En dos horas, Paula estaba lista para volver a Buchanan's Point. Pero antes había ido a Martin's Gully para despedirse de Luciana y de Camilo. Y de Bridget.
Todos le hicieron prometer que volvería a visitarlos y, con el corazón encogido, ella prometió hacerlo. Ahora sólo quedaba meter las maletas en el coche, devolverle a Pedro la llave de la cabaña y decirle adiós a Molly.
No quería hacer ninguna de esas cosas. Quería abrir el sofá-cama y esconderse en él. Pero no lo hizo. Si Julio había visto topógrafos y agentes inmobiliarios en Geraldine's Gardens, el resto de Buchanan's Point los habría visto también. Y ella no quería especulaciones.
Además, la casa era suya, su madre se la había dejado en herencia, de modo que Martin y Francisco no podían venderla. Y no podían obligarla a firmar nada.
Molly se apretó contra su pierna y Paula se puso de rodillas para abrazar a la perrita.
—Al menos tú me echarás de menos —susurró.
Le habría gustado quedarse un rato más, pero no podía esperar si quería llegar a casa antes de que se hiciera de noche. De modo que se incorporó y, arrastrando los pies, salió de la cabaña…
Pedro estaba en el porche, esperándola. ¿Desde cuándo estaba allí?
—Hola.
—He pensado que necesitarías ayuda con las maletas.
Genial. ¿Iba a escoltarla fuera de su propiedad para asegurarse de que se iba?
—Gracias.
Le gustaría poder parar el tiempo para recordarlo así. No sólo a Pedro, sino Eagle's Reach. Y a su fiel Molly, que lloraba intuyendo que aquello era una despedida.
—No sabes cómo voy a echarte de menos —murmuró, intentando contener las lágrimas.
Los ojos de Pedro se habían oscurecido hasta adquirir un tono azul marino. Pero no dijo nada.
—Tus llaves.
—Gracias.
Paula contuvo el aliento, esperando que la tomase entre sus brazos.
—Prométeme que pararás en el camino para comer algo. Aún no estás recuperada del todo.
—¿Ordenes del médico?
—Sí.
Aún había tiempo para que la tomase en sus brazos. Pero no lo hizo. Y Molly empezó a llorar, pegándose a la pierna de Pedro, que la sujetó por el collar.
—Esto es horrible… —musitó Paula, entrando en el coche.
Aún había tiempo para un beso. Aunque sólo fuera un beso breve con la puerta del coche entre ellos.
—Yo cuidaré de ella —dijo Pedro.
Claro que lo haría.
—Siento que hayamos discutido, de verdad.
Él se inclinó para acariciar suavemente su cara y luego cerró la puerta.
—Conduce con cuidado, Paula.
Ella tragó saliva mientras asentía con la cabeza. Luego arrancó el coche y desapareció por el camino sin mirar atrás.