viernes, 27 de noviembre de 2020

VENGANZA: CAPITULO 8

 

Cuando salieron a la calle, Pedro seguía furioso. En silencio, caminaba por el paseo con Paula a su lado, sus tacones repiqueteando sobre el suelo de baldosas.


—Siento lo que ha pasado.


Él se encogió de hombros.


—Tenía que ocurrir tarde o temprano. Y sólo es una cuestión de tiempo que vuelva a ocurrir otra vez.


—¿Qué quieres decir?


—Que otro hombre resurgirá de las cenizas de tu pasado.


—Pero yo no lo recuerdo —protestó Paula.


—¿Y tampoco recuerdas a los otros? Pobres. Casi me dan pena.


Sin embargo, Pedro debía admitir que le satisfacía que no recordase al francés. Especialmente después de lo que pasó…


—Yo sí recuerdo a Jean-Paul Moreau. Lo vi con mis propios ojos y puedo darte detalles de cómo estabas sentada a horcajadas sobre él, tus rodillas en sus caderas, tus pechos saltando arriba y abajo, las sábanas de satén, mis sábanas de satén, arrugadas a vuestro alrededor. Tu piel desnuda como una perla…


—¡Cállate! No quiero oír nada de eso —lo interrumpió Paula.


—Si te digo lo que vi, lo que sigo viendo claramente, quizá eso te ayude a recordar —Pedro sabía que su amargura era evidente, pero quería hacerle daño. Humillarla como ella lo había humillado—. ¿Cuántos hombres como Jean-Paul ha habido en tu vida? ¿Hombres que no recuerdas?


Paula sintió un escalofrío.


—Dime, ¿cuántos más?


—No lo sé. ¡Y deja de hacerme preguntas como si tuvieras algún derecho a hacerlas! —replicó ella—. Te estás comportando como un neandertal.


—¡Un neandertal! ¿Un neandertal?


—Sí, exactamente. Como un gorila…


Pedro clavó los dedos en sus hombros.


—Así que soy un gorila…


Sin decir nada más, inclinó la cabeza y buscó sus labios, hambriento. Acariciaba el interior de su boca con la lengua y un extraño anhelo empezó a crecer dentro de Paula. El deseo que Pedro había encendido con el primer beso volvió con toda su fuerza. ¿Qué le estaba pasando?


Pero Pedro estaba excitado, y eso la hizo sentir cierta euforia. Sus caderas parecían haber desarrollado vida propia y se movían, haciendo círculos, buscándolo.


El ardiente aliento masculino quemaba su boca y empezaron a temblarle las rodillas.


Paula, nerviosa, dio un paso atrás, los tacones de sus zapatos clavándose en la hierba. Pedro la siguió, sus muslos moviéndose contra ella como en una danza erótica, sus bocas devorándose…


El tronco de un árbol detuvo a Paula, pero no a Pedro. Escondidos entre las ramas, siguió besándola, enredando los dedos en su pelo. Sus pechos se hinchaban con las caricias masculinas, los pezones marcándose bajo la tela del vestido.


Cuando Pedro por fin levantó la cabeza, Paula gimió una protesta. En el silencio de la noche, el sonido de sus jadeos era oscuro, ronco, desconocido. El puso las manos a su espalda para soltar las tiras del escote halter y descubrir sus pechos, acariciándolos con manos ardientes, apretando sus pezones con los dedos… Paula se arqueó, tensa al sentir una tormenta de lava ardiente bajos su braguitas.


Poniéndose de puntillas, se frotó contra él, concentrándose en su zona más sensible, la parte que más lo excitaba aunque hubiera un pedazo de tela separándolos. Pero enseguida Pedro separó las piernas para que lo que había bajo el pantalón se colocara justo entre las suyas.


Paula echó la cabeza hacia atrás y siguió frotándose, frotándose hasta que supo que estaba al borde del precipicio. Pedro seguía apretando sus pezones casi con furia y, al notar las embestidas de su lengua, Paula sintió que una corriente eléctrica la recorría de la cabeza a los pies.


