Molly se negaba en redondo a moverse de la cabaña. A menos que la sacara a la fuerza, la perrita iba a quedarse allí.
Y Pedro no quería tener que sacarla a la fuerza. En realidad, no quería hacer nada. Como Molly, había perdido hasta el apetito tras la partida de Paula. Y, al final, los dos durmieron en su cabaña.
Aunque ni siquiera era de noche, Pedro abrió el sofá-cama y se quedó mirando al techo, preguntándose si habría llegado a casa.
¿Por qué no le había pedido que lo llamara?
Molly suspiró y él le acarició las orejas, pensativo. Paula se había ido llevándose con ella los colores. Pero a él le gustaría volver a verlos. Le gustaría ver cortinas alegres en las ventanas, alfombras en el suelo, cuadros en las paredes…
Al día siguiente iría a Martin's Gully y compraría todo lo que pudiera. Pediría alfombras a Thelma Gower. Y pasaría por el estudio de Rachel Stanton para ver si tenía acuarelas…
Luego iría a comer con Camilo. Paula lo habría llamado porque Camilo le habría hecho prometer que lo haría.
Pedro siguió mirando al techo. Camilo Whitehall era un hombre muy listo.
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