sábado, 24 de octubre de 2020

EN SU CAMA: CAPÍTULO 40

 


Regresaron a la mañana siguiente, Nochebuena, muchas horas antes de que tuviera lugar la fiesta anual de la familia real. Pedro le había dejado muy claro a Paula que tenía que asistir, aunque a ella no le apeteciera mucho.


Al bajar del avión fueron abordados por la prensa, que no dejaba de acosarlos con preguntas y con los flashes de sus cámaras. Paula no consiguió comprender exactamente lo que decían, y Pedro la apremió a entrar en el asiento trasero de la limusina, antes de que pudiera descifrar el significado de sus preguntas.


—¿De qué iba todo eso? —preguntó sin aliento, cuando el coche se puso en movimiento.


Él sacudió la cabeza.


—Han debido de enterarse de nuestro viaje y querrán cerciorarse de que es un buen tema de portada.


Aun así, el interés de la prensa le pareció de lo más extraño, puesto que había sido un viaje de trabajo y el palacio ya había enviado un comunicado explicando los planes del príncipe. Pero apartó sus recelos y se relajó en el cómodo sillón de cuero del coche.


A su llegada al palacio, la reina los estaba esperando en el vestíbulo. Tenía el rostro congestionado y los labios apretados en una línea que evidenciaba su enojo. Pese a no elevar la voz, era patente la desaprobación en su tono.


—A la biblioteca —espetó—. Ahora mismo.


Pedro y Paula intercambiaron una mirada de incomprensión, al tiempo que echaban a andar lentamente tras los pasos furiosos de la reina.


Una vez dentro de la biblioteca y con la puerta cerrada, Eleanor se giró. Se dirigió a ambos y los señaló con un periódico en sus manos temblorosas.


—¿Qué significa esto? —exigió saber.


Tenía los dientes apretados.


Paula estaba completamente inmóvil, aturdida ante el evidente disgusto de la reina, aun sin saber cuál era la causa. Por mucho que lo intentara, no comprendía lo que decía el titular que la reina blandía delante de ambos.


Pedro pareció no inmutarse ante el mal humor de su madre, cuando tomó el periódico. Ocupando casi toda la parte superior de la portada, podía verse un primer plano de Paula y él. Estaban en el balcón de la suite del hotel, unidos en un abrazo que no dejaba lugar a dudas.


La foto sólo podía haber sido tomada en un momento que salieron a tomar el aire después de haber hecho el amor, y terminaron besándose apasionadamente y entrando en el dormitorio para hacerlo otra vez.


Paula se puso como un tomate tanto por el recuerdo como por el hecho de que alguien hubiera sacado fotos de un momento tan íntimo.


Encima de la foto, podía leerse un titular escrito con letra negrita para que saltara más a la vista, que se refería a ella como la fulana americana del príncipe Pedro. Paula sintió ganas de vomitar.


Pedro soltó una grosera imprecación entre dientes y bajó el periódico.


Todavía temblando de ira, la reina dijo:—Tú y tu pequeña… americana estáis en la primera página de todos los periódicos de Glendovia. Te lo advertí, Pedro. Te advertí que no te relacionaras con ella, que sólo nos haría pasar vergüenza y bochorno.


La nauseabunda sensación de Paula se intensificó. Había ido a Glendovia huyendo de un escándalo y había terminado sumida en otro.


Y éste era aún peor, porque era cierto. Con Bruno Winters no había tenido una aventura, tal como había afirmado la prensa de su país, pero con Pedro sí se había acostado.


—Madre —dijo Pedro con un gruñido de advertencia, la mandíbula apretada.


La reina, sin embargo, decidió ignorar el tono de su hijo.


—La princesa Lidia llegó hace menos de una hora hecha un mar de lágrimas. Está hundida y sus padres, furiosos. ¿Tienes idea de cómo afectará esta humillación a vuestro próximo enlace? Si rompe el compromiso, ya podremos despedirnos de unir vínculos entre las dos familias, con lo que el futuro político de Glendovia podría peligrar.