Excitada como nunca, dejó escapar un gemido casi inaudible. El punto más sensible de su anatomía encendido como una hoguera cuando empezaron las convulsiones…


Tuvo que apoyarse en el tronco del árbol, mareada y exhausta, su pulso latiendo furiosamente. Las piernas no la sostenían y, si el árbol no la hubiera sujetado, habría caído al suelo.


Pedro levantó la cabeza y apartó la mano de sus pechos, su expresión indescifrable.


—Quizá esto te haya ayudado a recordar.


Cómo lo odiaba. Al oír esas palabras, Paula intentó abrocharse las tiras del vestido, pero le temblaban las manos y, por fin, con un murmullo de impaciencia, tuvo que hacerlo Pedro.


Paula buscaba desesperadamente algo que decir para romper el silencio. ¿Pero qué podía decirle a un hombre que le había dado tal placer sin molestarse en quitarle el vestido o las braguitas siquiera? Y ella, a pesar de odiarlo, había dejado que hiciera lo que quisiera…


Paula tembló, avergonzada de sí misma.


Decirse que lo despreciaba no servía de nada. Había dejado que la tocase, ella misma se había frotado contra él sin vergüenza alguna… no quería ni pensarlo.


Vestido de los pies a la cabeza, Pedro la había tocado con los dedos y la boca y le había dado más placer del que recordaba haber sentido nunca.


Paula quería salir corriendo. Esconderse en alguna parte.


—Iré sola a mi habitación. No tienes por qué acompañarme.


—No, prefiero acompañarte —la voz de Pedro era más fría que el invierno—. Cuanto antes termine tu contrato y te vayas de Strathmos, mejor para los dos.


—Me iré mañana. Y déjame en paz. No quiero tu compañía.



VENGANZA: CAPITULO 7

 


Paula miró al hombre, atónita.


La respuesta de Pedro era lo último que esperaba oír. Pero, a juzgar por su expresión, era la verdad.


No podía ser. Pedro debía de estar equivocado.


Pero antes de que pudiera discutírselo, el fuerte aroma de una colonia masculina la envolvió.


—Chérie, estás más guapa que nunca.


—Hola… Jean-Paul.


—Pensé que no querías saludarme. Me alegra saber que recuerdas a los viejos amigos.


A su lado, Pedro emitió una especie de bufido, pero Paula lo fulminó con la mirada. No quería contarle a Jean-Paul nada sobre su amnesia.


Al menos, todavía no.


Pero encontrarse frente a frente con el hombre que Pedro decía había sido su amante la había dejado sorprendida. Aunque detestaba a Pedro Alfonso, él no tenía razones para mentir sobre su pasado. Y ella tenía que saber más.


Jean-Paul puso un fajo de billetes sobre la mesa y le hizo una seña a la crupier. Y cuando ella le entregó las fichas, empujó un montoncito hacia Paula.


—Para ti, chérie.


La sonrisa de Jean-Paul era desconcertantemente íntima. La sonrisa de un hombre que conocía muy bien a una mujer.


—Gracias, pero ya tengo suficientes. Y vamos a tomar una copa…


Jean-Paul la miró de arriba abajo, una mirada explícita.


—Chérie, tú nunca has tenido suficiente. Venga, apuesta por mí.


—¡Ya está bien! —exclamó Pedro, pasándole un brazo por la cintura con gesto posesivo. Tanto que casi le hacía daño—. Paula no quiere sus fichas.


—Chérie, no te dejes engañar. Alfonso es el mismo hombre que era hace tres años. El trabajo siempre será su primera amante. ¿Eso será suficiente para ti esta vez o irás corriendo a buscarme…?


—¡He dicho que ya está bien! Ha ido demasiado lejos, Moreau. Si vuelvo a verte al lado de Paula, lo echaré de la isla. ¿Me ha entendido?


Jean-Paul se limitó a sonreír.


—Tranquilo. No significa nada… nunca ha significado nada.


