Paula abrió la puerta.
—Vaya, qué rápido. Siento haber tenido que llamarte con tanta urgencia, Sergio.
Después de entrar en casa, había descubierto lo afortunada que era. Porque Martin y Francisco habían cambiado la cerradura. Si hubiera llegado cuando sus hermanos no estaban allí, no habría podido entrar.
En su propia casa.
—No pasa nada —sonrió el joven, dejando la caja de herramientas en el suelo—. Cuando es una cuestión de seguridad, a los cerrajeros no nos importa la hora que sea.
Paula sonrió.
—¿Es que hacéis un juramento hipocrático o algo así?
No debería haberlo dicho. Porque eso le había recordado a Pedro. Aunque, en realidad, todo le recordaba a Pedro.
—Me alegro de que hayas vuelto, Paula. La gente estaba preocupada…
—Lo sé. Julio me llamó —suspiró ella—. Sergio, ¿mis hermanos te pidieron que cambiases la cerradura?
—No, qué va. Contrataron a un cerrajero de Diamond Head. Yo no lo habría hecho sin contar contigo.
—Gracias.
—Pero al otro cerrajero le pareció muy raro que le hicieran un encargo en Buchanan's Point y me llamó por teléfono.
—¿Mis hermanos le dijeron por qué querían cambiar la cerradura?
—El mayor… ¿cómo se llama?
—Martin.
—Martin dijo que había perdido la llave y no quería arriesgarse a que alguien entrase en la casa.
Paula se mordió los labios.
—Podría estar diciendo la verdad.
—Sí, claro —murmuró Sergio.
Pero se daba cuenta de que no lo creía. Como no lo creía ella. Pedro la había advertido…
Y no había querido escucharlo.
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