lunes, 9 de noviembre de 2020

CORAZON SOLITARIO: CAPÍTULO 49

 


Querían que vendiera la casa.


Bueno, eso no le sorprendió. Llevaban años diciéndole que era demasiado grande para ella, que resultaba muy caro mantenerla…


Paula no pensaba venderla, pero sus hermanos tenían ya un comprador. Y un contrato en la mano para que lo firmara.


Martin le ofreció su bolígrafo dorado, el que solía guardar con tanto celo.


—Firma ahí y ahí.


—Pero tengo que pensármelo…


Los dos hombres se miraron.


—Ésta es una oportunidad única, Paula. Nunca van a ofrecerte esa cantidad de dinero.


Seguramente tuvieran razón. La cantidad era obscena.


—Y no tendrás que volver a trabajar nunca. Además, así harías algo por el pueblo —dijo Francisco.


—Exactamente —asintió Martin—. Este pueblo se muere de asco.


—¿Se muere de asco? ¿Desde cuándo?


No estaban proponiendo derribar Geraldine's Gardens para construir un rascacielos, sino un exclusivo balneario, pero…


—Será bueno para ti y para la comunidad. Y para nosotros.


—¿Para vosotros también?


—Para empezar, estaremos más tranquilos sabiendo que tú tienes dinero en el banco —dijo Francisco—. Te lo mereces después de cómo cuidaste de papá.


—Eres nuestra hermana pequeña, queremos que seas feliz —añadió Martin.


—¿Y para qué contratasteis un camión de mudanzas?


—Porque quieren empezar las reformas inmediatamente y no pensamos que pusieras ninguna objeción. Los muebles iban a ir a un guardamuebles, Pau.


La única persona en el mundo que la llamaba Pau era su padre. La única.


—Tengo que darle la medicación a la señora Pengilly.


Cuando salió del salón, Paula se apoyó en la pared del pasillo, intentando respirar. Lo único que tenía que hacer era firmar y serían una familia feliz, se dijo.


Pero, por alguna razón, esa imagen aparecía borrosa.


¿Cuándo habían decidido todo aquello? ¿Y por qué lo habían hecho a sus espaldas?


Iba a darle la medicación a la señora Pengilly cuando sonó el timbre. Pero cuando fue a abrir, vio a su vecina en el pasillo.


—Espero que no te importe. He pedido refuerzos.


La señora Pengilly abrió la puerta y Paula se quedó boquiabierta al ver a una representación de los vecinos de Buchanan's Point.


—¿Pero…? ¿Qué hacéis aquí?


Julio sonrió.


—Sólo queremos estar seguros de que tienes toda la información que necesitas.


—Es nuestro pueblo —añadió el señor Piper—. Tu decisión nos afectará a todos.


—¡Paula! —gritó Martin—. Líbrate de ellos.


—Son mis amigos y quiero que estén aquí —Paula se dio la vuelta para mirar a sus vecinos—. ¿Todos sabéis lo de la propuesta de compra?


—Sí —contestó Julio.


No le sorprendía. En Buchanan's Point todos se conocían. Y todo el mundo ayudaba a todo el mundo en momentos de necesidad.


—No quieren construir un rascacielos, sino un balneario muy exclusivo.


—Lo que decidas hacer con Geraldine's Gardens es cosa tuya, Paula. Lo que queremos es que sepas toda la verdad.


—¿Qué verdad?


—Que la empresa de Martin llevará la contabilidad del balneario si consigue convencerte para que vendas. Y que la firma de Francisco conseguirá el contrato para la construcción.


—No es ningún secreto —dijo éste, ofendido—. Estábamos contándoselo a Paula ahora mismo…


—No, no me habíais contado nada de eso —lo interrumpió su hermana.


Por alguna razón, Martin y Francisco siempre habían sentido que se les debía algo. Si firmaba el contrato, ¿pensarían por fin que estaban recibiendo lo que era suyo? Aunque no lo fuera.


—¿Qué quieres hacer, Paula? —preguntó Julio.