Lo último que Paula quería era una escena en medio del casino. Las dos mujeres estaban mirándolos y algunos clientes se habían vuelto al oír voces…


—Pedro…


—Mantenga las distancias, se lo advierto. Ya se lo dije una vez: yo no comparto a mis mujeres —insistió Pedro—. Vamos, Paula


Sin mirar a Jean-Paul, Paula bajó del taburete en el que estaba sentada.


«Mis mujeres». ¿Qué había querido decir con eso? ¿Seguía considerándola suya?




jueves, 26 de noviembre de 2020

VENGANZA: CAPITULO 6

 


Candelabros de cristal colgaban del techo abovedado del club Apolo, el casino reservado para los clientes más importantes, con pinturas de héroes y mitos griegos que Paula conocía bien. Pero el sofisticado ambiente le advertía que las apuestas serían muy altas.


Pedro la llevó a una mesa frente a la que había un grupo de hombres con trajes de chaqueta de diseño italiano y dos mujeres, una rubia y una morena, enjoyadas de arriba abajo. Allí no hablaba nadie. Sólo el sonido de las fichas chocando entre sí rompía el solemne silencio.


Pedro colocó un fajo de billetes sobre la mesa y la elegante crupier, con un vestido negro hasta los pies, le entregó un montón de fichas.


—Son para ti.


—No puedo jugarme esa cantidad de dinero —protestó Paula.


—Antes eso no te preocupaba.


—¿Y si lo pierdo todo?


—Habrá más, no te preocupes.


¿Y qué esperaría él a cambio? ¿Sexo? Obviamente, eso era lo que había ocurrido en el pasado.


—¡No! He olvidado cómo se hace esto. No recuerdo las reglas…


—Inténtalo.


Pedro, no quiero hacerlo.


—Muy bien. Veremos si puedo penetrar el velo de esa memoria de otra manera. Quédate con las fichas, por si quieres jugar más tarde…


—No me apetece jugar esta noche.


—¿Te apetece una copa?


Paula asintió con la cabeza. Tan cerca, podía ver las arruguitas que tenía alrededor de los ojos, el brillo que había en ellos…


—¿Paula? —oyó una voz masculina.


Sorprendida, volvió la cabeza.


—Me había parecido que eras tú —el hombre que se acercaba a ellos tenía el pelo oscuro y estaba muy bronceado. Paula no lo reconoció.


Afortunadamente, la conversación fue interrumpida por la mujer rubia, que se levantó para saludarlo de forma más que amistosa.


—¿Lo has invitado a venir? —preguntó Pedro en voz baja.


—¿Cómo? Pero si no sé quién es…


—No creo que a Jean-Paul le haga gracia haber sido olvidado tan pronto.


—¿Quién es?


—Jean-Paul Moreau.


—¿Quién?


—Tu amante —contestó Pedro, su rostro impenetrable—. El hombre al que eché de nuestra cama hace tres años.



VENGANZA: CAPITULO 5

 


—¿Cómo nos conocimos? —sentada frente a Pedro en una esquina del restaurante El Vellocino De Oro, con un plato de calamares a la plancha delante de ella, Paula estaba decidida a descubrir la verdad.


—En el festival de cine de Cannes —contestó él—. Pensé que eras una actriz.


Eso explicaría ciertas cosas. Pedro nunca antes había salido con una bailarina exótica.


—¿Y qué pasó después?


—Eras preciosa, divertida… Yo disfrutaba mucho de tu compañía, así que te invité a pasar un fin de semana en La Caverna de Poseidón —contestó Pedro, nombrando uno de sus más famosos hoteles—. Tú aceptaste. Y cuando tuve que venir a Strathmos por un asunto de negocios, viniste conmigo. Después de todo, es aquí donde vivo la mayor parte del año.


Y entonces sonrió. Con una sonrisa que transformó su rostro, suavizando sus rasgos por primera vez.


Paula dejó el cuchillo y el tenedor sobre el plato y se movió en la silla, incómoda. Que todo hubiera sido tan fácil para él la molestaba.


—Y me diste un trabajo en el hotel, ¿no?


—¿Quieres postre?