—Creo que estás exagerando —señaló Pedro, pero a juzgar por su expresión, era evidente que le preocupaba la situación.


Paula, por su parte, sólo se quedó con dos palabras de la reina que le retorcieron el corazón como en un tornillo de banco.


—¿Estás prometido? —le preguntó a Pedro.


—No es lo que crees —dijo él con brusquedad—. Puedo explicarlo.


Pero ella no quería oír sus explicaciones, sus excusas, sus mentiras ni ninguno de esos persuasivos, y creativos argumentos, que tanto talento tenía para pergeñar.


Esta vez fue ella la que sacudió la cabeza al tiempo que retrocedía.


—Lo siento —murmuró con voz temblorosa, dirigiéndose a la reina, no a Pedro. A él no tenía que pedirle ningún tipo de disculpas—. Lo siento. No sabía que estaba prometido. No vine aquí con la intención de tener nada con Pedro. Jamás habría hecho a propósito nada que pudiera abochornar a su familia. Espero que me crea.


La reina miró a su hijo, sin cambiar por ello la expresión agria de su rostro.


—Espero que los dos mantengáis las distancias a partir de ahora. Os conduciréis con absoluto decoro y os mantendréis lo más lejos posible el uno del otro, hasta que solucionemos este asunto. ¿Me habéis comprendido?


Parecía que Pedro quería discutir las órdenes de su madre, pero Paula ya estaba asintiendo. Tuvo que parpadear repetidamente para contener las lágrimas de humillación, al tiempo que se humedecía los labios resecos.


—Puedes irte —le dijo Eleanor, despidiéndola—. Y tú —se dirigió a Pedro—, quiero que hables de inmediato con Lidia, y hagas todo lo posible por reparar el daño que le has hecho. ¿Me has comprendido?


Paula salió de la biblioteca y cerró las puertas, antes de poder oír la respuesta de Pedro. Después, se dirigió corriendo hacia las escaleras. Lo único que quería era irse de allí, volver a su habitación y no ver a nadie. Qué tonta había sido. Otra vez.





EN SU CAMA: CAPÍTULO 39

 


Más tarde por la noche, Paula permanecía despierta en la cama, acurrucada en los brazos de Pedro. Físicamente, no podría sentirse más cómoda y saciada, pero en su interior reinaba un caos emocional.


Había hecho precisamente lo que se había jurado que no haría, convertirse en la amante de Pedro.


Por alarmante que fuera, por mucho que la llevara a cuestionarse su propia personalidad, no era eso lo que la mantenía despierta.


Menos de una hora antes, había llegado a la conclusión, mientras Pedro la besaba, la acariciaba y la hacía suspirar, que se estaba enamorando de él.


Tragó con dificultad y parpadeó rápidamente para contener las incipientes lágrimas. Tenía la mejilla apoyada sobre el pecho de Pedro, que subía y bajaba pausadamente con su respiración.


Aquello sí que era un problema. Una aventura era una cosa. Pero ¿cómo iba a volver a casa con una sonrisa, dejando en Glendovia su corazón roto? ¿Cómo se suponía que iba a fingir que lo que había habido entre ellos, no había sido más que una aventura pasajera, cuando para ella había sido mucho más?


Pedro se removió ligeramente y Paula contuvo la respiración. Al ver que seguía dormido, se relajó un poco.


Dado que sabía que para él no era más que una distracción pasajera, y que no compartía sus sentimientos, tendría que manejar la situación lo mejor que pudiera. Ocultar sus sentimientos. Y cuando llegara el momento, se iría.


Cerró los ojos y se fue adormeciendo, convenciéndose de que tendría que ir acostumbrándose al dolor que le atenazaba el corazón, porque iba a convivir con él mucho tiempo.



viernes, 23 de octubre de 2020

EN SU CAMA: CAPÍTULO 38

 


Permaneció en el dormitorio hasta que oyó que el camarero servía la cena y salía de nuevo. Abrió la puerta una rendija y vio a Pedro de pie delante de la mesa redonda situada a un lado de la zona de estar, dispuesta en ella la vajilla y la cristalería.


