pulso latiendo furiosamente. Las piernas no la sostenían y, si el árbol no la hubiera sujetado, habría caído al suelo.


Pedro levantó la cabeza y apartó la mano de sus pechos, su expresión indescifrable.


—Quizá esto te haya ayudado a recordar.


Cómo lo odiaba. Al oír esas palabras, Paula intentó abrocharse las tiras del vestido, pero le temblaban las manos y, por fin, con un murmullo de impaciencia, tuvo que hacerlo Pedro.


Paula buscaba desesperadamente algo que decir para romper el silencio. ¿Pero qué podía decirle a un hombre que le había dado tal placer sin molestarse en quitarle el vestido o las braguitas siquiera? Y ella, a pesar de odiarlo, había dejado que hiciera lo que quisiera…


Paula tembló, avergonzada de sí misma.


Decirse que lo despreciaba no servía de nada. Había dejado que la tocase, ella misma se había frotado contra él sin vergüenza alguna… no quería ni pensarlo.


Vestido de los pies a la cabeza, Pedro la había tocado con los dedos y la boca y le había dado más placer del que recordaba haber sentido nunca.


Paula quería salir corriendo. Esconderse en alguna parte.


—Iré sola a mi habitación. No tienes por qué acompañarme.


—No, prefiero acompañarte —la voz de Pedro era más fría que el invierno—. Cuanto antes termine tu contrato y te vayas de Strathmos, mejor para los dos.


—Me iré mañana. Y déjame en paz. No quiero tu compañía.



VENGANZA: CAPITULO 7

 


Paula miró al hombre, atónita.


La respuesta de Pedro era lo último que esperaba oír. Pero, a juzgar por su expresión, era la verdad.


No podía ser. Pedro debía de estar equivocado.


Pero antes de que pudiera discutírselo, el fuerte aroma de una colonia masculina la envolvió.


—Chérie, estás más guapa que nunca.


—Hola… Jean-Paul.


—Pensé que no querías saludarme. Me alegra saber que recuerdas a los viejos amigos.


A su lado, Pedro emitió una especie de bufido, pero Paula lo fulminó con la mirada. No quería contarle a Jean-Paul nada sobre su amnesia.


Al menos, todavía no.


Pero encontrarse frente a frente con el hombre que Pedro decía había sido su amante la había dejado sorprendida. Aunque detestaba a Pedro Alfonso, él no tenía razones para mentir sobre su pasado. Y ella tenía que saber más.


Jean-Paul puso un fajo de billetes sobre la mesa y le hizo una seña a la crupier. Y cuando ella le entregó las fichas, empujó un montoncito hacia Paula.


—Para ti, chérie.


La sonrisa de Jean-Paul era desconcertantemente íntima. La sonrisa de un hombre que conocía muy bien a una mujer.


—Gracias, pero ya tengo suficientes. Y vamos a tomar una copa…


Jean-Paul la miró de arriba abajo, una mirada explícita.


—Chérie, tú nunca has tenido suficiente. Venga, apuesta por mí.


—¡Ya está bien! —exclamó Pedro, pasándole un brazo por la cintura con gesto posesivo. Tanto que casi le hacía daño—. Paula no quiere sus fichas.


—Chérie, no te dejes engañar. Alfonso es el mismo hombre que era hace tres años. El trabajo siempre será su primera amante. ¿Eso será suficiente para ti esta vez o irás corriendo a buscarme…?


—¡He dicho que ya está bien! Ha ido demasiado lejos, Moreau. Si vuelvo a verte al lado de Paula, lo echaré de la isla. ¿Me ha entendido?


Jean-Paul se limitó a sonreír.


—Tranquilo. No significa nada… nunca ha significado nada.


Lo último que Paula quería era una escena en medio del casino. Las dos mujeres estaban mirándolos y algunos clientes se habían vuelto al oír voces…


—Pedro…


—Mantenga las distancias, se lo advierto. Ya se lo dije una vez: yo no comparto a mis mujeres —insistió Pedro—. Vamos, Paula


Sin mirar a Jean-Paul, Paula bajó del taburete en el que estaba sentada.


«Mis mujeres». ¿Qué había querido decir con eso? ¿Seguía considerándola suya?




jueves, 26 de noviembre de 2020

VENGANZA: CAPITULO 6

 


Candelabros de cristal colgaban del techo abovedado del club Apolo, el casino reservado para los clientes más importantes, con pinturas de héroes y mitos griegos que Paula conocía bien. Pero el sofisticado ambiente le advertía que las apuestas serían muy altas.


Pedro la llevó a una mesa frente a la que había un grupo de hombres con trajes de chaqueta de diseño italiano y dos mujeres, una rubia y una morena, enjoyadas de arriba abajo. Allí no hablaba nadie. Sólo el sonido de las fichas chocando entre sí rompía el solemne silencio.


Pedro colocó un fajo de billetes sobre la mesa y la elegante crupier, con un vestido negro hasta los pies, le entregó un montón de fichas.


—Son para ti.


—No puedo jugarme esa cantidad de dinero —protestó Paula.


—Antes eso no te preocupaba.


—¿Y si lo pierdo todo?


—Habrá más, no te preocupes.


¿Y qué esperaría él a cambio? ¿Sexo? Obviamente, eso era lo que había ocurrido en el pasado.


—¡No! He olvidado cómo se hace esto. No recuerdo las reglas…


—Inténtalo.


Pedro, no quiero hacerlo.


—Muy bien. Veremos si puedo penetrar el velo de esa memoria de otra manera. Quédate con las fichas, por si quieres jugar más tarde…


—No me apetece jugar esta noche.


—¿Te apetece una copa?


Paula asintió con la cabeza. Tan cerca, podía ver las arruguitas que tenía alrededor de los ojos, el brillo que había en ellos…


—¿Paula? —oyó una voz masculina.


Sorprendida, volvió la cabeza.


—Me había parecido que eras tú —el hombre que se acercaba a ellos tenía el pelo oscuro y estaba muy bronceado. Paula no lo reconoció.


Afortunadamente, la conversación fue interrumpida por la mujer rubia, que se levantó para saludarlo de forma más que amistosa.


—¿Lo has invitado a venir? —preguntó Pedro en voz baja.


—¿Cómo? Pero si no sé quién es…


—No creo que a Jean-Paul le haga gracia haber sido olvidado tan pronto.


—¿Quién es?


—Jean-Paul Moreau.


—¿Quién?


—Tu amante —contestó Pedro, su rostro impenetrable—. El hombre al que eché de nuestra cama hace tres años.