—No, gracias.


—¿Café?


Ella negó con la cabeza, impaciente.


Pedro se levantó entonces y apartó amablemente su silla.


—Era mucho menos sofisticado trabajar que ser la novia del jefe —le dijo al oído—. Y tú me hiciste creer que te estabas tomando un descanso de los escenarios.


—¿Cómo?


—No supe que eras una bailarina exótica hasta un mes después de conocerte.


Paula lo miró, sorprendida.


—¿No te lo dije?


—No. Estabas encantada en Strathmos, y supongo que pensaste que era mejor esconderme eso hasta que fuese inevitable decirme la verdad.


—¿No me marché de aquí por decisión propia?


—¿Por qué ibas a hacerlo? Lo tenías todo. Un hotel maravilloso en el que vivir, una tarjeta de crédito sin límite… y unas relaciones sexuales que parecían satisfacerte.


Paula caminó a toda prisa hacia la puerta, sin fijarse en un hombre de pelo oscuro que la saludaba con la mano.


—De modo que no trabajaba…


—Si lo que quieres decir es que ya no bailabas medio desnuda en un bar, no. Ya no trabajabas. En lugar de eso, me tenías a mí.


—Te tenía a ti —repitió ella—. ¿Y que conseguías tú a cambio?


—Tener a una mujer guapa en mi cama.


—Y supongo que no se te ocurrió pensar que quizá yo quería algo más.


—¿Algo más?


—Una carrera…


—Tu carrera era ser mi amante. Ir de fiesta, recorrer los mejores hoteles del mundo… No necesitabas trabajar. Te aseguro que hacer las cosas a mi manera era mejor para ti.


«A mi manera». Paula tenía la impresión de que en el mundo de Pedro Alfonso todo se hacía a su manera.


—¿Me querías?


—¿Quererte? —repitió él, sorprendido.


—Sí. ¿Me querías o lo único que te interesaba era tenerme en tu cama?


—Mira, Paula, lo nuestro no tenía nada que ver con el amor. Éramos dos adultos que lo pasaban bien juntos. En fin, no éramos precisamente Romeo y Julieta.


—Si hubiéramos sido Romeo y Julieta, habríamos muerto al final —dijo Paula, con los dientes apretados.


—¿Por qué te enfadas? Lo que quiero decir es que no éramos dos crios que se creían enamorados.


—¿Yo te quería? —preguntó ella entonces.


—¿Por qué esa fijación con el amor? —exclamó Pedro—. Desde luego, nunca dijiste que me quisieras. No estabas conmigo por amor. Y yo tampoco.


Paula se mordió los labios.


—No puedo creerlo. Yo no habría vivido esa clase de vida a menos que hubiera estado enamorada de ti. Va en contra de todo aquello en lo que creo…


Pedro hizo una mueca de incredulidad.


—Pues nunca dijiste que me quisieras. Y si eso es lo que crees ahora, es que has cambiado.


—Quizá sea así.


—Paula… —empezó a decir Pedro, poniendo una mano en su brazo—. Yo te acepté tal y como eras. Hasta que me resultó imposible.


—¿Por qué?


—¿De verdad no te acuerdas?


—¡No! —exclamó ella, angustiada—. ¿Qué estoy haciendo? —suspiró luego, enterrando la cara entre las manos.


—Intentando recuperar la memoria, creo. Y quizá esto te ayude —murmuró Pedro. Su voz sonaba extrañamente ronca, y eso llamó su atención.


Paula levantó la cabeza. Él estaba cerca, más cerca de lo que pensaba, y su corazón se aceleró.


—¿Sí?


Pedro entendió. Significaba «sí» a muchas más cosas. Incluso a lo que ella más temía.


En cuanto sus labios la rozaron, Paula supo que su vida no volvería a ser la misma. Aquel beso estaba lleno de fuego, de pasión. El roce de su lengua provocó una especie de corriente eléctrica. Adrenalina. Y algo mágico.


Paula contuvo el aliento. No se movía para que la magia no desapareciera… y cuando Pedro introdujo la lengua en su boca, cerró los ojos y se abandonó.