CORAZON SOLITARIO: CAPÍTULO 48

 


Paula apartó la taza del brazo del sillón cuando la señora Pengilly empezó a quedarse dormida. En ese momento sonó el timbre y, después de comprobar que su invitada no se había despertado, se acercó a la puerta intentando no hacer ruido.


Martin y Francisco estaban en el porche con cara de pocos amigos.


—Has cambiado la cerradura.


—Como no me habéis dejado una llave de la cerradura nueva, he tenido que cambiarla. ¿Qué otra cosa podía hacer?


—Podías haber avisado —respondió Francisco, entrando sin esperar invitación.


—No puedo dejar un sitio como Geraldine's Gardens abierto. Y yo tengo cosas que hacer.


—Pero…


—¿Sí?


—Tenemos buenas noticias —dijo Martin.


—¿Buenas noticias? Ah, qué bien, a mí me encantan las buenas noticias. Pero será mejor que paséis al salón. La señora Pengilly está durmiendo en el cuarto de estar…


—¿Qué hace aquí?


—Es mi amiga. Eso es lo que hace aquí. ¿Algún problema?


—No, no.


Martin y Francisco intercambiaron una mirada y a Paula se le encogió el corazón. Sabía que no iban a gustarle esas buenas noticias.




CORAZON SOLITARIO: CAPÍTULO 47

 


Molly llevaba dos días llorando y arañando la puerta de la cabaña. Y Pedro se dio cuenta entonces de que ya no era su perra, sino la perra de Paula.


Había intentado cambiar las cabañas, decorarlas, darles un toque alegre… pero era un desastre. Todo le había salido mal. Y la cara de tristeza de Molly no ayudaba nada.


Por fin, desesperado, guardó un par de cosas en una bolsa de viaje, metió a Molly en el coche y se dirigió a Martin's Gully.


Cuando llegó a la tienda de alimentación, encontró a Luciana y a Camilo charlando junto a la caja registradora.


—Vengo a deciros que voy a ir a ver a Paula a Buchanan's Point.


—Ah, muy bien —sonrió Camilo, señalando una maleta que había a su lado—. Así podrás llevarme.


—Y a mí —dijo Luciana, colgándose una bolsa al hombro.


Pedro miró de uno a otro, estupefacto.


—¿Por qué? ¿Ha pasado algo?


—No, Paula está bien —suspiró Luciana, tomándolo del brazo—. Te lo contaré en el coche.


Sin decir una palabra más, Pedro tomó las maletas y las metió en el todoterreno.


Ya habría tiempo para explicaciones por el camino.



domingo, 8 de noviembre de 2020

CORAZON SOLITARIO: CAPÍTULO 46

 


Paula miró el reloj: la una. Suspirando, volvió a llamar por teléfono.


—Hola, Rita, soy Paula otra vez.


—Lo siento —se disculpó la secretaria de su hermano—. Martin sigue en una reunión.


—Es la quinta vez que llamo.


—Lo sé. Y lo siento. Pero ha jurado que te llamaría por la noche… o mañana como muy tarde.


—Gracias.


Había llamado al móvil de Francisco, pero estaba desconectado. Y sospechaba que su hermano lo había apagado a propósito para no hablar con ella.


Quizá si hubiera dormido mejor la noche anterior, podría soportar aquella situación. Pero cada vez que cerraba los ojos veía la imagen de Pedro


Había perdido la cuenta de las veces que tomó el teléfono para llamarlo y volvió a colgar. Si llamaba para decir que había llegado bien, él diría: «¿Y a mí qué?».


En realidad, seguramente no lo haría, pero le apetecería hacerlo. Y ella no quería eso.


Lo que ella quería era imposible.



CORAZON SOLITARIO: CAPÍTULO 45

 


Paula abrió la puerta.


—Vaya, qué rápido. Siento haber tenido que llamarte con tanta urgencia, Sergio.


Después de entrar en casa, había descubierto lo afortunada que era. Porque Martin y Francisco habían cambiado la cerradura. Si hubiera llegado cuando sus hermanos no estaban allí, no habría podido entrar.


En su propia casa.


—No pasa nada —sonrió el joven, dejando la caja de herramientas en el suelo—. Cuando es una cuestión de seguridad, a los cerrajeros no nos importa la hora que sea.