Salió del dormitorio y se paró en medio del salón, esperando a que se diera cuenta de su presencia. Al verla, Pedro detuvo en seco el movimiento de levantar la tapa de plata de una de las fuentes y clavó la vista en ella.


Paula se había puesto un camisón largo negro con tirantes finos y aberturas a cada lado hasta medio muslo. Iba descalza y las uñas pintadas de rojo sobresalían del bajo del camisón. El pelo suelto le caía por encima de los hombros. Supo, a juzgar por la mirada de Pedro, que éste apreciaba lo que estaba viendo.


—No estoy desnuda, pero espero que te parezca bien.


Él tragó con dificultad.


—Muy bien. No creí que fuera posible, pero ese camisón es casi mejor que la desnudez total.


Ella sonrió divertida.


—Vaya, me alegra oírlo. Ahora sé que no tengo que quitármelo, por mucho que me supliques que lo haga.


—Los príncipes no suplican —le informó él, avanzando lentamente hacia ella.


—¿No? —preguntó ella, sintiendo la boca seca de repente.


—No.


Estaba frente a ella, lo bastante cerca como para tocarla, pero mantenía los brazos a lo largo de los costados. Paula creía que el corazón se le iba a salir y tuvo que contener las ganas de contonearse.


—¿Y qué hacen los príncipes? —preguntó, con voz ronca de creciente deseo.


Pedro tendió la mano y le rozó la mejilla con los dedos.


—Será mejor que te lo enseñe.


—¿No se nos enfriará la cena?


—¿Te importa?





EN SU CAMA: CAPÍTULO 37

 


El vuelo de un extremo a otro de la isla no duraba mucho, y fueron directos, desde la pequeña pista de aterrizaje privada, a la oficina en la que tendría lugar la reunión.


Paula se quedó muy sorprendida cuando se enteró de que no habían ido allí a tratar de la constitución de la nueva fundación en una reunión informal, sino a poner el proyecto en funcionamiento.


A medida que transcurría la mañana de reunión en reunión con las distintas personas involucradas, Paula se dio cuenta de que Pedro no se había equivocado. Se alegraba mucho de haber ido.


Era muy emocionante, ver lo mucho que estaban avanzando en tan poco tiempo. Tuvieron una comida de trabajo, en la que conoció a un montón de personas entusiastas, ansiosas por empezar a trabajar. No tenía duda de que la fundación marcharía a las mil maravillas con gente así, tanto si ella estaba presente como si no.


Se despidieron del futuro equipo de Soñar es Posible a las cinco, y Pedro ordenó al conductor que los llevara al hotel, en el que había siempre reservada una suite para la familia real.


Paula no se sorprendió y tampoco se enfadó. De hecho, se había dado cuenta, tarde, que lo había estado esperando. Después de su pequeña revelación, en el coche de camino al aeropuerto por la mañana, casi había estado esperando ansiosamente ver qué le deparaba la noche.


La suite real era preciosa. Más aún que las habitaciones que ocupaba en el propio palacio.


Las paredes, alfombras y cortinas, presentaban distintos tonos de azul, con alguna pincelada de blanco y tostado. A través de unas ventanas francesas de madera de caoba, se accedía a una pequeña veranda desde la que se podía contemplar la ciudad y el litoral al fondo. Una fresca brisa se colaba a través de una de las ventanas abiertas, agitando las cortinas diáfanas e invadiendo el ambiente con su aroma a sal marina.


—¿Tienes hambre? —preguntó Pedro, acercándose hasta un pequeño escritorio, donde había un grueso catálogo con información de todas las comodidades que ofrecía el hotel.


Ella asintió, al tiempo que se acercaba a él sin dejar de contemplar la habitación. Se preguntaba si molestarse en deshacer el equipaje, o pasar sencillamente de la bolsa que había llevado consigo.