Al sentir los dedos de Pedro Alfonso acariciando sus hombros, sus terminaciones nerviosas se volvieron locas. Debió de ser eso porque, sin pensar, se apretó contra él hasta notar el indiscutible bulto de su erección a través de la suave tela del vestido. Fue una sorpresa… una señal de que el magnate había perdido el control. Y eso era increíblemente satisfactorio.


Hubiera ocurrido lo que hubiera ocurrido en el pasado, Pedro la deseaba como un loco.


—¿Te acuerdas de esto?


Paula negó con la cabeza.


—Creo que los dos deberíamos calmarnos un poco —suspiró él entonces—. Vamos al casino… antes te gustaba.


—Muy bien —consiguió decir Paula, aunque le temblaban las rodillas.



VENGANZA: CAPITULO 4

 


¡Paula le había dado plantón!


Y ni siquiera se había molestado en decírselo ella misma. Le había dejado el recado a su compañera de camerino. La rabia que había sentido al saber que Paula Chaves estaba en Strathmos, viviendo y trabajando en uno de sus hoteles, lo abrumó de nuevo.


Paula decía haber perdido la memoria. ¿Cómo había ocurrido y qué tenía eso que ver con él? ¿Y por qué había vuelto a la isla?


Pedro miró hacia el escenario, el escote del vestido impreso en su memoria. No quería aceptar que no había dejado de pensar en ella desde que la vio en la playa. Y ahora Paula lo dejaba plantado deliberadamente…


Furioso, se levantó, abandonando en la mesa la botella de Bollinger que había pedido, ya que a Paula siempre le había gustado el champán, y fue a buscarla.


Pero no estaba en su camerino. Y tampoco estaba en el bar. Ni en la plaza que daba entrada al teatro.


Pero cuando iba a entrar de nuevo, vio una solitaria figura dirigiéndose a la playa…


Inclinando los hombros para neutralizar la fuerza del viento que se había levantado, Pedro aceleró el paso. Con ese pelo rojo era fácil localizar a Paula Chaves aunque fuese en vaqueros.


—Si le doy una orden a un empleado, espero que sea obedecida —le dijo, cuando llegó a su lado.


Paula se dio la vuelta.


—Pensé que era una invitación. Una que yo no había aceptado, por cierto.


—Ni rechazado.


—Dame una buena razón para que tome una copa contigo.


Él parpadeo. Normalmente, las mujeres no dudaban en aceptar su invitación. De hecho, incluso se colaban en fiestas para verlo.


—Porque quiero hablar contigo.


—¿De qué? —preguntó Paula.


—De esa supuesta pérdida de memoria.


—No es verdad. Me habías invitado a una copa antes de saberlo.


Era cierto. Lo que Pedro quería saber era por qué había ido a Strathmos. Tenía que ser por algo más que por el dinero. El instinto le decía que tenía algo que ver con esa supuesta amnesia. No quería admitir que le tocaba el orgullo que no se acordase de él.


¿O sería una trampa? ¿Sería la amnesia una mentira para no tener que enfrentarse con su traición? ¿O un último esfuerzo por hacer que se interesase por ella de nuevo?


—¿Has olvidado que coqueteaste con todos los hombres que se cruzaban contigo, tuvieran dieciocho u ochenta años, en el Baile de la Rosa? ¿No recuerdas lo que hubo entre nosotros?


—¿Tan difícil te resulta aceptar eso? Tengo amnesia.


—Ah, qué conveniente.


Paula intentó decir algo, pero no le respondía la voz. De modo que se encogió de hombros.


—¿Qué tipo de amnesia?


—¿Eso importa? El hecho es que no puedo recordar nada de lo que pasó hace tres años. Es sólo… un borrón.


—Eso explica que hayas tenido la poca vergüenza de volver.


—No es fácil para mí estar aquí, te lo aseguro. Pero tengo que averiguar cosas sobre mi vida. Cómo era antes… Es muy raro, porque recuerdo muchas cosas de antes de conocerte. Casi todo, creo. Y sé lo que pasó… después. Es el tiempo que estuvimos juntos lo que no recuerdo.


