—¿Cómo nos conocimos? —sentada frente a Pedro en una esquina del restaurante El Vellocino De Oro, con un plato de calamares a la plancha delante de ella, Paula estaba decidida a descubrir la verdad.
—En el festival de cine de Cannes —contestó él—. Pensé que eras una actriz.
Eso explicaría ciertas cosas. Pedro nunca antes había salido con una bailarina exótica.
—¿Y qué pasó después?
—Eras preciosa, divertida… Yo disfrutaba mucho de tu compañía, así que te invité a pasar un fin de semana en La Caverna de Poseidón —contestó Pedro, nombrando uno de sus más famosos hoteles—. Tú aceptaste. Y cuando tuve que venir a Strathmos por un asunto de negocios, viniste conmigo. Después de todo, es aquí donde vivo la mayor parte del año.
Y entonces sonrió. Con una sonrisa que transformó su rostro, suavizando sus rasgos por primera vez.
Paula dejó el cuchillo y el tenedor sobre el plato y se movió en la silla, incómoda. Que todo hubiera sido tan fácil para él la molestaba.
—Y me diste un trabajo en el hotel, ¿no?
—¿Quieres postre?
—No, gracias.
—¿Café?
Ella negó con la cabeza, impaciente.
Pedro se levantó entonces y apartó amablemente su silla.
—Era mucho menos sofisticado trabajar que ser la novia del jefe —le dijo al oído—. Y tú me hiciste creer que te estabas tomando un descanso de los escenarios.
—¿Cómo?
—No supe que eras una bailarina exótica hasta un mes después de conocerte.
Paula lo miró, sorprendida.
—¿No te lo dije?
—No. Estabas encantada en Strathmos, y supongo que pensaste que era mejor esconderme eso hasta que fuese inevitable decirme la verdad.
—¿No me marché de aquí por decisión propia?
—¿Por qué ibas a hacerlo? Lo tenías todo. Un hotel maravilloso en el que vivir, una tarjeta de crédito sin límite… y unas relaciones sexuales que parecían satisfacerte.
Paula caminó a toda prisa hacia la puerta, sin fijarse en un hombre de pelo oscuro que la saludaba con la mano.
—De modo que no trabajaba…
—Si lo que quieres decir es que ya no bailabas medio desnuda en un bar, no. Ya no trabajabas. En lugar de eso, me tenías a mí.
—Te tenía a ti —repitió ella—. ¿Y que conseguías tú a cambio?
—Tener a una mujer guapa en mi cama.
—Y supongo que no se te ocurrió pensar que quizá yo quería algo más.
—¿Algo más?
—Una carrera…
—Tu carrera era ser mi amante. Ir de fiesta, recorrer los mejores hoteles del mundo… No necesitabas trabajar. Te aseguro que hacer las cosas a mi manera era mejor para ti.
«A mi manera». Paula tenía la impresión de que en el mundo de Pedro Alfonso todo se hacía a su manera.
—¿Me querías?
—¿Quererte? —repitió él, sorprendido.
—Sí. ¿Me querías o lo único que te interesaba era tenerme en tu cama?
—Mira, Paula, lo nuestro no tenía nada que ver con el amor. Éramos dos adultos que lo pasaban bien juntos. En fin, no éramos precisamente Romeo y Julieta.
—Si hubiéramos sido Romeo y Julieta, habríamos muerto al final —dijo Paula, con los dientes apretados.
—¿Por qué te enfadas? Lo que quiero decir es que no éramos dos crios que se creían enamorados.
—¿Yo te quería? —preguntó ella entonces.
—¿Por qué esa fijación con el amor? —exclamó Pedro—. Desde luego, nunca dijiste que me quisieras. No estabas conmigo por amor. Y yo tampoco.
Paula se mordió los labios.
—No puedo creerlo. Yo no habría vivido esa clase de vida a menos que hubiera estado enamorada de ti. Va en contra de todo aquello en lo que creo…
Pedro hizo una mueca de incredulidad.
—Pues nunca dijiste que me quisieras. Y si eso es lo que crees ahora, es que has cambiado.
—Quizá sea así.
—Paula… —empezó a decir Pedro, poniendo una mano en su brazo—. Yo te acepté tal y como eras. Hasta que me resultó imposible.
—¿Por qué?
—¿De verdad no te acuerdas?
—¡No! —exclamó ella, angustiada—. ¿Qué estoy haciendo? —suspiró luego, enterrando la cara entre las manos.
—Intentando recuperar la memoria, creo. Y quizá esto te ayude —murmuró Pedro. Su voz sonaba extrañamente ronca, y eso llamó su atención.
Paula levantó la cabeza. Él estaba cerca, más cerca de lo que pensaba, y su corazón se aceleró.
—¿Sí?
Pedro entendió. Significaba «sí» a muchas más cosas. Incluso a lo que ella más temía.
En cuanto sus labios la rozaron, Paula supo que su vida no volvería a ser la misma. Aquel beso estaba lleno de fuego, de pasión. El roce de su lengua provocó una especie de corriente eléctrica. Adrenalina. Y algo mágico.
Paula contuvo el aliento. No se movía para que la magia no desapareciera… y cuando Pedro introdujo la lengua en su boca, cerró los ojos y se abandonó.
Al sentir los dedos de Pedro Alfonso acariciando sus hombros, sus terminaciones nerviosas se volvieron locas. Debió de ser eso porque, sin pensar, se apretó contra él hasta notar el indiscutible bulto de su erección a través de la suave tela del vestido. Fue una sorpresa… una señal de que el magnate había perdido el control. Y eso era increíblemente satisfactorio.
Hubiera ocurrido lo que hubiera ocurrido en el pasado, Pedro la deseaba como un loco.
—¿Te acuerdas de esto?
Paula negó con la cabeza.
—Creo que los dos deberíamos calmarnos un poco —suspiró él entonces—. Vamos al casino… antes te gustaba.
—Muy bien —consiguió decir Paula, aunque le temblaban las rodillas.
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