—Pediré que nos suban algo —dijo Pedro, echando un vistazo a la carta del servicio de habitaciones.


Llamó y pidió lo que parecía un bufé completo de aperitivos y entrantes. Antes de colgar, pidió también una botella de su mejor vino y fresas con nata de postre.


—Tardarán unos treinta minutos —le dijo a Paula, cuando colgó. Se quitó entonces la corbata y la chaqueta y las dejó sobre el respaldo de un sillón—. ¿Te apetece cambiarte y ponerte algo más cómodo, mientras llega la cena?


La recorrió con la mirada de pies a cabeza, erizándole el vello de todo el cuerpo a su paso. Paula sabía cuándo admitir una derrota y disfrutar de un hombre muy guapo, que estaba más que dispuesto a adorarla y complacerla, aunque sólo fuera durante un corto espacio de tiempo.


—¿Alguna preferencia? —preguntó entonces ella, quitándose muy despacio el reloj y los pendientes. Después se llevó una mano al escote de la camisa y se desabrochó el primer botón.


Pedro observaba detenidamente cada uno de sus movimientos, con ojos resplandecientes de deseo, excitándola de manera incomparable.


—Desnuda me parece perfecto —murmuró él, con la voz ronca de deseo.


Ella se echó a reír suavemente, sintiéndose poderosa.


—Todavía no, me parece —dijo ella, girándose sobre sus talones para dirigirse hacia el dormitorio—. No quiero que se asuste el camarero cuando llegue con la cena.


—Si te ve desnuda, podría matarlo.


Ella volvió a reír, mirándolo desde la puerta doble que daba acceso al dormitorio, las manos apoyadas en los tiradores.


—Esperemos un poco antes de transformar este viaje en una escapada íntima. Si podemos evitarlo —añadió, mientras entraba y cerraba tras de sí—. Voy a ver qué encuentro.



EN SU CAMA: CAPÍTULO 36

 


Pedro y ella se encontraron fuera del palacio a las siete en punto. El palacio estaba decorado con todo lujo de detalles, por dentro y por fuera, a la espera de la fiesta que daría la familia real, la noche de Nochebuena.


—Buenos días —dijo él.


—Buenos días.


—Me alegro que hayas decidido acompañarme a la reunión —le dijo una vez dentro del coche, que ya se alejaba del palacio por el camino empedrado de la entrada.


—No me dejaste otra opción, ¿no, crees? —replicó ella, mirando por la ventana para evitar mirarlo a los ojos directamente.


—Siempre tienes opción.


Ella volvió la cabeza y lo miró a los ojos azules.


—Pues en tu nota no me dio la impresión de que me pidieras que te acompañara.


—Temí que me dijeras que no, si te lo pedía —confesó él.


—Claro que no te habría dicho que no. Siempre y cuando esta reunión tenga que ver de verdad con la fundación. ¿O acaso te lo has inventado para sacarme del palacio unos días? —preguntó ella, tranquilamente.


Pasó un momento, antes de que Pedro respondiera finalmente.


—Te aseguro que este viaje tiene que ver con la fundación y, aunque probablemente hubiera podido ocuparme yo solo, considero que tu presencia es importante. Creo que te alegrará haber ido.


Hizo una nueva pausa y dejó que el silencio se llenara de tensión, mientras le sostenía la mirada con sus agudos ojos azules.


—Pero también me alegra poder sacarte del palacio y tenerte para mí solo. Creo que al final también tú te alegrarás.


Bajó la voz, hasta que su tono no fue más que un susurro cálido y meloso. Paula se dio cuenta de que había estado conteniendo el aliento, pero con gran esfuerzo evitó que Pedro se diera cuenta.


Debería estar furiosa. Pedro la estaba manipulando otra vez, empujándola hacia el punto en el que quería tenerla, para persuadirla de que accediera a volver a acostarse con él.