—¿Y como ha pasado eso? ¿Tuviste un accidente, te diste un golpe en la cabeza? ¿Qué han dicho los médicos? ¿Saben si algún día recuperarás la memoria?


—No lo sé y no quiero hablar de ello —contestó Paula—. Me molesta.


Pedro dejó escapar un suspiro.


—Sí, lo entiendo. Debe de dar un poco de miedo.


No tanto como él. Incluso cuando se mostraba amable, como ahora, daba una sensación de… peligro.


Paula sintió un escalofrío. Pedro no seguiría siendo amable mucho tiempo. Era un hombre duro, decidido, despiadado. Un hombre que trabajaba como nadie, una leyenda.


—Cena conmigo.


La inesperada invitación sorprendió a Paula.


—No sé…


—¿Por qué no? ¿Tanto miedo te doy?


—No me asustas en absoluto —contestó ella.


—Pues demuéstralo cenando conmigo.


Un reto. Qué infantil. La oscura intensidad de su mirada le dijo que no estaba preparada para cenar con él, pero no tenía elección si quería averiguar todo lo que se había propuesto averiguar.


—No, esta noche. Es muy tarde.


Él iba a decir algo cuando sonó su móvil. Pedro murmuró una disculpa mientras lo sacaba del bolsillo y empezó a hablar en griego…


—¿Mañana por la noche? —le preguntó, después de colgar.


—Muy bien, mañana cenaré contigo —asintió Paula.



miércoles, 25 de noviembre de 2020

VENGANZA: CAPITULO 3

 


Paula salió al escenario sin dejar de pensar en Pedro Alfonso. Pero tenía que calmarse. Tenía que apartar de su mente la turbadora escena del camerino.


La charla de los espectadores terminó en cuanto la luz del foco central cayó sobre ella. Para entonces, la mayoría de los clientes había terminado de cenar y, siendo viernes por la noche, el local estaba lleno.


Por un momento, los nervios se le agarraron al estómago. Pero enseguida dio un paso adelante. Aquél era un sitio que le gustaba. Un sitio especial donde su voz, su mente y su cuerpo se mezclaban con la música.


Sólo al final de la segunda canción vio el rostro de Pedro entre la gente. Estaba solo y su mirada no revelaba nada.


Paula tembló al pensar que después tendría que tomar una copa con él. El recuerdo de lo que había sentido en la playa cuando la tocó. Y el miedo que le daba aquel hombre…


Apartando la mirada, Paula siguió intentando que el público disfrutase de sus canciones. Al final, durante la última nota, todos se quedaron un momento en silencio y luego empezaron a aplaudir. Paula les lanzó un beso e hizo una reverencia, la larga melena cayendo sobre su cara. Cuando se incorporó, apartándose el pelo de la cara, los aplausos se convirtieron en silbidos de admiración y peticiones de bis.


—Muy bien. Una composición de Andrew Lloyd Webber, una de mis favoritas. Si alguna vez han perdido a alguien, esta canción es para ustedes.


Paula empezó a cantar Memory. Su voz atravesaba la sala, clara y pura. Apenas se dio cuenta de que la gente contenía el aliento pero, cuando llegó a la nota final, el público se volvió loco.


Sonriendo, Paula volvió a saludar. Pero no podía dejar de mirar a Pedro… pensando en la letra de la canción. Un nuevo día. Sus ojos se encontraron y la sonrisa de Paula desapareció.


No habría un nuevo día para ellos. El pasado era una barrera infranqueable.


Paula estaba temblando cuando llegó al camerino. Sentía como si acabara de tener una pelea a dos asaltos con Rocky Balboa. Lucie, su compañera, había vuelto y estaba tumbada en el sofá.


—El jefe quiere verte —le dijo.


—¿Mauricio?


—No, el jefazo. Pedro Alfonso. Me ha dicho: «Recuérdale que quiero tomar una copa con ella». No me habías dicho nada sobre esa invitación.