Paula sonrió.


—¿Es que hacéis un juramento hipocrático o algo así?


No debería haberlo dicho. Porque eso le había recordado a Pedro. Aunque, en realidad, todo le recordaba a Pedro.


—Me alegro de que hayas vuelto, Paula. La gente estaba preocupada…


—Lo sé. Julio me llamó —suspiró ella—. Sergio, ¿mis hermanos te pidieron que cambiases la cerradura?


—No, qué va. Contrataron a un cerrajero de Diamond Head. Yo no lo habría hecho sin contar contigo.


—Gracias.


—Pero al otro cerrajero le pareció muy raro que le hicieran un encargo en Buchanan's Point y me llamó por teléfono.


—¿Mis hermanos le dijeron por qué querían cambiar la cerradura?


—El mayor… ¿cómo se llama?


—Martin.


—Martin dijo que había perdido la llave y no quería arriesgarse a que alguien entrase en la casa.


Paula se mordió los labios.


—Podría estar diciendo la verdad.


—Sí, claro —murmuró Sergio.


Pero se daba cuenta de que no lo creía. Como no lo creía ella. Pedro la había advertido…


Y no había querido escucharlo.





CORAZON SOLITARIO: CAPÍTULO 44

 


Molly se negaba en redondo a moverse de la cabaña. A menos que la sacara a la fuerza, la perrita iba a quedarse allí.


Y Pedro no quería tener que sacarla a la fuerza. En realidad, no quería hacer nada. Como Molly, había perdido hasta el apetito tras la partida de Paula. Y, al final, los dos durmieron en su cabaña.


Aunque ni siquiera era de noche, Pedro abrió el sofá-cama y se quedó mirando al techo, preguntándose si habría llegado a casa.


¿Por qué no le había pedido que lo llamara?


Molly suspiró y él le acarició las orejas, pensativo. Paula se había ido llevándose con ella los colores. Pero a él le gustaría volver a verlos. Le gustaría ver cortinas alegres en las ventanas, alfombras en el suelo, cuadros en las paredes…


Al día siguiente iría a Martin's Gully y compraría todo lo que pudiera. Pediría alfombras a Thelma Gower. Y pasaría por el estudio de Rachel Stanton para ver si tenía acuarelas…


Luego iría a comer con Camilo. Paula lo habría llamado porque Camilo le habría hecho prometer que lo haría.


Pedro siguió mirando al techo. Camilo Whitehall era un hombre muy listo.





sábado, 7 de noviembre de 2020

CORAZON SOLITARIO: CAPÍTULO 43

 


El coche de Martin y Francisco estaba en la entrada de la casa cuando Paula por fin llegó a Geraldine's Gardens. Pero no sintió alegría alguna. La tarde era gris, plomiza, agobiante. Como si estuvieran esperándola, Martin y Francisco salieron a la puerta… y se pararon en seco.


Al mismo tiempo.


Cuando Paula bajaba del coche apareció un camión de mudanzas. Y como ni Martin ni Francisco se movieron del porche, ella tuvo que hablar con el conductor.


—¿Quería algo?


—Soy Ted O'Leary de Mudanzas O'Leary.


—Me parece que hay un error…


—¿Esto no es Geraldine's Gardens?


—Sí.


—Entonces no hay ningún error, señorita. Tenemos instrucciones de Martin Chaves de sacar los muebles.


—¿Y llevarlos dónde? —Paula no podía creer que su voz sonara tan normal cuando estaba ardiendo por dentro.


—A un guardamuebles.


Martin por fin encontró valor para enfrentarse a ella.


—Iba a ser una sorpresa para ti, Paula.


Su falso tono jovial hizo que ella sintiera náuseas.


—Desde luego, ha sido una sorpresa. Pero será mejor que le digas al señor O'Leary que no pierda el tiempo.


Cuando estaba subiendo los escalones del porche, Francisco se puso en su camino.


—No hace falta que te pongas así. Al menos deberías escucharnos…


—Mañana —lo interrumpió ella, con firmeza—. Hablaré con vosotros dos mañana.


Y luego le dio con la puerta en las narices.