Y si algo podía decirse de Pedro Alfonso, sin temor a equivocarse, era que sabía lo que quería y no aceptaba un no por respuesta.


Paula no quería aceptarlo, ni siquiera para sí, pero la verdad era que esa inquebrantable determinación suya a seducirla, hacía que se sintiera… especial.


No tenía la intención de jugar con él, de convertir eso… lo que fuera que hubiera entre ellos, en un juego, pero de repente se dio cuenta de que se lo estaba pasando bien. Disfrutaba sabiendo que la deseaba.


En vez de discutir o rendirse demasiado rápido, se encogió de hombros y dijo:—Supongo que tendremos que esperar para averiguarlo.




jueves, 22 de octubre de 2020

EN SU CAMA: CAPÍTULO 35

 


Convencer a Pedro de que no lo deseaba era muy, pero que muy difícil. Tan imposible, de hecho, que Paula había decidido que era mejor darse por vencida.


¿Cómo empeñarse en afirmar que no quería tener nada que ver con él, cuando bastaba una caricia de sus manos o sus labios para derretirse por dentro como chocolate fundido?


Pedro presentó a su familia el proyecto de la Fundación Soñar es Posible y le pidió a Paula que redactara una propuesta oficial. Se ocupó de indagar por su parte, para informarse del funcionamiento de la fundación existente en Estados Unidos, de modo que pudiera convencerlos del resultado que podría tener su esfuerzo.


La reacción hasta el momento había sido positiva, y los dos habían estado trabajando codo con codo, para cerrar todos los cabos sueltos. Una vez obtuviera la aprobación de los reyes, así como de la junta de funcionarios que supervisaban ese tipo de asuntos de estado, Paula tendría libertad para constituir la fundación.


Las horas diurnas no le preocupaban. Estaba demasiado ocupada y se aseguraba de no quedarse a solas con Pedro, más tiempo del necesario.


Trabajaban en su despacho personal con la puerta abierta, y si por alguna razón se cerraba, ella siempre encontraba la manera de volver a abrirla. Si estaban a solas y la situación se volvía demasiado tensa y peligrosa, buscaba alguna excusa para requerir la presencia de una tercera persona en el despacho.


Eran las horas nocturnas las que la ponían nerviosa. Después de cenar, cuando Pedro la acompañaba a su habitación… y la tomaba de la mano, inclinándose sobre ella al llegar a la puerta, demasiado cerca.


La besaba en la mejilla y a veces en los labios. Le acariciaba la mano o el hombro. Y sus ojos siempre evidenciaban su ardiente deseo de tomarla en brazos y llevarla a la cama.


Paula rezaba porque Pedro no averiguara cuántas veces, lo único que deseaba ella era que hiciera precisamente eso.


Era obvio que cerca de él no estaba segura y no sabía cómo iba a conseguir pasar los diez días que tenía por delante, sin rendirse a la evidencia so pena de perder la cordura.


Diez largos y arduos días y estaría a salvo en casa.


Sin embargo, por alguna razón la certeza de su marcha no la reconfortaba tanto como habría esperado. De hecho, casi la entristecía.


Pero no quería entrar a valorar ese sentimiento. Su completa existencia estaba patas arriba y en cuanto llegara a casa, su vida recuperaría la normalidad.


Pero por el momento era tarde y daba las gracias por haber sobrevivido a otro día, otra cena, otro largo e insoportable paseo hasta su suite. Se había puesto un cómodo pijama de raso negro y se disponía a meterse en la cama, cuando oyó que llamaban a la puerta con suavidad.


Una chica joven vestida con el uniforme del personal de palacio estaba al otro lado.


—Señorita —dijo, haciendo una leve inclinación—. El príncipe Pedro envía este mensaje y requiere su respuesta inmediata —le tendió un sobre lacrado.


Se trataba del papel de carta oficial de Pedro. Éste había escrito con su expansiva caligrafía el nombre de ella en la parte de delante.


Lo que hubiera dentro tenía que ser o muy importante, o muy íntimo, pensó.