Paula debería haber sabido que Pedro no iba a dejarla escapar. Que querría una explicación después de la bomba que había soltado antes de salir del camerino.


—Vino a verme unos minutos antes de salir al escenario —Lucie no sabía nada sobre su relación con Pedro, y ella no pensaba contárselo—. Pero estoy agotada.


En realidad, estaba asustada por su propia reacción. Lo último que quería era sentir algo por Pedro Alfonso. Y necesitaba tiempo para lidiar con esa inesperada complicación.


Cuando se enfrentase con él sería en sus términos, en su espacio. No en territorio del magnate griego.


—Así que puedes decirle que hoy no me apetece —terminó.


Rechazarlo sería lo mejor. Eso haría que Pedro quisiera verla desesperadamente.


—Paula, no seas tonta. En los ocho meses que llevo trabajando aquí, Pedro Alfonso no ha invitado a nadie a una copa. ¿Y tú te niegas? —Lucie se levantó del sofá y empezó a pasear por el camerino.


—Estoy cansada.


—No te entiendo. Esta vez ni siquiera ha venido a Strathmos con una mujer. Dicen que ha roto con… —Lucie mencionó el nombre de una conocida modelo—. ¿Por qué no pruebas suerte? Evidentemente, está interesado por ti.


Paula no se molestó en contestar. Tomó unas toallitas limpiadoras y empezó a quitarse el maquillaje a toda prisa. Pedro iría a buscarla, y ella no tenía intención de estar allí.


Unos segundos después, Lucie salió del camerino murmurando algo sobre la suerte que tenían las demás.


Pero Paula sabía que la invitación de Pedro no tenía nada que ver con la suerte. Su reacción en la playa había dejado bien claro que no quería verla allí.


Y ella debía ir con pies de plomo. 


Llevaba un año intentando ponerse en contacto con él y, por fin, había conseguido un contrato para trabajar en Strathmos.


Sólo tenía dieciocho días para descubrir lo que quería y para encontrar la forma de hacerlo pagar por todo el dolor que le había causado. De modo que no podía dejarse asustar por el roce de su mano.




VENGANZA: CAPITULO 2

 


Media hora después, llevando sólo unas braguitas y una camisola de seda, Paula estaba frente al espejo del camerino que compartía con Lucie La Vie, una cómica que hacía un número en uno de los bares anexos al teatro Electra.


Encontrarse con Pedro Alfonso en la playa había sido una sorpresa. Ni siquiera sabía que hubiese vuelto a Strathmos. Ella llevaba una semana allí, esperándolo y temiendo el encuentro. Quería estar preparada… vestida para la ocasión. Quería enseñarle lo que se estaba perdiendo. En lugar de eso, iba en pantalón corto, sin maquillaje y con las piernas llenas de arena. Y, desde luego, no había esperado quedarse sin palabras.


Mirándose al espejo, Paula se preguntó qué pensaría Pedro de la transformación. El maquillaje le daba a su piel una perfección falsa, escondiendo las pecas que cubrían su nariz. El maquillaje de ojos acentuaba su mirada, y el carmín rojo, la sensualidad de sus labios.


Pedro le gustaban las mujeres bellas y exóticas. Sus amantes más recientes habían sido modelos famosas. Y, según decían las revistas que había estudiado, seguía sin sentar la cabeza.


Paula se examinó frente al espejo. Estaba guapísima, exótica. Y Pedro estaría entre el publico, examinándola.


Su plan tendría que…


Un golpecito en la puerta interrumpió sus pensamientos.


—Diez minutos, Paula.


—Ah, gracias —murmuró ella, pasándose una mano por el pelo para intentar sujetar los salvajes rizos. No recordaba la última vez que un hombre le había acariciado el pelo…


Entonces recordó la mano de Pedro en su brazo, sus largos dedos…


Un segundo después la puerta se abrió y Pedro Alfonso entró en el camerino con la fuerza y la energía de un huracán.


—¡No puedes entrar aquí! —exclamó Paula, conteniendo el deseo de taparse con las manos. A pesar del escote, la camisola escondía todo lo que tenía que esconder.


Pedro cerró la puerta y se cruzó de brazos.


—No te preocupes. No voy a ver nada que no haya visto antes.


Paula tragó saliva. Era un hombre magnífico. La chaqueta blanca parecía hecha a medida. Su pelo brillaba como el oro viejo y sus ojos, de color turquesa, lanzaban destellos. Era un hombre seguro de sí mismo, millonario y poderoso.


Y aquél era el hombre al que pensaba darle una lección que nunca podría olvidar…


—¿Qué quieres?


—Que tomes una copa conmigo después del espectáculo.


Paula intentó esconder su satisfacción. Sí, había merecido la pena ir a Strathmos. Unos años antes Pedro Alfonso la había impresionado con su personalidad y su atractivo mediterráneo. Pero ya no le interesaban nada los tipos dominantes.


Sin embargo, no quería aceptar enseguida. No quería que Pedro perdiese interés. Y tampoco debía olvidar por un momento cuál era su objetivo.


—¿Te importa esperar fuera hasta que me haya vestido?


Pedro frunció el ceño y Paula sonrió. Era un hombre acostumbrado a la admiración, la adulación, a que las mujeres cayeran rendidas a sus pies. Pero ella no lo haría.


—He venido al Palacio de Poseidón a cantar —le recordó.


—¿Sólo a cantar? Yo no estoy tan seguro. Quizá has mentido antes. Quizá quieres volver a mi cama…


—Ya te he dicho que no.


—¿No te gustaría volver a vivir a lo grande, como antes?


Qué arrogante era. Paula se dio la vuelta y lo fulminó con la mirada. Pero era tan alto que tuvo que inclinar la cabeza hacia atrás.


—Hablas como si hubiera sido una mantenida. Pero entonces también trabajaba para ti.


—¿Compartir mi cama durante seis meses era un trabajo?


De nuevo, Paula sintió el deseo de taparse, de comprobar que la camisola no revelaba sus oscuros pezones. Nerviosa, se levantó para ir a una esquina del camerino, donde había varios trajes colgados de un biombo.


De espaldas a Pedro, se puso un vestido de lentejuelas rojas. Y cuando se volvió, la expresión en el rostro del hombre la dejó sin habla.


Pedro también estaba sin habla. El vestido abrazaba sus curvas como un amante apasionado y el escote era tan provocativo…


—Mi carrera siempre ha sido importante para mí.


Y la fama también, seguramente.


—Si tú lo dices… pero yo diría que eso cambió cuando conseguiste lo que querías.


—¿Y qué es lo que quería?


—Un hombre rico que pudiera darte todos los caprichos. Una tarjeta de crédito sin límite para comprar ropa, joyas… —Pedro miró entonces el topacio que Paula llevaba en el dedo meñique de la mano izquierda—. Elegiste ese anillo en Mónaco. ¿No te acuerdas?


—No, me temo que no —contestó ella, sacando un par de guantes de encaje negro de un cajón.


Al otro lado de la puerta, Mauricio Lyme, el gerente del teatro, la llamó.


—Tengo que irme —dijo Paula.


—Espera, esta conversación no ha terminado. Claro que te acuerdas. Esa noche fuimos al Baile de la Rosa y coqueteaste con todos los hombres que se cruzaban en tu camino…


¿Hombres? ¿Qué hombres?


—Eso no es verdad…


—¿Ha habido tantos hombres que ya no distingues a unos de otros? Esa noche llevabas puesto ese anillo… un anillo que yo te regalé. ¿No te acuerdas de eso? —le preguntó Pedro, irónico—. Pero seguro que te acuerdas de lo que pasó en la cama después.


A Paula se le encogió el estómago. Fuera, Mauricio volvió a llamarla.


—No me acuerdo —repitió, abriendo la puerta—. No recuerdo nada de esa noche en el Baile de la Rosa. Y no recuerdo nada sobre ti. He perdido la memoria, Pedro.