Rompió el lacre, pasando el dedo por debajo de la solapa del sobre y sacó una hoja de papel doblado.


Paula:

Se requiere tu presencia en una reunión de suma importancia, relacionada con Soñar es Posible. Tomaremos un avión mañana por la mañana con destino al otro extremo de la isla. Prepara el equipaje necesario para pasar fuera una noche por lo menos. Saldremos de aquí a las siete de la mañana.

Pedro


Dobló la nota y la metió nuevamente en el sobre antes de dirigir su atención a la criada.


—Dile al príncipe que estaré en el vestíbulo a las siete. Gracias.


La chica asintió y se fue a toda prisa a dar el mensaje al príncipe, claramente. O más bien a confirmarle su sumisión, pensó Paula con desagrado, al tiempo que cerraba la puerta.


Pese a que no le hacía demasiada gracia el viraje que habían tomado los acontecimientos, sacó una pequeña bolsa de viaje de uno de los armarios y se dispuso a meter algo de ropa para pasar un día fuera.


Exhausta al terminar, se metió en la cama con la esperanza de caer rendida en un reparador sueño.


Necesitaría descansar bien, si iba a pasar una noche fuera del palacio, a solas con Pedro.


EN SU CAMA: CAPÍTULO 34

 



Paula elevó el pecho al tomar aire, cerró los expresivos ojos castaños un momento y bajó la cabeza en señal de derrota.


—Por favor, no lo hagas —dijo con la respiración entrecortada—. No me hagas hacer algo por lo que me odiaré después.


Entreabrió los ojos y levantó la cabeza para mirarlo a los ojos. Había determinación en su rostro, pero también tristeza.


—No quiero ser la amante secreta del príncipe Pedro, un entretenimiento pasajero mientras estoy en Glendovia, de quien te despedirás una vez termine mi trabajo y en quien no volverás a pensar más.


Algo en sus palabras le retorció el corazón de forma muy dolorosa, y por un momento Pedro reconsideró su inquebrantable determinación de tenerla, sin pensar en las consecuencias.


No quería hacerle daño, no quería ser el culpable de que lo mirara con tanta tristeza. Lo que quería era abrazarla, besarla, saborearla como se hace con el brandy más exquisito.


¿Por qué tenía que ser más complicado? Los dos eran adultos, capaces de tomar sus propias decisiones y hacer con su tiempo libre lo que les viniera en gana.


Se inclinó ligeramente sobre ella hasta quedar a escasos milímetros de sus voluptuosos labios, acariciándole las mejillas con su cálido aliento.


—No quiero que te odies —murmuró en voz baja—. Sólo quiero estar contigo. Y aunque no pueda cambiar lo que soy, ni la prudencia que requiere mi comportamiento en esta familia, no creo que eso tenga que influir necesariamente en el tiempo que pasemos juntos. Lo que hagamos cuando estemos solos, lejos del ojo público, no le incumbe a nadie más que a nosotros.


Introdujo los dedos en su cabello y la sujetó por detrás de manera que tuviera el acceso perfecto a su boca. Le rozó los labios con los suyos, sintiendo el contacto, el sabor, absorbiendo su energía y su espíritu.


—Sólo quiero estar contigo —repitió sin romper el contacto con ella—. Y después de anoche, creo que tú quieres lo mismo. Tendrás que esforzarte mucho, si quieres convencerme de que no es verdad.


Paula no respondió, no se apartó. Pedro no sabía si seguía respirando siquiera. Aprovechó su ventaja para besarla nuevamente, más profundamente, hasta que notó que Paula relajaba la espalda y arqueaba el cuerpo contra el de él, y hasta le clavaba las uñas a través del tejido de la chaqueta.


Cuando Pedro levantó por fin la cabeza, los dos tenían la respiración entrecortada. Sintió cómo lo invadía una profunda satisfacción, al ver la mirada borrosa y desenfocada de Paula.


—Mucho —le susurró.